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Sábado 26 de Mayo de 2007
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  “En la Colonia Regina nos hicimos chacareros”
Juan Benedetti llegó a Regina cuando ésta apenas se insinuaba en los mapas.
Sus padres, arribaron al Valle con ocho hijos y un oficio por aprender.
Ellos y todos sus descendientes trabajaron la tierra con esmero.
 
 

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Juan Benedetti pertenece al grupo de pioneros de Villa Regina. Llegó a la Colonia en 1928. Tenía 3 años entonces y era el menor de la familia. Recuerda vagamente los primeros años, pero acumula una gran cantidad de anécdotas que le contaban sus padres y sus hermanos mayores. A este tupido anecdotario, Juan suma su rica biografía y la valoración de la historia del Valle que hoy contribuye a escribir con la densidad que le ha dado el paso del tiempo.
Sus padres, Pablo Benedetti y Rosa Huller, llegaron desde de la provincia italiana de Trento. “Mi madre –relata Juan– decía que era austríaca. Su apellido es holandés, pero su familia hacía varias generaciones que estaba en Trento. Ella amaba Austria porque había vivido bajo el dominio de este país. Pero lo cierto es que cuando llegó la Primera Guerra, esa región se convirtió un poco en el centro del conflicto, como el ojo de la tormenta. Mi padre fue al frente y mi madre, que ya estaba casada y tenía un hijo, se fue de refugiada a la zona de la Liguria, que era más segura. Luego, terminada la contienda, tuvieron 7 hijos más. Cuando llegamos a la Argentina, huyendo de la pobreza y de la guerra que se presentía, éramos ocho hermanos: cuatro mujeres y cuatro varones. En Italia se enteraron de que aquí se hacía una colonia casi netamente italiana y que una compañía ayudaba a los colonos a establecerse. Era la Compañía Italo-Argentina de Colonización (CIAC), que hacía propaganda allá para tentar a las familias a colonizar”.
Contaban los padres de Juan que llegaron a la estación de tren recién estrenada en la Colonia Regina y que los alojaron en el Círculo Italiano, en la FAI, donde pernoctaron los primeros días.
“Llegaba gente todos los días –cuenta Juan–; fuimos realmente colonos. Venían muchos italianos del norte, pero eran tantos los dialectos que se hablaban en la Colonia que había italianos que no se entendían entre ellos”.
Juan era muy pequeño cuando llegó, pero guardó las historias de quienes vivieron esos primeros tiempos. “El lugar les causó una profunda impresión, porque en Italia vivíamos en una zona de montaña, tanto que a nuestras gallinas había que ponerle unas bolsitas porque si no sus huevos rodaban por la pendiente. Aquí todo era chato, un desierto; contaba un familiar de mi mujer que al llegar pensó que estaba todo nevado. ¡Era el salitre que había en el lugar!”.
El padre de Juan, Pablo Benedetti, era carpintero, de modo que llegó dispuesto a aprender una nueva actividad, la agricultura. Pese a ello y consciente de su enorme familia, viajó con todas y cada una de sus herramientas para trabajar la madera.
“Casi todos los que llegaron tuvieron que hacerse chacareros. En la Colonia había mucha gente que nunca habían visto un caballo, ni manejado un arado. Fueron duros los primeros tiempos, aunque hoy creo que otros lo pasaron peor, porque nosotros estábamos juntos y, además, teníamos una comunidad muy grande… Aquí todos éramos iguales, el esfuerzo fue colectivo y los sueños compartidos. Casi todos venían de una Europa empobrecida, habían conocido el hambre, venían de una guerra. Y aquí, aquí estaba el futuro. Había tierra, agua y estaba todo por hacerse… Y durante los tiempos fundacionales estuvimos juntos, esto fue lo importante… Ahora no hay más eso. Ahora hay egoísmo”, concluye Juan.

