Pedro Miguel Vilicich (75) conserva frescos todos los recuerdos de los duros inicios en tierra argentina que tuvieron sus padres Ive (Juan) Vilicich y Periza Damianich.
Durante el relato, su metro noventa de estatura se estremece con algún hecho puntual que le acerca sentimientos contenidos o, al menos, disimulados.
Sucede que los comienzos fueron duros de verdad, muy distintos al "hacerse la América" que se predicaba en Europa y, si bien lograron salir adelante con el correr del tiempo, fue merced al sacrificio y esfuerzo familiar.
Los Vilicich son de origen croata, de un pueblo llamado Oto Jhavar en la provincia de Dalmacia. Ese pueblo está enclavado en una isla que comparte con otros siete poblados y en donde las principales actividades económicas son la pesca y el turismo.
Evocar a su padre empuja a Pedro a regresar en el tiempo y desandar un camino tan importante como bien guardado en su mente y en el corazón.
"Mi padre tenía dos hermanos y dos hermanas. Pero el destino quiso que el mismo día, durante la Primera Guerra Mundial de 1914, le mataran los dos hermanos en los combates que tenían lugar en el norte de Italia. Entonces mi padre que, ya había perdido al suyo, quedó sólo y a cargo de la casa con apenas 12 años. El único capital que les quedaba era una lancha que tenían para pescar y a eso se dedicó para mantener su casa: la pesca artesanal", contó.
Sin embargo este precoz pescador se dio cuenta de que la posibilidad de una nueva guerra mundial aumentaba día a día y, sumado a lo que escuchaba sobre la bendita América, aceleró su decisión.
En busca de un nuevo horizonte, se largaron a la buena de Dios. Sin embargo, cuando llegaron a Buenos Aires se dieron cuenta de que no era tan fácil como lo habían escuchado. Desde el puerto, Ive se marchó hacia Santa Fe porque sabía que en esa región había muchos croatas que lo podían ayudar.
Si bien es cierto que fue bien recibido, en menos de un año buscó su destino más al sur del país, más precisamente en Algarrobo, provincia de Buenos Aires.
Para ello mantenía un fluido contacto epistolar con su novia Periza, que había quedado en su pueblo natal. Durante tres años mantuvieron encendido el amor que los unía, hasta que finalmente la jovencita llegó a la Argentina con su padre, un capitán de puerto que coordinaba estratégicamente a los pescadores en el mar para el desarrollo de las actividades.
Sin embargo, a éste no le gustó el lugar y, luego de permanecer por un corto período, volvió a su país.
La pareja se casó en Médanos, una localidad ubicada a pocos kilómetros de Algarrobo, donde Ive estaba encargado de la recolección del trigo y conteo de las bolsas cosechadas.
Siempre se cuenta en el entorno familiar la anécdota que lo tiene como protagonista junto a un avestruz. Sucedió que en una oportunidad, mientras andaba arriba del sulky contando las bolsas de trigo, le salió de al lado un avestruz con charos en veloz carrera, que sorprendió y asustó a un Ive que no pudo reaccionar por algunos segundos. "Nunca había visto semejante pájaro", le contó a su esposa y la frase quedó grabada en todas las generaciones.
Con espíritu inquieto, más tarde buscó en el negocio de la leña la oportunidad de progresar. Por aquellos años se estaban desmontando centenares de hectáreas para cultivar trigo y, por otra parte, las panaderías y las casas de familias insumían grandes cantidades de leña para hornear el pan y calefaccionarse respectivamente.
Así, Ive serruchaba leña que vendía en astillas para los hogares y también la llamada "leña campana", para las panaderías. "Mi padre usaba una camisa amplia para ese trabajo y en una oportunidad la polea del motor le tomó la prenda de vestir y, a pesar del intento de zafar, el accidente le estropeó un brazo.
"A partir de ese momento la familia pasó muchas peripecias, ya había nacido su primer hijo, Lucas, yo estaba en camino y todo se hizo muy difícil. Mi madre lo ayudaba, trabajando a la par de su marido para salir adelante", rememora "Perico", como todo el mundo lo conoce en Colonia Juliá y Echarren.
Paso seguido comenzó a alquilar campos para desmontar y, con la ayuda de los hijos mayores, las cosas comenzaron a mejorar. Durante 14 años, la extracción y venta de leña fue el sustento de la familia Vilicich pero, como nada es para siempre, apareció un elemento que determinó el cambio de rubro: el gas. Las panaderías y las casas de familia empezaron a tener cocina a gas, el mercado se fue achicando y eso los obligó a cambiar de actividad.
EN EL VALLE DEL COLORADO
En esa búsqueda de nuevas alternativas de trabajo, Ive fue primero en la localidad de Pradere (Buenos Aires), pero no lo convenció. Fue en junio del 1942 cuando llegaron a Río Colorado, más precisamente a la Colonia Juliá y Echarren, donde compró una chacra que estaba desmontada, con un solo cuadro de manzanas Johnatan que ya no existe y el resto eran todas lomas enormes diseminadas por toda la extensión.
"Mi viejo no conocía mucho de esto y le vendieron esa chacra. Producíamos papa y maíz entre esas lomas, en los lugares donde se podía", explica. Con el tiempo iniciaron la ardua tarea de emparejar esas lomadas, primero con caballos y después con un tractor Deutz 55 con pala rotativa que lograron adquirir.
"A los tres años de estar acá, la papa subió muchísimo y con esa cosecha pudimos terminar de pagar la chacra. Pero no era todo tan fácil, porque había que apretar los dientes y trabajar sin mirar el almanaque", señaló.
Una característica saliente fue que la chacra siempre se trabajó en familia. En el año 1965 falleció su padre, tras un desafortunado accidente en la carretera que le provocó heridas de consideración y que, días más tarde, le causó el deceso.
