Ahí va don Juan, por la misma calle que transitó durante tantos años, rumbo a su chacra en Cuatro Esquinas. No le gusta lo que ve a los costados.
-Mire lo que es esto: ahí pasto, allá tierra pelada, más allá una cancha de fútbol. Y cada tanto una chacra. Antes era todo manzana. Si se levantaran los finados...
Don Juan sólo se alegra cuando aparece una chacra rebosante de frutales. Hoy, a los 83 años, sostenido en un bastón, se ocupa de la suya.
-Venga, venga que le muestro -dice ya en su paraíso de cuatro hectáreas y media en las afueras de Cipolletti, mientras saca el candado y abre la puerta de un depósito con mucho para aportar a un museo frutícola: se ven el arado con el que trabajaba hace siete décadas, dos tractores traqueteados durante medio siglo, toda clase de herramientas, una antigua balanza colgada, bicicletas, cámaras de cubiertas. Ése es su mundo y ahí es feliz.
-Yo me vengo tempranito y me voy tarde. Acá me paso el día, cuido la quinta, hago vino casero, les enseño a los empleados, controlo todo lo que pasa en la chacra. Menos los domingos. Porque los domingos siempre hay alguna reunión familiar o algo así. No sabe cómo me aburro...
EL COMIENZO
La primera vez que pisó estas tierras tenía tres años.
-Yo no vine, me trajeron -aclara sentado en una silla de madera debajo de su parral preferido. El sol del atardecer recorta su perfil, sus cabellos blancos, el bigote y sus manos curtidas e ilumina su mirada clara.
Lo trajo su mamá, Julia Bergonzini, junto a Franco, uno de sus cuatro hermanos, el 25 de diciembre de 1928. El punto de partida, poco más de un mes antes, había sido Módena, en el norte de una Italia que no adivinaba su futuro de potencia, sacudida por los rigores de Mussolini y las estrecheces de la posguerra.
"Mis padres eran agricultores. Vivíamos muy mal", cuenta don Juan, que debe su nombre al agente de Migraciones que le reemplazó el Giovanni original apenas desembarcó en Buenos Aires después de un interminable viaje para cruzar el Atlántico.
Julia solía a contar en las sobremesas que durmió acurrucada con sus dos pequeños hijos aquellos tres días que pasó en el Hotel de los Inmigrantes: tenía miedo de que se los robaran en aquel extraño rincón del mundo tan lejos de casa, tan caótico... y tan lleno de oportunidades.
Salieron de allí para viajar en tren rumbo al sur. Tardaron otros tres días en llegar a Regina, donde estaba el jefe de la familia, Ginesio Ferrari, que había llegado el año anterior y trabajaba en la cuadrilla de desmonte y emparejamiento.
Pronto lo acompañaron a Cipolletti, su nuevo destino, en aquella época en que todo estaba por hacerse. En poco tiempo la familia logró ahorrar lo suficiente como para comprar seis hectáreas en Cuatro Esquinas. Plantaron viñas. Por entonces, los Ferrari se habían reunido otra vez con la llegada de las otras tres hijas de Ginesio y Julia: María, Ada y Elena. Eran los años que pasarían a la historia como la Década Infame.
-Pensar que nos fuimos de Italia porque estábamos mal, pero en los años '30 y hasta mediados de los '40 acá estábamos peor. Y no le hablo de gobiernos; le hablo de hechos. Imagínese que la gente se ofrecía a trabajar por un plato de comida. Y mi papá no le podía dar... porque no teníamos. Era una vida dura. Siempre me acuerdo de la noche en que le pedí un pedazo de pan a mi viejo y me respondió que no podía darme. No había pan, ni nada... Yo iba a la Escuela 45 entre mayo y octubre. Antes y después trabajaba en la chacra: había que arar, hacer las acequias y las canaletas, podar, cosechar. Al final dejé en segundo grado. Llegamos a producir 70.000 kilos de uva. Y teníamos nuestro propio vino: el Vino Ferrari.
"Toda la familia le daba duro. Como dice mi señora, Rina, mi mamá trabajó como un hombre hasta el día en que murió. Se quedaba hasta la una de la mañana con la pala. En aquella época esto era todo viña, hasta que vinieron los enviados de la Junta Reguladora de Vinos en 1937. ¿Sabe lo que hacían? Compraban los viñedos y arrancaban todo. Cosechaban, pisaban y tiraban. ¿Será que quisieron favorecer a Mendoza? No me consta, es lo que se decía. Y con el paso del tiempo la gente se empezó a pasar a los frutales. A nosotros la Junta nos compró una hectárea y media. En 1940 la alquilamos por 40 pesos al año. Después pedimos volver a comprarla y se inició un expediente que se perdió. Apareció en... ¡1966!", cuenta.
