Manuel Saiz vive en una casa impecable, de ésas en que cada cosa está siempre en su lugar. En su escritorio, cuyos muebles lo acompañan incondicionalmente desde hace varias décadas, guarda todo aquello que da testimonio de su trayectoria, todo lo que atesora como sus mejores trofeos: pergaminos que recuerdan la fundación de uno de los comercios más importantes de la década del '50 en la región (Saiz, López & Baraldi), los del Rotary y los del Directorio del Banco de Río Negro y Neuquén; fotos con su familia y, en alto, una suya con su primera y única bisnieta; las etiquetas de los vinos que hacía y comercializaba en su bodega de Mainqué y un recuerdo de su paso por la vicepresidencia del cuerpo de bomberos y de su presidencia en la Cámara de Agricultura, Industria y Comercio.
Sobre el escritorio reposan lápices negros con puntas perfectas, almanaques, una máquina de escribir, carbónicos y una síntesis en tinta azul de las fechas más importantes de su biografía. Manuel, de punta en blanco y con su infaltable corbata, comienza a relatar su biografía: "Manuel Saiz, hijo de españoles, nace en 1917, inicia sus actividades comerciales en 1940".
La charla toma otros senderos y algunos atajos y fluye. Manuel, muy amable, acepta que la conversación siga otros cauces. Es un hombre sonriente. Trasluce haber vivido intensa y plenamente.
Sus padres, Adolfo Saiz y Modesta del Río, eran españoles, de Lillo. "Ella salió de España con sus padres y sus papeles en orden; en cambio, mi padre quiso subir al barco de polizón y lo descubrieron. De modo que mi madre llegó un poco antes que mi padre, pero ambos fueron inmigrantes".
Llegaron en vapor a Bahía Blanca cuando el siglo XX nacía. Luego, sus padres se casaron y se mudaron a General Roca. "Mi padre era panadero y puso una panadería que mucha gente recuerda; después dispusieron su traslado a Huergo. Él fabricaba el pan y mi madre estaba en la caja. En Huergo tuvieron a cinco de sus hijos: Adelino ('Farrucho'), José ('Chochón'), Adolfo ('Fito'), Manuel y Modesta. Yo nací en 1917 en Roca, pero viví en Huergo hasta que me casé", cuenta el menor de los varones de la familia.
Sus padres vendieron la panadería cuando él tenía 12 años. Manuel había terminado su escuela primaria con las mejores notas y decidió seguir sus estudios en la Academia Mandarano, donde toda una generación de vecinos de la colonia -debido a que no había escuelas secundarias- aprendió el oficio de "tenedor de libros" y los rudimentos de la contabilidad.
A los 15 años Manuel ya tenía apuro por trabajar. "Fui el primer empleado de la cooperativa que se fundó en Huergo, la llamada 'Lobo de Río Negro'. Allí trabajé siete años, hasta 1939; me retiré por voluntad propia, pero debo decir que ésos fueron años fundamentales, años en que aprendí muchísimo sobre el sector frutivinícola. Fijate cómo será, que paralelamente a ese trabajo hice una sociedad con mi hermano 'Fito', con quien empezamos a meternos en el negocio de la fruta. Yo era menor de edad, pero pura audacia; de hecho, obtuve una autorización del primer juez letrado que tuvimos en Roca para poder comerciar siendo menor. Mandarano -una persona muy querida y respetada- me convenció de pedir una autorización al juez para trabajar y éste me la otorgó. Siempre fui un apasionado del trabajo y por eso disfruté de todo lo que hice. Digamos que estoy en paz con la vida. Aprendí observando a los mayores.
"Con mi hermano aprovechamos que existía el tren frutero -continúa-. Recorría toda la provincia de Buenos Aires, donde hice una linda clientela en Mar del Plata, Olavarría, Dorrego, General Lamadrid... nos fue muy bien, aprendimos y progresamos. Pero tuvimos que interrumpir la actividad cuando terminó el tren frutero, cuando se nacionalizaron los ferrocarriles. Digamos que nos arruinaron el negocio" (risas).
