La inmigración de origen semita hacia Río Negro y Neuquén se inició a fines del siglo XIX y se acentuó a principios del XX. En el caso de la de origen árabe, se motorizó por una doble influencia: por cadenas (un familiar llamaba a otro o a vecinos de su pueblo originario) y por la propaganda que ejerció el cónsul del Imperio Otomano en Buenos Aires, Amin Arslan, quien tuvo una extensa propiedad en la Colonia Agrícola General Roca. Este periódico contaba en febrero de 1914 que el cónsul general aconsejaba a los súbditos que se habían establecido en el Alto Valle que cultivaran alfalfa, pues ese cultivo era "fuente de riqueza".
Casi todos los árabes que ingresaron en la Argentina en ese período tuvieron pasaporte del Imperio Otomano, razón por la cual se los denominó erróneamente "turcos", aun cuando provinieran del Líbano, Siria, Palestina o Turquía. Las religiones que profesaron estos inmigrantes fueron fundamentalmente dos: la católica maronita y la musulmana. La primera fue practicada, fundamentalmente, por libaneses y la segunda, por sirios.
El hecho de que los cristianos maronitas se fundieran con muchos de los rituales y creencias de la religión oficial del país no mostró diferencias con ella. En cambio, para muchos pobladores de la zona sigue siendo un misterio el mundo de la religión islámica. Hace unos años, en El Bolsón se levantó la primera mezquita de la Patagonia, es decir que hasta hace muy poco no existía un espacio religioso para los fieles de la región austral.
La vida de los creyentes musulmanes está marcada por las oraciones, desde el nacimiento hasta el instante de la muerte. Es costumbre susurrar al oído de los recién nacidos frases del Corán y también de los moribundos. La práctica religiosa musulmana gira en torno de la confesión de fe, la oración, el ayuno, la limosna y la peregrinación; éstos son "los cinco pilares de la fe".
El cumplimiento del ayuno durante el Ramadán, noveno mes del año, es una de las celebraciones islámicas más conocidas. Se trata de un período de reflexión religiosa a través de las lecturas del Corán y de los ritos establecidos. El ayuno es obligatorio para todo musulmán adulto y está prohibido comer, beber, tener relaciones sexuales y fumar desde que sale el sol hasta que se oculta. Sabemos que "toda alma probará el sabor de la muerte" y también, que la comunidad musulmana se distingue de las demás por sus normas de vida específicas. Al momento de morir todo musulmán debe respetar un ritual. "El cuerpo debe ser bañado (Gusul), amortajado (Takfin) y perfumado. Sus deudos deben rezar por él y lo sepultan según las enseñanzas del Corán.
"Es aconsejable que el ataúd sea simple -se explicita-, con el fin de no agobiar a los familiares del fallecido con gastos innecesarios, y al mismo tiempo lo suficientemente fuerte para ser reutilizado con otros fallecidos. Se coloca el féretro en el suelo, en sentido perpendicular a la Qibla (dirección hacia la Meca) y el imam o shiej (o quien oficie de guía religioso) se sitúa detrás del féretro (preferiblemente detrás de la cabeza del difunto si es varón o de la parte media del cuerpo si es mujer).
"El suelo o tierra del cementerio -dice el Corán- es la morada natural de nuestros fallecidos". En la tierra se completa el ciclo vital del hombre, al que el Corán cita en el versículo 20/55: "De ella (la tierra) os creamos, a ella os retornaremos y de ella os haremos surgir otra vez".
Trasladado hasta el borde de la tumba, se retira del ataúd el cadáver amortajado y se procede al entierro propiamente dicho. La tumba será abierta en sentido perpendicular a la Qibla, con una profundidad suficiente para proteger el cuerpo de cualquier intento de profanación o exhumación criminal.
Cualquiera que visite un cementerio -como el de Cervantes (foto)- descubrirá la presencia de musulmanes que llegaron a la región pues sus sepulturas no llevan cruz sino la media luna del islam.