a reserva mundial de abejas no está disminuyendo como se creía. En cambio, aumentó la demanda de cultivos que las requieren para ser polinizados. Éstos, irónicamente, no constituyen la base alimenticia de la humanidad. Y su manejo, tal como está establecido, puede tener un alto costo ambiental.
La investigación llevada a cabo por el Dr. Marcelo Aizen, investigador del Conicet de la Universidad Nacional del Comahue-Bariloche, y el Dr. Lawrence Harder de la Universidad de Calgary, Canadá, señala que mientras las poblaciones de abejas están declinando en algunas partes del mundo, la cantidad mundial de las abejas mieleras (Apis mellifera) domésticas ha aumentado durante los últimos 50 años.
La disminución de abejas observada en Estados Unidos y en algunos países europeos, incluyendo Gran Bretaña, que ha sido atribuida a ácaros parásitos y más recientemente a la desaparición masiva de obreras durante sus vuelos de recolección (Colony Collapse Disorder), puede llevar a considerar a éste como un fenómeno global, pero no es así. Tras analizar los datos de la Organización de la Alimentación y Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) sobre las tendencias en el número de colmenas de abejas comerciales, los autores del trabajo concluyeron que la reserva global de abejas domesticadas ha aumentado aproximadamente un 45% durante las últimas cinco décadas. Ese aumento responde a la creciente demanda de miel desde la población humana más que a una necesidad mayor de polinizadores.
Pero la noticia no es del todo buena. El mismo estudio muestra que cultivos considerados "de lujo" y que sí dependen de polinizadores para su producción, están triplicándose desde la caída del comunismo en la anterior URSS y Europa del Este debido a la globalización. La acelerada demanda de estos cultivos está poniendo la capacidad global de polinización bajo considerable estrés: como las abejas domésticas no alcanzan para polinizarlos, se genera una "succión" de polinizadores salvajes desde los medios naturales circundantes, atraídos por la oferta de néctar "fácil", y éstos descuidan su función original poniendo en riesgo sus hábitats naturales, esta vez no por una razón biológica sino directamente económica y política. Estos cultivos son los que provienen de climas tropicales (como mangos, guayabas, y nueces de Brasil y de Cajú) o templados (como frambuesas, cerezas y ciruela) y ahora están disponibles en cualquier supermercado como consecuencia de la globalización.
Si a esto se le suma el aumento en la demanda de tierras para la agricultura, que también acelera la destrucción de hábitats que ahora sostienen a miles de especies de polinizadores salvajes, la consecuencia será una caída en el rendimiento de esos cultivos. "Esto podría conducir a un aumento en los precios de mercado que, sin duda, resultaría en un posterior incentivo para su cultivo. Así se crearía un circuito de retroalimentación positivo promotor de más destrucción de hábitats y un posterior deterioro en el servicio que los polinizadores brindan", explican Aizen y Harder.
El estudio advierte sobre que semejantes costos ambientales deben tenerse en cuenta durante el desarrollo de políticas de agricultura y conservación. Los agro-ecosistemas manejados con menor intensidad y que preservan parches de hábitats naturales son los que pueden sustentar comunidades abundantes y diversas de polinizadores naturales.
ALEJANDRA KENIGSTEN (*)
alejandra.kenigsten@gmail.com
(*) Bióloga y periodista
científica