De pronto la historia se le vino encima. Lo envolvió. Lo tuvo como en una burbuja y lo devolvió a la realidad con tres libros. El primero, el que le provocó su viaje introspectivo, surgió a cuento de celebrarse los 100 años del colegio Primo Capraro de Bariloche; el segundo, aún inédito, narra la historia de su familia y es el que le permitió ahondar el dilema de su propia identidad, y el tercero es una serie de reflexiones en torno del encuentro de las culturas. Un cierre. Una trilogía que invita a pensar la historia de una colectividad que aún tiene mucho por contar, desde la visión de un descendiente de alemanes que -afirma- nació con dos canales: uno que lo ligaba a la cultura e idioma de sus padres y abuelos y otro que lo conectaba con la realidad en la que crecía, la Patagonia argentina.
Hans Schulz nació en Bariloche hace 52 años y es antropólogo. Éste no es un dato menor porque sus tres libros proponen una lectura que ha sido impregnada por su disciplina. Una disciplina cuyo objeto es "el otro cultural". Una mirada que en él adquiere una espesura mayor porque es a través de sus estudios universitarios que logra pensar la cultura de sus ancestros como ese otro al que busca comprender para luego comprenderse a sí mismo. Como un "observador participante" calificado, intenta desentrañar qué es y cómo es la cultura alemana de los inmigrantes y sus descendientes.
Hans habla de una colectividad que ha sido pionera y ha dejado su fuerte impronta en la región de los lagos a través de científicos, religiosos, productores, comerciantes con una profunda injerencia en la actividad turística, educadores y escritores, entre otras muchas actividades. Una colectividad
que, por otra parte, ha atravesado todos los conflictos que impactaron en su añorada Europa y que dejaron sus marcas en este universo tan lejano. Hans se mete en un lugar de extrema sensibilidad. Siente que los alemanes en el exilio han cargado con un estigma que les ha costado sobrellevar, el del nacionalsocialismo y del Holocausto, aun cuando no todos sus miembros hayan apoyado a Hitler y sus ideas. Sus libros, en este sentido, entrañan un enorme desafío, el de abandonar el silencio de su colectividad que terminó unificando a todos los alemanes en una culpa colectiva.
Hans tuvo que andar muchos caminos para comenzar a encontrar respuestas a interrogantes que lo acompañaban desde su infancia. La muerte de su padre y el nacimiento de sus hijos quizá fueron los detonantes que lo animaron.
Se trata de un aporte fundamental para comprender, "ni reír ni llorar, entender", decía Spinoza. Conocer cómo vivieron los alemanes en el exilio, en un exilio austral que muchos consideran el último refugio de los nazis. En este sentido, la producción de Hans es un desafío necesario, luminoso.
La historia "argentina" de su familia se remonta a 146 años atrás, cuando sus abuelos llegaron al país. Es interesante comenzar por datos de su biografía (que publicará en "Mandato paterno. El frágil hilo del recuerdo"). Hans es verborrágico y tiene un formidable sentido del humor. Es un hombre culto; en cada una de sus intervenciones abundan las citas de filmes, libros, viajes, mitologías y el conocimiento de una gran cantidad de culturas e idiomas. Sabe escuchar y sabe guardar. Palabras, fotos, documentos son atesorados en sus archivos. Allí están las fotos de su familia y a partir de ellas empezó a reconstruir su pasado. Su padre, Juan P. F. Schulz, nació en el barrio de Flores y su madre, Norma Ribet, en el barrio de Núñez. "La madre de mi padre ya había nacido en la Argentina; su familia llegó aquí en 1860. En la tumba familiar del cementerio alemán de Buenos Aires están los restos de mi bisabuelo Bachem y de mis bisabuelos Glab". El abuelo paterno de Hans dejó el norte de Alemania a principios de siglo y, luego de una estadía en un enclave colonial alemán en África, decidió radicarse en la Argentina en 1908. Volvió varias veces a su país, pero no abandonó la tierra elegida. "El negocio de mi abuelo -cuenta Hans- desapareció con la crisis del '30, la familia sufrió una verdadera bancarrota".
El bisabuelo paterno de Hans había sido pastor luterano durante 30 años y su mujer, Margarete Harmsen, había muerto en 1892, a los 27 años. "Mis abuelos maternos, en cambio, vivieron sus últimos años en Bariloche. Este lugar le recordaba a mi abuelo su Piamonte natal. Este abuelo había estudiado en la Universidad de Friburgo y llegó a la Argentina en 1912, con 35 años. Vivió un tiempo en Mendoza y en el norte neuquino. A mi abuela materna la conoció en la Argentina. Vivieron siempre en Buenos Aires. Allí tuvieron sus hijos y allí vivieron mis padres hasta que se mudaron al sur con mi hermana recién nacida".
