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Sábado 30 de Junio de 2007
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  El Chañar también fue una colonia nipona

Hayashi Toshiaki migró de Japón cuando tenía 6 años y a los 20 se radicó en el Valle. Poco después, se convirtió en presidente de la Asociación Japonesa del Comahue. Una colectividad que escribe un fragmento en la historia de regional.

 
 

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La historia migratoria de la familia Hayashi, podría afirmarse, nació en un libro. Pues allí supieron que había una tierra de paz. Hayashi Toshiaki llegó desde Tokushima (isla sur del Japón) a la Argentina en 1954. Tenía 6 años. La guerra había culminado hacía casi una década pero sus consecuencias perduraron años en esa pequeña isla con forma de dragón. Toshiaki vino con sus padres: Hayashi Tomonosuke y Sasaki Hatsuko, y un hermano, Hayashi Masaaki. Ellos eran maestros y habían perdido a sus familiares y amigos en la contienda. "Imagino que eso pesó a la hora de decidir la partida afirma Toshiaki, no les quedaba ningún familiar directo, todos habían muerto en la guerra. Papá se salvó porque fue excluido del ejército por una enfermedad y quedó como policía civil de nuestro pueblo hasta 1945".

Al preguntarle por qué sus padres escogieron la Argentina como destino, Toshiaki responde con una sonrisa que luego explica: "Porque mi papá era un gran lector y cuando joven llegó a sus manos un libro sobre la Patagonia... Desde entonces sintió gran atracción por este país y aquí lo trajo el destino. Pero por esas cosas de la vida, no fue él sino yo el que terminó en la Patagonia".

En 1953, el jefe de la familia Hayashi hizo realidad su fantasía de juventud. Llegó a este país solo. Aquí trabajó como reportero del diario japonés que se publicaba en Buenos Aires hasta que, un año más tarde, pudo llamar a su esposa e hijos. Su familia llegó en febrero de 1954, tras un largo mes de viaje a través de los océanos. "Partimos de Osaka recuerda Toshiaki, pasamos por Tokio, de allí fuimos hacia San Francisco (EE. UU.), luego atravesamos el Canal de Panamá y bordeamos el Brasil hasta llegar a Buenos Aires. Yo tenía 6 años, era como la mascota del barco. En ese viaje comí como nunca en mi vida (risas): almorzaba en el comedor de los marineros y después volvía a almorzar en el comedor de los pasajeros... y este primer registro del viaje, este primer recuerdo no es casual, puesto que en Japón durante años comimos papas y zapallo. P ara conseguir una ración de comida mi padre tenía que viajar dos horas de tren... La guerra fue muy dura, pero la posguerra lo fue más aún", explica Hayashi.

"Cuando llegamos a Buenos Aires nos fuimos a vivir a José C. Paz. Hasta mis 18 años vi

vimos allí. Mis padres fueron maestros y nosotros estudiamos. Ellos volvieron a la docencia aquí, fueron maestros de la colectividad japonesa local. Papá en José C. Paz y mamá en General Sarmiento."

En Argentina había entonces una importante colectividad nipona y se trataba de una etnia organizada. Indudablemente esto les ayudó a amortiguar el profundo cambio cultural que atravesaron. Hayashi recuerda los primeros tiempos, el tiempo del aprendizaje y del descubrimiento de la alteridad. "Aprendí enseguida el idioma. A mi hermano, tres años mayor que yo, le costó más porque tenía más consolidada su lengua. Durante un tiempo fuimos a una escuela de la colectividad japonesa donde nos enseñaban castellano y nos daban las primeras herramientas para integrarnos a este nuevo país... Mis padres estaban muy vinculados con la colectividad pero nosotros, a medida que crecimos, nos alejamos de ella. Es posible que esto haya sido parte de nuestro proceso. Cuando comenzamos a asistir a la escuela de este país, y esto había quedado del tiempo de la guerra, nos decían "monos amarillos" (así llamaban los americanos a los japoneses durante la guerra)... Quizá cosas como ésta marcaron mi personalidad, no lo sé... pero así fueron los primeros tiempos".

Durante la Segunda Guerra, relata Toshiaki, le contaron los inmigrantes japoneses que fueron vigilados en este país. Si bien aquí los inmigrantes de ese origen no fueron detenidos, como ocurrió en Brasil o en EE. UU., fueron controlados durante el breve tiempo que este país declaró la guerra a Alemania y a sus aliados. "Entonces la sede de la comunidad japonesa en Buenos Aires fue confiscada por el gobierno y se tuvo bajo observación a algunos de sus miembros. Al finalizar la contienda, no se retornó la propiedad a la colectividad sino que ese lugar

se convirtió en un Colegio Industrial, la Enet Nº 1, hoy Escuela Industrial Japón".

