Ignacio Prieto nació el 11 de diciembre de 1913 en Quintanilla de Somoza, provincia de León, España. Allí pasó los primeros años de su vida corriendo en los prados entre chopos y robles, hasta que a los 15 años se embarcó rumbo a América. En la ciudad de Buenos Aires lo esperaban sus hermanos, que ya habían hecho pie en la Argentina. Apenas permaneció dos meses en la capital porque se marchó inmediatamente a trabajar al interior de la provincia.
En 1941 llegó en tren a Río Colorado, un punto del mapa desconocido para él. Al bajar al andén se encontró con un lugar pequeño pero que ya pintaba como pueblo. En verdad se trataba de un puñado de viviendas en pocas manzanas, rodeadas de tamariscos y lagunas.
Llegó a las nueve de la mañana y él mismo confesó oportunamente que le impactó enseguida lo que vio durante los primeros pasos en su nuevo destino. Dio un recorrido por las polvorientas calles y aseguran que apenas retornó de su paseo exclamó "yo de acá no me muevo más".
Ignacio venía con trabajo asegurado en Casa Aznárez, un negocio de ramos generales. Los cuatro socios de la firma eran oriundos de su pueblo natal y uno de ellos era su hermano. Vale decir que en aquellos tiempos el sistema de comercialización era muy distinto del actual. Toda la mercadería llegaba por el ferrocarril desde Buenos Aires.
Casa Aznárez pedía tres o cuatro vagones de mercadería para tener stock por un período de tiempo prudencial hasta el nuevo pedido. Fue por ello que el primer salón de ventas estaba ubicado frente a la estación del ferrocarril. Tenía cincuenta metros de sótano, donde se acomodaban las mercaderías del almacén, tienda y ferretería, entre otros rubros. También allí funcionaba la agencia de autos Ford.
Cabe recordar que don Aznárez empezó el negocio dentro de un pequeño galpón de barro, con piso de tierra, a principio del siglo XX, que se llamó primero "Sol de Mayo" y años después "Casa Aznárez".
Retornando la historia de don Ignacio, en 1946 ya se había convertido en socio de la firma en virtud a su trabajo y dedicación. Fue en una época en la cual pasaron a ser corresponsales del Banco Español de Bahía Blanca y entonces todo el movimiento financiero de la localidad pasaba por la casa.
Es menester señalar que la relación que se mantenía con los clientes era muy especial. Resultaba difícil que un habitante de Río Colorado no tuviera una cuenta corriente en Casa Aznárez y esas cuentas se arreglaban cada dos o tres meses. Lejanas épocas donde la palabra era confianza y ley, nada se firmaba y todo se cumplía.
Tras el fallecimiento de don Joaquín Aznárez, la firma decidió en 1947 edificar en la esquina tradicional de Yrigoyen y Belgrano, exactamente en el mismo lugar donde permanece actualmente. Allí expandieron los rubros, generando un sólido vínculo con la comunidad de Río Colorado.
Sin embargo, algo ocurrió un 26 de febrero de 1968, noche durante la cual don Ignacio vivió uno de los momentos más amargos de su vida. Edificio, estanterías, mostradores, mercadería y documentación quedaron reducidos a cenizas por un incendio que no dejó nada en pie. Las causas del siniestro nunca se conocieron, sumando misterio al desconcierto y desazón que abatieron a los socios de la firma y a la clientela en general.
El incendio ocurrió un domingo a la noche y se extendió hasta el lunes a la madrugada. Ese mismo lunes Ignacio viajó a Buenos Aires para hablar personalmente con los proveedores y explicarles lo que había sucedido.
"Pida lo que precise", le contestaron en una gráfica muestra de la confianza que tenían depositada en la firma.
"Mira que no quedó nada" les volvió a decir don Ignacio. "Pida lo que precisen y paguen cuando puedan", fue la respuesta de todos.
Los clientes también hicieron un importante aporte al renacimiento de Casa Aznárez. Se dice que hacían cola para saldar sus cuentas corrientes y permitir de esa manera la reconstrucción del lugar.
Cuando regresó de Buenos Aires, Ignacio se encontró con don Luis Alonso, uno de los principales accionistas. Y lo primero que le salió fue una pregunta "¿y ahora don Luis, qué hacemos?" y éste contestó con tranquilidad: "Hay que seguir, hay que empezar a vender". Y así fue.
Allegados a la firma manifiestan que don Ignacio siempre recordaba con emoción esa muestra de cariño y apoyo de los vecinos en aquellas crueles circunstancias. Tras el siniestro, los señores Mario y Ernesto Benini, al igual que el señor Josué Prates, ofrecieron sus salones hasta tanto se pudiera reconstruir el edificio incendiado.
Los directivos de la firma aceptaron el ofrecimiento de los hermanos Benini y trasladaron la tienda a las instalaciones situadas en Echeverría y Sarmiento. Para continuar con la venta de las demás secciones, como almacén y ferretería, se acondicionó el actual depósito de mercaderías sobre calle Belgrano.
El 17 de marzo de 1969, luego de haber refaccionado parte del edificio, se trasladó la tienda y el 21 de julio del mismo año, ya reconstruida en su totalidad, se llevaron también las secciones ferretería y almacén, quedando así, y en forma definitiva, de igual manera como se encontraba antes del incendio. Sin dudas se sorteó un obstáculo que puso a prueba el tesón de los propietarios.
Ignacio Prieto se casó con Nilda López y de esa unión nacieron tres hijos: María Graciela, Luis Alberto y Eduardo Gabriel, quienes siguen sus pasos en el comercio, varios nietos y bisnietos. Lamentablemente don Ignacio ya no está con nosotros, pero quienes lo conocimos lo recordamos con mucho cariño y respeto por todo lo realizado en su vida.
ALBERTO TANOS
DARÍO GOENAGA