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Sábado 03 de Marzo de 2007
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  Una temporada en las haciendas del norte de la Patagonia
Ida Roberts nació en Uruguay y llegó a Plaza Huincul en 1948 como enfermera.
En 1949 trabajó con la familia Reed, que administraba la estancia Quemquemtreu.
Se casó con William Roberts, con quien recorrería las grandes fincas de la zona.
 
 

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 Ida Roberts es una mujer asombrosamente serena. Sus ojos son un remanso claro donde da gusto permanecer. Irradian luz. Se la puede escuchar horas. El relato de su vida, por momentos toma vuelo y se transforma en un filme.
Se remonta a sus ancestros británicos, quienes llegaron a la Argentina en 1840. Les habían dicho que en el Río de la Plata podían comprar grandes extensiones de tierra con poco dinero. Finalmente adquirieron un campo en Uruguay (ver Historia de Acá). Su madre, Juana María Green, era uruguaya, hija de un argentino y nieta de un inglés y una escocesa. Su padre, Henry James Douglas Codrington, hijo de un inglés y una escocesa, hizo su primera infancia en Uruguay y se educó en Inglaterra. Volvió a Uruguay con 19 años y a los 22 tuvo un accidente muy desgraciado: rodó con el caballo y se le incrustó en la médula un cuchillo que llevaba cruzado en la espalda como los gauchos.
“El asunto –relata su hija– es que este accidente lo devolvió a Inglaterra. Le habían dicho que allí había un médico que era una eminencia y que podía ayudarlo. Fue, pero no pudieron hacer nada. Quedó paralítico. Aun así se quedó 4 años en Inglaterra que le fueron sumamente útiles. Cuando estaba allá estalló la Primera Guerra y en ese momento, como consecuencia del conflicto armado, se implementaron escuelas de rehabilitación para los heridos de la contienda. Papá estuvo en una de ellas y aprendió a manejarse completamente solo. Era una maravilla verlo. Hasta recorría el campo en un Ford T con nuestra ayuda. Mi papá conducía y mis hermanos y yo hacíamos los cambios. Lo único que no podía hacer solo era salir de la bañera y subir a su caballo”. Cuando regresó a Uruguay, su padre siguió trabajando en lo que le fascinaba: el campo. Luego se casó y tuvo tres hijos.
Cuenta Ida: “Nací en Uruguay en 1927, digo que soy Modelo T, porque nací junto con el último Ford T (ríe)”. Ida hizo su secundaria en The British School de Montevideo, luego de una infancia campestre pero culta. “Mi escuela primaria fue en el campo. Vivíamos con unas tías mellizas que me enseñaron cosas muy útiles e interesantes. Por supuesto que a leer, escribir y la matemática elemental, pero además una me enseñaba geografía con la revista ‘Nacional Geographic’ y la otra me enseñaba literatura, especialmente Shakespeare, y poesía. Con ellas también aprendí jardinería; en mi familia amaban las plantas...”.
Cuando Ida cumplió 18 años, soñaba con ser cirujana, pero una tía le advirtió que para ser buena médica debía olvidarse de tener una familia. Ella dio crédito a sus palabras y optó por estudiar enfermería en el Hospital Británico de Buenos Aires (ver Historia de Acá). Tres años más tarde, estrenó su título en Plaza Huincul. Allí estuvo un año trabajando en un hospital y, cuando hacía sus valijas para regresar a Uruguay, el destino le cambió el rumbo.
Visitaba el Hospital Británico en Buenos Aires cuando se enteró que estaba internada la esposa de Brodie Reed, el administrador de Quemquemtreu, a quien había conocido meses atrás durante el casamiento de su hermano en esa estancia de Neuquén. “Ella tenía 24 años y había contraído polio. La habían traído desde Neuquén en mayo en un avión del Ejército. Y habían cometido el desatino terrible de enyesarla toda. Bueno, fui a visitarla, necesitaban una enfermera para que trabajase con una kinesióloga y me ofrecí. Durante 8 semanas le hicimos compresas de paños calientes para ayudarla a recuperar movimientos, articulación por articulación e iniciar su reeducación. Fue muy duro, sobre todo por su ánimo. Era una mujer muy joven con tres hijitos. Creo que porque yo tuve a mi padre paralítico pude ayudarla. Ella quedó en silla de ruedas, pero pudo volver a escribir con su mano izquierda. Cinco meses más tarde, en octubre, ella pidió al médico que la dejara ir a ver a su familia. El médico la autorizó a viajar conmigo, de modo tal que no interrumpiera su rehabilitación. Así llegué a esta zona por segunda vez. Volvimos en tren. En ese viaje, conocí a la familia Tranack de Zapala, que vivía en la Estancia El Manzano, donde pernoctamos con Nelly”.
