Su casa es una suerte de anticuario, donde conviven muebles añosos con objetos del mundo criollo. El hombre es un cultor de las tradiciones y, como tal, con su mirada demorada en el pasado. Gran parte de su vida la dedicó a las danzas nativas y al oficio de apicultor. Tareas que intercala con otros oficios, uno en la administración pública de Neuquén y otro en la poesía. Vive en Allen junto con su esposa y sus hijos y cuenta que está haciendo un libro para el centenario de la ciudad. Allí vuelca recuerdos y fotos de su infancia que transcurrió en una de las estancias modelo de Río Negro, la estancia Flügel.
Su padre, Gerardo Martínez, trabajó allí 50 años. Fue el herrero del lugar, oficio que aprendió con los padres salesianos. Gerardo Martínez nació en Chile en 1916 y cuando tenía 8 meses sus padres migraron a la Argentina. Pasaron por Lago Puelo y finalmente se establecieron en Bariloche.
"Mi papá hizo la primaria con los salesianos que estaban en la capilla San Eduardo, cerca del Llao Llao, y siendo muchacho trabajó con Primo Capraro cortando piedras que se usaron en la construcción del Centro Cívico. En un momento, cerca de los 20 años, decidió venir al Alto Valle. Lo hizo a caballo desde Bariloche hasta Allen, alrededor de 1940. Acá no conocía a nadie. Trabajó 8 años en el establecimiento El Manzano, de los Piñeiro Pearson. Estando allí, lo fue a ver el señor Hans Flügel, quien buscaba un herrero de mucho oficio. Le ofreció trabajo en la estancia y allí se mudaron con mi mamá, Teresa Retamal, oriunda de Loncopué".
Martínez -cuenta su hijo- le dijo a Flügel que lo tomara a prueba un año y así se darían cuenta de si se aceptaban como peón y como patrón. Martínez debía atender todas las maquinarias de la estancia, hacer los trabajos de herrería y cerrajería, mantener las instalaciones eléctricas y además de eso cultivar sus verduras y atender sus colmenas. En la estancia nacieron los 7 hijos del matrimonio. "No sobraba nada, pero tampoco faltaba, teníamos una vida austera como familia numerosa, aun así en ese tiempo a nadie se le ocurría pedirle al Estado una caja de alimentos, nos transmitieron que la dignidad de la persona está en valerse por sí mismo", cuenta "Lalo".
Los hermanos Martínez fueron a la escuela 27. Algunos de ellos trabajaron en la estancia. "Mi hermano Jorge fue el que más tiempo trabajó. Yo cuidé ovejas, aprendí a hacer inseminaciones, trabajé en la estancia unos dos años, después se me dio por el arte, formé parte del grupo de malambo Los Baguales, con el que anduvimos por el país y el exterior. Carlitos Monzón nos llevó a Buenos Aires, había venido a Allen durante la Guerra de las Malvinas para recaudar fondos y nos presentamos. Monzón nos conectó con gente, eso nos ayudó. Estuve también 2 años en Santiago de Chile trabajando en Canal 13, pero volví a Allen".
En 1980 "Lalo" conoció a su esposa, Raquel Balda, con quien tuvo tres hijos. Ella es también profesora de danzas nativas.
Gerardo Martínez trabajó en la propiedad de Guerrico hasta que pudo, cerca de los 80 años, don Flügel había muerto en 1966 y la estancia había quedado a cargo de su esposa, quien después alquiló la propiedad. "Mi papá vivió hasta los 92 años, después de dejar la estancia se dedicó a sus abejas y a trabajar piezas en granito". Su hijo Lalo siguió con las colmenas, hoy exporta miel con una cooperativa de Centenario. Tiene sus colmenas en Añelo, lugar al que llegó en 1987 como profesor de danzas nativas.
"Nosotros tuvimos una infancia preciosa, siempre me sentí un afortunado por haber pasado tantos años en ese lugar, en contacto con animales, plantas, viviendo en la naturaleza. De pibe viví cosas increíbles, una vez vi nacer en la estancia el arco iris. Vimos cómo una alameda cambiaba de colores y corrimos hasta ese lugar. ¡Fue un regalo de la naturaleza que nos pintó con el arco iris! Nos quedamos mirando extasiados y cuando salimos de ese estado mágico, fuimos de a uno por vez a meternos en la alameda para observar cómo cambiábamos de colores nosotros también".
De este tiempo emanan sus mejores recuerdos, los veranos cálidos, la esquila, las fiestas que celebraban en aquel lugar. Recuerda a las hijas de don Flügel, cuando en las navidades llegaban repartiendo regalos. "Las esperábamos ansiosos, venían con un carrito tirado por perros, un carrito hermoso con ruedas de madera y baranditas, color celeste, lleno de juguetes", cuenta.
La estancia cultivó también mitos y leyendas. Una propiedad que llegó a las 1.000 hectáreas, fue poseedora de un estilo de gestión que se tomó como modelo. Sus propietarios reprodujeron un estilo de vida europeo, tan sofisticado como extraño para el criollo; fue también un vivero de historias. Esa extrañeza, casi ajenidad, alimentó lo que Lalo denomina "creencias populares". "¿Conocés la historia del culebrón?", pregunta. "La peonada decía que en el chalet de la costa estaba el culebrón que protegía la fortuna de Flügel. Éste era un animal mitológico que algunos describían como una culebra grande con plumas. Hace poco hablaba con el nieto de don Flügel, Carlitos, el hijo de don Otto y doña Margarita, y le preguntaba si conocía esa historia, ¡no tenía ni idea!"
"Para mí esas historias tienen un sentido, hablan de la gente y de sus temores. La gente decía ´si viviera Berbel o si viniera Larralde, las cosas que escribirían de este lugar´ y yo pensaba que ellos no conocían la estancia, en cambio yo sí, entonces me decidí a escribir". Empezó a bosquejar un libro con sus recuerdos en la estancia hace años, cuenta que empezó escribiendo sectetas y continuó en estilo narrativo. Quiere tenerlo impreso para el centenario de Allen. "En el libro escribo mis recuerdos. Hago una semblanza del patrón, entre él y la peonada había distancia, una distancia que se zanjaba con el mayordomo. Destaco la economía perfecta que tenía el establecimiento. Allí no se tiraba nada. Ni un pedacito de alambre".
¿Qué fue esta estancia para el Valle?, le pregunto. "La estancia y don Hans Flügel fueron un gran referente. Era la estancia modelo, uno de los lugares donde todos aspiraban trabajar, porque pasó por allí muchísima gente de distintas latitudes que venía a la zona a trabajar. La estancia fue como un pueblo dentro de otro pueblo, tenía vida propia y todo funcionaba a la perfección. Luego murió el patrón y las cosas cambiaron, la Argentina también cambió y de aquella estancia modelo no quedaron más que los recuerdos".
Susana Yappert
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