Estas historias son poco conocidas, quizá porque se trata de una colectividad silenciosa y con rasgos muy peculiares. Valga otra anécdota para dar cuenta de ella: "La comunidad japonesa no es tan cerrada, parece pero no lo es. Por lo general, los japoneses nos adaptamos muy bien a lo nuevo. Pasó con los de mi generación, los que llegamos cuando terminó la guerra. Aun así, es bueno mantener los lazos con la gente de la tierra donde uno nació. Y a veces es necesario. Aquí en el Comahue, pensamos en hacer una asociación de socorros mutuos, pero todavía no pudimos concretarlo. Aun así estamos atentos a la situación de la comunidad. Los japoneses son orgullosos, a veces están mal y no piden ayuda. Nosotros ayudamos a todos los que pidan ayuda, pero si no vienen a pedirla, podemos ofenderlos...".

La relación de Toshiaki con su comunidad tuvo sus ciclos y sus tiempos. "Como todos los hijos de inmigrantes, vivimos en dos culturas, a veces con tensiones y a veces con gusto. Cuando cumplí 13 años quería hacer algo y mi papá me llevó a la colectividad. Elegí yudo y lo

practico sin pausas desde entonces... Pero no fue entonces que revaloricé mi propia cultura, tuvieron que pasar muchos años, como 15, para que iniciara un fuerte vínculo con la colectividad japonesa".

Toshiaki cree que sus padres nunca padecieron de nostalgias, como ocurre cuando se atraviesa la experiencia inmigratoria. "Papá siempre estuvo contento en Argentina, ya jubilado volvió a Japón por un año y no se puso adaptar, regresó antes de lo previsto. Cuando llegó a su pueblo no lo conocía, estaba todo cambiado. Mamá fue dos veces a Japón, pero ella también estuvo a gusto aquí. Ellos sentían que en Argentina consiguieron su meta. Su meta no era llenarse de oro, era simplemente estar tranquilos, vivir en paz y tener trabajo...".

Cuando Toshiaki cumplió 18 años, sus padres decidieron cambiar de oficio y poner una tintorería en la zona de Berazategui. A muchos japoneses les había ido muy bien con esa actividad, de modo que se arriesgaron al cambio. "En la colectividad cuenta había un fondo para que sus miembros pudiesen hacer emprendimientos. Funcionaba como un círculo cerrado. Con ese fondo pudimos comprar la tintorería. Si alguien quería iniciarse en un oficio vinculado a la agricultura, como pasó con varios japoneses que hicieron chacras en esta zona, pedían un préstamos para iniciarse en el oficio de la tierra".

El hermano de Toshiaki hizo un camino diferente: entró en la empresa Mitsubishi como traductor (trabajo que mantiene hasta el presente). Cuando él cumplió 20 años, también inició su senda propia. Entonces fue contratado por la empresa que traía material pesado para la obra de El Chocón. Varios japoneses trabajaron allí, puesto que los transformadores de la hidroeléctrica fueron aportados, transportados e instalados por una empresa japonesa.

"Una de las paradas durante el trayecto a El Chocón explica era en Roca. Allí conocí a los primeros amigos japoneses de esta región. Supieron que parábamos en Roca y se empezaron a acercar". Luego del traslado del equipo, Toshiaki se quedó un año viviendo en El Chocón, donde además fue profesor de yudo de 60 chicos. Los primeros tres meses quedó de guarda del equipo y luego comenzó a trabajar en el montaje del transformador efectuado por la empresa Mitsubishi. Su trabajo siguió con el control del transformador ya instalado. Luego lo contrató Hidronor, donde trabajó gran parte de su vida, hasta que la empresa se privatizó (1993), para quedar en la hidroeléctrica nueva hasta 1999.

Le tocó a Hayashi Toshiaki vivir la Patagonia. Aquí formó una familia. Tiene tres hijos: dos mujeres (Alejandra Yukiko e Inés Miyuki) y un varón (Fernando Masayuki) a quienes transmitió el yudo, una práctica que lo religó a su comunidad y a sus orígenes. "Me gusta, además, la tradición del sable, por eso lo enseño como complemento en mis clases... Hace poco supe que había un sable dando vueltas en Neuquén. Quién sabe si no hay algún descendiente de un samurai en esta zona. También puede provenir de un militar, no lo sabemos.... Todo es posible en esta Patagonia adonde me trajo el destino, al lugar que soñó mi padre. Aquí pasé la mayor parte de mi vida. Aun así algo de mí estuvo en otro lugar. Mi señora, que no es japonesa, dice que siempre sueño y hablo en japonés. Es posible que tenga razón".

 

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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