Edgardo Kristian Kristensen es el cuarto hijo de un inmigrante danés que decidió dejar su tierra cuando la primavera de 1922 comenzaba a asomar. La decisión tenía algo de necesidad y mucho de aventura y había sido planeada, junto a un vecino, durante el helado invierno del año anterior.
Kristen Nielsen Kristensen nació en Sounder Tranders en el departamento de Aalborg, en Dinamarca. Tenía dos hermanos varones y una hermana mujer. En ese entonces, el país de los vikingos no era lo que ahora.
"Era un país muy pobre como casi toda Europa, y mi padre fue jornalero desde muy chiquito. Luego de estar internado durante casi un año en un hospital para enfermos pulmonares, a los 12 años comenzó a ayudar a su padre con la pesca...", inició el relato Edgardo, su hijo menor y productor cipoleño.
Heredó de su padre el tesón y la solidaridad. También el amor por la actividad productiva que desarrolla casi desde siempre. Nació y creció en la chacra familiar en Curri Lamuel.
Actualmente Edgardo tiene su propio establecimiento en la zona de Ferri y es uno de los tantos productores que, a pesar de todos los avatares económicos y políticos, defiende a rajatabla la actividad "como una de las más nobles que pueda desarrollar el ser humano".
Pero antes de esto, incluso antes de ser siquiera pensado, la historia tenía que seguir su curso para que un danés aventurero fuera parte del crecimiento de esta ciudad.
Kristensen padre no vino directamente a la Argentina. "Con un vecino comenzamos a discutir salir a Estados Unidos, Australia o Canadá. Pero para no seguir la corriente decidimos ir a Brasil", quedó registrado en unas hoy borroneadas notas de viaje que escribió du
rante su periplo.
En Río de Janeiro sólo estuvo cinco días y consiguió desde inmigración un boleto de tren para Sao Paulo. Durante un tiempo se afincó en una estancia ubicada a 600 kilómetros.
El calor, demasiado para un joven acostumbrado a la fría Dinamarca, selló su destino. Brasil no le gustó, así que viajó a Argentina. Desde este país, tenía la idea de ir al Polo Sur a cazar ballenas, "pero el pastor de la iglesia nos aconsejó que no lo hiciéramos así que nos dio boletos en el ferrocarril Sur hasta Tres Arroyos", explican las notas.
Finalmente, dos años después de haber salido de su pueblo recala en Cipolletti. Llegó a fines de febrero de 1924, cuando todavía la ciudad no llevaba el nombre actual sino el de Estación Limay, en coincidencia con el de la parada del ferrocarril.
Decidió alquilar una chacra de 22 hectáreas con el objetivo de retornar a Dinamarca seis años más tarde...
OTRA HISTORIA,
MUCHAS HISTORIAS
"Pero en el 28 se casó. Mi abuelo materno era de apellido Blesio y su familia había llegado a Bahía Blanca en el siglo XIX. Era un hombre que tenía contactos con los ingleses que construían el ferrocarril y se dedicaba a la construcción de ladrillos", relata Edgardo.
La actividad lo trajo primero a Río Colorado y más tarde, en 1899, a Chelforó. Seguía la
construcción del ferrocarril que venía avanzando.
"Mi abuela se casó primero con un señor de apellido Buscarini, cuando tenía más o menos 16 años. Como era común en esa época, su primer marido era un hombre mayor. Quedó viuda muy joven, a los 20, y con tres criaturas".
La abuela de Edgardo se volvió a casar y de ese segundo matrimonio nacieron otras 10 niñas, entre ellas su madre, Emilia.
La familia Blesio se radicó en Cipolletti en una chacra frente al establecimiento al que poco tiempo después llegaría Kristensen.
"Sucede lo que siempre sucede en estos casos. No sé si mi padre enganchó a mi madre o fue al revés, pero lo cierto es que se casaron y en 1930 nació mi hermano mayor, Carlos José". Le siguieron Aldo Haslund, Elsa Noemí y finalmente Edgardo.
Según contaba Kristensen padre y reproduce su hijo, para poder casarse tuvo que ir a conversar con el padre Brentana, cura párroco de origen italiano que accedió a unir en matrimonio a "Kristen Nielsen de religión luterana y a doña Emilia de religión católica".
Se desconoce dónde se realizó la ceremonia religiosa pero sí quedó en el recuerdo de los suyos un detalle: una vez casados, el 14 de marzo de 1928, se desplazaron en sulky desde el poblado de Cipolletti hasta la margen del río Neuquén.
Como aún no estaba construido el puente, la pareja atravesó el río caminando a través de los durmientes del puente ferroviario. Del otro lado alquilaron otro sulky y se trasladaron hasta el hotel Argentino, que quedaba en el alto neuquino, donde festejaron el casamiento con un almuerzo.
Los cuatro hijos de Kristen y Emilia se criaron en la chacra y fueron testigos del crecimiento de la ciudad y de la fruticultura en la región: de los años buenos y también de los difíciles.
Aprendieron a cultivar la tierra y el cooperativismo, que era impulsado por su padre con el mismo ímpetu con el que colaboraba con su comunidad.
LA ESCUELA 109 Y LAS COOPERATIVAS
En el paraje Curri Lamuel, donde estaba la chacra de los Kristensen, había varias familias con hijos en edad escolar y con las dificultades propias para trasladarse hacia el casco urbano para poder estudiar.