Los problemas que generó la salida de los ingleses del transporte y el comercio de fruta del Valle recién se resolvieron cuando Frondizi decidió invertir en la Ruta 22. En medio fueron años críticos para la logística del sector.
Hasta el año '40 Manuel siguió viviendo en Huergo; luego se mudó a Roca, donde con los años se estableció toda su familia. "Mis padres vivieron aquí el resto de sus vidas; mi padre hasta los 87 años y mi madre, hasta los 85. Yo me casé en 1940 con Alcira Puicerverg; ella también era hija de inmigrantes que se habían radicado en Huergo (Miguel Puicerverg y Celedonia Cantó) y tuvimos tres hijas. Durante años hicimos nuestras reuniones familiares enormes, infaltables. También nos reuníamos con amigos. Teníamos unos amigos íntimos en Godoy con quienes hacíamos unas farrongas bárbaras. Eran los Frassón y los Micheletto. Me acuerdo de que nos veíamos para las fiestas y cada uno llevaba lo que podía: yo iba con unas ciruelas, otros hacían pavitos rellenos y así. Fuimos amigos durante toda la vida".
Cuando era chico, Manuel tuvo tifus, enfermedad que le dejó un soplo y que lo hizo concentrarse en una actividad sola: el trabajo. "Varias veces pensé que me moría, pero ahora ya no temo a la muerte, estoy amansado", dice.
"Ingresé al comercio cuando me desvinculé de la fruta, a los 23 años. Hice una sociedad con el señor Oscar Boscacci, quien tenía un negocio de bicicletas, cocinas y artículos para el hogar, algo que andaba muy bien por entonces. Hicimos una sociedad que se llamaba 'Boscacci & Saiz'. Paralelamente, entre 1940 y 1945 alquilé a Ernesto Verdecchia una bodega en Mainqué, frente a la Ruta 22; algo sabía del rubro por haber trabajado en la cooperativa. Yo estaba en el comercio en Roca y mi hermano 'Fito' quedó al frente de la bodega. En el '45 se venció el contrato de alquiler y yo hice una oferta para comprarla, pero Verdecchia no aceptó, así que invertí en una chacra de 25 hectáreas y me largué a hacer el negocio grande".
La nueva sociedad fue "Saiz, López & Baraldi", dedicada al comercio de artículos del hogar, tractores, camiones, autos, repuestos para autos, curadoras y maquinarias para chacras y bodegas. "Como esos años fueron económicamente muy buenos, me animé a comprar un terreno para construir el local en la calle Tucumán (donde actualmente está Topsy). Contraté a un estudio de arquitectura en Bahía Blanca para que hiciera un gran salón sin columnas, como había visto en San Luis... toda una revolución. La gente me preguntaba cómo se iba a sostener el techo sin columnas (risas). Era el local más grande de Roca y en esos años Neuquén no tenía comercios tan grandes como el nuestro. Lo hice con un crédito del Banco Hipotecario y mirá los buenos años que serían, que cancelé el crédito antes de tiempo.
"El edificio fue inaugurado el 16 de noviembre de 1947 y fue muy próspero hasta que se cerraron las importaciones. Muchas firmas que nos vendían decidieron cerrar sus filiales en Argentina, como John Deere y Agar Cross.
"En 1966 cerraron el negocio; era la fecha en la que caducaban los contratos contraídos hacía 20 años. Fueron épocas de crecimiento para el Valle; pese a los altibajos vimos a Roca crecer. Eran tiempos en que si hacías las cosas bien, salían bien. Además la gente cumplía sus compromisos y dedicábamos tiempo a lo comunitario, que es muy gratificante. Roca era un pueblo muy importante, marchaba a la cabeza de las localidades de la provincia y trabajábamos con ese impulso, de mejorar nuestra localidad".
