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  Sábado 02 de Agosto de 2008  
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  Relatos sirio-italianos de los Amaro Mazzucco

Ahmed Selman llegó a la Argentina proveniente de Siria en 1939 y desde entonces fue Ahmed Amaro. Se estableció en Cervantes con su hermano Juan. Allí tuvo una panadería, una chacra y un almacén. Se casó con Ana Mazzucco, ama de llaves de Benito Mussolini y radicada en la zona al finalizar la guerra.

 
 
 
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Aquí Ahmed Selman fue Ahmed Selman Amaro. Al pisar suelo argentino le dieron otro apellido. Venía de Siria. No hablaba el castellano, de modo que aceptó mansamente su nuevo nombre.

La actual República Árabe Siria (lo es desde 1963) es un país de Medio Oriente que da al Mediterráneo y comparte fronteras con Israel, Líbano, Jordania, Irak y Turquía. La mayoría de los sirios habla el árabe y profesa el islam. Siria, una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad, fue parte del Imperio Otomano desde el siglo XVI hasta el XX. En 1922 la Liga de las Naciones repartió el dominio de la antigua Siria entre dos países: el Reino Unido y Francia, que recibió a los territorios que luego se convirtieron en las actuales Siria y Líbano. Este cambio provocó una crisis en la región, que expulsó a millones de habitantes hacia América.

Esa marea humana arrastró a Ahmed, quien había nacido en 1907 y llegó a Buenos Aires unos 20 años después, solo. En realidad iba a viajar con su hermano, pero éste tenía un defecto en la vista y no lo dejaron migrar.

En una semana y por diversos motivos murieron los padres de Ahmed. Eran nueve hermanos. La familia vivía de lo que cultivaba en un pedazo de tierra. Un día un paisano le dijo a Ahmed: "Vamos a la Argentina". Él aceptó. No sabía dónde estaba ese país, pero allí vivía su hermano mayor, Juan, radicado en el Alto Valle.

"A la Argentina vinieron dos Selman de familia, Juan y Ahmed. Cuando vino papá se fue a trabajar a Mainqué, donde se dedicó a cultivar papa, alfalfa para semillas y otras tareas de chacra. Trabajaba a porcentaje".

Después de un tiempo se mudaron a Cervantes, donde Ahmed puso una panadería. "Allí vivían todos juntos, con sus respectivas familias. Años más tarde compraron 100 hectáreas, la chacra 300, en la segunda curva de Cervantes. Emparejaron todo a rastrón y dejaron la panadería", cuenta el hijo mayor de Ahmed, Juan Selman Amaro.

La chacra la hicieron ellos. A medida que desmontaban iban poniendo frutales y mientras éstos crecían cultivaron verduras. Juan también vivía en la chacra, pero del lado de la Ruta Chica. Cada hermano, en su parcela, puso un almacén.

Antes de ir a trabajar la tierra, los Selman Amaro pasaron un tiempo en la panadería, donde conocieron a toda la gente del lugar. Enfrente, justamente, estaban los hermanos Mazzucco, italianos. Uno de ellos, Augusto, siempre le decía a Ahmed "cuñado", "Yo tengo una hermana para que se case con vos". Pero la hermana vivía en Italia. "Un buen día resultó que, terminada la guerra, esta hermana, Ana Mazzucco, se vino a la Argentina", relata Rosa, hija de Ahmed y Ana.

Los Mazzucco tienen una rica historia en la región del Valle, integrantes de una familia de arraigo y muy vinculada con la fruticultura. Los hermanos Mazzucco eran cinco, tres varones y dos mujeres. Todos vinieron a la Argentina, menos Alberta. Aquí vivían Nicodemo, Augusto y Torino. Al terminar la guerra llegaron Ana y su madre.

"Mamá -cuenta su hija Rosa- vivía en Roma pero era de Belluno. Durante la guerra fue ama de llaves de Benito Mussolini. Una mujer linda y elegante acostumbrada a la ciudad, a estar de punta en blanco y siempre con tacos altos. Contaban que cuando vino acá y la hicieron calzar alpargatas ¡se iba para atrás!" (risas).

La anécdota la siguen contando sus nietos quienes, obviamente, guardan los mejores recuerdos de ella cuando ya se había adaptado a esta nueva vida, tarea que le llevó años. Al llegar a Cervantes, Ana no sólo perdió el equilibrio al caminar sin tacos; todo su mundo dio un giro. De la ciudad a la chacra sin escalas, llamada por los varones de su familia -a cargo de su madre- inició una nueva vida.

