Manuel Mendoza es el actual presidente de la Federación de Productores de Río Negro y Neuquén, pero sobre todo es productor, un título que nació con él en 1960 cuando su padre, que había plantado las primeras plantas de manzanas, lo llevaba en brazos por la chacra para mostrárselas.
Toda su vida está ligada a la tierra, igual que lo estuvo la de su padre, la de su abuelo y la de su bisabuelo, el último de sus ancestros de quien tiene registro.
El bisabuelo paterno de Manuel Mendoza en realidad se apellidaba Apiolaza. Vivía en la zona de San Rafael, Mendoza; era de origen indígena y se casó con una española. De esa unión nació su abuelo Ceferino, que se crió en Cuyo.
Cuenta Manuel que su abuelo esperaba y esperaba la llamada para hacer el servicio militar pero ésta no aparecía. Entonces averiguó los motivos y descubrió que nunca habían registrado su nacimiento. "El abuelo quería hacer el servicio militar y cuando se enteró de que su padre no lo había anotado se enojó muchísimo y por venganza se cambió el apellido; se anotó como 'Ceferino Mendoza', eligió el nombre de su provincia".
Finalmente hizo el servicio y regresó a su casa con un plan. Su padre tenía campo y criaba caballos. Entonces -cuenta Manuel- "mi abuelo, que era medio renegado, le sacó a su padre los dos mejores caballos que tenía para irse de su casa. Así, con ese capital y al galope llegó hasta Río Negro, parece que le gustó y se quedó a vivir en Allen".
Esto debe haber sido entre la década del '10 y la del '20. En Allen Ceferino conoció a su esposa, Carolina Pérez, española. "Poco después nacieron mi papá, Manuel Silvestre, y mi tía 'Negra'. Parece que mi bisabuelo ubicó a mi abuelo y le propuso que volviera a San Rafael. Él aceptó pero cuando se estaba por ir murió de un ataque jugando al fútbol; era muy joven, tenía 33 años, y mi papá era muy chiquito, tendría 3 ó 4".
La mamá de Manuel Silvestre volvió a casarse y tuvo tres hijos más: Carolina, Pilar y José Altamirano. "Pero con tanta mala suerte que mi abuela volvió a enviudar y se quedó sola con sus 5 hijos. En ese momento mi papá tenía 10 años, había hecho los primeros grados de la primaria y tuvo que dejar la escuela para ir a trabajar".
Ese nene trabajó en varias chacras de la zona de Allen. Entonces empezó a relacionarse con la naciente fruticultura. Aprendió lo básico y en cuanto pudo se hizo mediero para cultivar tomates.
"Contaba mi viejo que un invierno, para hacer una changa, él y un amigo cruzaron en la balsa de Paso Córdoba. Los contrataron para hacer el camino a la Línea Sur, que entonces se hacía con rastrones a caballo. Pasaron para el otro lado con los caballos y los fardos para alimentarlos. Con los fardos también se hicieron una casita con techo de lona. Poquito después de instalarse vino una crecida del río que se llevó la balsa y quedaron del otro lado no sé cuánto tiempo hasta que la arreglaron. La cosa fue que los caballos les fueron comiendo el rancho de a poco, hasta que sólo quedaron con la lona... ¡terminaron los dos en una carpa!" (risas).
Ésa debe haber sido una de las muchas anécdotas que este hombre acumuló a lo largo de su adolescencia, que fue esforzada pero tuvo su recompensa.
"De a poquito mi viejo progresó hasta que compró tierras por acá, en Huergo: 10 hectáreas. Eso fue en la época de Perón, en el año '53. Mi papá buscaba tierra para comprar y alguien le dijo que acá, contra la barda norte, se conseguía tierra del establecimiento 'La Zaida'. Alguien lo ayudó a conseguir un crédito y compró. 'La Zaida' eran unas 600 hectáreas que se fueron vendiendo a lo largo de esos años. La tierra no era muy buena, salitrosa, pero la mejoró".
En Huergo, Manuel Silvestre Mendoza conoció a su esposa, Piedad Pérez, española como su madre. Piedad había llegado a la Argentina con tres meses. "En Huergo, Mainqué y Cervantes había muchos españoles. Mis abuelos vinieron de inmigrantes en 1925; llegaron con tres hijos: Carlota, que tenía 11 años; Pedro, de 9 y mi mamá, de meses... después vino el primer argentino, el tío
Gervasio. Mis tíos también compraron tierra a 'La Zaida', muy cerquita de donde había comprado mi papá", relata Manuel.
"Mi viejo mejoró la tierra de a poco. Me acuerdo de que cuando era chico me compraban alpargatas negras y mi vieja estaba meta sacarme abrojos y espinas de la suela. Así era la chacra entonces, medio monte de espinas y alpataco. Cuando compramos decían que iba a pasar un canal por allá que nunca pasó, pero aun así vencieron al desierto".
