Los mujeres de Allen producen conservas saladas y dulces cuya materia prima es la pera. En el año 2004 obtuvieron un premio de un concurso organizado por la Secretaría de Turismo y el Ministerio de la Producción de Río Negro y desde entonces no dejan de crecer. Este año inauguran fábrica propia.
El microemprendimiento fue bautizado "Ruca Antú" (casa del sol) por sus fundadoras, Lidia Doberer y Dora Calderón. Todo comenzó en el pico de la crisis (año 2002), cuando fueron invitadas a participar de una iniciativa de la Cámara de Productores de la localidad: una feria de productos locales que se hacía en la ex fábrica Bagliani (Feria La Chimenea). Se animaron y llevaron sus primeros envasados.
En la feria participaban 45 micremprendedores, varios de los cuales adquirieron fama por sus productos, como Dora y Lidia, que a raíz de esta presentación en sociedad fueron invitadas a participar en la Fiesta de la Pera. Tiempo después, el gobierno municipal eligió sus productos para utilizarlos como obsequio institucional.
Pero la historia de ambas se inicia antes, en la memoria, en el acto de escribir una receta o de hacerla y hacerla hasta memorizarla. En el tiempo en que estas dos mujeres recibieron ese legado de sus familias. "Mi abuelo paterno, Godofredo Doberer, era austríaco", cuenta Lidia. "Vino de Europa como inmigrante con tres hijos a cargo, mi papá de 14 años y la menor recién nacida. Mi abuelo había quedado viudo y el primer trabajo que consiguió fue en la cocina de un circo. Con el circo y con sus hijos recorrió el país. Con el tiempo se radicó en Córdoba, donde inauguró el primer restaurante Münich de la capital, en pleno centro, Colón y General Paz. El abuelo se volvió a casar y abrió un hotel en la Sierras Chicas de Córdoba, donde había muchos alemanes. En el hotel tenían una plantación de frutas y verduras impresionante. Se aprovechaba todo lo que había. Las recetas agridulces me vienen de mi familia paterna, al igual que los productos con manzanas, propias de la cocina austríaca, y fijate que las recetas pasan de mi abuelo a mi papá, Rodolfo, y de papá continuaron las tradiciones en mí, que fui hija única. Mi mamá, Mercedes Torres, trabajaba en la cocina del restaurante del abuelo. Así que aprendieron del mismo maestro".
Lidia creció en Córdoba, donde se recibió de técnica en Laboratorio. Trabajó en un hospital hasta que se casó con Héctor Gordillo, que era de Santa Rosa, La Pampa, donde hicieron escala un año, antes de mudarse a Río Negro. Su marido, bioquímico y farmacéutico, soñaba con tener su laboratorio propio y decidió probar suerte en el sur. Viven en Allen hace 38 años.
Lidia se mudó con una beba de 15 días y consiguió trabajo de preceptora en la escuela especial. Tenía título de maestra, hizo el profesorado, tuvo dos hijos más y llegó a ser directora de esa institución. Se jubiló como supervisora de Escuelas Especiales hace 10 años y a partir de entonces comenzó otro capítulo de su vida.
"Tuvimos la oportunidad de comprar cinco hectáreas y no la desaprovechamos. La idea original era hacer allí una granja didáctica, pero finalmente se convirtió en la base de nuestro microemprendimiento. La chacra tenía una linda casa y dos hectáreas de peras. Pero antes de eso pasaron algunas cosas. Cuando mi hija mayor, Ana Gabriela, decidió formar su familia, se mudó allí, tuvo dos hijos e instaló en el lugar una radio (´Gabriela G´); actualmente quien vive en la chacra es mi hijo, Héctor Miguel, técnico en Medio Ambiente, quien tiene dos hijas y es también emprendedor. Mi hija María Alejandra, bioquímica, trabaja con mi marido y hace en Bariloche un posgrado de la Universidad de Río Negro, una especialidad vinculada a residuos cloacales. Ella también es una enamorada de la tierra; plantó frutillas y cría conejos. Todos mis hijos trabajan en la chacra. Las chicas siempre tuvieron su huerta, pasan la siesta trabajando allí como hobby. Yo uso las dos hectáreas de peras y juntos estamos con Adeco (Agencia de Desarrollo Confluencia) a punto de hacer un secadero de frutas. El proyecto que hicimos nosotros nació familiarmente. No hubiese hecho nada sin el apoyo de mi familia".