DE LA MADERA A LA TIERRA

Cuando llegaban, la CIAC les daba la tierra, una casa, las herramientas, caballos, una vaca y 200 pesos de crédito por año. Los Benedetti recibieron 18 hectáreas en el límite de la cuarta zona, donde terminaban las obras de riego. Toda la familia puso manos a la otra. “Emparejamos la chacra, que tenía como 20 niveles, altos y bajos, que formaba el río que estaba cerca. Con un rastrón teníamos que emparejar continuamente. Primero hicimos alfalfa, luego tomate, más tarde vid y finalmente fruticultura. Las plantas las compramos a Pepe Borsani, un hombre buenísimo que fue el primero en tener un camión acá y el primero en tener teléfono, cuyo número era el 1”.
Recuerda que frente a la chacra estaba el ladrillero de la Colonia, el señor Di Piramo, y en un palo del pisadero había un loro que había aprendido el italiano. “Un día mi mamá contó que pasaba por allí y alguien le dijo ‘mannaggia cane’, una palabrota. Era el loro. Cuando supe que estaba, lo fui a ver. Me gustaban los animales. En mi familia, desde chico fui el encargado de hacer los mandados a caballo. Eramos como una nueva generación de indios, todo el día a caballo”.
“Todos trabajábamos, pero quienes merecerían el monumento más grande de esos tiempos fundacionales eran las mujeres. Ellas trabajaron a la par del hombre pero sin descuidar la casa y los hijos. Vi a mujeres manejar el rastrón tirado por tres caballos. La mujer era el puntal, trabaja día y noche. Hasta hacían la ropa, porque la ropa escaseaba y las prendas terminaban siendo parche sobre parche… Recuerdo a otras mujeres valientes, como la partera Bonelli que andaba en un sulky de chacra en chacra atendiendo partos. Así nació nuestra última hermana, la única argentina. También recuerdo a otra mujer de apellido Liberati, que era como la sanadora del pueblo... Habría que hacerle un monumento a la mujer colonizadora”.
Como todos los pioneros, Benedetti no puede dejar de recordar la conducta valiente que tuvieron las mujeres de la Colonia Regina cuando llegaban los rematadores de las chacras que no podían cancelar sus créditos con el banco y la CIAC. Pero sus recuerdos van más allá de la anécdota emotiva y se posan en una región más mansa a la hora de pensar las vivencias de aquellos colonos. Benedetti habla de lo que aquellas escenas significaron entonces y de cómo aquella experiencia adquirió la densidad que sólo le da la historia.
“Como casi todos aquí, crecí odiando a la Compañía Italo-Argentina de Colonización. De alguna manera los teníamos como los culpables de todas las desgracias pero, bueno, la Compañía estaba en Argentina y todo lo que pasaba en la economía también la afectaba. Ahora, a la distancia, puedo valorar las cosas que hicieron bien. Ellos nos dieron la posibilidad de empezar otra vez, de tener una tierra. Algunos llegaban y se querían matar, no les gustaba nada… Creo que si hubiesen podido hubiesen regresado a Italia, pero ya era tarde, no podían volver… Pero, bueno, vino la crisis del ’30 y afectó muchísimo a todos. No creo que la Compañía haya hecho mucha plata con esta colonización, la verdad es que empezaron esta experiencia en una Argentina y la terminaron en otra. Y si lo miramos en perspectiva, fueron ellos los que permitieron que se colonizara esta zona del país”.
Pasó el tiempo y los Benedetti fueron creciendo a la par del pueblo y fueron echando raíces. Aprendieron el oficio de la tierra con esmero. Cada miembro de la familia aportó lo propio. Todos los hijos de Pablo y Rosa se hicieron chacareros. En un momento vivían cinco matrimonios Benedetti con sus hijos en la chacra.
Por la vida de Juan pasa toda la historia del Valle: el tiempo de la alfalfa, el de la vid y el de la fruticultura con todas sus transformaciones. Ensaya una síntesis de esta breve historia regional que encarna en su propia trayectoria. Relata que vendían la alfalfa en fardos, la llevaban al norte cuando había secas. Había años en los que valía y años en los que no. En alguna oportunidad se vieron forzados a quemar los fardos viejos para dar lugar a los nuevos, eso pasaba porque el flete era más caro que el pasto y esperaban a que cotizara mejor.
Luego cultivaron papas y pasaron a los tomates y a la vid ( ver Historias de acá). La superproducción de estos productos y sus crisis cíclicas, impulsaron a la familia a hacer la apuesta fuerte y dedicarse, en adelante, a la fruticultura. “Las cosas fueron llevando a los productores a la fruticultura. Muchos de nosotros tuvimos viña y, cuando nos decidimos por la fruticultura, durante años seguimos teniendo simultáneamente vid y frutales porque metíamos las plantas de peras y manzanas intercaladas con la viña. Empezamos con la fruticultura por el año ’40. Nos fue bastante bien. Planificamos y, cuando llegó el tiempo de cosechar, empecé a desarrollar otras actividades, como el empaque y el aserradero”.
