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  Sábado 22 de Enero de 2011  
 
 
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  Fruticultura: una actividad en progresivo deterioro
Los productores son los que menos beneficios toman del sistema frutícola.
 
 
 
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Por alguna causa, entre las cuales sin dudas estaba la crisis económica que atravesaba el sector, el chacarero comenzó a ser visto con otros ojos. Ellos mismos respondieron negativamente a este escenario. Era común que muchos pasaran a vivir bajo el calor aparente que les brindaba una casa en la ciudad y comenzaran a enviar a sus hijos a estudiar a distintos puntos del país, presionándolos para que se alejaran de la fruticultura: su verdadera identidad. Así fue cómo la actividad perdió casi dos generaciones de jóvenes.

Mientras tanto, el mundo seguía rodando y el comercio entraba en fases poco conocidas para los productores acostumbrados a vivir holgadamente del producto de estas tierras. En los ´80 corría la famosa frase: "Si quieres ganarte un enemigo, regálale una chacra". Producir pasó a ser una mala palabra y el productor, un concepto retrógrado sobre el que muy pocos apostaban en un momento en que las miradas de la sociedad estaban perdidas en Miami con aquella frase tan poco feliz del "deme dos".

Pasó Alfonsín, con su crisis de hiperinflación a cuestas; apareció Domingo Cavallo con su "tablita" cambiaria y, finalmente, llegó la salida la Convertibilidad. Todo indicaba que la fruticultura se encaminaba hacia un ciclo expansivo, donde el rol de productor iba a ser clave para poder desarrollar este proceso. Estos idearios jamás llegaron a materializarse y aquel "antiguo" chacarero nunca pudo volver a estrechar vínculos con la sociedad, tal como reflejaban aquellas nostálgicas fotos de los ´60.

¿Cómo llegamos a esto?, ¿cómo terminamos siendo irrespetuosos con aquellos hombres que hicieron el Valle? ¿Cómo podemos hacer para volver a darle valor al trabajo? Hoy los productores que están en las chacras -o en sus casas de las ciudades- no son muy distintos de aquellos que describimos. Tienen las mismas fuerzas y sueños. Falta, eso sí, revalorizarlos socialmente.

 

* La relación de la política con la fruticultura dejó marcas importantes en la actividad. Para muchos analistas acentuó aún más la crisis que ha vivido el sector desde principios de los ´70.

Dos -entre otros- son los argumentos que avalan esta afirmación. El primero de ellos apunta a la ignorancia -en el sentido estricto de la palabra- de los sucesivos gobierno nacionales y provinciales para resolver los problemas de fondos que viene arrastrando la actividad en estos últimos cuarenta años.

Está más que comprobado que en todo este tiempo la política no dio las soluciones que podían haber cambiado esta tendencia negativa que viene arrastrando el sistema hace décadas. Hasta hoy es patético ver el rol que cumplen los políticos de turno en el marco de la crisis que atraviesa el sector. Gobernadores de vacaciones, ministros ausentes, funcionarios provinciales a la espera de "limosnas" que lluevan de Nación, intendentes tras la "foto" para los diarios y legisladores que ni siquiera toman partido de los problemas porque consideran que les es ajena a sus funciones. No caigamos en el simplismo de tercerizar culpas; los políticos nos representan y son un reflejo de lo que es la sociedad.

El segundo punto es el desprecio, relacionado seguramente con esta misma ignorancia, que tiene la política por la actividad. Todo dinero adicional que se consigue en ambas provincias (Río Negro y Neuquén) va en sentido contrario a la producción.

Tomemos un ejemplo. Desde que llegó Saiz al gobierno, unos 10.000 trabajadores ingresaron a la planta del Estado. Esto significa, según el crecimiento vegetativo de la provincia en relación con los servicios que ésta entrega, un gasto en masa salarial adicional -a diciembre del 2010- de unos 500 millones de pesos anuales. Muchos de estos ingresos a la planta del Estado responden a acuerdos políticos y, por ende, no cumplen una contraprestación laboral por la que se le está pagando. ¿Por qué parte de este gasto improductivo que genera el gobierno no se destina al sector frutícola? ¿Cuál es la causa por la cual la actividad no es tenida en cuenta a la hora de invertir con fondos del Estado? La fruticultura no es generadora de votos como sí lo son otros sectores.

Un clásico ejemplo: si se tiene en cuenta que entre los dos ministerios de las provincias (Producción, en Río Negro, y Desarrollo Territorial, en Neuquén) manejan algo más de 400 millones de pesos por año y que la fruticultura es una de las actividades más importantes que muestra la Norpatagonia, no se comprende cómo puede tener los problemas que tiene cada temporada. O existe una mala utilización de los recursos públicos o, lo que podría ser peor, estas partidas destinadas a la producción terminan siendo ejecutadas en otras dependencias del Estado. Para tener una noción de los números que estamos mencionando, los 400 millones de pesos que manejan los ministerios de Río Negro y Neuquén representan 10 veces los fondos prometidos por Nación para los productores en esta semana.

