Después de salvarse de una emboscada que liquidó a toda su compañía y de los años que pasó como prisionero de los ingleses, Próspero Tondelli escuchó el peor insulto de su vida. Ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial, a mediados del '45, en el municipio de su ciudad, adonde acudió a pedir un poco de trigo para hacer pan. El hambre golpeaba fuerte y no había herramientas para enfrentarlo.
Sólo quería un poco de cereal para alimentarse, pero lo trataron de "traidor" por haber perdido la guerra. Fue la gota que colmó el vaso. Ya venía masticando la idea de marcharse de Italia porque no quería que sus hijos sufrieran una guerra como le pasó a él. Y aquel episodio en el municipio lo decidió a partir.
Próspero Tondelli era mecánico dental y, además, estudiaba medicina en la universidad. Pero estalló el conflicto bélico y debió formar parte del ejército italiano. Allí pasó las peores pesadillas, porque formaba parte del cuerpo médico y debía atender a los heridos que llegaban a montones tras los combates.
Con una lúcida memoria, su esposa Liliana Lambruschi (77) recuerda lo que Próspero, quien ya no está con nosotros, nunca pudo olvidar a lo largo de su vida. Ocurrió en una cerrada emboscada que sufrió su grupo. El se salvó de milagro. En medio de la balacera, quedó debajo de los muertos y lo confundieron con un cadáver.
Dejó pasar varios minutos y después pudo salir de la montaña de cuerpos que lo cubría. Luego fue tomado prisionero por los ingleses, que aprovecharon su capacidad para hacer dentaduras y lo pusieron a trabajar varios años en un hospital.
A todo esto, y debido principalmente a la comentada emboscada, en Italia lo daban por muerto. Incluso sus padres comenzaron a cobrar la pensión de guerra por la pérdida de su hijo.
Sin embargo un día, después de varios años de ausencia, retornó sano y salvo. Nadie lo podía creer. Intentó recomenzar su vida instalando un consultorio en la localidad Del Bosco Sotto, a pocos kilómetro de Bolonia.
Una tibia mañana de otoño llegó al lugar una joven muy atractiva, de nombre Liliana, que necesitaba un arreglo en una pieza dental. El flechazo fue inmediato y pronto comenzó una fuerte relación que sólo la muerte pudo separar. Liliana Lambruschi vivía en la ciudad Reggio di Emilia, también cercana a Bolonia.
UN ANGEL EN BUENOS AIRES
"No quiero que mis hijos hagan la guerra" dijo un día y aceptó la propuesta de un amigo médico italiano que lo llamaba periódicamente desde Buenos Aires. Iría a reunir el dinero necesario para que su compañera de la vida pudiera
viajar también a esas tierras del sur. Sin embargo, durante el viaje se enfermó la mujer de este médico y cuando Próspero llegó a Buenos Aires, a mediados del '48, se encontró solo con sus cuatro valijas y el frío de junio que calaba en sus huesos.
No tenía un peso, no sabía el idioma, no conocía a nadie y ni un cigarrillo tenía para compartir la angustia. Totalmente desorientado, se sentó a llorar bajo un árbol. "¡Pero mire si no hay un Dios para la persona buena!", exclama Liliana cuando refiere el suceso que incidió en la vida de ambos.
Explica que, después de algunos minutos, se paró frente a él un señor, de origen extranjero, que le preguntó que le estaba pasando. Así fue que le contó su historia en pocos minutos. Entonces ese hombre le pidió que se quedara ahí, que iba a buscar un taxi para ayudarlo. Aún con desconfianza pero sin otro camino para seguir, Próspero esperó.
Efectivamente aquel hombre volvió con un taxi y lo acompañó adonde debía ir. No sólo eso. Le dio algo de plata, habló con el dueño de la fábrica para que le diera trabajo y algo de comer. El domingo siguiente fue a visitarlo y así todos los domingos hasta que estuvo bien asentado y con trabajo estable.
Un domingo le anunció que ya no volvería. Próspero le pidió la dirección para agradecerle algún día todo lo que había hecho por él, pero recibió una negativa de aquel verdadero ángel de Buenos Aires. Le dio un abrazo y nunca más lo volvió a ver. Fue juntando peso tras peso para conseguir el valor de los pasajes que le traerían consigo a su compañera. En el año 1950 Liliana llegó a la Argentina a bordo de un barco español, junto a una hermana y una amiga. La familia volvió a reunirse y eso fue un verdadero envión anímico para Próspero, que trabajaba de día en la fábrica de caños y por las noches hacía dentaduras.
VENGO A PONERLO PRESO
Un domingo llegó un auto impactante a la casa a medio construir de los Tondelli; pudo haber sido un Mercedes Benz. Llamó la atención de todos los vecinos que salieron a la calle a verlo de cerca. Liliana hizo el anuncio con alegría, porque pensó que se trataba de un cliente importante.
