La historia de la familia Veiguela-Stábile y la estancia La Madreselva está estrechamente ligada al asentamiento y desarrollo de la Patagonia, un área a la que muchos creían más rodeada de sinsabores que satisfacciones.
El establecimiento agropecuario de 7.500 hectáreas tiene como escenario un paradisíaco frente marítimo cercano al puerto de San Antonio Este. Y un halo de misterio. En principio, junto con El Salado, El Escondido y La Primavera, eran pequeños puestos de un gran campo que, según se cree, pertenecían a una compañía alemana ligada a la más recia estirpe prusiana de la Primera Guerra Mundial.
Poca fama de ser un vergel. Cuando se subdividió, siendo adquirida por la familia De Rege, La Madreselva quedó dentro de un manto de médanos blancos. Mantiene la tradición con una carga de 2.300 lanares y menos en vacunos. Igual, vale la pena.
Frente al casco, sus propietarios son célebres privilegiados. Poseen para ellos un piletón natural en una playa rodeada de acantilados.
El punto de partida para sus actuales propietarios fue ingenio y sacrificio porque aún no podían ver la tierra de las grandes oportunidades.
La descarnada postal la muestran Irma Veiguela, su esposo Alberto Stábile y su hijo Guillermo.
"Mi tío Ramón Veiguela la adquirió en medio de una sequía espantosa que devastó los campos en 1943. Yo la heredé junto a una hermana en 1968. El primer viaje llegamos caminando, porque se nos rompió el vehículo a casi 10 kilómetros del caserío. Me senté en una baranda y me puse a llorar porque no había nada, el techo de la vivienda se había volado y el lugar estaba inundado de ratas y de embargos bancarios. Tuvimos que empezar de cero junto con mi marido", confió Irma.
Es una zona donde las aguas se caracterizan por su dureza y en consecuencia las pasturas sólo aparecen con una buena lluvia. Al principio, las ovejas parecían perdidas entre tantas leguas.
Cubrir el trayecto de 140 kilómetros entre Viedma y el casco de la estancia revestía las características de un safari por Africa durante los primeros viajes.
Las jarillas golpeaban y rayaban las puertas del Jeep IKA los primeros cuatro por cuatro de la Argentina que la familia adquirió especialmente y así se
aseguró la aventura. Previamente tuvo que hacer un curso rápido de gomería, pues las pinchaduras se multiplicaban.
Al unísono coinciden en que "antes de que llegara la civilización (ahora los comunica el Camino de la Costa), había que circular por la Ruta 3, aún de ripio. De allí, la huella nos conducía a la estación ferroviaria de Nuevo León y durante 25 años transpusimos nueve tranqueras de alambre para alcanzar el caserío, hasta que la entonces vialidad rionegrina dispuso abrir una traza de 50 metros de ancho desde esa ruta nacional".
Irma superó el angustioso comienzo y se enamoró del lugar. Ya les adelantó a sus más íntimos que el día de su muerte quiere ser enterrada allí. "Le tengo un amor especial que no lo puedo explicar aclara. Recopila nuestra historia y no lo veo como un sacrificio. Lo importante es que pude transmitirle el mismo cariño a mis nietos".
Si de algo no se habla entre los Veiguela-Stábile es de una posible venta, sobre todo en estos días en los que varios vecinos escuchan jugosas ofertas y algunos cerraron pingües negocios afines al agroturismo.
Muestran una particular visión de cara a esa posibilidad. Guillermo puso las cosas a la altura de la realidad. "El campo apuntó es un pésimo negocio pero te da seguridad de una renta anual cercana al 5%. Si mamá en 39 años se hubiera dedicado a otro tipo de rubro estaría mucho mejor. Lo tomamos como una filosofía de vida. La venta ni se conversa, no hay precio y, si bien con el producido podríamos comprar una estancia en Balcarce, ante tanta danza de millones, a nadie se le cruza por la cabeza que tenga que ponerle el cartelito de 'se vende' junto a la tumba de mi vieja".
UN "COLCHON" ECONOMICO PARA GANAR POSICIONES
La familia decidió organizarse buscando salir adelante. Alberto había pasado varios años en campos del sur antes de casarse con Irma y luego fue enviado por sus patrones a Balcarce. Pero Viedma, como la tierra que los vio nacer. los atraía como un imán. Sobre todo cuando había que hacerse cargo del campo dejado por el tío Ramón. Irma cedió parte de unos terrenos y un negocio de florería, más una fuerte suma, como parte de pago a su hermana Clyde, a quien no le interesaba dedicarse a la ganadería.
"En ese momento el 50% de la propiedad me costó el valor actual de tres departamentos en Mar del Plata, es decir que el campo lo pagué tres veces. Eran épocas de sacrificio y con mi marido nos apoyamos en los negocios comerciales", rememoró.
La actividad próspera del primer local dedicado exclusivamente en Viedma a la venta de semillas y plantas se vio favorecida por la importante inversión pública que dio lugar a la colonización del Valle Inferior durante la década del '60. Las primeras variedades frutihortícolas plantadas en las chacras del Instituto de Desarrollo del Valle Inferior (Idevi) llevan su marca registrada.
Alberto puso lo suyo con la explotación de una cantera de ripio en momentos de la construcción del aeropuerto Gobernador Castello. "Nos salvamos económicamente porque los mostradores siempre dejaban un peso; y nada brillaba porque tuvimos que pedir dinero prestado, que luego devolvimos", reconocieron.
Guillermo, taladro manual en mano, hizo 1.200 agujeros en durmientes de ferrocarril para renovar alambrados, gastando miles de mechas y espantando amigos que creían que se había vuelto loco. Los jagüeles tuvieron que reconstruirse a pico y pala.
Luego, a medida que las cosas funcionaban, se levantó una vivienda para los peones.
En la familia nadie se anima a estimar qué cantidad se invirtió en casi 40 años. Sólo se atreven a señalar que "para el que le gusta el campo y el sacrificio es un forma de vida... una filosofía de encararla; no seremos más ricos o más pobres".
ENRIQUE CAMINO
rnredaccionviedma@yahoo.com.ar