Según recuerda uno de los nietos, el abuelo Juan Pedro Lang vino desde La Pampa. Allí había una colonia de alemanes del Volga. Probablemente había nacido en ese lugar. Pero vino, ya de joven, a radicarse en la zona de Patagones en las primeras décadas del siglo pasado.

En ese tiempo, según les contaron a Mauro (28) y a Bruno (26) Lang, la tierra no tenía dueño. O por lo menos la que no estaba sobre la margen que da junto al mar, que era propiedad de militares. Así que como iban llegando los "rusos" -como a ellos mismos les gusta llamarlos- levantaban un rancho y empezaban a cultivar la tierra. Pero en algún momento, en la época de Perón, el Estado les dio oficialmente una pequeña extensión de hectáreas a esos colonos.

Los "rusos de frente blanca" -les dice Mauro mientras ríe a carcajadas, en alusión a la marca que les dejaba el sombrero a estos agricultores que trabajaban todo el día al sol- tenían familias numerosas, cada uno con una o varias tareas asignadas en el sostenimiento de la economía hogareña. En las fotos color sepia que estos hermanos conservan de ese pasado lejano y común se pueden distinguir esas frentes resplandecientes debajo del pelo engominado que posan para la cámara en alguna fiesta de la comunidad o casamiento.

La familia Lang, con Juan Pedro a la cabeza junto con doña Anacleta y sus seis hijos -René, María, Bety, Magdalena, Juan Pedro y Jorge-, establecieron un precedente de trabajo y esfuerzo como tantos otros.

Ahora los descendientes de estos colonos se mueven y sobreviven en un mundo que ha cambiado completamente con respecto al de sus abuelos.

Mauro y Bruno, hijos de Jorge, el menor de todos los hermanos Lang, mantienen ese legado de su familia que está ligado a la tierra. El primero es chef y empresario gastronómico. Le ayuda periódicamente a su hermano menor en las tareas del campo y lo escucha atentamente en sus planteos.

De los dos, sólo Bruno estudió administración agropecuaria y se quedó en el campo a recrear, como su abuelo y su padre, la difícil tarea de trabajar la tierra. Hoy apuesta a un cambio de paradigma.

"La idea de la siembra directa es una tecnología que no es nueva. Tal vez sí en esta zona, pero es muy común en otros lugares", comentó Bruno al reflexionar sobre el problema de la desertificación que acecha a la región.

Si bien se realiza un ciclo de recambio de la tierra en donde se trata de que ésta descanse por un período de la siembra, alternándolo con ganadería, por ejemplo, no es suficiente a la hora de mantener el equilibrio de los recursos con los que cuenta el suelo.

Uno de los beneficios de este método es que no se remueve la tierra, no se rompe la superficie y no se genera desertificación.

"La siembra directa te protege de la lluvia y del viento. A la larga te va a formar estructura en el suelo, y esto es bueno porque no permite que se ´vuele´ y mantiene la humedad en lo profundo por acumulación de lo que recibe de las lluvias. Esto es un proceso a largo plazo; tal vez de cinco, diez o más años, que podría dejar que nuestros hijos y nietos recibieran una tierra que pudieran trabajar y no un desierto", agregó y recordó que la zona, por sus particularidades geográficas, tenía una gran cantidad de materia orgánica, de aproximadamente el 4%. "Ahora, si vos vas a cualquier campo no encontrás más del uno por ciento", puntualizó.

Bruno detalló que el factor más complicado, desde el punto de vista económico, es conseguir la máquina sembradora. Pero aun así significaría la continuidad en el tiempo de una economía social que tiene más de tres o cuatro generaciones de existencia.

Si bien enfatizó que este tipo de cultivos de siembra directa al que se denomina "orgánico" es muy apreciado, en el mercado europeo explicó que en ciertas situaciones la economía familiar requiere de recursos que es necesario conseguir a través de muchos sacrificios como la postergación de los propios sueños.

"La posibilidad de cambiar se puede hacer a la larga, pero también es una cuestión de rentabilidad. Es lógico que el productor busque tener sustento para sus familias ahora. El tema también es el tamaño del campo que trabajás y lo que te pide la familia", opinó Bruno.

Mientras uno de los hermanos piensa en la sustentabilidad de la tierra que recibieron de su padre, el otro mira desde otro lugar las posibilidades que ofrece el campo.

"A mí me parece demasiado acotado el sistema que hoy se emplea, además de que esta actividad no propone ningún cambio. Y no es por el trabajo, pero no sé si sembrar trigo y criar vacas es lo que deseo para mí", confesó Mauro, propietario de un negocio de comidas en el centro de Patagones, a pesar de haber sido criado realizando las mismas tareas que ahora su hermano Bruno hace por su cuenta.

Entre un pasado que vuelve a través de esos mismos métodos de trabajo que emplearon por generaciones estos labriegos y el deseo de renovación, los hermanos Lang resisten con esfuerzo y trabajo, como una vez lo hicieron sus abuelos y sus padres.

Ahora la familia se agranda y ya hay otro Lang que corre por el casco del campo cuando visitan al tío Bruno. Samuel es el hijo de Mauro y no conoció la infancia de su padre y de su tío. Vive en el pueblo y probablemente tendrá una visión un tanto diferente de la que tienen sus mayores. Y así sucesivamente, como ocurre en todas la familias.

Mientras el mundo cambia y se transforma por el accionar de la mano del hombre, estos hermanos siguen en pie buscando un futuro para la familia y este legado que está unido a la tierra.

Emanuel Lagos

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