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Sábado 10 de Noviembre de 2007
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  -No es fácil la fruticultura para las mujeres-

Adriana Angeloni heredó la pasión de su padre por la chacra y apostó allí su futuro. Aprende todos los días, terminó de reconvertir la propiedad y aspira a exportar. Cree que por ser mujer tiene algunas dificultades, aunque siempre recibe ayuda.

 
 

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Adriana Angeloni, contrariando la tendencia que indica que los jóvenes abandonan las chacras, eligió hacerse cargo de la propiedad que sus padres le dejaron al morir. Ella es la única hija mujer y la menor del matrimonio de Domingo Angeloni y Esther Campos. Como tal, sus padres no la prepararon para seguir en el oficio de la fruticultura. Pero el destino suele marcar giros impredecibles en la vida de las personas y uno de ellos la dejó un día en medio del verde de los frutales sin saber qué hacer.

Ese día marcó el inicio de una aventura que asumió primero como una obligación, pues su padre se despidió de su familia pidiéndoles que no abandonaran la chacra, pero que en un momento significó algo más que un acto de amor, transmutó en elección de vida.

"Papá murió el 3 de noviembre del 2003 y mamá casi un mes más tarde cuenta Adriana. Para todos fue muy duro, personalmente hice un duelo largo y tuve que atravesarlo para volver a este lugar. Te confieso que desde que mi papá compró esta chacra nunca la había caminado. Venía a la casa a estar con ellos, pero nunca me preocupé de lo que pasaba más allá porque el que se ocupaba de todo era él. Durante el año 2004, el primer año que ellos faltaron, mientras decidía que hacía con mi vida venía a la chacra con mi amiga Adriana a darle de comer a los perros. El primer tiempo, venir acá fue doloroso, es el tiempo en que te das cuenta de que ya no van a estar más, hasta que un día tuve como una revelación. Había empezado el 2005, en la chacra no habíamos hecho nada que no fuera el trabajo cultural básico, que lo seguía haciendo un peón. Fue entonces que decidí ir a caminar la chacra que tanto había amado papá. Pasó que me emocioné como nunca antes. Descubrí que esos árboles representaban la vida; allá atrás, en el monte, había vida". Ese día, Adriana decidió sacar adelante la chacra familiar.

Confiesa que la cercanía que mantuvo con sus padres hizo impensable la posibilidad de vender esa propiedad tan significativa para ellos. Ella tiene dos hermanos Jorge y Miguel, cada uno con diversas ocupaciones y, además, lejos de Roca. Por este motivo, ella quedó como candidata segura para trabajar la chacra.

Domingo Angeloni, su padre, fue constructor en Roca toda la vida y ahorró y ahorró hasta poder realizar el sueño de tener una chacra. Lo pudo concretar pasados los 50 años y fue muy feliz con su adquisición. Amaba su tierra. Cuando compró la propiedad, había allí algunas plantaciones muy viejas que empezó a reconvertir hasta hacer una chacra completamente remozada. "Quedó todo nuevo del 2001 en adelante. Este año terminé de plantar el último cuadro que quedaba y ya tengo 8 hectáreas en producción. Todavía no tenemos suficiente para que cierren los números, pero no falta mucho tiempo para que eso ocurra. Puse peras y manzanas de nuevas variedades, me gusta la fruta de pepita. Imagino que este año ya voy a tener un buen volumen, mientas tanto voy buscando dónde colocarla".

Adriana afirma que no le resultó fácil empezar de cero y cree que el hecho de ser mujer no le ha facilita el camino. "Pese a que hay mujeres en la actividad, todavía parece extraño que las mujeres estén al frente de emprendimientos como éste. Si bien hay trabajos físicos que no podemos hacer solas, por decir una de las dificultades cotidianas que se nos presentan, hay mujeres que se arremangan y lo hacen, algunas solas, otras como hijas, hermanas o esposas que ayudan. Pero las dificultades mayores para las mujeres creo que están en la compra de insumos, en la venta de la producción, en cosas como éstas, no tanto en las tareas culturales. De cualquier modo, yo he tenido suerte porque tengo unos vecinos bárbaros y técnicos y profesores que me ayudan todo el tiempo".

 

SUEÑOS COMPARTIDOS

Siempre supo que aquél había sido el sueño de su papá y le llevó un tiempo darse cuenta que bien podía ser también el suyo. Cuando decidió asumir el manejo de la propiedad, cuenta Adriana, no diferenciaba un peral de un manzano, pero hizo un "curso intensivo de chacarera", asimilando todo lo que pudo para intentar hacer las cosas a la perfección.

"Tuve la fortuna de conocer buena gente, muy solidarios, desde los vecinos y varios técnicos que me asesoran en cosas puntuales. El año pasado por suerte entré en un bloque y desde entonces vienen del Funbapa a controlar la chacra constantemente, todas las semanas; eso me ayuda muchísimo. Aprendo todos los días algo, me meto en todos los cursos que puedo, recibo revistas, boletines, veo programas vinculados a la actividad, soy curiosa y esas cosas suman; hago lo posible por superarme. Desde que agarré las riendas de la chacra hice cursos en la Agencia de Desarrollo ADEGRO, además

me nutro de todo lo que da el INTA, como el 'Tranqueras Abiertas' que es muy buena iniciativa para que podamos intercambiar los productores con los técnicos. También se aprende de las experiencias de otros. El primer curso que hice fue el de poda. De las tareas que se hacen en la chacra lo que más me gusta es podar, me encanta. Hice dos años de curso. Luego avancé un poco más y decidí cambiar el sistema de conducción. Estaban las plantas formadas para espaldera, a un metro y medio. Los técnicos del bloque vieron las plantas y yo, por mi parte, había aprendido algo de sistemas de conducción, entonces resolvimos hacer un cambio y probar con otro sistema; mi profesor me dio el ok y empecé. Fue muy gracioso, al principio mis vecinos vinieron a ver y algunos desconfiaron. La cosa es que había plantas que no tenían ni hojas y ahora los frutales están bárbaros. Son plantas nuevas y se adaptaron bien a los cambios", cuenta optimista.

