Bernardo Martínez aclara: "Tengo 90 años y medio" y desde ese largo trayecto de vida caminada vio pasar todas los ciclos económicos del Alto Valle.
Su padre, Canuto Martínez, llegó de España a la Argentina comenzada la década del '10. "Vino sólo, en su provincia de León quedaron su mujer y su hija. Él tenía que juntar dinero para traerlas. Primero consiguió trabajo en La Pampa y después, cerca de 1913, vino a Roca, donde fue contratado por Agustín Cruz, uno de los primeros escribanos del pueblo, para que le trabajara un solar que tenía una cuadra entera".
Allí plantó frutales, hizo una huerta y en otra fracción más grande que tenía Cruz -recuerda Bernardo- plantó alfalfa. "Mi padre sembró como 12 hectáreas que tenía el escribano, pero Agustín Cruz no le podía pagar, entonces le ofreció a cambio unas hectáreas de tierra fiscal que tenía cerca de Allen. Mi papá aceptó y desde entonces empezamos a contar nuestra historia".
Cerca del boliche "La Titina" ubica don Martínez su chacra. Aquella propiedad la hicieron desde cero y recién pudieron ser propietarios durante el gobierno de Requeijo (1969-1972), cuando el Registro de Propiedad Inmueble pasó de Nación a la provincia. "Antes, como no éramos peronistas, no nos daban el título. Viajamos un montón de veces a Buenos Aires con mi hermano para hacer los trámites, pero tuvimos que esperar años para tener el título".
Un año después de llegar a la Argentina, Bernardo pudo enviar los pasajes a su esposa
y a su hija Irene (1905). Más tarde, y ya establecidos en Allen, nacieron Agustín (1915) y Bernardo (1917).
"Íbamos a la escuela 75, una escuela de chacra -cuenta Bernardo-. Quedaba a 4 kilómetros de la chacra e íbamos a pie. Muchas veces llegábamos empapados por la lluvia y el director, un tal Ardonay Ramírez, encendía un fuego para secar nuestra ropa y zapatos. En la escuela nos hacían hacer trabajos manuales en los recreos, nada de jugar. Eso estaba bien porque muchos de nosotros terminábamos la educación básica y ya no volvíamos a la escuela".
La educación, sin dudas, continuaba en el monte frutal donde se diplomaban de chacareros. "Mi viejo hizo esas primeras 12 hectáreas de la nada. Desmontaba de a cuadros. Primero un pedazo para tener pasto, alfalfa, después otro pedazo para cultivar papas. Con un rastrón grande desmontaba. Primero lo manejaba mi padre y después mi hermano. Yo, con 12 años, limpiaba acequias y los canales de otras chacras para ayudar a la familia. Juntaba plata para que mi hermano y mi padre siguieran avanzando hasta que la tierra empezara a dar algo más que para la subsistencia. Con lo que ganaba comíamos en casa. Mi mamá también ayudaba en el monte y mi hermana se encargaba de tener la comida lista".
Sin descanso, trabajaron la tierra. Sabían hacerlo. En España habían sido agricultores.
De su infancia recuerda los espacios vírgenes de este rincón del Valle, el pueblo chico, los vecinos de chacra y las historias de bandoleros que escuchaban de tanto en tanto. "Recuerdo que una compañerita de escuela murió en un asalto en el boliche de Herrera. Ya herida, corrió para la propiedad de Fernández Carro y murió".
El resto de los recuerdos se vinculan íntimamente a la rutina laboral. Esos primeros años se trabajaba el pasto, tenían una enfardadora. "Primero una manual y después una a motor que rendía una barbaridad. ¡Cómo trabajamos
entonces, como la gran siete!", exclama.
En sulky iban a hacer compras al pueblo, a los almacenes de Carrero, de Aragón, o a visitar al doctor Velasco. Recién en 1939 compraron el primer camión, "luego un Ford A modelo 3, en 1947 dos Chevrolet y después -cuenta- pasamos al Valiant 0 km. Mi primera salida de la chacra fue a los 18 años, cuando tuve que hacer el servicio militar en Junín de los Andes. Fue una buena experiencia. Los chicos tendrían que volver a tener servicio militar hoy, para muchos fue una experiencia útil", opina.
Cuando regresó del servicio, a su hermano le quedaba para emparejar sólo una hectárea. Habían sembrado dos hectáreas de papas. Recuerda Bernardo que un día estaban regando cuando alguien llegó para comprarles la papa. El hombre hizo el cálculo a ojo y dijo que cada hectárea tendría unos 20.000 kilos. "¡Sacamos 40.000 kilos, 80.000 en total! -exclama Bernardo-. Claro, era tierra abonada a pura alfalfa, muy fértil. Plantábamos papas, arvejas, porotos y después empezamos con viña. Fuimos produciendo; progresamos porque trabajábamos mucho y teníamos muy buena producción. Me acuerdo de que un vecino nos preguntaba qué hacíamos para tener tanta cantidad de papas, él plantaba y no tenía el mismo rendimiento. Se ve que la trabajábamos bien".