Hans fue el primer miembro de la familia que nació en Bariloche, "cuando era todavía un pequeño poblado bastante remoto en la Patagonia", una aldea de unos 10.000 habitantes. La familia Schulz se completó aquí con dos hijas más. En realidad el viaje iniciático al sur estuvo a cargo de su padre quien, en 1946, hizo su primer viaje exploratorio. "Hace
muy poco mi madre me mostró un álbum que registra aquel viaje que hizo mi padre con amigos. Se trata de una cuidadosa selección de fotos y de un texto titulado en alemán: 'Viaje al Oeste. Notas de la bitácora del Ford De Luxe'" .
Cuatro años después de escribirlo, los padres de Hans se radicaron en Bariloche. Sintieron el desarraigo de la gran ciudad y de sus relaciones. En la Argentina habían vivido en un ambiente alemán, guardando celosamente sus costumbres, su cultura, su lengua. Ellos habían atravesado las guerras y mamaron el ambiente político que se cultivaba en la tierra lejana, casi mítica, Alemania.
Su padre se adaptó más rápidamente que su madre a esta región, sin dudas por las actividades que emprendió; era viajante de firmas europeas y recorría la Patagonia.
Cuenta Hans que al llegar a Bariloche vivieron en el barrio Belgrano, un barrio de alemanes que la esposa de Primo Capraro, Rosa Meier, ayudó a poblar dando terrenos allí a todos sus coterráneos que quisieran radicarse aquí. "Mi casa estaba en la calle Morales; en esos años era de tierra y descendía en forma pronunciada hasta el centro. En invierno bajábamos con esquíes y trineo hasta la calle Moreno".
Recuerda Hans con detalle aquel pueblo cordillerano que nacía al turismo, las excursiones a la montaña, su escuela, las familias amigas y una ventana al mundo que fueron las librerías del lugar, sus guaridas.
Obviamente Bariloche era un destino interesante para los alemanes, ya que aquí -al comenzar el siglo XX- constituían una de las colectividades extranjeras más importantes. La preexistencia de ellos era el pasaporte afectivo cultural al lugar. Los Schulz se vincularon fuertemente con su colectividad, el padre de Hans incluso llegó a presidir la Asociación Cultural Germano Argentina entre 1954 y 1958, que por entonces retomaba la obra cultural iniciada en 1907 cuando se había fundado en Bariloche la primera escuela privada del territorio, la escuela alemana. En este período -en 1957- se restituyeron propiedades y bienes culturales a la comunidad alemana en Argentina que habían sido confiscados por el Estado cuando se había declarado la guerra a Alemania, en 1945.
El tiempo de la llegada de los Schulz a la cordillera fue el tiempo de la llegada de la última gran oleada inmigratoria a la Argentina que provocó la Segunda Guerra.
En el seno de la comunidad de ese origen y en su escuela las tensiones ideológicas generadas en la guerra persistieron durante años. En 1935 en aquella institución, de acuerdo con un registro fotográfico, flameó una bandera con una esvástica, que según Hans simbolizó un momento de la historia e hizo emerger las diferencias entre dos tendencias (nacionalistas y liberales) en la colectividad local.
"La neutralidad argentina mantenida casi hasta el final de la guerra -explica- permitió que aquí se expresaran más libremente las ideas nacionalsocialistas. Esto no significa que todos los alemanes hayan sido nazis. De ningún modo. Pero este asunto está muy metido en la comunidad germana del país, es un tema recurrente y del que se les ha hecho difícil desentenderse porque optaron por el silencio. Lo cierto es que la comunidad alemana se partió en dos durante la guerra. Un ejemplo contundente de esto es el "Argentinisches Tageblatt", el diario en idioma alemán que aún se edita en el país y que fue uno de los pocos periódicos en el mundo en lengua alemana profundamente críticos con las ideas de Hitler. Aquí en Bariloche todavía hay alemanes que lo compran y otros que no porque dicen 'que es un diario de judíos'".
"He intentado hacer con mis libros un ejercicio de la memoria. La historia es implacable, siempre destruye el mito. Lo que sucedió debe ser relatado. Algunos pensarán cuándo dejaremos de hablar de estas cosas y otros celebrarán porque al fin se ha escrito algo sobre estos temas".
La cultura de la que emergió Hans al mundo fue la de sus padres. Una cultura europea -afirma- que le hizo conocer a los indios desde las películas de cowboys y no por mirar a sus vecinos mapuches. Pero ésta fue la mitad de su camino. Siguió sus estudios secundarios en el Instituto Goethe en Buenos Aires y universitarios en la misma ciudad. Fue entonces que empezó una revisión profunda de su herencia cultural que lo trae hoy al presente como una síntesis. Hans tiene dos hijos -Ailin y Jarred, también bisnietos del legendario texano Jarred Jones- que actualmente van al Primo Capraro, organiza viajes culturales por la Patagonia, es guía de turistas extranjeros, escribe, siguen fascinándolo las distintas culturas y le gusta sentir que es un poco el resultado de sus genes y de sus múltiples aprendizajes personales.
SUSANA YAPPERT
sy@fruticulturasur.com