Otto Toncovich es uno de los primeros pobladores de la Colonia Regina. Llegó con sus padres, Juan y Luisa Toncovich, en la primavera de 1924. Sus primeros recuerdos lo llevan al camino que atravesaba en sulky para llegar desde Huergo a la Colonia, al tiempo de los grandes vientos, a la escuela de niños que hablaban en distintas lenguas, al gigantesco esfuerzo de los desmontes.
Cuenta Otto que llegaron a Huergo porque la Colonia Regina aún no existía. "Llegamos con el ingeniero Felipe Bonolli, quien convenció a papá de venir al Valle".
Juan Toncovich, su padre, era entonces contratista del Estado y había conocido a Bonolli en el Ministerio de Obras Públicas de la Nación. "Mi padre iba siempre al Ministerio a cobrar por distintas obras que hacía y Bonolli le decía que tenía que hacerse colono".
Toncovich hacía 25 años que se había ido de su país. Juan y su esposa nacieron en una aldea cerca de Rieca, ciudad portuaria situada sobre el mar Adriático. En esa región, relata Otto, la gente se dedicaba mayormente a la construcción; eran picapedreros, albañiles y toneleros. "Hay mucha gente de esta zona de Yugoslavia que vino a la Argentina con el oficio de toneleros. Mi padre aprendió el oficio de picapedrero y albañil. Eran tiempos en que no existía el cemento armado y las casas se hacían de piedra. Mi abuelo materno, en cambio, exportaba madera a Italia y mi madre recorría 12 kilómetros todos los días para ir a trabajar la tierra de su familia".
Alrededor de 1900 y apenas pasados los 16 años, Juan se convirtió en inmigrante. Cuando salió de Yugoslavia, ésta pertenecía a los imperios centrales. Su primer destino fue Sudáfrica, llegó allí después de la guerra de los boers. "Mi padre entonces era soltero y vivió con una familia de origen boer con la que trabajó".
No estuvo mucho tiempo en este país y cuando encontró oportunidad se embarcó rumbo a América. Juan tenía un hermano mayor que había estado en Argentina, de él escuchó las primeras referencias de este lugar. Aun así, primero se estableció en Chile. "Era el boom mundial del salitre de Chile -explica Otto- Europa demandaba gran cantidad de fertilizantes para sus campos y Chile era un proveedor de salitre, tanto como Perú, Bolivia y el norte argentino".
Toncovich trabajó un tiempo en Chile de picapedrero y luego
se trasladó a Bolivia. "Allí -contaba- fue contratado por una viuda muy rica que le pidió que construyera el panteón de su familia. La obra le tomó tres años".
Desde allí bajó a la Argentina. Antes de la guerra de 1914 volvió a su pueblo a buscar esposa. Conocía a Luisa desde pequeño y con ella se casó. Volvía al imperio austrohúngaro, a la región croata. Ésa sería la última vez que lo vería en pie.
"Era costumbre entonces dejar a la mujer en su tierra y venir a América a hacer dinero para mandar a Europa. Mi papá le mandaba dinero a mamá y ella invertía en propiedades. Hasta lograron levantar un caserón de dos pisos; obviamente tenían la intención de volver a vivir juntos en Yugoslavia". Luisa estuvo lejos de su marido unos años. La sorprendió la guerra en la cual perdió a dos hermanos. El conflicto armado cambió los planes de millones de europeos, entre ellos Luisa, que decidieron migrar a su finalización.
Cuando el matrimonio decidió unirse, Juan vivía en el norte argentino y trabajaba como contratista de empresas del Estado. "Trabajó en las grandes obras de esos tiempos. En la construcción de la defensa del río Pilcomayo, en el Tren de las Nubes, en la obra del dique San Roque, entre otras. Contaba papá que cuando trabajó en el dique San Roque pagaba 50 centavos en la pensión y ganaba 7 pesos el jornal. ¡Un montón! Cuando vino mi madre, papá vivía en Jujuy, por eso yo nací allí".
