Algunos hombres son artífices de su propio destino, pero otros encuentran a su paso sucesos y contingencias inesperadas que modifican abruptamente los trazos gruesos que habían bosquejado para su vida. Y un poco esto fue lo que le ocurrió a Ceslao José Pilkowicz, que vivió tantos imprevistos, sufrió tantos momentos de horror y recorrió tantos países, que su periplo merece ser contado.
Durante la Segunda Guerra Mundial Ceslao participó en la fuerza polaca que tuvo una memorable intervención en la afamada batalla de Monte Cassino y, tras la devenida paz, se radicó en Argentina y prestó servicios en la obra de Salto Andersen desde sus comienzos hasta su finalización, en la etapa del sistema de riego.
Con ayuda de su hijo Andrés intentamos reconstruir la interesante vida de este inmigrante polaco que falleció en 1990, aunque su legado aún permanece.
Ceslao Pilkowicz nació en 1910 en Vilna, Polonia, en un momento de la historia en que los límites de su país cambiaban continuamente y el pueblo polaco quedaba sitiado por las fuerzas imperiales que querían echarle mano a su territorio. Su padre era un empleado jerárquico de ferrocarriles y viajaba en un tren que circulaba entre Rusia y Polonia continuamente. Tenía dos hermanos varones y una hermana que mantenían ocupada a su madre.
En 1917 su padre falleció sorpresivamente y su madre debió hacerse cargo de la familia en medio de profundos cambios a nivel mundial que afectaban la vida cotidiana de los polacos. Estalló la revolución leninista en Rusia y con ella sobrevinieron varios años de crisis durante los cuales la pasaron muy mal. Ceslao estudió como pudo en medio de aquel clima difícil y desde muy jovencito se insertó en el mercado laboral para ayudar con sus ingresos a la familia. Tenía buenas condiciones para escribir a máquina y logró ingresar en un juzgado. Luego intentó estudiar en la universidad, pero abandonó por razones económicas.
Fue entonces que optó por sumarse a la escuela de oficiales en Polonia y, tras la instrucción de rigor, quedó en lista como oficial de reserva. Cuando Alemania invadió Polonia en 1939, fue convocado y designado a la caballería. Además del alemán, recibieron un ataque de Rusia desde otro sector. Ante esta doble ocupación de su territorio no tardó en llegar la orden de dispersarse y buscar por sus medios un refugio. Un "sálvese quien pueda".
Ceslao y otros soldados polacos se internaron en Lituania, que en ese momento era un país independiente y neutral. Ingresaron en la categoría de prisioneros de guerra, aunque reconocidos internacionalmente con ciertas garantías.
Su próximo destino resultó ser un campamento ruso cerca del mar Caspio, donde permaneció durante dos años muy duros, especialmente en relación con la comida, que se limitaba a un pedazo de pan y un poco de sopa todos los días, en medio de un clima hostil y con mucho frío.
CARA A CARA CON LA GUERRA
Cuando Rusia le declaró la guerra a Alemania, el grupo de prisioneros polacos pasó a formar parte de una fuerza polaca bajo un general inglés. Fueron enviados a Libia (África), donde debían proteger unas minas de petróleo inglesas y paralelamente realizar ejercicios y reorganizarse militarmente como parte de las fuerzas de los Aliados para luchar contra del eje Italia-Alemania-Japón.
En Libia, Ceslao afrontó quizá las temperaturas más extremas que se puedan soportar. El calor era tan sofocante que solamente se trabajaba de noche, mientras que durante el día los hombres permanecían dentro de las carpas que hervían bajo el sol africano.
Para mitigar el calor, Ceslao utilizaba un sistema bastante particular para el que necesitaba dos pijamas y un balde con agua. Mojaba bien uno de los pijamas y se vestía con él, mientras que el otro lo dejaba dentro del balde con agua. Cuando el que tenía puesto se secaba, se lo quitaba y lo reemplazaba por el que estaba en el balde. De esa manera siempre tenía encima algo húmedo y refrescante.
Una mañana llegó la orden de que ese grupo de soldados debía ir a luchar contra Alemania en territorio italiano. Se embarcaron en Egipto en un convoy con varios buques de distintos países, con rumbo al sur de Italia. Viajaban en zigzag para desorientar a los submarinos y evitar convertirse en un blanco fácil para cualquier ataque.