De sus 12 hectáreas iniciales llegaron a las 52 actuales que aún conservan. Hasta la década del '50 tuvieron viña. "Después, muy de a poco, empezamos a cambiar viña por frutales. La viña empezó a valer menos y la fruta más. Hicimos el cambio. Nos costaba hacerlo, no sólo económicamente. Había sido tanto el esfuerzo por ver los cuadros plantados que daba pena volver a empezar. Pero bueno, para seguir en esto hay que saber adaptarse. Hasta el día de hoy estamos reconvirtiendo permanentemente".
La chacra está hace unos años alquilada; según Martínez, se quedó al frente de ella hasta que pudo. "Cuando me hice grande y los peones me dejaron de respetar, me retiré. Hoy la tiene Allen Frut; está impecable y nosotros seguimos reconvirtiendo".
Durante el ciclo de la vid, Bernardo empezó a tener una presencia muy activa en todos los ámbitos que reunían a productores. Fue socio fundador, accionista, de la Cooperativa Frutivinícola Millacó, en donde sumaba la producción familiar. "En la bodega se hacían dos vinos -recuerda-, el Millacó (Agua de Oro) y el Millamanqué (Cóndor Dorado). Fuimos socios hasta que cambiamos las viñas por frutales". Bernardo aún lamenta que esta cooperativa, tan exitosa durante años, haya desaparecido como tantas. "Es imperdonable lo que hicieron con la cooperativa. Fue un fracaso no sólo para muchos socios que trabajaron honradamente; fue un fracaso de toda una comunidad que no supo defenderla".
Durante esos años tan activos Martínez alojó otro sueño: hacer una planta de jugos concentrados en la cooperativa. "Le dije al que estaba como presidente de la bodega cooperativa que había que hacerla
y que necesitábamos unos 50 millones de pesos. Me dijo que no. Intenté convencer a su hermano y llamamos a una asamblea para discutir el tema. Se preguntó a los socios si estaban de acuerdo en hacer una planta de jugos concentrados y algunos levantaron las dos manos. Todos querían y se empezó a hacer. Ahí nomás se armó la comisión y se empezaron a comprar máquinas. Trajeron algunas prensas de Suiza y otras eran de fabricación local. Con estas últimas tuvimos algunos problemas". Finalmente la cooperativa tuvo su juguera, que funcionó hasta la última gran crisis de la Argentina (2001-2002) cuando se decretó su quiebra.
Fueron sus años de activo productor y ciudadano. Poco después de su experiencia cooperativista, con un grupo de chacareros fundó la Cámara de Productores de Allen, que celebra sus 50 años de creación. Por entonces participaban muchos productores, aun cuando estaban los militares en el poder. Se acuerda de algunos nombres de sus compañeros de Cámara: Sansegundo, Darío Sánchez, Gregorio Maza, Manuel Estasionatti y otros. Martínez también formó parte del Consorcio de Riego y -agrega- también peleó duro para asfaltar el acceso de Allen por la Ruta 65.
En medio de tanta actividad, Bernardo hizo su propia familia. En Roca conoció a su esposa, Rosa García. "Ella era española. Íbamos a las fiestas de la Asociación Española a bailar. Nos íbamos en sulky, hacíamos noche en la casa de unos amigos de mi papá y a la mañana siguiente volvíamos. En los bailes estaban las chicas con sus madres. En una de esas fiestas conocí a Rosa. Cuando su padre vino de España, primero trabajó como cartero en Buenos Aires y después vino a Roca y se dedicó a la venta de fruta. Cuando estaba en el Valle mandó la llamada para su esposa y su hija Rosa. Acá tuvieron una verdulería. Cuando nos casamos nos vinimos a la chacra. Yo había preparado una casa para nosotros, allí crecieron nuestros hijos: Carlos y María del Carmen".
Cuando sus hijos terminaban la escuela primaria, Bernardo hizo una casa en Allen, una enorme casa en la que vio crecer a sus hijos y sus 6 nietos: Maira, Emiliana y Ezequiel Martínez y Pablo, Marcelo y Verónica Alba.
"A mí me encanta la actividad de la chacra -resume-, nunca se me ocurrió hacer otra cosa. Me encanta trabajar con la pera, porque es la primera que sale y es la que mejor se paga. Creo que nos fue bien porque trabajamos mucho y porque fuimos buenos productores. Siempre manejamos nosotros las chacras, laburando a la par de los peones. Pero me gustó hacerlo; la chacra fue mi destino".
SUSANA YAPPERT
sy@fruticulturasur.com