Otto nació en Perico, Jujuy, en marzo de 1922, y su hermano Hugo nació en Salta, dos años después. En ese tiempo Juan andaba por los pasillos del Ministerio de Obras Públicas en Buenos Aires, en donde se topó con un hombre que cambiaría su vida.
"Papá estaba en Buenos Aires, tenía que cobrar un buen dinero en el Ministerio de Obras Públicas. Fue en esa oportunidad que conoció al ingeniero Bonolli, quien estaba gestionando la colonización de Regina. Bonolli convenció a papá de acompañarlo a emprender la colonización. Llegamos en setiembre de 1924 a Huergo. Vinimos con el ingeniero, le alquilamos una casa a Ledantes en Huergo. Papá venía todos los días en sulky con Bonolli a hacer la administración de la colonia. Claro que antes papá construyó la primera casa donde funcionó la administración. La primera casa de la colonia la hizo papá; ahora funciona allí un museo. Mis primeros recuerdos son de esa casa, del camino que recorríamos desde Huergo a la administración".
"Papá fue el primer niño de la nueva colonia -agrega su hija Susana-, el primer nene que caminó por las calles de Regina".
La colonia -relata Otto- se dibujó desde la actual ruta hacia el río Salado, pero finalmente se construyó a unos kilómetros de allí. Cuando la familia Toncovich llegó se ponía en marcha la denominada "primera zona". En las 100 primeras hectáreas se dividieron lotes de 15, 10, 7 y 1/2 y 5 hectáreas. Cuando se cubrió la primera etapa se siguió con la segunda, que abarcó desde el canal grande hasta el río. En esas primeras parcelas se hicieron las "casitas tipo colón". En las chacras de 15 y 10 hectáreas se hacía una casita con más comodidad: tenía dos dormitorios, cocina, despensa, galería y salita de estar. "Algunos colonos, como mi padre, pedían que les entregaran la tierra sin casa. Él sabía de construcción; se levantó su
casa y empezó el desmonte. Mi padre y un tío materno desmontaron una propiedad de 15 hectáreas. Primero les habían dado una tierra pero, como tenía mucho salitre, la cambiaron por otra que estaba cerca del río. Esa chacra aún la conservo". Allí hubo primero alfalfa, ajos, luego vides y frutales; fue reconvertida muchas veces. Los padres de Otto no hablaban mucho de los primeros tiempo, sobre todo de los años desagradables que pasó la colonia, cuando el sueño se convirtió en un mal negocio y los colonos tuvieron que pelear con los acreedores para no perder su tierras.
En esa lucha -recuerdan- pelearon duro las mujeres. "La mujer europea era muy trabajadora, realmente admirable el sacrificio y la abnegación con que hacían todo. Mi madre era una mujer muy trabajadora; trabajaba con mi padre en el campo y después seguía acá en casa con nosotros".
Pero los primeros tiempos fueron duros, también, por otro motivo. Según cuenta Otto casi ninguno de los colonos que llegaron al lugar tenía experiencia agrícola. Además -agrega- "el asesoramiento era casi nulo. El único que andaba por acá haciendo asesoramiento agrícola era el Chueco Bertúa, que venía con experiencia de haber trabajado en Cinco Saltos. Él recorría las chacras. Repartió los primeros frutales: cerezos, ciruelos, manzanos, perales, vides y nos dio un nogal y dos eucaliptus... La vid, después de la alfalfa que se ponía tras el desmonte, fue la plantación básica, pero nos dieron variedades de bajo rendimiento y calidad. Con otros colonos formamos la cooperativa La Reginense, una de las las cooperativas más viejas y la que aguantó más años".