Su hermano Nicodemo tenía una empresa fúnebre en Cipolletti; los otros estaban en Cervantes y se dedicaban a la fruticultura. Tanto insistieron los hermanos Mazzucco, que terminaron presentándole al candidato. Aunque durante toda su vida el vecino Ahmed había insistido en que sus hijos debían casarse con árabes, se enamoró de Ana. Ella, que nunca fue una mujer dócil, aceptó casarse con Ahmed. "Imaginate: una gringa y un árabe, no sé cómo se entendieron tan bien", comenta un hijo de ambos.

Los dos había llegado a la Argentina de grandes y tenían afianzado su idioma. Cuenta Rosa: "Siempre hablaron mal el castellano. Fijate que nosotros lo aprendimos mal porque ellos no lo hablaban bien. Cada uno se expresaba en su lengua y después terminamos hablando cualquier cosa hasta que fuimos a la escuela.

"A nosotros nos faltó una escuela para aprender a leer y escribir el árabe; fue una pena no poder hacerlo. Los cristianos y los hebreos tenían sus escuelas y sus lugares de culto, pero nosotros no. Mi padre hablaba el árabe, nosotros aprendimos un poquito. Acá, en esta zona del Valle, no había muchos que hablaran el árabe, en cambio en Neuquén sí. Hasta conocí gente de origen mapuche que hablaba el árabe", cuenta Rosa.

Pese a las diferencias culturales, de la unión de Ana y Ahmed resultó un buen matrimonio, muy afecto a los lazos de familia. "Mamá era muy trabajadora; claro, ella nos atendía a nosotros y, además, la casa y la huerta. Papá estaba más en la chacra y en el almacén; a él le gustaba el negocio, estar con gente. Cuando se mudó a la chacra puso un almacén. No sabía leer ni escribir pero era rapidísimo con los cálculos. No se le escapaba nada", recuerda su hijo Selman.

Ahmed y Ana vivieron los primeros años en la panadería, donde también nacieron sus tres primeros hijos: Magdalena Jarma, Rosa y Juan Selman. "Cuando tenía 4 años -cuenta Rosa- nos mudamos a la chacra; fuimos con la abuela Mazzucco y allá nació Elías Ale.

"Mamá trabajó como una desgraciada en la chacra. Como buena tana, tenía su quinta y se levantaba a ordeñar la vaca: nos hacía la manteca, la crema, el queso... la verdad es que hacía de todo. Era una mujer de carácter y nunca descansaba", prosigue Rosa.

En la chacra tuvieron tiempos difíciles que trataron de sobrellevar con lo que entraba en el negocio y la ayuda de los hermanos de Ana. Esa chacra cuenta muchas historias del lugar, como la de haber sido uno de los refugios del bandolero más famoso, Juan Bautista Bairoletto, a quien Ahmed -cuentan- apreciaba y protegía.

Ana era católica y Ahmed musulmán -"musulmano", como dicen sus hijos por influencia materna-, pero pese a la diferencia de credos se respetaron. Su esposa se acostumbró a cocinar siguiendo los preceptos su religión.

Si bien no existe una estadística de credos en la Norpatagonia, por relatos orales se puede inferir que muchos inmigrantes de origen sirio profesaron la religión del islam, aunque de modo privado. Evidentemente -este fenómeno no es privativo de la Argentina- al ingresar al país los inmigrantes solían decir que profesaban la religión oficial, por temor a no ser aceptados, motivo que también puede haberlos movido a mantener sus rituales siempre puertas adentro.

Cuenta Selman que en la zona hay varias familias musulmanas, las cuales se reúnen al menos una vez al año. Su familia siempre asistió a las celebraciones religiosas. "Nos reunimos los musulmanes de Río Negro y otros de Neuquén; nos juntamos después del Ramadán. Nos reunimos en La Herradura, que es un barrio residencial que está contra el río, en Neuquén. Allí, en la casa de un primo. Somos ciento y pico de personas. Hacemos las comidas, el trigo burgol, cordero... toda comida árabe. Y estamos todo el día juntos.

"Cuando termina el Ramadán se hace una celebración; el mes que viene (agosto) tenemos otra celebración. Pero para el Ramadán vienen los shiej de Buenos Aires, Balcarce o Mar del Plata. Cuando pueden vienen todos, pero pasa que hay tres que tienen que andar por todo el país en esa ceremonia y casi nunca pueden venir todos juntos. En la ceremonia del final del Ramadán los árabes, hoy en su mayoría hijos de árabes, entran a un cuarto a rezar -explica-. Sólo entran los hombres. Rezan en árabe, se pone incienso y oran. Siempre participamos de esa ceremonia y mi madre acompañaba. Mi mamá respetó las costumbres y la enterramos según el ritual musulmán, en tierra y con la lápida con la media luna y su nombre en árabe. No usamos la cruz sino la media luna y se coloca al muerto al revés de como se lo orienta al cristiano", explica Selman.