Pero como tradicionalmente se dice: el tango se baila de a dos.

Y frente a un Estado ineficiente y poco proclive a respaldar -y respetar- la producción, existe una dirigencia -tanto del lado de los productores como de los empresarios- que termina avalando esta perversa relación en pos de falsas mejoras "sectoriales" que, a la larga, terminan por derrumbar lo poco que queda en pie dentro del sistema.

 

* El tema económico es complejo y más aún cuando se habla de fruticultura en el país. La actividad necesita un horizonte de previsibilidad de unos 10 años para poder desarrollarse en forma armónica; una imposibilidad genética que manifiesta la Argentina desde hace más de medio siglo. Con esta limitante estructural, en cada temporada la fruticultura se juega el ingreso al cielo o al infierno. De ahí que el corto plazo marca el ritmo de la actividad y muy pocos son los que disponen de "espaldas financieras" para sostener proyectos de mediano y largo plazos, tal como se exigen en los países desarrollados.

Un importante CEO de una firma internacional comentó en su momento que "es muy difícil explicarle el negocio frutícola a un europeo que no está en el tema... y más complejo aún es después hacerle entender el negocio de la fruticultura en la Argentina, que nada tiene que ver con lo que pasa en el resto del mundo".

Existe un problema de modelo y de falta de credibilidad. Las limitantes que muestra hoy el programa económico son partes de los históricos ciclos que manifiesta la economía argentina en el mediano plazo. Las economías regionales son los primeros fusibles que saltan en este andamiaje que termina -como tradicionalmente sucede- con una compulsiva corrección en el tipo de cambio para que las exportaciones vuelvan a ganar competitividad.

Pero el sistema frutícola también tiene limitantes propias.

En los ´60 todo era una fiesta. Llegaban los compradores de distintas partes del mundo y los empresarios sólo tenían que ponerle precio a una caja de fruta; el resto lo hacía la demanda. Hoy todo eso cambió en forma vertiginosa. Existen muchos más competidores en el mercado y, a su vez, son cientos los productos frutícolas que se ofertan en las góndolas.

Estos cambios en las condiciones del mercado nunca terminaron de ser absorbidos por los empresarios del Valle. La decadencia llegó así al segmento comercial y, sin dudas, ésta se trasladó a todo el sistema frutícola regional.

Las estadísticas son impiadosas.

Hoy exportamos la misma cantidad de manzanas que cuatro o tres décadas atrás, mientras el comercio internacional para este producto se multiplicó por cinco en el mismo período.

Una simple cuenta lineal nos muestra que cedimos el 75% del mercado a terceros exportadores. Esta relación es realmente dramática: en cuatro décadas no pudimos crecer en el mercado mundial de manzanas (ver recuadro con más información).

Existe una agravante adicional a este dato: en los ´70 los destinos de la exportación eran mercados de excelencia. Hoy sólo el 50% de nuestra oferta se orienta hacia estos destinos, el 50% restante de los embarques de manzana que salen del Valle se concentra en Rusia, Argelia y Brasil.

En las actuales condiciones, la actividad es inviable.

Sigamos con el ejemplo de las manzanas, que sin dudas es el emblema del fracaso del sistema.

La región produce un promedio de un millón de toneladas por año, de las cuales sólo 200.000 toneladas promedio son destinadas al mercado externo.

Es decir que el 20% de lo que se produce en la zona se orienta a mercados que pagan relativamente bien el producto que se oferta. El otro 80% restante ni siquiera cubre los costos de producción.

Alguien puede decir que otras 200.000 toneladas van al mercado interno y allí se obtienen buenos precios. No es cierto: sólo el 12% de la fruta que se coloca en las góndolas locales obtiene valores que compiten con los precios que se logran en los selectos mercados del exterior.

Con estas variables, el sistema está quebrado. Es como decir que un aserradero que está organizado para exportar tirantes de pino dedica el 80% de su producción a la venta de aserrín, producto del desecho de la actividad maderera. Imposible de sostenerse en el mercado.

Si los volúmenes de nuestra producción la extrapolamos en forma lineal a los resultados que obtiene Nueva Zelanda, en donde su sistema exporta cerca del 70% de lo que produce y tiene un esquema comercial que termina por ubicar su oferta un 15% por encima de la media que paga el mercado, el Valle debería exportar cada temporada por unos 570 millones de dólares. Hoy están ingresando por estas ventas externas algo más de 130 millones de dólares. La diferencia (440 millones) es la que está marcando en definitiva la falta de rentabilidad que tiene el sistema de producción y comercialización de la manzana en los extensos valles de Neuquén y Río Negro. En la medida que sigamos exportando sólo el 20% de lo que producimos, no tendremos posibilidad alguna de sostenernos en el mercado.

En las últimas décadas los mercados, el comercio, las comunicaciones y hasta las relaciones interpersonales se han visto modificados en forma sensible. Dentro de este escenario macro es donde se mueve la fruticultura del Alto Valle.