En 1950 Manuel compró otra chacra y en adelante la fruticultura y la vitivinicultura concentraron sus energías. "Me retiré quince años de la bodega pero volví. Logré que la familia Verdecchia me vendiera aquella propiedad que había alquilado. En 1962 había hecho tan buen negocio con los duraznos que me pagaron con un cheque y, así como me lo dieron, se lo entregué a Verdecchia como pago de la bodega. Volví a la actividad con muchísimo entusiasmo. Agrandé la infraestructura y estuve hasta el 2006 haciendo vino. Fraccionaba en damajuanas y vendía en botellas en toda la zona; el primer lugar en ventas era Neuquén".
En medio de tantas actividades, Manuel formó su familia. Estuvo casado durante 65 años y con su esposa vieron crecer a sus tres hijas, Mirta, Mabel y Silvia, y a sus siete nietos. "En el 2005 perdí a mi señora... la vida ahora es distinta pero, para tranquilidad de mis hijas, tengo que estar bien. Mi mujer permitió que yo hiciera todo lo que hice; siempre toleró mis constantes llegadas tarde, mis actividades sociales. Por suerte, pudimos disfrutar también y viajar por el mundo", recuerda.
Manuel estuvo durante muchos años al frente del Centro de Bodegueros de Río Negro. "Me tocó la época en la cual el sector era manejado por interventores; sin embargo nunca tuve inconvenientes durante mis gestiones, siempre me dieron lo que pedí porque nunca solicité lo que no correspondía. También estuve al frente de la CAIC (1953-1958) y en la vicepresidencia de Bomberos Voluntarios y siempre me manejé con el mismo principio: sinceridad y apertura, dos ingredientes fundamentales a la hora de conseguir consensos. En política nunca estuve; no era para mí la política", cuenta el tío del actual gobernador de Río Negro, Miguel Saiz.
Manuel cumplió 50 años de socio del Rotary, el único en alcanzar ese record, y por pedido de Septimio Romagnoli se sumó a la Comisión del Banco de Río Negro y Neuquén cuando él estaba al frente de la institución.
"He sido un hombre afortunado, aprendí mucho de los mayores y el tiempo en que estuve activo en la sociedad me tocó conocer a gente extraordinaria. La comisión de Bomberos era lindísima; estaban Kaufmann, Fava, Spizter, Carrera, Stafisso y otros... ¡qué linda gente! ¡Y, por favor, no olvidemos mencionar a Septimio Romagnoli! Nos enseñó muchas cositas buenas, una maravilla de persona. Estuvo 25 años al frente del banco. Yo lo acompañé entre 1956 y 1960; luego me excusé porque mi comercio necesitaba mi presencia".
Actualmente Manuel maneja una chacra y confiesa que siempre se ocupó personalmente de comercializar su fruta. Durante 30 años le vendió a Moño Azul y ahora le vende a Expofrut. "Tuve siempre manzanas, peras y duraznos. Los duraznos me dieron muchas alegrías, sobre todo en el tiempo en que se inició la fábrica de conservas en Otto Krause, cuando Grisanti estaba al frente de ella".
Manuel viene de una familia muy unida y repitió con la propia esa característica. Lo acompaña siempre su hija Mirta, quien es la única que vive en Roca, y sueña con que alguno de sus nietos continúe con la fruticultura. "Si llega el momento sé que algún nieto lo hará", afirma confiado. "En el 2004 comencé mi retiro de las actividades: vendí la bodega y me quedé con una chacra que me mantiene entretenido. Para finalizar, tengo que decir con satisfacción que un empleado que me acompañó durante 34 años en la chacra se acaba de jubilar. La chacra ha sido lo más constante en mi vida, nunca abandoné. Años buenos, años malos todos los tuvimos, pero el chacareo auténtico siempre va para adelante".
SUSANA YAPPERT
sy@fruticulturasur.com