En las charlas con los integrantes de la comunidad de Paso Flores se filtra un temor: que su historia sea malinterpretada por aquellos que tejen conjeturas ciertas con precarias evidencias. El haber aparecido en fotos que los mostraban trabajando con ropa del ejército comprada en una ocasión de saldos usados y detrás de algún alambrado patagónico hizo aparecer en la prensa el fantasma de un campo de concentración o el de una sucursal allí de la Colonia Dignidad.
Claro que un cierto tipo de periodismo y el silencio de los alemanes con respecto a ciertos temas no han ayudado a clarificar las cosas. Un libro reciente, en un verdadero compendio de todas las leyendas patagónicas que se han tejido al respecto, los ubica en el cruce de los caminos de estancias y oscuras mansiones que han albergado al Führer mismo en la extensa y compleja geografía de la región habitada por muchos alemanes. El imaginario colectivo, que se construye con algo de verdad, rumores, leyendas, registros visuales que se acumulan y escritos varios, no ha tenido piedad con los alemanes que, sumidos en el silencio, sólo esperan el olvido que nunca llega. Por nuestras mentes circulan perdidos submarinos alemanes que descargan su preciosa carga de tesoros en las desoladas costas del Atlántico sur, sobrevivientes de los campos que reconocen en una estación de servicio de la estepa, en el asiento trasero de un auto, la perdida mirada de Hitler en camino a la cordillera; ancianos sospechosos que se ocultan en alguna chacra maldiciendo en alemán, tumbas que esconden restos de dudosa identidad y uniformes que esperan en armarios la resurrección del líder.
Cuando cargado de todo esto uno llega a un lugar remoto, fundado en la posguerra y en el que algunas familias de evidentes rostros alemanes hablan ese idioma como si fuera un código oculto, la imaginación comienza a jugar su papel. Se habla de que jerarcas nazis o héroes de guerra derrotados pasaron por allí pero se olvida que su balsa era un paso obligado para todo aquel que en aquellos años viajaba desde el sur a Buenos Aires por la antigua Ruta 40. Yo dormí allí alguna noche con mi familia para poder tomar la balsa temprano. Cené con ellos y gocé de su hospitalidad. Nunca vi allí un solo detalle que me hiciera sospechar de alguna actitud política de ningún signo y puedo asegurar que, cuando se trata de alemanes, siempre viajo con los ojos abiertos.
Seguramente, la decisión de no adherirse a las iglesias constituidas sumó su cuota a la leyenda. El ser una comunidad de origen alemán de posguerra en la Argentina, cerca de Bariloche y profesando la extraña fe de sólo querer vivir de acuerdo con la Biblia los hizo susceptibles de todo tipo de prejuicios. Los fragmentos de su historia, sin embargo, están allí junto a ellos, a la vista de todos, para los que buscan evidencia cierta o para los que tejen conjeturas porque, como bien dicen ellos mismos: "En los tiempos difíciles tuvimos una bendición y gracias a ello seguimos adelante".
(H. S.)