En 1929 la crisis económica mundial impactaba hasta en estos desolados rincones del planeta. Aquí, donde todo amanecía.
La Colonia Regina tenía apenas 5 años de vida. Nada en términos históricos, pero los suficientes para que cualquier colono supiese el reto que implicaba meter las manos en esta tierra.
La Colonia Regina era una experiencia particular. Se trataba de una colonización casi 100% italiana, promovida por capitales locales e itálicos. El presidente de la República era entonces Marcelo Torcuato de Alvear y su ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón. Entre ambos y pasada la Primera Guerra, reimpulsaron la colonización en el país frenada por la contienda. El ministro era consciente de las dificultades que habían tenido la mayoría de los colonos en acceder a la tierra de modo pleno y puso su ojo en esta distorsión que la intelectualidad advertía desde que la Argentina era Argentina. Le Bretón comenzó por unir dos dependencias de Agricultura que se mantenían separadas: "Tierras" y "Colonias". Su convencimiento era claro: el acceso a la tierra hacía exitosa la colonización. Simple.
Pero a Le Bretón no le fue muy bien. Tanto que se vio obligado a renunciar cuando sus planes se le escurrían en todas las dependencias del gobierno. Pese a ello, existió, durante la gestión del segundo presidente radical, el fomento de la colonización, aun cuando su éxito fuese relativo.
Cada colono, aquí y en Argentina toda, tuvo que hacer su destino. Casi siempre solitario y calibrado entre su factor suerte y un enorme esfuerzo. Si ambos conjugaban, podía tener éxito en su aventura, aprovechando las oleadas benéficas que llegaban desde el mundo que trascurría de su tranquera para afuera. Esto es, políticas de Estado, senderos de la comercialización, transporte para la salida de sus productos, coyunturas favorables o no para su producción, etc. Claro que a todo esto había que agregar el temple del colono. En su mayoría extranjeros, tenían un tiempo de adaptación al mundo nuevo y, luego, estaban obligados a vérselas con la ciclotimia nacional, que cambiaba con vertiginosa frecuencia las reglas de juego.
Pero retomemos el hilo de la historia. Cuando Marcelo T. de Alvear inició su mandato, ya estaba casado con aquella
mujer que lo deslumbró con su voz, la cantante lírica Regina Pacini. Y fue en honor a ella que bautizaron una nueva colonia agrícola que nacía en la Norpatagonia. El 7 de noviembre de 1924 se firmó el decreto de aprobación de los estatutos de colonización a favor de la Compañía Italo-Argentina de Colonización (CIAC). Se trataba de una colonización privada que buscaba dar a cada agricultor, mayoritariamente de nacionalidad italiana, un mínimo de hectáreas para producir. La Compañía le daba la tierra, los canales trazados y una vivienda. Y los productores tenían que comprar a crédito.
El Alto Valle de principios de siglo se parecía en algo al Valle actual. Grandes extensiones de tierras pertenecían a pocos nombres. Hubo grandes latifundios que durante los primeros años del siglo se fueron subdividiendo y vendiendo. En este caso, la Compañía Italo-Argentina de Colonización adquirió 5.000 hectáreas de las 15.000 que tenía en la zona M. Zorrilla. La CIAC, en una primera etapa, subdividió 1.300 hectáreas en 130 lotes de 5 a 15 hectáreas que entregó a 130 familias italianas.
El último tramo del canal principal del sistema integral de riego del Alto Valle se terminó de construir en 1928, en esta zona, con lo cual las dificultades del riego para los pioneros no fueron menores. La Compañía gestionaba préstamos a 33 años a bajo interés con el Banco Hipotecario Nacional y otorgaba una segunda hipoteca a los colonos. Unos cinco años después de fundar la Colonia, comenzaron los conflictos entre los colonos y
los administradores de la CIAC, originadas en las complicadas operaciones financieras en las que se metió la CIAC arrastrando a los colonos. De hecho, los que soportaron la crisis titularizaron su tierra recién en la década del 50 y porque el presidente Perón resolvió dar un corte a ese largo conflicto.
Cuenta Antonio Rodríguez, en "El Alto Valle del Río Negro", que "en 1927 los primeros colonos, ya veteranos en el medio en que se hallaban, presintiendo el desastre, organizaron las primeras manifestaciones de hostilidad contra la Compañía al tener el conocimiento de que la misma había logrado interesar al Banco Hipotecario Nacional, quien le acordaba el 80% del valor de venta de esas propiedades con prenda hipotecaria en primer término, naturalmente quedando en segundo término la hipoteca a favor de la CIAC por saldo del 20%, más el producido por el departamento de proveeduría, más el 7% de interés capitalizado cada seis meses, más la sobretasa de canon de riego. Esa segunda hipoteca sería abonada por el colono, de acuerdo con el contrato de compraventa, el 10% el segundo año de hacerse cargo del lote, el 20% el tercer año, el 30% el cuarto y el 40%, o sea el saldo, el quinto año... Tal demostración de desacuerdo por parte de los colonos se tradujo ese año en una manifestación y concentración frente a los escritorios de la CIAC en el pueblo. Su actitud era justa: pedían la reevaluación de las chacras que les habían vendido antes de hacerse el arreglo con el BHN, ajustando un poco más a la realidad los precios y condiciones de pago, ya que (...) no podían jamás cumplir con los compromisos que se le obligaba a contraer...".
