Su vínculo con el vino es un vínculo pasional. Invitarlo a hablar de lo que más le gusta es un viaje gozoso que puede durar horas. Es uno de los magos de los vinos patagónicos, uno de los enólogos más cotizados, cuyo talento fue hacer y seguir haciendo de los mejores vinos de estos terroirs.
Llegó a la región hace casi 19 años contratado por la bodega Humberto Canale y desde entonces hizo camino al andar.
Marcelo Miras nació hace 45 años en Mendoza, creció entre viñedos y los primeros pasos en el arte de hacer vinos los dio en las fincas familiares, en San Rafael: "Me vinculo con el vino a través de mis abuelos maternos y paternos. Ellos eran viñateros minifundistas que vendían las uvas a bodegas locales. Mi abuelo materno, Manuel Pérez, vendía a una cooperativa. En ese tiempo los viñedos estaban asociados con otros cultivares. Es muy común en Mendoza que el que producía viña también producía olivos o fruta. Mi abuela paterna, Rosario, tenía sus higueras. Hacía higos en pasa y una pasta de higos con nueces insuperable".
Marcelo retomó el amor por las vides de sus abuelos, porque su padre se desligó de la tierra para trabajar en un banco provincial. Por su cargo gerencial su familia recorrió toda Mendoza. "Pasaba los veranos y fines de semana con mis abuelos, tíos y primos en San Rafael -recuerda-. De chico hice labores en el viñedo. Aprendí a podar, a tironear, a juntar los sarmientos, a cosechar. Cuando éramos chicos la recompensa por colaborar era dar una vuelta en una rastra tirada por un caballo. Una de las cosas más lindas era la época de cosecha. Ya más grande me pagaban como a cualquier operario, con una ficha en el tacho de uva, así que volvía de las vacaciones con algo de plata para darme un gusto.
"Hoy vivir en el campo es vivir en un country; cuando yo era chico vivir en el campo era hacer cosas de campo. Mi tía María sacaba una grasa, creo que de cerdo, para pasarnos por las manos todas curtidas por las tareas. Se cocinaba en una estufa hogar, algo hecho a las brasas; mis tías preparaban en unas bateas de madera el pan. Envolvían el amasijo toda la noche para desayunar con el pan recién hecho. En mi casa de Roca tengo un horno de barro... son las reminiscencias que me quedaron de mi infancia".
El tiempo pasó y Marcelo terminó su secundaria con título de técnico agrónomo enólogo. Luego ingresó en la Universidad Juan Agustín Maza de Mendoza, donde se recibió de licenciado en Enología e Industrias Frutihortícolas. "Cuando le dije a mi viejo que quería estudiar Enología me preguntó si estaba seguro, si no tenía en el menú otro plato (risas); mis hermanos son contadores pero yo no tenía dudas, siempre supe que mi destino estaba entre viñedos".
Cursaba sus estudios superiores cuando comenzó a trabajar en su oficio. Tenía 21 años cuando entró en una bodega (Vitícola Vidaña) donde estuvo 6 años. Trabajaba de 7 a 14 y viajaba hasta Rodeo del Medio, donde estaba la facultad, para cursar hasta las 11 de la noche. "Los enólogos empezamos haciendo análisis y vamos escalando posiciones y tomando experiencia -cuenta-. La facultad te da herramientas y la bodega, la práctica. Rápidamente quedé como segundo enólogo y luego pasé a primero, de modo que me recibí y ya tenía una buena base".
Por ese tiempo conoció a dos personas que provocaron un cambio total en su vida: don Raúl de la Mota, enólogo de enólogos, y Guillermo Barzi, presidente de la bodega Humberto Canale. "Cuando sos joven y empezás siempre tenés algún mayor que te guía; mi guía era don Raúl. Por ese tiempo tenía un compañero de facultad que vendía elementos para bodegas y me dice: 'Che, don Raúl te quiere ver'. Me voy a la bodega Weinert, donde trabajaba, y me contó que estaba buscando un enólogo para una bodega en Río Negro. Cuando dijo 'Río Negro' se hizo un silencio; no era una decisión que se tomaba así nomás.
"Entonces me comunicó que estaba por viajar a Mendoza el ingeniero Barzi y que me quería conocer. Lo de Guillermo fue una cosa muy curiosa. Sucede que me llama a la bodega para ponerse en contacto conmigo y no me encuentra, me deja un mensaje y ese mensaje nunca lo recibo. Por esas cosas del destino, se me ocurre llamar un miércoles a don Raúl, un poco para preguntarle si Barzi había encontrado a otra persona. ¡Menos mal que lo llamé! El ingeniero Barzi me estaba esperando en el hotel en ese momento. Yo tenía un Fiat 600 y salí corriendo a verlo. Hablamos y acepté su ofrecimiento. Luego fuimos los dos a ver don Raúl y él, que nunca me tuteaba, me preguntó: '¿A usted le molestaría tener un enólogo asesor?' ¡Imaginate, yo tenía 25 años! Por supuesto que dije que no. El enólogo asesor iba a ser él. ¡Yo sentí que tocaba el cielo con las manos! Trabajar con De la Mota era en sí mismo un premio. Yo le tengo un gran cariño a don Raúl, él es mi maestro en Enología y aún hoy lo sigo consultando".