Sin embargo, no fue un viaje tranquilo el que tuvieron Ceslao y su grupo. Una noche, alrededor de las 23, estaba en cubierta cuando de pronto un buque que formaba parte del convoy, del doble de tamaño del suyo, avanzó hacia ellos inexorablemente hasta impactar con la proa y provocar daños importantes en el buque de los polacos. Al parecer, el capitán del enorme buque equivocó el rumbo durante el zigzag y cargó con esa enorme montaña de hierro contra una embarcación amiga. El choque generó un caos que, potenciado por la oscuridad, generó zozobra en toda la cubierta. Afortunadamente algunos conservaron la calma y, en medio del desorden, aplicaron cemento de fragua rápida y lograron hacer un tapón hasta el nivel del mar que les permitió mantener la línea de flotación.
Pero la precaria situación los obligó a navegar a muy baja velocidad. El resto de los barcos siguió su camino y ellos quedaron solitarios en medio del mar, avanzando peligrosa y lentamente hacia el sur italiano. Un viaje de tres días les demandó veintinueve. Cada dos o tres días un avión aliado sobrevolaba su posición para controlar que todo estuviera bien, pero la travesía causaba angustia en los soldados que viajaban en el barco, porque todos sabían que de esa manera eran presa fácil de cualquier ataque.
Finalmente llegaron al puerto italiano, donde desembarcaron y rápidamente se sumaron al avance con todos los pertrechos. En cuanto a su tarea específica en el frente, Ceslao trabajaba en topografía: lo hacía de noche, en las trincheras, realizando cálculos de trigonometría para darles los puntos a las baterías y corrigiendo los ángulos de disparo.
Mientras los Aliados avanzaban Alemania retrocedía. Ceslao se movilizaba a bordo de un sidecar con chofer. Múltiples vuelcos en ese vehículo le dejaron otras tantas cicatrices en su cuerpo.
La guerra también daba algunos respiros. Los soldados tenían tres semanas en el frente y una de descanso, que aprovechaban para distraerse de los horrores que enfrentaban a diario. Al llegar a la altura de la ciudad de Ravena, en la costa del Adriático, Ceslao concurrió a un baile que se hacía en un club y allí conoció a Lidia Verlicchi, una jovencita quince años menor que él. Establecieron una relación y, si bien luego los soldados siguieron avanzando, el contacto se mantuvo a través de cartas.
LA BATALLA DE MONTE CASSINO
Para controlar toda la situación en Italia había que llegar a Roma, y quien avance hacia Roma desde el sur tiene que pasar ante una tremenda giba rocosa llamada Monte Cassino. Allí se consolidó Alemania, con una fortificación que resistió durante cuatro meses el avance de los Aliados y que se transformó en una famosa batalla de la segunda gran guerra. Desde febrero a mayo de 1944 el infierno se concentró en torno de las abadías benedictinas.
El aporte de los polacos fue esencial. De noche los valientes polacos se arrastraban por las laderas y con granadas atacaban los huecos que albergaban alemanes. En esa cruel batalla murieron casi 5.000 polacos. Las crónicas dan cuenta de todo lo terrible que su
cedió en Monte Cassino, con bombardeos permanentes y hombres que se dejaban caer en las trincheras vencidos por el sueño y que sólo se despertaban ante las heridas que recibían.
Muchos de los valientes polacos perdieron la vida o resultaron gravemente heridos en esa batalla. Otros lograron salvar su vida. Por su desempeño, al II Cuerpo del Ejército Polaco que participó de ese hecho histórico le concedieron la Cruz de Monte Cassino.
Ceslao salió con vida de esa trampa mortal y la condecoración que recibió es conservada por su nieto Alejandro en un departamento de La Plata, dentro de un cuadrito que, colgado en la pared, luce con orgullo por la valentía de su abuelo.
Tras la guerra, los polacos sobrevivientes aguardaban que les otorgaran un lugar en Italia, tal cual lo prometido. Sin embargo eso no se cumplió y Ceslao no quería volver a Polonia.
Pero Inglaterra recibía a todos los Aliados. Hacia allí partió junto a un grupo de amigos que habían fortalecido lazos tras compartir sucesos tan traumáticos. En Londres había campamentos especiales, con casas confortables y una libreta con la ración de alimentos, una entrada al teatro y al cine y acceso a las canchas de Wimbledon para jugar tenis. Durante dos años llevó esa vida, aunque seguía en contacto con Lidia. En determinado momento la llamó y le propuso casamiento, algo que Lidia aceptó. Un cura polaco llevó adelante la ceremonia en una iglesia católica ubicada en Wimbledon.
