Pedro González, su esposa Modesta Getino y sus dos hijas Honorata y Rosaura migraron de León (España) hacia la Argentina. El pueblo que los vio nacer, Pardesivil de Curueño, quedaba atrás para siempre.
Sus descendientes no saben exactamente por qué escogieron la Argentina; imaginan que las experiencias de otros emigrantes resultaron como canto de sirena que escucharon desde el Atlántico. Cuando los González Getino decidieron partir, los españoles migraban hacia la Argentina, México y Cuba, países con los cuales compartían el idioma.
En España eran agricultores propietarios. Pese a ello, el futuro que la Península Ibérica les ofrecía se desdibujaba en el horizonte más inmediato. Al morir los padres de la generación que nació en los últimos años del siglo XIX, la tierra se dividía normalmente entre gran cantidad de hermanos y las parcelas pequeñas ya no resultaban rentables.
"Mi abuelo paterno era agricultor y el materno trabajaba en España, haciendo molinos. La gente aprovechaba las corrientes de los ríos y de los arroyos para tener energía y construía molinos. A veces, varios pueblos iban a moler a un molino y mi abuelo andaba de pueblo en pueblo levantando molinos", cuenta Electra González, quien junto a Balbina y Elena reconstruyen la historia familiar.
El primer González que llegó a Buenos Aires fue Pedro. Embarcó hacia aquí en 1910 y un año más tarde lo hicieron su mujer y sus dos pequeñas. Un hermano de Modesta vino a la Argentina con Pedro, el "tío 'Pepe'" (foto), quien formó familia aquí, parte de la cual hoy vive en Villa La Angostura.
Pedro era carpintero y su esposa, modista. "En la capital papá trabajó hasta en los espigones del puerto de La Plata", relata una de sus hijas, Electra. Mamá, además de todo el trabajo que tenía con tantos niños, cosía. Antes la gente se mandaba a hacer toda la ropa. Ya en la Argentina, le entregaban a ella los moldes cortados para hacer bombachas de gaucho y ropa de campo, los recibía ya cortados por docena. Cosía a mano y le pagaban por pieza. Cuando mamá llegó a la Argentina se relacionó con mujeres inmigrantes que habían venido antes que ella, muchas de las cuales habían aprendido el oficio de costureras para ayudar a sus familias. Mi madre siempre nos decía "Donde quiera que fuereis, haz lo que vierais", y así empezaron mu
chos inmigrantes".
Pedro y Modesta les contaban a sus hijos que habían venido a la Argentina con entusiasmo. "No eran protestones ni nostálgicos", y durante toda la vida mantuvieron contacto con su familia mediante una profusa correspondencia que acortó distancias. Eran afortunados: sabían leer y escribir, lo cual les permitió comunicarse por el único medio que entonces tenían. "Antes iban muy pocos años a la escuela agrega Elena y cuando tenían lo básico volvían a casa y a trabajar. Contaban que lo primero que les enseñaban en la escuela era la doctrina (católica) y, luego de haber aprendido el catecismo, seguían con las letras y los números".
HACIA EL INTERIOR
Un año después de llegar a este país nació Iluminada Argentina y, luego de dos años en la Capital Federal y con un hijo más en brazos (Pedro), la familia partió hacia el interior. "En la Capital empezó a escasear el trabajo y papá salió al campo a levantar una cosecha. Luego fue contratado para trabajar en una estancia en Ramallo: La Magnolia, de don Andrés Gómez. Mi mamá estaba muy contenta con ir al campo, pues nuestro hermano Pedro había tenido un problema respiratorio y el médico le había sugerido cambiar de aire", relata Electra.
En Ramallo la familia siguió creciendo: llegaron Ambrosio Modesto, Balbina y Electra. En esa estancia estuvieron algunos años y luego se mudaron
a otra, "La Rubia", que estaba arrendada por una familia de origen alemán, los Boltshauser, padres del médico que muchos años después volverían a encontrar en Río Negro.
"Mis primeros recuerdos cuenta Electra, quien nació en 1917 son de allí. Los Boltshauser tenían tres hijos, dos hermanos y una hermana que salían a caballo con mis hermanos mayores. Era una familia muy cordial y muy celosa de su cultura, tenían una maestra alemana que los educaba en el campo. También recuerdo que en esa estancia había una noria y una yegua llamada Simbra que daba vueltas y vueltas y yo pasaba horas mirándola".
La siguiente escala de esta familia fue en San Pedro. Trabajaron en una chacra en la que producían duraznos. El dueño de la propiedad era el doctor Regino Cavia, quien también tenía un campo en Santiago del Estero. Este médico era español, de un pueblo vecino de aquel del que provenía la familia González Getino, de modo que congeniaron muy bien con él. En 1921, Cavia llevó a los González a su campo de Santiago del Estero. Pedro se convirtió en el encargado de la estancia Casimira, una enorme propiedad bañada por el río Salado.