Otto se ríe, hace un silencio y cuenta algunas anécdotas. "¿Quiere saber qué pasó con la
primera manzana que salió en nuestro monte? -pregunta-. Vino a vernos Bonolli y mi papá lo llevó a verla. Bonolli la arrancó y se la comió solo. A mí no me gustó nada que se la comiera él. Poco después tuvimos otro gesto distinto, cuando salió la primera perita. Mi mamá la dejó madurar y cuando estuvo a punto nos llevó a todos los hijos a cosecharla. Había llevado un cuchillito y nos dio un pedacito de pera a cada hijo".
Un recuerdo tan tierno como el que le trae su madre, atando las primeras peritas con un hilo: "¡Las ataba para que no se las llevara el viento!", cuenta conmovido.
"La primera producción de peras ya importante la llevamos con mi padre en cajones de fideos y de querosén, que eran los únicos cajones que teníamos entonces. La llevamos a FAI (Club Fuerza Amore e Inteletto) en una jardinera. Allí apilaban los cajones contra la pared. Hasta el día de hoy no sé a donde fueron esas peras", se ríe. "La segunda cosecha de pera la hicimos con mi tío a la mañana, las pusimos en cajones cosecheros sobre una chata, hicimos un parate para almorzar y cuando volvimos ¡el sol las había quemado todas! Fíjese: ensayo y error era la cosa. Así empezó la historia de la fruticultura en Villa Regina".
La familia de Otto siguió creciendo; aquí nacieron dos hermanos más: Juana y Bogoslav. Toda la familia colaboró para salir adelante y progresar; los niños fueron a la escuela y, al terminarla, se dedicaron a la fruticultura.
Hubo un período en que Otto se mudó a Tandil para comercializar su fruta. Se estableció allí entre 1948 y 1955. "Cuando empezamos a tener producción, nos dijeron que Tandil y Necochea eran dos buenas plazas para vender la fruta, así que fui a Tandil". Allí conoció a su esposa, Victoriana García, hija de españoles, quienes tenían una de las zapaterías más antiguas de Tandil. Con ella tuvieron tres hijos: Daniel, Olga y Susana, quien le ha dado sus nietas y lo acompaña desde que su esposa murió.
A medida que crecía la producción, los Toncovich se asociaron a la cooperativa frutícola La Perla y luego, ya solo, Otto formó una sociedad con dos productores con los que hizo un aserradero y un galpón de empaque. "Esto fue en 1959. Papá murió en 1956, quedamos con mamá en esa chacra y compramos dos chacras más".
Otto ha sido un lector impenitente, estudioso de su historia y avezado en su oficio de fruticultor, que cree que se le contagió por vivir en este lugar. Tiene ojos celestes, mirada tranquila, una serenidad que pierde cuando habla de la situación actual. "La fruticultura tiene sus épocas -afirma-, pero ocurre que el manejo comercial no se hizo bien. Las organizaciones de productores no entendieron bien y perdieron una gran oportunidad que se presentó con Corpofrut. Copiamos el modelo sudafricano que aún perdura y nosotros no pudimos hacer nada con él. Yo participé en Corpofrut y fui presidente de la Cámara de Productores (fue director y es socio de Jugos SA). Siempre me involucré, pero pese al esfuerzo, fueron más fuertes los intereses. Por eso la cooperativas fracasaron; las dictaduras no las permitieron y los corruptos y los ignorantes tampoco. Lamento que el gobierno provincial no haga nada para ayudar a los pequeños y medianos productores que están desapareciendo. Personalmente creo que el Valle no tiene futuro sin ellos".
Otto está convencido, tal como lo vio con sus propios ojos, de que el esfuerzo de todos puede cambiar el rumbo de las cosas.
Sus padres arribaron a Colonia Regina con el ingeniero Bonolli en setiembre de 1924.
Toncovich levantó la primera casa del lugar, la administración de la CIAC, hoy museo.
Esta familia, de origen yugoslavo, compró una de las primeras fracciones: una chacra de 15 hectáreas.
SUSANA YAPPERT
sy@fruticulturasur.com