Cuenta Ida Roberts que su bisabuelo materno era inglés y su bisabuela, escocesa. Vinieron a la Argentina recién casados, en 1840, cuando él tenía 22 y ella 18 años. Llegaron a este país porque decían que en el Río de la Plata se podían comprar grandes extensiones de tierra con poco dinero. Ellos adquirieron una propiedad en Junín, cerca de Los Toldos. “Cuando ya estaban instalados en el campo –relata– llegó el primer hijo, mi abuelo. Nació en Buenos Aires en 1843. Creo que mis bisabuelos nunca supieron donde empezaba y dónde terminaba el campo. No había alambrados en ese tiempo, ni mojones. Allí vivieron 12 años. Casi todos sus hijos nacieron aquí. Tuvieron 15. Pero en ese tiempo todavía sufrían ataques de indios, quienes les quemaban los galpones y se llevaban víveres y hacienda. Se cansaron. Me contaba mi bisabuela, que fue quien me relató la historia familiar, que un día mi bisabuelo sabiamente dijo: ‘Mejor nos vamos de aquí, al fin y al cabo ellos estaban primero’”.
 Pasado un año, su bisabuelo consiguió campo en Uruguay. Ya no había indios allí, pero estaban los matreros de Brasil que robaban caballos y víveres. “Deben haber llegado en 1850. Les tocó poblar otra vez. Ellos sí que fueron pioneros. El campo estaba en el departamento de Colonia, entre Rosario y Tararira. Allí nacieron los tres o cuatro últimos hijos. Levantaron su casa enorme, donde vivían todo el familión, una institutriz y el maestro Fox, ambos traídos de Inglaterra para educar a los hijos”.
En la casa principal del campo hicieron una mesa descomunal, de 7 metros de largo por 2 de ancho, que aún está en esa casa y que fue el centro de las reuniones familiares. Recuerda Ida que en la esquina de ese comedor había un pozo de agua. Lo tenían para cuando atacaban los matreros. Se encerraban temporadas allí para defenderse de los atacantes, inclusive habían hecho un túnel desde las caballerizas que les servía para esconderse en cuando veían la polvareda que anunciaba la llegada de los delincuentes.
En el campo uruguayo creció el abuelo de Ida, luego su padre, y también ella y sus dos hermanos. Y en ese paisaje transcurrió gran parte de su vida, aunque su destino la llevó hacia el sur. Cuando Ida cumplió 18 años partió a Buenos Aires a hacer su carrera de enfermería en el Hospital Británico. Allí estuvo tres años. Ella fue feliz con su elección. Había despertado su vocación. La enfermería le permitía estar más tiempo con los pacientes. “Descubrí mi lado humano, me encantó. Además esta carrera me fue útil el resto de mi vida, especialmente cuando viví en las estancias de la Patagonia”.
Luego de obtener su título, en 1948, consiguió su primer empleo en Plaza Huincul. “Estuve un año contratada por la Standard Oil para atender a su personal en un hospital muy moderno que tenían allí. Nos pagaban un regio sueldo. Yo quería ahorrar pero hubo inflación, de modo que no pude hacerlo. Pero disfruté la experiencia, se hacía mucho trabajo social porque trabajábamos con el paciente y su familia...”.
Ella tenía dos hermanos: Douglas Enrique y Ronald. El primero, mientras ella estaba en Plaza Huincul, trabajaba en la estancia Quemquemtreu, entonces propiedad de una compañía de capitales chilenos y argentinos llamada “Gente Grande”. “Ocurrió que mi hermano se casó en Quemquemtreu en octubre y fui. Douglas Reed era el administrador general de la compañía; Brodie, su hijo, el administrador de Quemquemtreu y su nieto, Douglas, tenía entonces 4 años. A su mamá, Nelly, la conocí unos meses más tarde. Tiempo después, esta familia me llevó a vivir una temporada a esta estancia, a la que volví una y otra vez a lo largo de mi vida. En aquella fiesta también conocí a quien se convertiría en mi marido, William Roberts. El recién venía de la Segunda Guerra, donde había sido submarinista. En Quemquemtreu, ambos iniciaremos una nueva etapa de nuestras vidas”.
 (SY)