Durante años y mientras puso su tierra en condiciones, don Manuel Silvestre fue tomatero y papero. "Mientras crecían los frutales -relata su hijo- alquilaba tierra por Godoy, Cervantes, Huergo... sembraba una, dos temporadas y cambiaba de tierras. Le fue bien. La idea era mantenerse hasta que la chacra entrara en producción".
Mientras eso sucedió nacieron sus hijos: Irma y Manuel.
"Vivíamos en la chacra -cuenta Manuel-. En 1960 papá empezó a poner las primeras manzanas. Contaba mi mamá que yo era bebé y me llevaban a pasear por la chacra para mostrarme las plantitas recién plantadas".
En 1970 la chacra ya estaba toda plantada, mitad viña, mitad frutales. En esa fecha ya tenía producción. "Vendía el tomate a las tomateras y las primeras manzanas las vendía 'por monte': venía un tipo y te compraba el monte entero. Luego desarrolló otras estrategias comerciales (ver 'Historia de
Acá'). Con la viña hacía contratos de maquila, sobre todo con la bodega Arizu, de Mendoza, y con bodegas de acá. Cuando había buen precio la vendía por kilo, por ejemplo, a la bodega Canale. Agarró una buena época para la uva. Mi viejo sacaba esta cuenta: cuando empezó a tener uva decía que él vendía un kilo y le pagaban el equivalente a un litro de nafta común. ¡Mirá lo que valía la producción!".
De hecho, don Manuel dejó de tener viñedos cuando, por los '90, sacó esa misma cuenta y vio que la nafta valía mucho más que el kilo de uvas. Y se decidió a reconvertir.
"Para entonces había comprado varias chacras más. La segunda la compró en el '81, '82, y la última la compramos con él en el '91: 33 hectáreas que hace un año le vendí a Bodega Chacra. A los 19 años empecé a trabajar con mi papá en sociedad. Después de hacer el servicio militar, en Covunco, volví con todas las ganas de hacerme productor".
Entre 1953 y el presente, la familia conoció épocas buenas y épocas malas de la fruticultura regional. La peor que recuerda Manuel es que durante su infancia en un año en que cayó una pedrada perdieron todo y hasta habían puesto en venta la chacra. Pero lentamente se recuperaron y con el tiempo pudieron sumar hectáreas a la producción.
Relata Manuel que fue criado en la cultura austera de sus padres. Ellos partieron de cero y cuando tuvieron excedente no hicieron más que invertir en nuevas tierras. Recuerda que la cocina de la casa de la chacra tenía piso de tierra y él hacía pocitos mientras su mamá cocinaba. Se acuerda de la quinta que hacían todos en verano, cuando cultivaban porotos para moler en invierno; de la granja y las pequeñas responsabilidades que fue asumiendo.
Él volvía de la escuela y tenía que sacar a los chanchos del corral y cuidar que no se comieran la producción; además, le tocó subirse a un tractor a los 10 años para hacer surcos, caminos donde fue descubriendo una actividad que terminó conquistándolo.
La sociedad de padre e hijo fue excelente; tanto, que don Manuel fue delegando las decisiones en su hijo. "En 1991 una mañana mi viejo se levantó y dijo que se quería comprar un auto nuevo porque nunca había tenido un cero kilómetro. Se compró un 147 y salimos a conocer viveros de la provincia de Mendoza. Seguimos un poco más: nos fuimos a San Luis, Córdoba... volvimos al Valle y cayó enfermo. Tuvo un coma diabético. Se recuperó lentamente, pero su estado desmejoró hasta que en 1998 murió".
Ésos fueron los años más difíciles para Manuel en varios sentidos: la actividad pasaba épocas duras, pero no tanto como su vida privada; en ese tiempo le tocó perder a su padre y a su hijo Sebastián.
Manuel se casó en 1982 con Silvia Temperini. Con ella tuvieron tres hijos: Nicolás ('83), Sebastián ('88) y Eugenia ('99). También tienen una nieta, Martina, de 4 años. Quizá moldeado por la naturaleza Manuel atravesó su noche más oscura y fue renaciendo de ese duro golpe junto a su familia.
En 1993, con un vecino arreglaron un camioncito y empezaron a vender su fruta en la provincia de Buenos Aires. "Aún hoy sigo vendiendo por mi cuenta las últimas pasadas, y así vamos. La fruta de primera se la vendo a Vicente Carbajo y hace unos años estoy abocado a la federación".
Manuel comenzó su actividad en la Cámara de Productores de Huergo en el 2001: "Entré en la comisión de Salvador Durán -recuerda-. Tenía ganas de hacer algo por la producción y algo solidario. Ésa fue la primera vez que me metí en esto, mi papá nunca participó en las cámaras de productores. Ésta fue una experiencia difícil para mí y llena de desafíos, pero que transité junto a mucha gente con logros importantes y el sueño renovado de hacer una fruticultura mejor para todos".
SUSANA YAPPERT
sy@fruticulturasur.com