Ida pasó el verano en la estancia, muy ocupada pero también fascinada con la Patagonia. Durante su estadía, además, se enamoró. “Allí comencé una relación con William Roberts, quien entonces trabajaba en Quemquemtreu, pero en marzo volví con la familia Reed a Buenos Aires. Nelly hizo su rehabilitación, regresó a Quemquemtreu unos años y luego se radicó en San Martín con sus hijos, donde vivió hasta hace unos años”.
Unos meses más tarde de dejar Quemquemtreu, el novio de Ida fue a Buenos Aires, se comprometieron y se casaron en Montevideo el 31 de marzo de 1951.
“La familia de mi marido tenía campo en Santa Fe. Su madre, Clara Allen, era hija de una de las 18 maestras que trajo Sarmiento desde Norteamérica y de un estanciero. Mi suegro era hijo de escoceses y manejaba el campo familiar: la estancia El Injerto. ¿Cómo llegó mi marido a la Patagonia? En Santa Fe era vecino de una familia que tenía una estancia por acá, la estancia Pulmarí. Vino a pasar las vacaciones con ellos, se fascinó y quiso volver, así que terminó la secundaria y vino a trabajar con ‘Gente Grande’. Tenía 17 años, le faltaba poco para cumplir los 18 y poder alistarse en el Ejército Británico como voluntario. Pasó la guerra y volvió”.
 Recién casados, Ida y Bill se establecieron en la estancia Chacabuco. “Bill Eddy –relata Ida– era el administrador en Chacabuco pero compró su campo en Patagones; se fue y nos quedamos nosotros allí”. En este paraíso situado en la zona de Valle Encantado, el matrimonio Roberts pasarían la próxima década. “Disfruté enormemente esos primeros años. Cuando estábamos allá llegaron nuestros primeros hijos y empecé a ejercer la enfermería de otro modo: atendí partos, hice suturas, curé animales y aprendí a usar yuyos...”.
Ida recuerda sobre todo los largos inviernos. “En general nos abastecíamos de víveres para pasarnos allí desde abril a octubre sin salir de la estancia. Entonces teníamos una vitrola a cuerda con 20 discos. Durante ese tiempo apenas estábamos comunicados con Quemquemtreu, pero fue un tiempo feliz, lo disfrutamos...”.
En esos años tuvieron tres hijos: Virginia, Verónica y Ricardo y, en 1960 se mudaron a Quemquemtreu. Un tiempo antes perdieron a su hija Verónica... Tenía 5 años, fue una prueba durísima de la vida, pero no sería la primera. En Quemquemtreu, quedé embarazada de Valeria y un tiempo después llegó Enrique, a quien perdimos cuando tenía 9 años… Yo creo que Dios ayuda a aceptar esas pruebas. Hace 4 años perdí a mi hijo Ricardo, sufrimos como locos, pero sé que todo este dolor tiene un sentido, por eso se sobrelleva...”. Ida hace una pausa. Queda sumida en sus pensamientos, pero unos instantes después vuelve con palabras mansas y gesto sonriente. Dora, quien la acompaña desde hace unos años, le sirve un té. Ella sabe que Ida tiene la esencia de los robles.
Ida agradece el té y continúa. “En Quemquemtreu estuvimos tres años, hasta que la compañía Gente Grande se disolvió. En ese tiempo mi marido ya había vendido su campo y le sugerí que hiciésemos una inversión. Yo era consciente de que teníamos una vida de ficción, vivíamos en esos paraísos, con personal que nos atendía en lugares maravillosos, pero dependíamos de un sueldo y teníamos una plata devaluándose. Entonces compramos un lote sobre el lago Meliquina para construir una hostería: ‘El Viejo Botín’”.
 Mientras Ida estuvo a cargo de la hostería (1963/1968), su marido fue contratado como administrador de El Motoso (Esquel), luego de la estancia Pilcaniyeu y, entre el 72 y el 76, estuvo en Los Helechos, El Manzano y La Gotera. En 1976 fue contratado nuevamente para administrar Quemquemtreu, adquirida por un norteamericano de apellido Sharp. “Después de 12 años regresamos; fue como volver a casa... Allí estuvimos 10 años, hasta que mi marido enfermó. Bill murió en 1987, luego me vine a Bariloche, donde habíamos construido esta casa en la que vivo”.
Cuando murió su marido, hace 20 años, Ida tuvo que empezar una nueva vida. “Primero tuve que aprender a estar sin él y luego a ser autosuficiente”. Decidió cultivar un saber que trae en su genes: la jardinería. Desde entonces trabaja en diseño de parques y jardines.
Hace unos meses, Ida cumplió 80 años. Sus hijas, sus ocho nietos y sus amigos estuvieron entre sus maravillosas flores, celebrando la fortuna de tenerla allí.

 

   
SUSANA YAPPERT
sy@patagonia.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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