"Un shiej acompañó a papá en su agonía durante un mes y estuvo para los rituales funerarios. Hace 24 años que murió", acota su hija Rosa. En esos momentos la religión se hace más pública; de hecho, solicitan servicios específicos a algunas empresas funerarias que están preparadas para hacerlo. "Nosotros trajimos al shiej, que se ocupó de todo, desde cerrarle los ojos hasta bañarlo, perfumarlo y envolverlo en el lienzo(ver "Historia de acá"), como se debe hacer".

Desde que vive en Buenos Aires Rosa va a encuentros de su colectividad, donde hay mayoría de sirios musulmanes. Los inmigrantes libaneses eran mayormente cristianos y los sirios, casi todos musulmanes.

Rosa Amaro Mazzucco está casada con el Ernesto Fernández, hijo de españoles de Almería que se radicaron en la Colonia Rusa, donde vivieron por más 25 años. "Mi padre al principio se oponía a que me casara con mi marido, cuenta Rosa. Él quería que nos casáramos con musulmanes, pero terminamos casándonos con quien queríamos hacerlo y, aun así, seguimos profesando esa fe. Mi hermana mayor sí se casó con un árabe musulmán, Jacinto Selman; ellos tienen dos hijas y viven en Tres Arroyos. También tenemos una prima casada con un shiej, una hija de Juan; viven en Junín, él -Yasin Amat- tiene 105 años.

"En Cervantes había poquita gente. Había paisanos que hablaban el árabe, como los Ilú, nuestro vecino Yasin y los Amat. Todos 'musulmanos'", afirma Selman.

Juan Amaro se casó con una andaluza, "Pepa" Palazón. Ella tenía dos hermanas, todas casadas con árabes. "Mi tío Juan y su señora tuvieron dos hijos. Yo tengo dos -cuenta Selman-: Walter Ariel Amaro y Noelia Fabiana; mi hermana Rosa tienes dos hijos, Néstor y Stella; mi hermana mayor tiene dos hijas y el menor, Elías Ale, cinco".

Ana y Ahmed tuvieron una vida generosa. Ana murió primero. Varios años después lo hizo Ahmed. Él quedó en la chacra con sus hijos y nietos, que vivieron muy cerca de su abuelo.

Al morir el matrimonio Amaro tres de sus cuatro hijos siguieron con los oficios cultivados por sus padres: el comercio y la fruticultura. Con suerte dispar, continuaron con esas actividades.

"Al morir mi mamá, mi padre me dio mi parte y quedé con una chacra en Huergo; años más tarde me compré otra en Mainqué -cuenta Selman-. Excepto mi hermana que vive en Tres Arroyos, todos nosotros seguimos en la fruticultura, aunque yo terminé siendo el más chacarero. Tengo todo reconvertido a nuevo, de la mejor fruta... manzanas, peras, duraznos. Mi hermano hace poco alquiló las chacras y Rosa las vendió. Pero siempre estuvimos en esto, produciendo y comerciando fruta".

Ana volvió una vez a Italia a ver a su hermana y Ahmed Selman regresó a Siria, ya mayor y viudo, a ver a su hermano menor, el único que quedaba vivo. El azar lo hizo reencontrarse con su familia, de la que no tenía noticias desde que había salido de Siria.

"Un día me vino a ver un hombre que vivía en Siria -cuenta Rosa-; tenía a su hermano en Stefenelli, ambos de apellido Mir. Como quedaban pocos paisanos, se lo llevé a papá para que charlaran. Papá le contó que nunca más había tenido noticias de su familia de Siria y le mostramos una foto en la que estaban mi papá y sus hermanos. El hombre vio la foto y nos dijo: 'Esta foto la saqué yo'. ¡No lo podíamos creer! Mirá qué regalo de la vida. Ese hombre volvió a Siria y localizó al hermano menor de mi padre; gracias a él se volvieron a ver".

Ésa fue su única visita. Ahmed viajó con su hija Rosa. Se impactó mucho por el modo de vida de un país que ya había olvidado. "Mi papá no tenía añoranzas. Allá se vivía mal, trabajaban un pedazo de tierra para vivir. Eran muchos hermanos y tuvieron una vida dura. Cuando volvió sintió que su tierra lejana no era el paraíso, que el paraíso estaba aquí, en el Valle, donde había sembrado a sus hijos".

 

SUSANA YAPPERT

sy@fruticulturasur.com

   
   
 
 
 
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