"Mi padre, además de trabajar su chacra, atendía una que estaba en frente y pertenecía a un señor de apellido Zárate. En el lugar había una casa desocupada y él la propuso al Consejo de Educación para que funcionara como escuela", dice Edgardo. El ofrecimiento, hecho en el año 30, era por dos años, pero la institución estuvo hasta el 37, cuando la familia Ingar regaló un terreno donde ahora está el barrio Anai Mapu. Allí, los vecinos construyeron la escuela 109.
La actividad de Kristensen en su comunidad fue más allá. En 1934 ingresó en la cooperativa El Cipoleño, que había sido fundada un año antes. Tuvo un rol importante hasta el 43, cuando "por discrepancias internas decidió separarse", explicó su hijo.
Entre otras gestiones, tuvo que viajar a Buenos Aires a entrevistarse con el entonces ministro de Economía, Federico Pinedo, y el presidente del Banco Nación para solicitar un crédito que permitiera solventar la institución.
Luego de su alejamiento estuvo al frente a la cooperativa Agricultores Unidos, mientras que también participaba de Viñateros Unidos, de la que fue presidente.
"Mi padre tuvo un rol muy activo hasta el año 65, cuando falleció mi madre. En ese momento algo cambió, porque para que él hiciera esa actividad estaba el acompañamiento de ella, una mujer de trabajo y con mucha solidaridad. No recuerdo alguna
fiesta cívica en que no haya llevado una torta a la escuela, tuviera o no tuviera un hijo estudiando", aseguró con orgullo.
Pero en la vida también están los golpes que no siempre se pueden minimizar a pesar de los recuerdos que gratifican. Son, los dos, partes de una sola vida.
Con el dolor que expresaba su rostro pero sin resignarse a lo imposible, Edgardo siguió con la historia de su familia. "Lamentablemente las cooperativas en Cipolletti fueron desapareciendo una a una sin que nadie las defendiera. Antes tenían entre 40 y 50 productores", recordó.
LOS KRISTENSEN HOY
Pero también fue firme. "Lo que valoramos en la familia es la conducta de la responsabilidad, del compromiso, de ser parte de la sociedad donde uno está viviendo y eso te trae algunos problemas...".
Estos "problemas" fueron la cárcel en los años duros de la Argentina. "Mi hermano Carlos tuvo que exiliarse en el 76. Antes estuvo tres años en la cárcel de Rawson. Fue detenido por pensar, algo peligroso en el país de esos años", relató con lágrimas recordando al hermano que falleció en 1996.
La paradoja de muchas familias de inmigrantes no le fue ajena a ésta de Cipolletti. Carlos José debió huir al país de su padre y fue el primer argentino recibido como exiliado en Dinamarca. Hoy, sus cuatro hijos viven en Europa.
Edgardo también estuvo detenido. "Después conocí La Escuelita. Conocer es una forma de decir porque me llevaron con los ojos vendados", dijo refiriéndose al centro de detención que funcionó en Neuquén durante el proceso.
Los Kristensen mantuvieron la chacra familiar de Curri Lamuel hasta el año 97 cuando la vendieron para evitar que el endeudamiento con el Banco Nación fuera tan alto que superara el valor de la propiedad. La decisión la tomaron "con el dolor del alma, porque fue allí donde nacimos y nos criamos todos", recordó.
De los tres hermanos que actualmente están vivos, Edgardo y Aldo son productores y Elsa Noemí se jubiló en el Poder Judicial. Estudió asistente social.
Edgardo tiene su chacra desde la década del 70. La armó con la ayuda de su esposa, Isabel Alvarez, con quien se casó en 1975. Ella había llegado a la zona un año antes para ejercer su profesión de médica.
Hay dos cosas que básicamente le preocupan: el futuro de la producción del Alto Valle y quién se hará cargo de su chacra cuando él ya no pueda.
Con el primer tema es vehemente: "Personalmente creo que hay que revalorizar la producción porque es una de las actividades más dignas. Pero si no hay políticas de Estado acordes, es difícil. El modelo de 6 ó 7.000 productores en el cual nos criamos y nos desarrollamos en Cipolletti prácticamente ha desaparecido. Uno ve extensas zonas ocupadas por casas, barrios cerrados, loteos o chacras abandonadas. Tanto es así que hoy 100 productores tienen más de la mitad del Valle desde el punto de vista productivo y, de esos 100, tal vez 10 tengan el 80%".
En cuanto al problema de quién lo va a suceder en la actividad productiva, "es un signo de interrogación". De sus tres hijos, Cecilia, Edgardo Ariel y Liliana Marisa, ninguno por el momento tiene relación directa con la producción.
Antes de concluir su relato, Edgardo no puede con su genio. "Si tuviera que dejarle un mensaje a los jóvenes dijo les diría que la actividad productiva no sólo es una de las más dignas que hay, sino que es imposible que el ser humano la abandone porque cada vez somos más en el mundo y todos tienen necesidad de alimentos. Tenemos la tierra, el clima y una gran cosa como es el agua. Sólo nos hacen falta políticas más claras que nos permitan encontrar gente joven para encarar la producción y, en segundo lugar, darle la posibilidad para su desarrollo en la sociedad que nos toca vivir".
MARIA LUJAN VENIER