La familia debió sobreponerse al mal trago. A estas alturas, las cuarenta hectáreas ya habían tomado la forma de una explotación frutihortícola de envergadura, siendo importante la producción de vid en un determinado período.
Cuando llegó el turno de la manzana y la pera, la apuesta fue de máxima y decidieron enfrentarla con todo, cumpliendo todos los pasos del proceso. "Empezamos a trabajarla nosotros mismos, con un pequeño galpón de empaque y también nos dedicamos a venderla. Es decir que prácticamente hacíamos todo el proceso en familia. Producíamos, la embalábamos, la conservábamos, la transportábamos y la vendíamos".
En un período pusieron un puesto de frutas y verduras en Bahía Blanca, donde se vendía abundante cantidad de mercadería. "Nos fue muy bien, vendíamos barato porque nos daba para venderlo con poco margen de ganancia pero en la cantidad nos rendía. Ibamos con el camión a la mañana y a la noche volvíamos con los cajones vacíos. No le hacíamos mal a nadie, pero había otros intereses; perjudicamos a otros comerciantes y al poco tiempo nos obligaron a cerrar el puesto".
La chacra de 40 hectáreas se fue transformando, pero esa reconversión siempre vino de la mano de la la rentabilidad. "Ahora estamos con plantaciones viejas pero planeando la reconversión para los próximos años", aclaró.
"Cuando la cosa iba bien, porque incluso llegamos a exportar, cometimos algunos errores como querer perfeccionarnos en esto sin buscar otras alternativas. Mis otros hermanos proponían 'poner los huevos en otra canasta' para no depender de una sola producción, pero era siempre yo quien proponía 'terminemos bien esto y después pasamos a otra cosa'", recuerda.
Con bronca e impotencia, "Perico" lamenta que los vaivenes de la economía le haya destruido la familia. "La economía cambió y el chacarero se vino abajo. Y a nosotros nos rompió la familia. Mi hermano se fue a otra ciudad, el otro se retiró, el otro también cambió de rubro. Mi hermana Ana Lucrecia, mi hermano Miguel y yo seguimos con nuestra chacra. Hoy los otros están bien económicamente pero estamos separados. Nosotros aún la estamos peleando, y entiendo que no debería ser así", dice con un dejo de resignación.
El presente indica que alquilaron todas las instalaciones a una empresa que trabaja la fruta. "Estamos en el ocaso de la vida y uno tiene que ser inteligente. Tengo dos hijos: Ariel y Daniel, a quienes educamos para que sean personas honestas y después, felizmente, pudimos darles un estudio".
Casado con Ester Espinaso, su compañera de toda la vida, "Perico" muestra con infinita satisfacción las fotos de sus dos nietos: Catalina (un año) y Mirko (ocho meses).
UN PUEBLO CON PERSONALIDADES ILUSTRES
Ive Vilicich llegó a la Argentina en la segunda etapa migratoria, que abarca el período marcado por las dos guerras mundiales. Este período se caracterizó por ser una inmigración caudalosa numéricamente. Los registros indican que en 1939 había 150.000 croatas en la Argentina; la mayoría se dedicó al cultivo de la tierra en chacras y estancias de Buenos Aires y Santa Fe.
Otros inmigrantes fueron pioneros en el cultivo de frutas y viñedos en Río Negro y en la explotación de pozos petrolíferos de Comodoro Rivadavia. Una corriente migratoria se dirigió al noroeste, a la provincia del Chaco, para dedicarse al cultivo de algodón, girasol y maíz.
Lucía Gálvez nos recuerda, en su libro "Memorias de inmigración", que ya en la segunda mitad del siglo XIX habían llegado a nuestro país algunos pioneros croatas entre los cuales se destacaron Jakov (Santiago) Buratovich, que participó en la conquista de la Patagonia y estableció la primera línea telegráfica entre Buenos Aires y Rosario.
Otro fue Nikola Mihanovich, nacido en el '48 en Dalmacia. Comenzó trasladando a tierra a los viajeros de los transatlánticos con pequeñas embarcaciones en el puerto de Buenos Aires. Luego pudo formar su propia compañía e inaugurar el tráfico naviero entre Buenos Aires-Colonia.
Personalidad importante de esta primera etapa fue Iván Vucetich, quien llegó a la Argentina en 1884, trabajó en la Policía de la ciudad de La Plata y descubrió el sistema de identificación de las personas sobre la base de las huellas dactilares, hoy usado en todo el mundo.
La tercera etapa migratoria se inició al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Así como la primera y segunda etapa pueden considerarse como inmigraciones económicas, la tercera fue claramente una inmigración política.
Una familia de Rio Colorado
Los Vilicich son una familia tradicional de Río Colorado. Muy apreciados y bien conceptuados, han realizado un aporte importante al progreso de la ciudad con el característico empuje e innovaciones para que todo cambie para mejor.
Y es verdad que la economía logró separar a los seis hermanos que desde siempre empujaron juntos el carro del progreso familiar. Pero no es menos cierto que, a pesar de la distancia, los lazos familiares siguen tan firmes como siempre. Seguramente un legado de Ive y Periza, que les inculcaron la cultura del trabajo y la unión para salir adelante.
En la chacra de 40 hectáreas viven los tres hermanos cada uno en su vivienda propia que siguen adelante con la producción frutícola.
Así lo sostienen Lucas (73), Pedro (75), Miguel (73), Antonio (67), Santiago (66) y Ana Lucrecia, los seis hermanos que han marcado sendero en la Colonia Juliá y Echarren y en la vida. Y confían en que sus hijos y sus nietos hagan lo propio, tal cual lo han enseñado.
ALBERTO TANOS/DARIO GOENAGA