En mayo de 1999, Felipe Sapag comenzaba a despedirse. En el bar de un hotel de Chos Malal, un día antes de fundar la comisión de fomento de Coyuco-Cochico, repasó parte de su vida.

-¿Siente que está diciendo adiós al gobierno, a la provincia?

-Bueno, estoy terminando mi función como gobernador y un poco es el adiós, sí, porque los años que tengo no dan lugar a nuevas cosas.

-¿Pero no pensó lo mismo hace doce años, en 1987?

-No. El peso de los años va aumentando gradualmente hasta que llega uno a una edad... los ochenta. Por eso dicen que los ochenta son pesados de llevar.

-¿Los sintió?

-Sí, naturalmente se sienten, y más con la pesada responsabilidad del gobierno. Se sienten mucho más.

-¿Tiene tristeza sabiendo que es el último gobierno?

-No, tristeza no, porque lo que he realizado -cosas bien hechas y cosas mal hechas- es el resultado de la acción que uno hace en la vida. Todos los que nos ponemos a hacer cosas cometemos errores y tenemos aciertos. Es el resultado de todo una acción, de todo una vida con lo que estoy conforme. Estoy conforme con lo que he vivido.

-¿Usted terminó el secundario?

-No, no. Yo inicié los estudios secundarios en Bahía Blanca porque no había escuela en Neuquén. En el colegio Don Bosco estudié, pero hasta tercer año llegué. Mi padre se fundió, estábamos en la crisis de los años 30, no pudo pagar más la pensión de los estudios y me tuve que venir a trabajar, y de ahí la razón de mi regreso, a los 16 años, y la venida a Cutral Co, donde vinimos a instalarnos con un negocito, para ayudar a los viejos.

-¿Y qué le hubiera gustado estudiar?

-La carrera a la que yo aspiraba era perito mercantil y es la carrera que hice tres años. Luego quería ser contador, que era lo que teníamos a la vista.

-¿Le molesta que le digan que usted es el último caudillo?

-Yo no me siento caudillo. Caudillo para mí es una representación más de fuerza, de...

-¿Despótica?

-No, sin ser despótica, pero con mucha fuerza, sin escrúpulos. No sé cómo definirlo, pero para mí caudillos han sido Quiroga, el mismo Rosas, muchos otros, Ramírez. Eso en los inicios de la organización del país. La continuidad o la persistencia en el tiempo, las he hecho con gusto, con buen ánimo, con el deseo de servir, de que mi provincia dejara de ser el páramo que era y la gente dejara de estar en condiciones de pobreza, sin trabajo, sin educación, sin salud. Eso es lo que me gratifica, en el sentido de haber logrado un avance importante.

-¿Es consciente de que la etapa de organización de esta provincia está íntimamente relacionada con usted?

-Bueno, he contribuido en gran parte pero no puede ser mía de ninguna manera. Inclusive yo la comparto con la gente que ha trabajado en la provincia, todos los pobladores han puesto ánimo, confianza. El solo hecho de que repetidas veces me votaran es señal de que me tenían confianza, de que había alguna razón para que lo hicieran. Fue una lucha dura, paulatina, donde no se lograron los resultados en poco tiempo, sino a través de muchos años. Por ejemplo, el plan de salud: del 70 a ahora son 29 años. En la educación se ha llegado a un nivel aceptable: el 56 por ciento de los chicos que van al secundario termina el período escolar.

-¿Le duele terminar su cuarto período constitucional con su partido fracturado por la mitad?

-Sí, eso me duele.

-¿Pensaba hace treinta años que esto iba a pasar?

-No sé, las circunstancias son distintas, pero la realidad es esta: el partido está dividido por la mitad.

-El gobierno de 1970 es el único que no fue elegido por el pueblo.

-Había dejado el gobierno por el golpe militar. Le había tomado la mano al gobierno y a la provincia y habían quedado un montón de cosas iniciadas y sin concluir. Se estaba por iniciar El Chocón o ya se había iniciado, y en el programa decían que era para la Patagonia y descubrimos en esos tres años que estuve en el gobierno que no era así, sino que serían dos líneas que iban para Buenos Aires, que lo del riego -decían de irrigar un millón de hectáreas en la Patagonia- tampoco era cierto. En la conversación que tuve con Onganía, cuando me llamó a El Messidor, me prometió que iba a haber una línea para desarrollar la Patagonia y que lo del riego se iba a hacer.

-¿Qué sensación le causa esta despedida?

-De alivio, de alivio, porque voy a poder estar con mi familia, no voy a tener la obligación de levantarme a las seis y media de la mañana para llegar al trabajo a las siete o a las ocho, en invierno. (AN)