Se trata de un emprendimiento de mujeres. No podía ser de otro modo. Ellas tienen el don de quitarles lo efímero a las flores. De perpetuar su belleza.
Raquel y Mariel Celio son madre e hija, y hace 20 años ven crecer un vivero que nació casi por casualidad. Cuando una amiga les propuso cultivar un peculiar tipo de flores, denominadas "flores secas".
"Empezamos con mamá y mi hermana Livia, cuenta Mariel. Cuando comenzamos no sabíamos nada de este tipo de producción. Estudiamos, aprendimos por ensayo y error y hoy, 20 años después, podemos decir que nuestro emprendimiento está sólido y que tenemos el orgullo de ser el único vivero de Bariloche que hace este tipo de flores".
La familia Celio vivía en Pilar, provincia de Buenos Aires, pero en 1976 decidieron dejar Buenos Aires.
"Una prima mía vivía en Bariloche, cuenta Raquel. Vinimos y nos pareció precioso. Justo esta chacra, en la que vivimos, estaba en venta. Cuando llegamos no había ni luz, ni gas. Acá vivía su dueño, un paisano del lugar. Finalmente le compramos, el hombre me dijo "señora, le dejo el toilette" y me mostró: en la chacra había una vertiente, un manantial, y al lado de un frutal tenía un jaboncito y un cepillo prendido a una cola de caballo. ¡Ése era el toilette!"
Compraron 4 hectáreas sobre la costa del lago, a pocos metros del desvío que lleva al aeropuerto de Bariloche, en el km 1.638, sobre la Ruta 40.
El marido de Raquel, Eduardo Celio, puso allí un criadero de pollos. "Lo tuvimos algunos años, pero la verdad es que el clima no es bueno para un emprendimiento de ese tipo, al menos era muy dificultoso en ese entonces, pues no había servicios y se congelaba todo, ¡hasta los huevos y el agua de los pollos!", cuenta Mariel.
Años más tarde, en lo que era entonces un extremo deshabitado de Bariloche, nacía el vivero "Flores del Manantial".
Creen que su inclinación por las actividades agrícolas fue motivada por el hecho de vivir en el campo. "Una amiga nos convenció de plantar porque teníamos muy buena tierra y agua. A ella se le ocurrió lo de las flores secas, la idea fue que nosotras cultivábamos y ella hacía los ramitos y los vendía. La verdad es que no sabíamos nada. Empezamos de cero, recuerda Raquel. Cuando nació el proyecto estaba con mi hija Livia en Francia y allí compramos libros y semillas, que son especiales puesto que no todas las flores se pueden secar".
Mientras ellas estaban en Francia, Mariel empezó a sembrar sus primeras flores. "Mi mamá y mi hermana volvieron y allí comenzamos una multiplicación enorme de flores. No dejamos de crecer en todo este tiempo".
Empezaron a plantar un poquito, las tres o cuatro variedades de las flores más conocidas como las Siempre Vivas. Vendieron todo. Así que se animaron y experimentaron con variedades nuevas. "Primero cultivamos flores a la intemperie y luego hicimos invernáculos. Un vivero de Inglaterra nos mandaba todas las semillas, pero eso se cortó hace unos años porque el Senasa comenzó a restringir la importación. Lo insólito es que ese vivero, que es de los más antiguos de Inglaterra, testea todo su material y vende semillas a todo el mundo sin problemas. A partir de entonces comencé a sacar semillas de mis propias plantas, elijo las mejores, las más lindas y guardo sus semillas; otro poco compro en Buenos Aires, semillas que vienen de Holanda, para mejorar las mías".
Mariel estudió producción agropecuaria y siempre atendió su emprendimiento de modo directo, desde la siembra a la cosecha y la venta.
En este tipo de cultivos hay flores perennes y anuales. En los tender del vivero, donde se secan las flores que cultiva Mariel, hay una gama increíble de colores. El vivero es único en la Patagonia, por la gran variedad y su crecimiento sostenido. Actualmente envían sus flores a todo el país.
"Tenemos clientela de hace muchos años, muchos están en la actividad turística, llevan nuestras flores para adornar hoteles, hosterías. Ahora el flete está muy caro y lo notamos. Vendemos en este momento más fuerte en el sur. Invertimos y reinvertimos todo desde que comenzamos. Este trabajo es muy muy trabajoso y -siempre digo- no te comprás una 4 x 4. Es divino pero no te enriquecés. La producción de este tipo, de consumo suntuario, siente las crisis económicas", resume.
"Aprendimos a fuerzas de golpes. No había internet, no te contaban los secretos aquellos que sabían, sólo nos valíamos de los libros. Hicimos algunas pruebas y nos salieron mal. Luego aprendimos a glicerinar, a usar el calor exacto para secar en el cuarto oscuro, a calibrar el tiempo que necesita cada variedad", completa su madre.
La cosecha empieza en diciembre. Las flores cultivadas en invernadero son las primeras en amanecer; desde enero a mediados de febrero es el pico de floración. Hasta mayo hay flores, hasta las primeras heladas fuertes. El cuidado es constante. Se desyuya, se cura, se cosecha y el ciclo continúa puertas adentro. Se glicerinan las flores, se secan con máquina durante una semana y luego se almacenan en un depósito totalmente oscuro, para ser vendidas durante todo el año.
Entre una cosecha y otra hacen ramos, arreglos que exponen y venden en local bellísimo que tienen al lado del galpón de guarda de flores. En esta tarea participa toda la familia. "Ayudan todos, mi hermano, mi papá; mi hermana dejó la sociedad con nosotras porque puso unas cabañas, pero también está presente, cuenta Mariel. Es un trabajo arduo pero bellísimo. Me encantan las flores. Tuvimos altos y bajos. Cuando el país anda bien, vendemos todo; cuando anda mal, nos cuesta un poco más vender; pero es una actividad gratificante, creativa. El trabajar con flores te anima, vivís rodeada de belleza. Seguís los ciclos de la naturaleza y aun en los peores momentos, tus flores vuelven y volvés a creer".
Susana Yappert
lanegrayappert@hotmail.com