De las 18.000 hectáreas históricas destinadas a la producción de vid en Río Negro actualmente debe haber unas 2.500, aunque los números no son precisos pues hace una década que no se realiza censo vitícola alguno.
Aunque las perspectivas vitivinícolas de la región son excepcionales debido a las peculiaridades del clima, esas condiciones no se han aprovechado.
En esta columna se mencionaron las dificultades que enfrenta el sector debido a las graves pérdidas por las heladas que afectaron la temporada pasada y la inexistencia de un plan que contribuya a que este tipo de producción se manifieste en la plenitud en que la zona lo permite.
"El proyecto de las zonas frías era una idea muy buena pero que lamentablemente no fue acompañada con la debida reconversión varietal para lograr un producto de calidad" -reflexiona Norberto Ghirardelli-. Fue un proyecto muy bueno desde el punto de vista del marketing y la difusión y con mucho apoyo estatal, que hoy no existe. Se siguieron haciendo vinos con las uvas que había, que no era algo sustentable. El problema de las bodegas, por otra parte, era mucho más grave, no podía solucionarse con 20.000 botellas de champán o vinos finos. Las bodegas cooperativas que venían de producir 8 ó 10 millones de litros de vino en damajuanas se precipitaron en una crisis total. El vino tributaba impuesto interno, las bodegas tenían deudas impositivas acumuladas de años y así fueron desapareciendo, una a una, Millacó, Flor del Prado y Lobo de Río Negro, y algunas no cooperativas también cerraron, como Flor del Valle y Glanz".
Esta temporada fue crítica para el sector por efecto de las heladas. Norberto salvó toda la producción y hasta pudo vender un poco de Pinot a una de las bodegas más importantes de la región, que se vio más afectada pese a las medidas que había adoptado contra las bajas temperaturas. Este agrónomo y empresario considera que no tener sistemas de protección en esta actividad es altamente riesgoso porque uvas como la Pinot no se reponen: "si uno pierde peras nadie se entera, pero si perdés la variedad Pinot, de la que debe haber 50 hectáreas en todo el valle de Río Negro y Neuquén, es un desastre. Por ejemplo, si yo no puedo estar un año en las góndolas porque perdí la producción, al año siguiente tengo que remar el doble para volver a posicionarme. No puedo darme el lujo de desaparecer un año. Sin dudas, las heladas y el frente comercial son nuestro cuello de botella".
"Nuestro producto fue exitoso y tenemos planes de seguir desarrollándonos. Pero hay un punto que es clave para que los vinos de estas zonas continúen creciendo: debemos promover la identidad, cultivar el sentido de pertenencia. Si vas a Cuyo o a Salta tienen bien clarito qué vino defienden; en cambio acá es difícil vender nuestros productos en Bariloche y hasta en nuestras localidades, en el Alto Valle, que suman casi un millón de habitantes. Es cierto, Mendoza y Salta nos llevan como 400 años de historia, pero es hora de que empecemos nosotros a contar nuestra propia historia vitícola", se entusiasma.
"Esta actividad es como una enfermedad contagiosa. La producción es así. Los que enterramos la plata sabemos que podríamos hacer actividades más rentables, pero elegimos no hacerlo. Las pasiones son así, uno no puede renunciar a ellas", afirma Norberto Ghirardelli, actual presidente de la asociación 'Ruta del vino de Río Negro' e impulsor de una exitosa bodega que suma 14 años de crecimiento sostenido. (S. Y.)