No erramos al decir que la evolución que tuvo el mundo -y también por qué no el país- a partir de principios de los ´70 generó un progresivo deterioro del sistema frutícola en el Valle.

Sus cimientos han sido y están siendo corroídos por diversos afluentes. Tres de ellos son los que intentaremos desarrollar en este escrito: el social, el político y el económico.

* El social. Sin dudas la foto que uno puede analizar de un productor en los años ´60, poco y nada tiene que ver con la del chacarero de hoy. Independientemente de que en aquel entonces con sólo cinco hectáreas de manzanas se generaba un alto nivel de rentabilidad, la palabra chacarero transmitía respeto en los circuitos sociales del Valle. Estaba relacionada, por lo general, con el inmigrante que llegó a la región y participó de aquella revolución que fue el poner en marcha el Valle durante la primera parte del siglo pasado. Se lo identificaba con el trabajo, un valor que, en aquel entonces, era considerado como virtuoso para el desarrollo de una sociedad.

A principios de la década del ´70 las ecuaciones económicas para la fruticultura -por diversas causas internas y externas- comenzaron a virar en forma progresiva hacia los números rojos. Las sucesivas crisis, que cayeron como rayos maliciosos en poco más de dos décadas sobre la actividad frutícola, modificaron el comportamiento de la sociedad y su relación con la producción.

A partir de ese momento, nada volvió a ser lo que era.

Este esquema genera una estructura de sobrecostos imposible de mantener. Porque no es que las empresas reciben 200.000 toneladas de manzanas en sus galpones y eso es lo que se exporta. Reciben tres veces esta cifra. Trabajan y ponen en marcha toda la maquinaria para 600.000 toneladas de manzana, pero de ellas sólo 200.000 salen al exterior, que es donde verdaderamente se obtiene valor por esta oferta. Gran parte de este desmanejo mencionado termina siendo trasladado a la fruta, que es la que en definitiva soporta todos los costos de la cadena.

Los cambios en el segmento comercial se tornan imperativos para el Valle. Seguir con los esquemas tradicionales de ventas profundizará el progresivo deterioro que se observa en el sistema.

 

Conclusión

La manzana es el "pretexto" para movilizar, alrededor de ella, todo un sistema. Paradójicamente, es esta fruta la que más sufre las embestidas de estos sectores que pujan por tomar una rentabilidad que hace tiempo dejó de existir. Los gobiernos provinciales y nacionales sacan de ella fondos a través de impuestos; los transportistas cobran para llevarla hasta los lugares de venta, los obreros toman su renta con la transformación del producto; los operadores con la intermediación que se genera, y así podemos seguir dando innumerables ejemplos de aquellos que "viven" de este noble producto.

Todos toman la parte que consideran que le corresponde de la manzana. Un acto totalmente lícito dentro de las reglas de juego del capitalismo. El problema es que la manzana ya no puede dar las utilidades que antes repartía a todo el sistema.

En la medida en que no generemos cambios y que éstos se transformen en una mayor riqueza, las proporciones a tomar de esta manzana estarán cada vez más limitadas.

Hace ya décadas que ingresamos en un círculo vicioso, un estadío de profunda regresión que difícilmente pueda revertirse con los 40 millones de pesos anunciados "en conferencia de prensa" por la Nación.

Quedándonos sólo con esta foto, sin dudas, estamos errando otra vez en el camino.

 

Humillante estadística sobre el comercio de manzana

El sistema frutícola internacional evolucionó en forma favorable y la manzana no quedó fuera de este escenario. Pero en la Argentina la producción de esta pomácea mostró severos signos de retroceso. "Se perdió el tren", confesó un importante operador externo al ser consultado por la crisis frutícola que vive el sector.

En la década del '70 varios eran los países del hemisferio sur que exportaban esta fruta. La Argentina, por lejos, era el que lideraba el mercado internacional. Las estadísticas muestran que en 1970 las exportaciones argentinas de manzanas totalizaron las 190.000 toneladas, seguida por Australia con ventas por 150.000 toneladas, Sudáfrica con 110.000 toneladas, Nueva Zelanda con 41.000 toneladas y Chile con 20.000 toneladas. Cerrado el 2010, es decir cuatro décadas después, Chile lidera el ranking con 780.000 toneladas de manzanas exportadas, Nueva Zelanda con 260.00 toneladas embarcadas, seguida por Sudáfrica con 310.000 toneladas y la Argentina ocupa el cuarto lugar con exportaciones algo mayores a las 180.000 toneladas; unas 10.000 tn menos que las consolidadas en la temporada de frutas 1969/1970.

Estas frías estadísticas nos tendrían que hacer replantear qué modelo queremos para nuestra fruticultura. No hay que ir muy lejos para estudiar cómo remontar esta pendiente. Nueva Zelanda o Chile son algunos de los ejemplos que deberíamos mirar.
 

   
   
 
 
 
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