Según recuerda Juan, dar el paso hacia la fruticultura no fue fácil. En primer término porque era más complejo que producir vid. “En la zona de Cinco Saltos, por ejemplo, los chacareros estaban más preparados que acá porque tenían la estación experimental. Eso les facilitó las cosas; puede parecer exagerado pero no es así. En el año ’40 había muchos inmigrantes, pero las comunicaciones no eran simples. Por eso, el hecho de estar cerca para pedir asesoramiento fue importante. Nosotros recibíamos el diario ‘La tierra’, de la Federación Agraria Argentina. Fuimos abonados a ese diario desde 1930 a 1940, así aprendíamos un poco.
”Aun así –afirma– Regina fue pionera de muchas cosas nuevas: acá se vieron los primeros riegos por aspersión del Valle. Los tuvo Galetta, que era representante de una firma vinculada a riego. Fue el primero en poner riego en la chacra de los Rotter. Todos íbamos a ver cómo funcionaba. La electrificación, el asfalto rural, fuimos los primeros en tenerlos en el Valle… Hubo un tiempo en que acá se fabricaban tractoelevadores, topadoras y cargadoras frutales y muchas cosas más. ¿Se acuerda de Crybsa? ¿Se acuerda?”, pregunta con nostalgia.
Cuando la familia empezó a tener producción, el transporte y gran parte del empaque lo manejaban los ingleses. “Con ellos me pasa lo mismo que con los de la CIAC. Cuando estaban, nos quejábamos, pero cuando se fueron nos dimos cuenta de que hacían las cosas bien… Después de que se fueron los ingleses, vino el IAPI, que ayudó en la cadena de comercialización. La venta de los ferrocarriles puso en crisis el transporte. Una crisis que sólo se resolvió en la década del ’60 cuando llegaron los camiones y la Ruta 22”.
“En el galpón de empaque – sigue Juan– tuve una máquina tamañadora que compré en La Reginense. En el año ’80 me retiré. Quedé solamente con el aserradero. Tuvimos empaque desde 1956 y hasta hace unos años. Antes de esa fecha la fruta se trabajaba en la chacra. El comprador iba con su cajones, se tamañaba a mano y se embalaba. En las chacras se hacía una enramada y allí se hacían estas labores. Algunos compradores de fruta eran de acá, como Troyano, Petrocelli, Pancani. Al principio cargábamos al lotero. El lotero era el tren especial que levantaba lotes de fruta, de la primera fruta. Nosotros la vendíamos en Zapala, hasta allá la mandábamos. Le comprábamos cajones al aserradero de Petrini y Rosina. En Zapala teníamos un amigo y él nos ayudó a vender allí. Luego vendimos al mercado de Abasto en Buenos Aires. Tratábamos con un comisionista. Tuve suerte porque encontré gente honesta con los que trabajé durante 30 años. Eran dos gallegos: Sánchez y Amat.
”El primer frigorífico de Regina fue Garmenco (de García y Menese). Nosotros, cuando empezamos, le alquilamos a ellos el frío. Luego, con Perón llegó el IAPI, que comercializaba nuestra fruta. Nos pagaban bien.”
En la chacra de los Benedetti, quedó un hijo con su familia y el resto de los hermanos fue comprando sus tierras. Juan se casó con Rina Perazzolli. Se conocieron de pequeños, pues el padre de él y la abuela de ella estaban un poco emparentados. “Mi padre –cuenta Rina–, Lino Perazzolli, vino aquí con 24 años en el año ’24. Era albañil. Vivía en Buenos Aires y vino contratado para hacer las casas colónicas. Y mi madre, María Pacher, ya estaba acá. Se conocieron y convenció a mi padre de radicarse acá. Fue así que él también se convirtió en agricultor. Tuvieron tres hijos y siempre se dedicaron a la fruticultura. Yo heredé parte de esa chacra, que mantuvimos toda la vida”.
La vida de Juan y Rina transcurrió en la chacra; aun así nunca se mantuvieron aislados de la comunidad. Tuvieron dos hijos: Juan Carlos (quien le dio dos nietos: Luca y Julieta), Gladys Mabel y gran cantidad de amigos que les dio la vida.
 Juan, quien dice sentirse muy argentino, siempre fue solidario y, en la medida en que pudo, ayudó a su comunidad. “Para mí era es una obligación. Este lugar me dio todo y yo tenía que dar de mí”. Así, fue miembro del círculo trentino, socio del motoclub y el aeroclub local, trabajó en la comisión de asfalto rural, fue impulsor de la Feria del Comahue, entre algunas de las actividades que lo vinculan a una tierra que hizo suya.

 

   
SUSANA YAPPERT
sy@patagonia.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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