EN RÍO NEGRO
Ése fue el inicio de otra etapa en la vida de Marcelo Miras. No conocía el Alto Valle de Río Negro. Viajó el fin del verano de 1990. Tenía 26 años. Su esposa, Sandra Ponce, también de San Rafael, había aceptado los cambios, pero primero viajaría él y luego ella, con sus hijos de 2 y 3 años.
En ese entonces no sabía que Río Negro sería su puerta de entrada a la Patagonia, los primeros pasos a una experiencia tan nueva como fascinante.
Así recuerda Marcelo su llegada: "Viajé en colectivo. Lo primero que me sorprendió al entrar al Valle fue ver los frutales conducidos de la misma manera que en Mendoza conducíamos los viñedos, en espalderas. Llegué a Roca un domingo. Me estaba esperando Juan Martín Vidiri (gerente de Producción de la bodega). Fuimos directo a la bodega Humberto Canale. Recorrimos los viñedos hasta que el sol se puso. Ya de noche vi una luz prendida en una casa pegada a la bodega y me acerqué. Estaban Juan Garabito (gerente de Ventas) y su hija Gaby; fueron las primeras personas a las que conocí, gente fantástica".
Marcelo llegó a fines de febrero de 1990, década clave para la bodega, que iniciaba su modernización. "Cuando llegué estaban pintando el laboratorio, así que estaba todo desarmado. Armé mi mesa de trabajo rápidamente porque la cosecha estaba encima. Llegó don Raúl y empezamos a degustar vinos. Hicimos un trabajo enorme. Degustamos más de 300 vasijas. Nos llevó una semana completa recorrer toda la bodega para saber qué vinos teníamos".
Llegó la cosecha, una cosecha grande. Trabajaron muy duro ese primer año. Cuando el trabajo estuvo encauzado, la familia de Marcelo se mudó para iniciar una rápida adaptación.
Otra cosa que hicieron ese primer año -recuerda Marcelo- fue colocar Epoxi en las piletas y se inició el cepillado de todas las cubas y toneles. "Don Raúl trajo cepillos curvos para poder trabajar en el sentido de la duela y para que el sacado de la viruta fuera siempre del mismo espesor. La idea era cepillar y dejar madera nueva en contacto". También hicieron un mejoramiento en el trabajo en el viñedo. "Uno siempre tiene el afán de mejorar, de inventar, de cambiar el estilo. Así que asumimos ese desafío con don Raúl cuando arrancamos. Hoy hablás con los enólogos más nuevos y te das cuenta de que nosotros, los más maduros, atravesamos dos etapas bien marcadas en la vitivinicultura regional. Yo he tenido la dicha de ver la decadencia y el resurgimiento y me considero parte de ese resurgimiento".
El vínculo con la bodega Humberto Canale fue definitivo en su vida. Allí descubrió la potencialidad de los vinos de la Patagonia. "Guillermo Barzi fue el gran visionario de esto -afirma-; él siempre puso la mirada un poco más lejos. Desde la década del '60, cuando encargó a los ingenieros Cassino y Llorente purificar sus viñedos. Desde entonces Canale marcó la diferencia con respecto a las otras bodegas. Y es, de hecho, la única bodega que ha perdurado en el tiempo y con gran prestigio. Es la más antigua de la Patagonia. El producto, fiel a sí mismo, es su certificación de calidad".
A partir de 1995 Miras y De la Mota seleccionaron los paños de viñedos para la elaboración de los vinos. "En términos sencillos, seleccionás los mejores racimos para hacer los vinos superiores y los distintos vinos. En ese proceso descubrimos cosas muy interesantes; por ejemplo, algunos paños de Malbec. Canale, hasta entonces, no comercializaba Malbec como varietal puro sino que se usaba para cortes. Nosotros, me refiero a todas las personas que trabajamos en un viñedo y en una bodega, empezamos a comercializarlo como varietal puro. También empezamos a vinificar Pinot Noir como varietal tinto. Con don Raúl trabajamos muy duro para saber qué vinos se lograban acá; descubrimos el potencial de algunas variedades como el Pinot Noir. Y fijate que el Pinot Noir pasó a ser la estrellita del lugar. Hoy debe haber en la Patagonia unas 150 hectáreas de Pinot Noir, y en crecimiento".