Otra etapa se inició para esta familia itinerante. "En este campo se dedicaron a la ganadería y a la agricultura cuenta Electra. Había maíz, alfalfa, vacas y otros animales. Allí estuvimos cinco años. Llegamos
en 1926. El río Salado cruzaba el campo. No había puentes. La escuela quedaba del otro lado del río y nosotros íbamos a clases cuando el río se secaba. Mis hermanos grandes iban a caballo a la escuela, pero cuando nos sumamos más hermanos ya íbamos en un coche, un sulky. Era lejos la escuela, pero nos encantaba ir en el carro mientras veíamos amanecer...".
Allí, en Santiago, la familia se completó con María, Filomena, Noemí y Elena. Unos años después de arribar a esta provincia norteña, los González se enteraron de que una compañía colonizadora vendía lotes cerca de allí, en Real Sayana, donde había una estación del Ferrocarril Central Argentino. Esa parte de Santiago había pertenecido a Gabriel Lagleise, propiedad que luego colonizaron. Pedro González compró un lote. Ya estaban más cerca del pueblo. Tenían agua cerca, riego, y se dedicaron al cultivo de algodón, maíz y fundamentalmente alfalfa, que mandaban en fardos y por tren a Buenos Aires.
"En ese campo trabajamos todos. Ya éramos once hermanos. Había algunas actividades que hacían los hombres y otras, las mujeres, pero cada hijo tenía una tarea por semana. En pos de ser justos cuenta Elena nuestros padres rotaban las actividades que delegaban a sus hijos. Al ser tantos, éramos muy organizados...". "Por supuesto agrega Balbina, con el tiempo cada quien iba demostrando sus habilidades especiales. Elena manejaba muy bien el rastrillo, Rosaura y yo
cosíamos muy bien y las niñas más pequeñas ayudaban a las más grandes".
"Hay algo que hacíamos todos juntos que aún extraño recuerda Elena. Todas las noches, después de cenar, Honorata leía en voz alta alguna novela, una costumbre hermosísima que lamentablemente se perdió. También leíamos diarios; estábamos suscriptos a varios diarios que llegaban dos veces por semana en el tren: leíamos 'La Prensa', 'La Nación' y 'España Republicana', pero esto fue después, cuando la Guerra Civil Española. Ya en Allen, nos informábamos de las noticias a través de las cartas, los diarios y la radio. Nos llegaban las cartas de España con un sello que indicaba que habían pasado por la censura, sello rematado con un 'Viva España'"(ver foto). "Nosotros estábamos con los republicanos agrega Electra, que eran los más leídos de España. Eramos grandes lectores; yo leí los 48 tomos de "Episodios Nacionales" de Pérez Galdós, ilustra.
EL ALTO VALLE, NUEVA MORADA
En Santiago una de las hijas del matrimonio González, Iluminada Argentina, conoció a un joven de Allen que había ido con su familia (Prieto) al norte. Se casaron y se vinieron al Valle. "Argentina nos extrañaba afirma Elena, éramos muy unidos, y pidió por carta que viajara alguna hermana para hacerle compañía. Viajó Honorata con papá y resultó que papá se quedó encantado con este lugar. Mi hermana se quedó, papá volvió a Santiago y mandó a Modesto a Río Negro para que buscara trabajo".
Como en Santiago la actividad no era tan rentable como imaginaron, tomaron la decisión de hacer nuevamente las valijas. Modesto consiguió trabajo en la chacra de la familia Penesi, una chacra que luego volvió a manos del antiguo propietario. "Esa chacra era del doctor José Guarnieri y estaba administrada por don Arturo, el hermano del doctor. Resulta que Rafael Penesi no pudo pagarla; se quedó con una pequeña fracción y el resto volvió a su dueño original ."
Los González trabajaron esa chacra por catorce años, desde 1937 a 1951. En 1946 murió el jefe de la familia, pero su mujer y sus hijos siguieron adelante. Durante ese tiempo, el esfuerzo dio sus frutos y pudieron hacer un ahorro para tener tierra propia. Casi cuarenta años después de llegar a América les tocó volver a empezar, ahora como pioneros. Compraron una fracción para hacer una chacra en Campo Grande (ver "Historia de por acá"). En 1947 firmaron una de las primeras escrituras de esta colonia.
Ya varias mujeres de la familia se habían casado, Elena ya era de Crespo y tenía tres hijos (radicada en Allen), el resto de sus hermanas se casó con chacareros de la zona. Honorata de Duranti se estableció en Fernández Oro, Filomena de Paponi (dos hijos), en Allen; Noemí de Muñoz (cinco hijos) y María de Altube lo hicieron en Centenario. Rosaura, en cambio, hizo un destino inesperado, se fue a un convento. El resto partió a Campo Grande: Pedro, Modesto, Balbina, Electra y doña Modesta hicieron realidad el sueño de todo inmigrante. "Y acabé por aprender que una colonia no es nunca un lugar, es una época, un sistema de vida, y que la colonización pasa pero perdura en sus moradores". Esta idea que leí alguna vez es la clave para entender a la generación de mis abuelos, soñadores, migrantes, pioneros de tantos lugares afirma un hijo de Elena, la hija menor de estos colonos que echaron raíces en el Alto Valle.
SUSANA YAPPERT
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