"El hombre se paró frente a mí y me preguntó si ahí vivía un dentista. Yo le dije orgullosa que sí y lo invité a pasar", rememora Liliana en medio de sonrisas, preanunciando una sorpresa en el relato.
"Era el jefe de la Policía Federal que venía a poner preso a mi marido por no tener diploma de dentista. Mi hijo Jorge Ricardo, de un año, lloraba mucho porque le dolían los dientes y el policía me dijo que le iba a traer un colmillo de chancho para que no sufriera
más. Seguido esto me dijo: 'Vengo a ponerlo preso'. Pero nosotros le explicamos que era por necesidad, para poder vivir mejor. 'Veo, veo, pero oculte todo su instrumental en el gallinero, así no tienen problemas'. El domingo siguiente nos trajo papas, que no se conseguían, y terminamos siendo amigos". Tiempo después supieron que el denunciante había sido un cliente que no quería pagar su dentadura.
A todo esto la humedad de Buenos Aires estaba afectando la salud de Próspero, ocasionándole asiduos dolores de ciática. Debían buscar un lugar seco. Pusieron el siguiente aviso en el diario: "Dos italianos buscan lugar seco para trabajar campo" y el primer día vinieron seis personas a buscarlos. "Optamos por venir a las tierras de Nazar Anchorena, en la zona conocida como El Viñedo, a unos quince kilómetros de la ciudad de Río Colorado", indicó esta mujer que mantiene intacto el acento italiano y el temperamento tano en cada gesto.
Liliana llegó días después en tren y se bajó en la estación de ferrocarril de Eugenio del Busto. Venía con un vestido largo, un tapado de piel, cabello largo con un elegante rodete, zapatos de charol, cartera al tono y pintada. Una gringuita de veinte años al tanto de los cánones de la moda de Buenos Aires. Recuerda que el jefe de la estación la miraba perplejo, sin salir del asombro. La gringuita seguía de pie, muy cerca del borde del andén esperando que alguien la buscara. El jefe de la estación se le acercó y le preguntó a dónde iba, a lo cual Liliana respondió con seguridad: "Al Viñedo". "¡Ah! dijo el jefe de la estación. Allá viene su limusina a buscarla", agregó.
"Me di vuelta y vi que venían dos caballos blancos tirando una chata con fardos de pasto. Me quería morir. Se me vino el mundo abajo", relata en medio de una contagiosas sonrisa.
CAMBIO DE RUBRO: AGRICULTURA
Próspero dejó de lado los caños y las dentaduras. Junto a Liliana se hicieron cargo de unas 120 hectáreas de frutales a mediados del '51. Allí nació su segundo hijo, Marciano Alfredo. Fueron aprendiendo las tareas de chacras gracias a los consejos de su primo Irmo, que ya tenía experiencia
En aquellos tiempos se curaba con máquinas tiradas a caballo que Liliana manejaba con "Jorgito" en sus brazos pero, a pesar de este atenuante, ocasionalmente la retaban porque no tomaba bien las curvas en los cuadros de manzanas.
Las trampas del idioma le jugaban a veces alguna mala pasada a Liliana, que despertaba risas en cantidades industriales y aún hoy las generan. Es un clásico el recuerdo de llamar "caballo mujer" a la yegua que se escapaba a la hora de curar con la máquina o cuando fue a comprar arroz y terminó cocinando jabón en polvo.
En este último caso, vale aclarar que quien atendía el negocio era polaca y, en este marco de confusión, el cliente pedía una cosa y la dueña del negocio le vendía otra. Anécdotas con humor que a la distancia sintetizan las dificultades que enfrentaron los pioneros, desde las más simples a las más complejas.
Posteriormente llegaron más cerca de Río Colorado y junto con otros socios italianos adquirieron un centenar de hectáreas de monte que fueron trabajando. Luego la sociedad se dividió y los Tondelli se quedaron con 15 hectáreas en la costa del río, que actualmente siguen trabajando en familia.
Próspero ya no está pero su familia mantiene el legado del trabajo, la conducta y la solidaridad. Liliana, junto a sus hijos Jorge y Marciano, continúa explotando una pintoresca chacra ubicada a la vera de la Ruta Nacional 22.
En 1965 donaron una importante superficie de tierra a la municipalidad local, que decidió construir el Hogar de Ancianos que hoy se llama "Próspero Tondelli" en agradecimiento al aporte de esta gran hombre.
También hacen un exquisito vino casero, cuya fama ha traspasado las fronteras de Río Colorado, y muchos no se van de esta ciudad sin llevarse un recuerdo etílico de esta tradicional familia. Los licores también son inconfundibles y los comparten con los amigos que asiduamente llegan a la chacra.
ALBERTO TANOS
DARIO GOENAGA