Ofrece un trago de vino casero. Hace una pausa. Y continúa.
-En los años '60 ya estábamos volcados a la manzana: empezamos con Red Delicious y Granny Smith. Mientras tanto trataba de sumar ingresos por afuera. Fui embalador durante 18 años y después fletero: llevaba a los galpones la fruta de otras chacras. Pero apenas podía volvía a la mía.
"Fuimos creciendo y de 800 plantas pasamos a 51.000. Agregamos variedades y pasamos épocas buenas y malas. A mediados de los años '80 empezó una linda etapa que duró hasta mediados de los '90. Después volvimos a retroceder en aquellos tiempos del uno a uno y con la devaluación volvimos a repuntar. ¿Cómo estamos ahora? Más o menos. El problema son los fertilizantes y los remedios que hay que pagar a valor dólar. Es mucha plata. Fíjese en esos dos bidones de matayuyos y herbicidas: ahí hay 1.500 pesos. Ahora dese vuelta y mire las dos bolsas de fertilizantes y las dos de nitrato de potasio: ahí hay 1.300 pesos. Es demasiado..."
-¿Cuánto producen hoy?
-Unos 80.000 kilos de manzanas al año: Chanar 28, Red Delicious y Granny Smith. ¿Quiere que le diga una cosa? Yo creo que el chacarero chico va muerto. No quiero ser pájaro de mal agüero, pero me parece que este negocio va a quedar en cuatro o cinco manos. Al pequeño productor se le complica colocar su fruta, entrar en la rueda, defender su precio, cobrar a tiempo. Antes había muchos galpones chicos, mucha competencia. Ahora está todo dado como para que nada más queden los peces gordos, ¿me entiende? -reflexiona Juan.
MANZANAS ROJAS
Si hay algo de lo que Ferrari está orgulloso, es de sus manzanas. Del color, del tamaño, del sabor. Por eso se enojó tanto aquella vez que alguien se atrevió a cuestionárselas.
Lo cuenta así: "Usted no va a creer lo que me pasó cuando vino el camión del frutero a llevarse mi producción. Sin bajarse, el chofer me gritó: '¡Che, tratá de mandar manzanas más rojas!'. Lo encaré y me explicó: 'El capataz pidió eso'. El flaco que lo ayudaba a cargar me dijo: 'Don Juan, no sé por qué le piden eso, si sus manzanas más verdes son más rojas que las de los demás'. Ahí nomás agarré la chata y me fui hasta el galpón. Me quedé a un costadito mientras iban los camiones a la balanza. En uno de ellos iba mi fruta. Desde arriba el capataz me increpó: '¿Y usted quién es? No puede estar acá'. 'Soy el dueño de esas manzanas, las que vos decís que tienen que ser más rojas. ¿Por qué no las mirás bien?', le respondí. Ahí reculó, pero igual se armó la podrida. Eso sí: nunca más me dijo nada".
A lo largo de todos estos años se le cruzó la idea de volver a Módena, de ver en vivo y en directo cómo era la ciudad de tradición socialista que sus parientes le describían por carta, los modelos deportivos de Ferrari y Maserati,la casa natal de Luciano Pavarotti, la cordillera de los Apeninos, la Piazza Grande declarada Patrimonio de la Humanidad. Una vez estuvo a punto de hacerlo, pero le entregaron el pasaporte una hora después de la partida del vuelo. No reincidió en el intento: "El euro se fue medio lejos", dice.
-¿Y la Argentina? ¿Nunca le dieron ganas de irse a un país con menos cambios de reglas de juego?
-Eso de los cambios es cierto. Y complicado. Pero no tengo nada de qué quejarme. Este país me dio muchas cosas. Pero no me dio nada gratis. Como decía mi papá: "Acá el clima es muy bueno, pero hay que laburar".
-Don Juan, ¿cuál es la primera condición para ser chacarero?
-Amar la tierra. Sin eso está perdido. Pero también le digo que, si quiere peinar canas rápido, le recomiendo comprarse una chacra. No sé si volvería a ponerle tanto esfuerzo. Ya le digo, a veces pienso que la fruta no paga y no sé si tanto esfuerzo tiene sentido, qué sé yo... ¿Sabe que hoy sembré zanahorias en la quinta? Y tengo que ir a buscar plantines de berenjena. Uh... mire esa espaldera medio caída... voy a tener que ir a revisarla. ¿Me disculpa un minutito...?
JAVIER AVENA
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