Éste fue el tiempo de consolidación de un proyecto y, al mismo tiempo, de la conformación de una sociedad. "Mi socia, Beba Calderón, es ya parte de mi familia. Nos conocemos de muchos años, del tiempo en que ella era secretaria de Acción Social del municipio y yo estaba en el Consejo del Discapacitado", relata Lidia, quien también fue muchos años presidenta del Consejo de la Mujer en Allen.
Hace 10 años que cocinan juntas. Si bien cada una tiene sus preferencias, el emprendimiento es compartido. "Ella me propuso envasar las peritas de Navidad. Yo le dije que estaba loca. ¿Viste lo que son esas peritas? ¡Dan un trabajo chino! Pero bueno, hacemos de todo, ella es más de lo salado, yo más de lo dulce. Pero ambas estamos en el proceso creativo. Cocinamos juntas y a ambas nos encanta hacerlo. Ahora estamos en los últimos preparativos para la Fiesta Nacional de la Pera, nuestro gran evento del año" (se realiza en Allen los días 22, 23 y 24 de enero).
Reconocen que fue un antes y un después el premio del 2004. "La verdad es que deberían continuar con estos premios, porque no sólo son un gran estímulo personal, nosotras nos dimos cuenta de que habíamos perdido el tiempo, que tendríamos que haber hecho una fábrica antes, porque teníamos un producto con aceptación".
Desde entonces hacen kilómetros difundiendo sus envasados. Este año estarán en La Rural, en el stand de Río Negro.
Empezaron con un hobby y ahora construyen un emprendimiento agroturístico. Desde que este proyecto comenzó a gestarse pasaron 10 años. Una década de aprendizaje. El premio fue un estímulo para estas mujeres, que tras recibirlo decidieron soñar con una fábrica propia. "Nos atrevimos; otro de nuestros lemas es ´se puede´. Teníamos materia prima, conocimiento, espacio físico y obtuvimos financiamiento para comprar un container refrigerado que nos permitirá conservar la fruta todo el año. ¿Cómo no íbamos a poder?".
En este año del centenario de la localidad inauguran su fábrica, que levantaron con recursos propios y un crédito del BID de 20.000 dólares que les permitió terminar de conformar toda la cadena de producción. Se trata de una planta de características únicas en la localidad.
"El financiamiento fue usado para terminar de cerrar el microemprendimiento: somos cuatro emprendedores: mi hijo con la miel, mi hija con frutillas, mi otra hija con plantas aromáticas y yo necesitaba el container refrigerador. Aparte vamos a tener cuatro meses un tutor para afinar el proyecto, un ingeniero agrónomo", relata Lidia.
El lema del trabajo de Lidia y Beba es "Sabor, calidad y seguridad". Desde su origen el microemprendimiento tuvo asesoramiento y controles bromatológicos, ya que sus productos no contienen aditivos, colorantes, ni sal. La calidad y la seguridad son la clave de elaboración. "Vivo con un detector de PH, continuamente hago análisis, nos monitorea el INTI y Bromatología. Éste es nuestro diferencial, la garantía de calidad y la seguridad".
El emprendimiento forma parte de la Ruta de las Peras y las Manzanas, a propuesta del INTA, y el INTI planea comercializar sus productos. Tienen registrados cuatro de la línea agridulce: "El producto estrella es el escabeche de pera; luego el chutney de pera, mostarda de pera y peras agridulces", comentan. "También hacemos licores, pero sobre todo por pedido".
Mientras terminan de equipar la fábrica, piensan en productos nuevos como una pulpa, un puré y una manteca de peras.
Estas mujeres que hicieron de la crisis una oportunidad tienen, sobre todo, el proyecto de seguir creciendo y de seguir creando.