Al referirse a su madre, Andrés cuenta que "mi mamá era de clase media baja; su padre era el chofer y persona de confianza del conde Mazzolini, un señor que en Italia tenía grandes propiedades. Recorrían las chacras y recogían frutas, verduras y pollos. Nunca pasaron hambre. Mazzolini era benefactor de un colegio de monjas donde estudió mi mamá. En Londres mamá tenía problemas con el idioma inglés y por eso, tras seis meses en Inglaterra, decidieron buscar otro horizonte".
En ese análisis se enteraron de que Estados Unidos dejaba entrada libre a todos los Aliados de la guerra pero seguía el mismo problema con el idioma, igual que en Canadá y Australia. En Argentina Perón abrió las puertas a los inmigrantes y fue por ello que en 1949 Ceslao y Lidia llegaron a Buenos Aires. Alquilaron una casa en Olivos y Ceslao consiguió trabajo en Fabricaciones Militares, que por entonces estaba armando unos galpones gigantes. Debía salir a las 4:30 de la mañana de su casa para entrar a las 6:30, en un esfuerzo durísimo y agotador.
APARECE SALTO ANDERSEN EN SU VIDA
Ceslao decidió hablar con el cónsul inglés en Buenos Aires, quien le recomendó Agua y Energía de la Nación. Logró ingresar a partir de sus conocimientos en topografía y, dado que estaba iniciándose el proyecto Salto Andersen (1950), lo enviaron a Río Colorado para que trabajara en la ambiciosa obra.
Viajó solo y se instaló en el hotel Roma. La familia -ya había nacido Andrés- permaneció en Buenos Aires durante unos siete meses hasta que, ya ubicado Ceslao en el campamento de Salto Andersen, volvieron a reunirse. "Tengo fresco el recuerdo de un camión canadiense que no viene a hacer la mudanza. A los pocos meses nació Juan Jorge (Dodo)", cuenta Andrés.
Llegaron en verano y se encontraron con una enorme forestación de álamos y acacias y acequias para el riego. "Mi papá dependía del ingeniero y hacía toda la topografía y la certificación de los movimientos. En aquel entonces las tareas se hacían con barretas, que se usaban para hacer los agujeros en la roca. Ahí se ponía la pólvora y luego, la mecha; la prendían y salían corriendo a refugiarse. Pozo por pozo y a barreta, con una cuadrilla de caballos y rastrones", relata Andrés.De esa manera hicieron toda la excavación del canal principal y los descargadores.
Ricardo, el menor, nació en 1955. "El doctor Elizari volcó en el camino cuando iba a asistir el parto y cuando llegó ya estaba el cordero asado, porque todos estaban festejando el nacimiento de Ricardo. Y la primera maestra que tuvimos fue Magdalena Cativiela, a quien 'Yiyo' Ambrosetto, su esposo, llevaba en un camioncito Mercedes Benz los lunes e iba a buscar los viernes. Éramos 10 ó 12 chicos, todos en grados distintos", recuerda.
En el '57 la familia se instaló definitivamente en Río Colorado. Ceslao se marchaba a Salto Andersen los lunes y volvía los viernes. Con tres hijos varones e inquietos, "mamá se sintió desbordada y nos internó, a Dodo y a mí, en Fortín Mercedes. Terminé la primaria y la secundaria la completé en el colegio Don Bosco de Bahía Blanca. Dodo lo hizo en el Instituto La Piedad y Ricardo, en la escuela de Comercio de Río Colorado".
De esa época Andrés recuerda con aprecio y cariño al padre Carendino, un cura que era profesor pero que en algún momento planteó la necesidad de ser misionero y no docente. "Se compró un camioncito y se fue a Neuquén; recorría cada ranchito ayudando a todos hasta que murió. Hizo ese trabajo y tal fue el reconocimiento, que los mapuches lo sepultaron con la ceremonia del máximo cacique; fue el único blanco enterrado de esa manera, cerca de Junín de los Andes. Él me orientó, con un test que hacía durante seis meses; después te daba una charla y te orientaba... así seguí la carrera de agrimensor".
A todo esto, Ceslao Pilkowicz siguió en Salto Andersen durante años. Una vez terminada la obra, se jubiló.
Lo dicho: una vida llena de sobresaltos pero, a la postre, productiva e intensa.
ALBERTO TANOS
DARÍO GOENAGA