Alfredo Hansen heredó de sus ancestros la sangre noruega y las profesiones de "pocero" y "molinero". Es como que la vida le sonríe. Mientras haya agua bajo tierra y sople el viento tendrá trabajo seguro.
Es poco ocurrente pero emprendedor, lo que le permite quebrar cualquier oscilación ligada a lo anímico. De antemano sabe que cuando se ve obligado a bajar a un pozo es porque un ganadero quiere que sus animales tengan agua en abundancia. Si está por los aires -subido a la torreta de un molino- no existe ninguna otra mezcla extraña, simplemente piensa que las paletas deben tirar con toda la fuerza por igual motivo.
Desde lo laboral Alfredo estaba sujeto al mercado libre de pases. Un empleo en la ciudad se presentaba tan atractivo como un frasco de miel para los osos.
No es igual gozar de las comodidades de una oficina pública que exponerse al viento, la lluvia o el frío. Y él optó por una posición intermedia: mueve papeles por la mañana y continúa cavando por las tardes, por satisfacción personal. En esto la interdependencia sanguínea heredada de su padre Juan y de su abuelo Andrés puede mucho.
LEGADO FAMILIAR
El primero de los que bajaron a un pozo a mediados del siglo XX fue Andrés. El primero y el único que mantuvo relaciones con su "madre patria".
"No tenemos muchas referencias de él. Los familiares le mandaban sardinas de Noruega. Yo a mi abuelo no lo conocí, pero dejó un pequeño monumento en el patio de la casa familiar: en ese lugar construyó el primer gallinero planchando las latas de sardinas que quedaban vacías", cuenta Alfredo.
A su abuelo le tocó hacer el mayor esfuerzo. Usaba carretas para llegar a los campos. Horadaba la tierra con pico y pala. En ese tiempo, la moda era construir jagüeles que demandaban dos meses; levantaban un campamento y se aseguraban los "vicios" por ese tiempo.
La única manera de cumplir el contrato era extraer tierra merced a la formación de una extensa cadena de baldes, para lo cual se debía emplear a muchos peones. Cuando el pozo alcanzaba los 80 metros de profundidad, los caballos de tiro aliviaban la pesadez de los baldes y el cansancio. Y de paso, servían para levantar al último, que se quedaba a esa profundidad.
A Andrés lo llamaban "Potrillo". Su origen nórdico lo presentaba como una persona corpulenta y la historia oral de varias generaciones cuenta que alzaba a mano las máquinas de los molinos. En aquellos años pesaban 100 kilos, contra los 30 de los actuales. En los bares de Viedma era el campeón de las pulseadas.
El sacrificio se hizo notar. En ese tiempo había muchos pozos "lloradores", como se llamaba a las filtraciones de las capas, y era imposible cuidarse de la lluvia. Se trabajaba sólo en los días soleados o, a lo sumo, alumbrando con espejos. Tampoco había crema para las manos: la única manera de curar las lastimaduras era calentar grasa de capón y con eso untárselas.
En los campos este apellido parece una marca registrada. A Andrés lo sucedió su hijo Juan, el padre de Alfredo. Lo que construyó el abuelo lo repara el nieto. "Como ya nos conocen -apunta Alfredo- bajamos a cambiar los 'cueritos', los cilindros o una varilla".
Él poco pudo conocer de su abuelo, pero por intermedio de su progenitor recibió instrucción sobre los cuidados a tener. La principal premisa es no dejar que el propietario del campo o un peón se acerquen al pozo, pues una piedra o un cuchillo caído de la cintura desde 80 metros puede resultar fatal.
Otra herencia recibida por Alfredo Hansen son las mechas que usaba su abuelo en las perforaciones y que juntaban llagas como las manchas de un tigre. Las mechas eran construidas a fragua y en un todo de acuerdo con las condiciones del terreno. Había que luchar contra el suelo pedregoso compuesto por tosca "mora" o canto rodado. Quizá una penetración de 60 centímetros llevaba varios días y litros de sudor.
Las enseñanzas de Juan reúnen mucha contundencia. Es un libro abierto aunque esté jubilado. Se lo consulta como un sabio. Conoce y sabe transmitir a pie juntillas y a la perfección dónde y cómo perforar en determinado campo y a qué hondura se encontrarán con aguas malas, salobres o buenas. Cuando el molino no gira como debe, Juan es frecuentado a propósito de que ofrezca precisiones respecto de qué tornillo hay que ajustar o aflojar en el mecanismo.
PRESENTE Y FUTURO
Si bien guarda como recuerdo las mechas de su abuelo, Alfredo ya emplea otra tecnología. Comparte la faena con un socio y amigo, Guido Otero.
Ahora las excavaciones se remiten a un pequeño radio de 15 centímetros y se realizan con un barreno automático movido por un motor a explosión. Los motores de los molinos se elevan con una pluma. Tampoco presentan inconvenientes las palas, debido a que su diseño es de un material alivianado.
Las obligaciones de bucear en las profundidades de la tierra se hacen en otras condiciones. Se usan cascos, capas para lluvia, hamacas de descenso con compartimiento de herramientas y un disco de arado como techo de seguridad. Hasta se puede trabajar con linternas en los días nublados.
La máquina que reemplazó a la fuerza humana está dotada de un reloj que marca la profundidad y facilita las cosas para determinar el caudal de un pozo. Lo que sí mantienen inalterable las tres generaciones Hansen es poder comprobar que el agua es buena sólo "al gusto".
"Con Guido nos llevamos muy bien; disfrutamos de las tardes en el campo, porque no soy un tipo para vivir encerrado en cuatro paredes de una oficina", asevera.
Los problemas ecológicos y el medio ambiente son materia de preocupación para estos trabajadores de la tierra profunda. Ven que las aguas subterráneas cada vez corren con menos abundancia.
No consideran como la gran panacea el acueducto ganadero-turístico y creen que los futuros ramales no tendrán aprovechamiento intensivo dado que el diseño espacial es acotado, por lo tanto piensan que su actividad nunca se perderá.
La Patagonia es un espejo de la abundancia, con una significativa diversidad de fauna y flora. Los molinos se mimetizan con el paisaje. Entendiendo y comprendiendo los códigos secretos de la naturaleza, siempre trepado sobre uno de ellos estará un Hansen.
ENRIQUE CAMINO
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