Los 12 años que estuvo Miras en Humberto Canale fueron de crecimiento profesional sostenido. La bodega se modernizó y los premios internacionales y nacionales comenzaron a llegar y a multiplicarse.
Durante este tiempo Miras no era el único que experimentaba en la región, tendencia que se acentuó con la salida de la convertibilidad y la llegada de capitales nuevos para poner en marcha distintos emprendimientos en el sector. "A Hans Vinding Diers (bodega Noemía) lo conozco porque vino como enólogo asesor de la compañía inglesa que empezaba a importar los vinos de Canale a Inglaterra. Los ingleses, muy profesionales ellos, tienen sus enólogos, inclusive los supermercados ingleses tienen sus degustadores profesionales. El primer año fue a las piñas -recuerda-; yo era el dueño de la cocina y que viniera otro cocinero a meter la cuchara en tus cosas no te gusta nada. Pero aprendés de eso también, el intercambio enriquece a todos. Así fue que armamos con Hans los vinos para los ingleses que se llamarán Canale Black River y, por otra parte, la versión para el mercado interno, que será el Gran Reserva Marcus. Tiene pequeñas diferencias de estilo, adaptado a los distintos paladares: uno para el mercado inglés y otro para el argentino. Otra joyita fue el Cabernet Franc que hicimos en el 2001; fue excelente, fue el primer Cabernet Franc de la Patagonia.
"Hay premios obtenidos en Canale que me llenan de orgullo, que me regocijan el alma; pero el mejor premio que tengo es cuando la gente toma un vino del cual uno es partícipe o creador, lo bebe y te dice que le gustó".
VIENTOS DE CAMBIO
El 2000 llegó con cambios para la familia de Marcelo, que para entonces tenía tres nuevos miembros: los hijos del matrimonio son Andrés, Pablo, María Celeste, Luciano y Ana Cecilia.
Ya en su madurez profesional, Miras pone en marcha un emprendimiento familiar haciendo sus propios vinos que se comercializan con la marca "Ocio".
Pero, sin dudas, es un tiempo de cambios trascendentes, sobre todo porque el desarrollo de un polo vitícola en la provincia del Neuquén lo tendrá como actor.
En las tierras que había sumado Roberto Gasparri, otro visionario de la fruticultura, al valle (en San Patricio del Chañar, Neuquén) se avecinaba una profunda transformación. Frutales y viñedos se multiplicaron y con fuerte impulso del Estado la estepa mutó.
En 1999 se plantaron los primeros viñedos, con resultados excelentes. En este contexto Julio Viola inició un proyecto inmobiliario que terminó en la Bodega del Fin del Mundo, cuyo enólogo y gerente técnico sería Marcelo Miras.
"Yo tengo la suerte de arrancar en Neuquén con un proyecto de cero, el sueño del enólogo. Bodega del Fin del Mundo hace 6 años atrás no existía. Cuando Julio Viola me ofreció llevar adelante una bodega, me impuso un desafío profesional enorme. Me desvinculé de Canale con pena, por todo el cariño que le tengo a la empresa. Pero el cambio implicaba una nueva etapa, ascender otro escalón.
"Primero vine a un proyecto de 400 hectáreas de viñedos. Pensar en plantar viñedos en 400 hectáreas para mí fue una experiencia nueva. A los dos años la cosa cambió y nos fuimos a 800 hectáreas. Fue entonces que se decidió levantar una bodega. Viola se inició en la vitivinicultura con este proyecto; de hecho, empezó pensando en hacer viñedos y vender parcelas llave en mano. Pero en el 2001 Julio me dijo 'Vos vas a hacer el vino, así que tenés que pensar qué bodega es la que querés'. Se arrancaron dos paños de vid y se empezó la bodega".
A partir de entonces todo fue vértigo. Plantaciones, viajes, pruebas y nuevos premios. "Hablaba con Roberto de la Mota, el hijo de don Raúl, quien me decía 'Che, Marcelo, éste es el sueño del pibe', y sí, ha sido un sueño. Claro que no pensás en eso todo el tiempo, cobrás conciencia en circunstancias como ésta, cuando te entrevistan, ¡sos parte de la historia y no te das cuenta!".
Un sueño veloz, por cierto. Hoy, Bodega del Fin del Mundo está entre las mejores 30 de Argentina, con una gran producción, aceptación del producto en el mercado interno y de exportación y más de 160 medallas en distintos concursos. Los vinos ya dan que hablar con ese tiempo, lo cual habla de su potencial futuro.
Pero, si bien el factor geográfico y la edad de los viñedos son cruciales, hay un ingrediente que pone Miras que hace la diferencia: "Para hacer vino tenés que sentir pasión, porque eso se embotella". Y sus vinos son como él: pura pasión.
SUSANA YAPPERT