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En el año 1909 pisaba las tierras del sur de la provincia en cercanías de la ciudad de Junín de los Andes un joven llamado Santiago de Larminat. Llegado de Francia pasó por Buenos Aires y Mendoza, pero siguió hacia el sur. Fue así que descubrió lo que hoy es la estancia Cerro Los Pinos.
De Larminat fue a ver enseguida al juez de Paz de Junín de los Andes con un claro objetivo: comprar unas 15.000 hectáreas que se vendían allí. Tuvo que cabalgar hasta Santiago de Chile, donde compraría esas tierras, pero al arribar a la capital chilena le informaron que, al ser menor de edad, con sus 19 años no podía comprar ese campo; podría hacerlo al cumplir 22. Inmediatamente le escribió a su hermano mayor para que viniera desde Francia y firmara la escritura. “Así comenzó esta historia”, dijo Andrés de Larminat recordando los pasos de su padre. Luego vinieron otros hermanos, que volvieron a partir hacia Francia para pelear en la guerra del ’14. Dos de ellos, Andrés y Bernardo, murieron allí.
“Después de la guerra -relata Andrés- mi padre se casó con una señorita que era hija de un coronel francés: Magdalena, mi madre. Tenía 19 años, once menos que papá. En 1920, ya casados, volvieron a estas tierras”.
Andrés de Larminat hoy tiene 81 años. Nació en la estancia donde vive, a los 12 años se fue a estudiar a Luján y a los 19 volvió a Junín. Tenía 11 cuando se fundó la Sociedad Rural del Neuquén y desde 1945 formó parte de la comisión directiva.
Junto con su padre, se encargó de esta estancia y de sus 11 hermanos; tres murieron siendo niños, “porque en aquella época no había médicos por la zona”, recuerda. “Ahora somos dos varones y seis mujeres, de las cuales cuatro viven acá”, añade, para aclarar que los hermanos de su padre terminaron yéndose nuevamente a Francia porque sus mujeres no se adaptaron a este rincón de la Patagonia, “menos mi madre, que andaba con el piano que trajo con un carro de huella desde Neuquén”, sentenció. “Ella llegó a Cerro Los Pinos y le gustó mucho el lugar por el clima, la tranquilidad y el trabajo. Pensar que no había nada, ni siquiera alambrado, era todo campo abierto”. Otro de los que se quedaron en la zona trabajando el campo fue su hermano Esteban, que se asentó del otro lado del río y tuvo siete hijos.
Cuando se fundó la SRN, su tío Roberto fue parte de la primera comisión directiva. “En esa época no había barreras, por lo que se vendía todo el ganado a Chile. Ibamos a Temuco, que era más barato que ir a Neuquén o a Bahía Blanca. Además, los compradores de ese país se iban a Esquel y comenzaban a subir la cordillera. Llegaban acá con tropas de 3.000 ó 4.000 vacunos que largaban al campo”, aclara.
Después comenzaron distintas políticas en nuestro país que fueron cambiando esta actividad, “primero la prohibición, cuando los frigoríficos se levantaron y pidieron que las carnes que salían de la Argentina pasaran por los frigoríficos. En ese entonces, casi todos los estancieros de acá compraron campo en La Pampa o en Bahía Blanca, para sacar los excedentes, porque el mes de mayo era crucial en el campo a causa de las grandes nevadas. En esos años había que sacar nieve con palas y teníamos días de 21ºC bajo cero”. Entusiasmado, Andrés de Larminat continúa: “Además, para arrear los animales hasta el tren de Zapala teníamos unos 17 días de tropa y otros 12 para volver con la gente. En un tiempo tuvimos producción de lanares, pero como bajó mucho el precio a causa de la superproducción de Australia, nos volcamos por completo a los vacunos. Después, mi padre compró un tractor, excedente de guerra, para trigo. Resultó que el trigo se daba muy bien, pero las heladas eran muy peligrosas. Se daba un año bueno y dos malos, hasta que abandonamos la agricultura. Lo mismo pasó con las papas”, relata Andrés.
La forestación comienza después: “Nuestra familia tenía una tradición forestal de siglos. Un bisabuelo nuestro fue jefe de los bosques reales de Francia, por lo que trabajó junto con el rey Carlos de Francia y, entre otros, hizo el parque de Fontainebleau, junto a Napoleón. El interés por los árboles fue tan grande para nosotros, que trajimos semillas de 140 especies que plantamos en distintos viveros. Empezamos a forestar hace más de 90 años, primero para formar cortinas cortavientos y luego, para bosques de producción. Las que tenemos detrás de nuestra casa son del año ’20. En nuestras tierras hay árboles que no hay en otro lugar de la Argentina.”
Cuando terminó la guerra del ’45, Andrés de Larminat volvió a Junín junto a su hermano Bernardo. Este tuvo diez hijos y el protagonista de esta historia, tres: Miguel, Pedro y Pablo. Bernardo se ocupó de otras tierras y campos en el país, mientras que Andrés trabajó siempre en Cerro Los Pinos, como opción y proyecto de vida. |
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