Su oficina es uno de los tantos lugares que cuentan los ciclos del Valle, que son un termómetro de la fruticultura. Desde allí es posible abrir una de las ventanas que permiten ver el sector más dinámico de la economía regional.
Ricardo Natalini nació en una chacra, siempre participó del mundo de la producción y lo hizo como productor y como empresario ligado al sector. A los 19 años comenzó a hacer su camino como vendedor de fertilizantes y plaguicidas y hoy tiene uno de los comercios del ramo más importantes del Alto Valle.
Cuenta que nació en Roca, lugar que eligió su abuelo, Marino Natalini, para cumplir su sueño de inmigrante. Sus abuelos eran italianos que llegaron a Roca cuando el pueblo era muy pequeño y el verde mantenía una dura batalla con el desierto. Los primeros años, cuando nacieron los hijos, el matrimonio Natalini trabajó en la zona de Cuatro Galpones. Ahorraron y pudieron comprar una chacra en Paso Córdoba.
"Era el tiempo en que se hacía todo en familia. Empezaban en chacras muy chiquitas y padres e hijos vivían juntos. Mi papá, Basilio Natalini, también compró su chacrita, que plantó de cero. La emparejó con mucho sacrificio. La fue plantando mientras trabajaba en un galpón de empaque", cuenta Ricardo.
En esa chacra nacieron Carlos y después los mellizos: Néstor y Ricardo. Los hermanos Natalini hicieron la primaria en la escuela Romagnoli y la secundaria en Roca. "Después de unos años de secundaria, decidimos trabajar. Compramos una chacrita para plantar tomates, pero seguíamos siendo muchos para la superficie que teníamos. Por ese tiempo, un señor que trabajaba con "Bertolino y Pellegrini" y además era nuestro vecino, Cacho Raimondo, me contó que iba a abrir un negocio de plaguicidas y fertilizantes acá en Allen y que me quería traer. La firma se llamó "Raimondo y Malacarne" y me fui a trabajar con ellos. Era muy inquieto, tenía entonces 19 años. En ese tiempo trabajé y aprendí mucho, de los dueños y del ingeniero Alfredo Fagionatto, con quien salíamos a hacer las recorridas.
Eran los años 60, de altibajos políticos y económicos. La firma para la que trabajaba Ricardo, para equilibrar las cuentas, agregó venta de maderas. Natalini, por su parte, sabía que no podría progresar con un sueldo y decidió sumar otro trabajo. "Hablé con Raimondo y le pregunté qué le parecía si, además, vendía seguros. Me dijo que sí. Un día vi un aviso en el diario y me presenté. Me tomaron pero el trabajo no era para vender seguros sino para visitador médico. El sueldo era buenísimo y cambié de empleo".
Ricardo se reveló como un excelente vendedor, tanto que multiplicó las ventas del laboratorio a tal punto que otros lo empezaron a llamar. "Estuve dos años en eso, hasta que un amigo de Roca, Miguel Vaquer, quien tenía una distribuidora muy grande de fiambres, me propuso poner una sucursal en Neuquén. Yo estaba encantado. Así que de 8 a 10 de la mañana recorría farmacias; de 10 a 15, vendía fiambres en las rotiserías y restaurantes y después me ponía otra vez la corbata para visitar a los médicos.
El negocio de fiambres no pudo concretarse y Ricardo decidió volver a su primitiva sociedad familiar. "Mi papá quería, como buen tano, que estuviéramos juntos pero que fuera independiente, no empleado de nadie. Y tenía razón. Me casé con Patricia, compré un departamento y abrí un mercadito. En ese tiempo volvió el tema del comercio de plaguicidas. Al mercado iba siempre Laino, quien tenía "El Agricultor" de Laino, Baldoni y Pellegrini, uno de los negocios más antiguos de plaguicidas del Valle. Baldoni se había muerto, Pellegrini estaba enfermo y Laino me ofrecía comprar el negocio. Yo veía el negocio muy lejos, no tenía un mango. Pero pasó otra cosa. Los domingos me visitaba Raimondo, mi ex patrón, y me convenció de comprarlo, me ofreció ayuda, darme madera. Raimondo trabajaba con Adolfo Pintos, quien se asoció conmigo. Era 1986. Vendí el mercadito, yo había vendido un tiempo antes mi departamento para comprar la chacra de mi abuelo, y arranqué".
Compró con su socio "El Agricultor" y en poco tiempo abrieron una sucursal en Allen. "Con apoyo de una empresa, que nos dio el depósito de mercadería, abrimos la sucursal en Allen. Ya tenía mi primer hijo, Gastón, y con mi señora decidimos venirnos a vivir acá, después nacieron dos hijos más: Matías y Facundo".
Los socios crecieron y en un momento decidieron que el negocio de Roca quedaría para Pintos y el de Allen para Natalini. Entonces comenzó una nueva etapa para Ricardo. En Allen había sólo un comercio del rubro y pronto se consolidó. "Siempre tuve muy buen apoyo de las empresas y fundamentalmente de los productores (se emociona), gracias a ellos pude pararme".
Con el tiempo fue adquiriendo chacras y se dedicó tiempo completo a ambas actividades. En el 2005, Ricardo hizo una nueva sociedad con sus hijos: "Natalini Agro", que tiene la concesión de John Deere para Río Negro y Neuquén. Matías ya trabaja con su padre, mientras que Facundo y Gastón terminan sus estudios universitarios, mientras que Patricia, la madre de los chicos, lleva la administración. "Natalini Agro vende maquinarias y tractores y Ricardo Natalini vende plaguicidas, fertilizantes y semillas", aclara.
"A mi familia tengo que sumarle el maravilloso grupo humano que trabaja con nosotros, yo nunca fui patrón y para mí ellos nunca fueron empleados", comenta.
Ricardo cree que pudo crecer porque trabajó mucho, tuvo suerte y además se mantuvo bien informado, ingredientes necesarios para sortear las crisis del sector frutícola y las que atravesó el país. Agregaría una dosis de audacia y la fortuna de haber entusiasmado a sus hijos para que siguieran trabajando juntos.
Susana Yappert
sy@fruticulturasur.com