Además era lógico que no pudiesen. Algunas tierras recién estaban emparejadas y la producción tardaba años en dar frutos. Pero la CIAC aceptó el 80% de lo acordado con el banco y en 1929 pidió un crédito en similares condiciones con el Banco Nación.
Y los vencimientos empezaron a correr. Los colonos, por su parte, veían cada vez más remotos sus sueños de verse propietarios. Algunos decidieron dejar la zona; otros prefirieron resistir.
Y cuando la resistencia se hizo visible, la tensión creció y se sumaron nuevos actores al conflicto: las mujeres de los colonos, el gobierno nacional, el embajador de Italia, los capitalistas italianos que habían puesto liras en la empresa, la Iglesia y la Federación Agraria Argentina, que abrió una sucursal en la zona en vista a la conflictiva situación.
UN PUEBLO CON VIDA INTENSA
Al contrario de lo que se cree, las localidades del Valle, hacia 1929, tenían una intensa vida política. El tiempo de entreguerras fogoneó debates. Y en estas regiones, donde había una importante concentración de europeos, lo que ocurría en el mundo también agitaba las almas a la distancia. Así, los contrincantes en la guerra se encontraban en las plazas, los fascistas y los antifascistas en los bares, los bolcheviques y los conservadores se molestaban en los mítines. Este era un mundo tan fascinante como complejo.
Roca tenía desde 1928 un intendente socialista, Edmundo Gelonch. Y durante esta gestión se encontraron con furia los nacionalistas con los socialistas en una disputa simbólica desatada con el cambio de una estatua (la de San Martín por la de Colón). Por esta fecha, los socialistas de Roca iban a discursear a Regina para animar a los colonos que intentaban entendérselas con los administradores de la Colonia. Había una mujer en aquellos atrios austeros, italiana y de izquierdas, de apellido Palandri, quien emocionaba a los concurrentes con sus discursos. También hubo otras mujeres que salieron de su mundo doméstico para pelear por lo que creían justo. Relatamos en este espacio el rol que cumplieron las mujeres de los colonos para evitar los remates de sus chacras.
Todas estas personas, que la historia transmutó en personajes, esperaron con ansiedad la llegada del presidente de la Federación Agraria Argentina en el verano de 1929. El mismo que hacía 15 años peleaba por los derechos de los arrendatarios y de los pequeños y medianos propietarios de la Pampa Húmeda. Una lucha que había nacido en 1912 en el sur de Santa Fe, en el levantamiento campesino que se recordaría como "Grito de Alcorta".
EL HUESPED DE LAS DOS VOCES
Esteban Piacenza era italiano, nacido en Piamonte. Había llegado a la Argentina como inmigrante a los 16 años. Se estableció como chacarero en Moldes y desde siempre se interesó por las luchas del hombre de campo. En 1916 fue elegido presidente de la Federación Agraria Argentina, cargo que desempeñó hasta su muerte, ocurrida en Rosario en 1945.
La Federación Agraria Argentina, contó Piacenza en su visita al Valle, nació con el fin de defender los intereses de los agricultores arrendatarios, pero poco a poco iba receptando las problemáticas de pequeños y medianos agricultores de todo el país.
La Federación se había nutrido del ideario socialista, puesto que muchos de sus fundadores eran políticos activos; aun así, siempre se trató de preservar el lugar de los rótulos políticos.
Cuando Piacenza fue invitado a visitar el Valle, era consciente de que su presencia podía aportar calma a los protagonistas del enfrentamiento. Abrir una sucursal de la Federación Agraria Argentina era imprescindible para tener presencia en una geografía en la que el conflicto recién se iniciaba.
Pero más importante que un local, era su siembra. Piacenza hizo varias disertaciones. Todas muy concurridas. Y habló con cada chacarero que pudo. Habló con ellos en un italiano sereno, distinto al que vociferaba en sus discursos. Les dijo que tenían que mantenerse unidos y fuertes porque los enemigos eran muchos y poderosos. Les advirtió que si se quedaban solos en su lucha, si se aislaban, era muy difícil que se mantuviesen en pie durante los temporales por venir. Les transmitió dos conceptos: "Unidos y con convicciones. Así podrá hacerse de este Valle, la América soñada". "Hoy la lucha de los colonos de Regina es una y clara, pero mañana los desafíos serán otros y tenemos que estar preparados para afrontarlos".
Tenía razón, aun cuando su siembra también haya estado, a lo largo de la historia del Valle, afectada por tantos temporales.
SUSANA YAPPERT
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