En la entrada misma de la chacra ubicada en Colonia Juliá y Echarren se aprecia la delicada mano de una mujer. Por la prolijidad, por la presencia de flores y el detalle de las dos ruedas de tractor pintadas al lado de los dos pinos. El resto de la extensión mantiene la armonía, con un monte frutal con una conducción moderna, orden y limpieza en todos los cuadros, lo que refleja esfuerzo y trabajo.
El lugar es propiedad de Zulema Elsa Bigi (60), quien desde hace quince años -cuando falleció su marido Jorge Diez- conduce las riendas del establecimiento de ocho hectáreas poblado de frutas de carozo y las nuevas variedades de manzana. La ayuda en la dura tarea su incansable hija Noelia, en tanto su otro hijo, Leandro, estudia agronomía en la Universidad Nacional del Sur.
Su ligazón con las chacras viene desde su infancia, cuando junto con sus padres Aurelio Bigi y Olga Azcón se sumaba a los trabajos, mitad por diversión y otro tanto para estar cerca de mamá y papá. Sin saberlo, ya se estaba preparando para lo que debería afrontar en el futuro.
"Mi padre trabajó de peón en varias chacras hasta que pudo hacer la suya propia desde cero. Con mi papá hacía las canaletas, ataba la viña, cosechábamos, curábamos a manguera. Eran actividades en familia", recuerda.
"Zuli", como la conoce todo el mundo, se casó a los veinte años con Jorge Diez y el destino hizo que la chacra fuera el escenario de su vida. Junto con su esposo aprendió a quererla cada día más. "Es cierto que muchas veces te hace renegar, pero la chacra es mi vida" confiesa.
Cuando quedó viuda, le aconsejaron venderla, pero decidió seguir apostando a la producción como medio de vida. Sin peón, con la ayuda de Noelia, hacen todas las tareas culturales, desde la poda, el riego, la cosecha, desmalezar y hasta llevar la fruta a la juguera.
"Zuli" se levanta a las 6:30, hace rápido las cosas de la casa, les da de comer a los animales y sale hacia el monte frutal. Hace un alto sobre el mediodía y a las dos de la tarde nuevamente a las labores.
"Me costó mucho agarrar las riendas porque una cosa es cuando trabajás a la par del marido y otra es cuando te toca hacer todo. Tuve que aprender a manejar bien el tractor. Sufría cada vez que iba a la sidrera con dos famas y un tractor fundido. No me subía los puentes con dos chatas, así que pasaba una, la desenganchaba, volvía y pasaba la otra porque el pobre tractor no daba más. En la sidrera me pasaba lo mismo. Yo miraba sólo la chata que tenía atrás, y no la segunda. Entonces chocaba otras que estaban estacionadas y armaba unos desparramos bárbaros", recuerda entre sonrisas. En la juguera hay que subir una pendiente muy pronunciada y el tractor se le venía para atrás, con el peso de las dos famas. "Tenía que pararlo y ponerlo en cambio. Pasé momentos muy feos", dice "Zuli".
Al mismo tiempo reconoce que hubo mucha gente buena que la ayudó como Bautista Olondriz, su vecino Aguilar y varios más.
Otra de las anécdotas que cuenta de ese primer año sin la presencia de su esposo es lo que ocurría cada vez que escuchaba una máquina curadora en los alrededores. "Escuchábamos una máquina de curar del vecino y nosotros también curábamos. A los pocos días la escuchaba en la chacra de otro vecino y lo mismo, curaba toda la chacra de nuevo. Sucedía que cada productor curaba cuando hacía falta, según la especie y variedad. Yo curaba siempre. Seguramente se nos han reído por lo que hacíamos, pero ese tema lo manejaba Jorge. Hasta que con mi hija nos dimos cuenta de que no podía ser. Nos asesoramos, Noelia se involucró con Cambio Rural y el INTA, con el ingeniero De Rossi y fuimos más eficientes. Lo mismo con la conducción y la poda. Ahora sabemos bien qué hacer", explica.
Otro de los hechos que significaron empezar a conducirse sola tuvo que ver con el turno de riego asignado. "Me tocaba regar de noche. Mi turno era de la 0 hasta las ocho de la mañana. Yo les tengo miedo a la noche y a la oscuridad. Entonces fui al Consorcio de Riego y a la Cámara de Productores pidiendo auxilio. Primero me decían que es mejor regar de noche porque viene más agua. No me hacían caso. Hasta que fui a visitarlos uno por uno y le preguntaba directamente si su señora se pondría un par de botas a la medianoche e iría a la compuerta sola para regar. El mensaje llegó y me acomodaron los horarios", cuenta "Zuli".
Superó también algunos tropiezos en la parte comercial, con tristes experiencias que lejos de amedrentarla la impulsaron a tomar mayores previsiones.
Tras el fallecimiento de su marido Jorge, llegó una gran cosecha, atípica, con frutas de gran calidad y sanidad. "Como si Jorge, desde donde estaba nos hubiese tendido la mano", recuerda, porque con esa cosecha pudieron saldar todas las deudas.
Podar, curar, cosechar, usar la motosierra, limpiar acequias. Nada es desconocido para esta mujer. Junto con Noelia iniciaron en el 2004 la reconversión de la chacra y hoy sólo resta un poco más de una hectárea para lograrla en forma completa. Ocasionalmente reciben la ayuda de su yerno Pablo o de su hijo Leandro durante las vacaciones de verano.
Hay espacio también para pequeñas historias muy interesantes como el caso del cuadro con 25 filas de duraznos, que conserva en el medio una peral. Es la planta de la abuela Toribia, una mujer muy buena que la cuidaba y cosechaba en persona. "Cuando hicimos el cuadro decidimos conservarla, nos complicó todos los trabajos de suelo que realizamos porque había que esquivarla. Pero queríamos preservarla y la bautizamos "La Toribia". Le vamos a poner un cartelito para que quede bien identificada", mencionan.
Su tesón se vio traducido tiempo atrás en un tema musical llamado precisamente "Milonga para la Zuli", del cantautor Germán Arens, que dice en una de sus estrofas: "Que quedan pocas mujeres de esas que surcan la tierra para ganarse el pan, que enganchan arados en vez de perlitas, que limpian acequias, sin queja ni más...".
Alberto Tanos
Darío Goenaga