Poner a punto la propiedad, llevó algunos años. Primero se reconvirtió todo, luego se hizo una buena poda y se realizó un nuevo sistema de conducción. Así, poco a poco, Adriana fue rearmando la propiedad. "Paralelamente hice otro curso de monitoreo de plagas, donde aprendí a hacer algunos controles como leer trampas, que hoy hago con la técnica que viene todas las semanas a hacer los controles. Me gustó muchísimo todo lo que hice y así me fui enamorando de la actividad".

Adriana cree que la genética debe haber pesado en su elección. Su padre, como ella, tuvo otro oficio antes de dedicarse a la fruticultura. "Era constructor, pero su anhelo era tener una tierra para plantar. Algo de él debo haber heredado, puesto que durante toda mi vida me dediqué a hacer cosas muy lejanas a la actividad agrícola. Fui muchos años profesora de Música en una escuela rural en Colonia Fátima y en otra en Cervantes y después fui 13 años empleada de comercio. En medio, me casé, tuve dos hijos, Agustín (16) y Florencia (10), hasta que la vida me puso acá, frente a este desafío. Y así voy, dando giros de 180 grados, pero con gusto. Hoy estoy acá por placer, asumí una actividad placentera y me tomé un tiempo para el aprendizaje que, si bien es continuo, hoy puedo decir que cuento con las herramientas fundamentales para llevar adelante este emprendimiento.

"En la temporada 2005-2006, cuando arranqué, perdimos todo por granizo. El año pasado implanté la última hectárea que me quedaba. Me gusta mucho trabajar con pera y sueño con lograr una fruta de calidad para poder exportar. Ése es mi sueño, aunque todavía sé que estoy en proceso de aprendizaje y que quedan un par de años de invertir como para poder lograrlo".

Desde hace un tiempo Adriana lleva chicos de distintas escuelas para que conozcan el trabajo que se hace en su propiedad, para que los nenes sepan algo que ella supo hace algunos años: "Lo primero que les digo es que todo el mundo piensa que una chacra se trabaja sólo en verano, pero no es así: todos los días se hacen cosas. Les cuento que la cosecha es el final de un proceso que empieza en enero y termina en enero del año siguiente. No hay vacaciones. Es algo verdaderamente intenso, que lo hacés sólo si te gusta. También traigo a toda mi familia a trabajar los fines de semana y tengo un sobrino de Cipolletti, estudiante de Arquitectura, que suele hacernos algún relevo en el verano para que descansemos unos días".

Otro aprendizaje, quizá el más arduo y cambiante, fue y es el de la comercialización de la producción. Por ahora Adriana no tiene un comprador fijo, pero procura tenerlo para cuando su propiedad esté en plena producción. "Por ahora me manejo así: salgo, muestro, ofrezco mi fruta. El descarte se la he vendido a la sidrera 'El Valle', a don Luis Saccani; el resto, a distintos galpones. Para una mujer es más difícil esta actividad. Es más difícil desde cosas tan simples como cargar una escalera, cosa que no podés hacer sola, hasta cosas más complejas como la comercialización. En este aspecto me he encontrado con sorpresas bastante desagradables. Vos ofrecés tu fruta para la venta y ¡te salen con cada cosa! Ahí tenés que estar muy afilada porque te quieren pagar precios ridículos. Mirá este detalle: me piden que entregue la fruta y yo les digo que no, que yo no entrego mi fruta, que la vendo. Cuando me piden que entregue la fruta, empezamos mal. Yo quiero vender y que me la paguen. Esto, tan simple al sentido común, no es una tarea simple para el productor. Entonces, empezás a recorrer, a conocer gente, a buscar no sólo mejores precios sino la mejor forma de pago posible".

Esta joven productor,a como tantos otros productores chicos y medianos, considera que necesitaría tener acceso al frío, con ayuda de la Federación, de las cámaras o del Estado, pues ése sería un modo de mejorar el rendimiento de la producción, por lo menos durante algunas temporadas. "Podríamos, por ejemplo, usar galpones que están fuera de uso, quebrados, aunque no sean los galpones más modernos que hay. Igual sirven, para los que quieren vender en el mercado local o el mercado interno, mientras reconvierten o mejoran su producción, ésa sería una alternativa interesante", opina.

Otro secreto que descubrió en su camino por la actividad fue que en el mundo de la producción no es bueno aislarse. Aun así, no es fácil para el chacarero del Valle salir de un arraigado individualismo, una involuntaria soledad, y que pueda pensar en términos colectivos, pensar cooperativamente. Quizá las nuevas generaciones lleguen con otra mentalidad, después de haber capitalizado la experiencia del Valle. Por ahora, Adriana se da una oportunidad porque no piensa vender el sueño de su padre por una razón valedera que sintetiza en pocas palabras: "Hoy por hoy, tener esta chacra es como tener, en cada planta, a mis padres".

SUSANA YAPPERT

sy@fruticulturasur.com

 

   
   
 
 
 
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