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Sábado 03 de Febrero de 2007
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  Giovanna Benetton: desde Italia a Neuquén

Vino a la Argentina en 1949; cuando tenía 15 años, migró toda su familia.
Trabajó en Monte Grande, Inglaterra, Plaza Huincul, Chos Malal y Neuquén.
Ella fue profesora de inglés y su marido, guardafauna en el norte neuquino.

 
 

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Giovanna Benetton nació en Mirano, una localidad situada a 15 kilómetros de Venecia. Su padre, Valentino, les decía a sus hijos que eran “de la raza piave”, como los nacidos cerca del famoso río Piave, que sirvió de frontera contra los austríacos durante la Guerra.
 “Mi papá nació en Treviso –cuenta esta mujer de increíble mirada azul–, en la misma ciudad de donde son los famosos Benetton. Mi padre era muy parecido a Luciano Benetton, por lo que imagino que debemos tener algún parentesco lejano...”.
Giovanna empieza el relato de su vida como tantos inmigrantes, recordando el día que dejó su tierra. “Dejamos Italia con pena. Mis padres habían vivido dos guerras y no había trabajo. Nos vino a buscar un carro para llevarnos a la estación de tren. Salimos de madrugada. Mi mejor amiga, Ana María, vivía en frente de casa y salió al balcón con su madre para despedirnos. Todavía las veo en aquel balcón llorando y me emociono… Aún hoy somos amigas… Cuando dejé Italia tenía 15 años, el tiempo de la amistad...”.
 En Italia, repasa Giovanna, su padre trabajaba en una fábrica cerca de Venecia, en un molino en el que hacían aceite. Allí trabajó muchos años, hasta que un bombardeo destruyó la fábrica y quedó sin empleo. “Eramos 5 hermanos: Carmela, Giuseppe, Luigi, Elsa y yo. Todos vivimos la guerra. Giuseppe, durante la contienda, se fue a trabajar a una mina en Bélgica. El nos mantuvo a todos; y el otro varón, Luigi, ‘Gigito’, se anotó para venir a Argentina. Había un arreglo que había firmado Perón con Italia para que vinieran inmigrantes sin pagar el pasaje. Luigi vino en 1947. Un año más tarde, previo casamiento por poder, llegó a la Argentina su mujer; luego vino Giuseppe y, en 1949, vinimos con mis padres y una hermana. Carmela, la mayor, se casó con un inglés y se quedó a vivir en Inglaterra”.

1949 y una nueva vida

En Argentina, la familia Benetton se radicó en Monte Grande, los hermanos de Giovanna trabajaban en la construcción del Aeropuerto de Ezeiza. Su padre vino jubilado y, en consecuencia, le costó el cambio. “Nunca se adaptó, siempre pensaba en volver a Italia. Mamá, en cambio, estaba feliz porque estaba tranquila y nosotros teníamos empleo”.
 En Monte Grande había una Asociación Italiana muy importante. Es posible que allí empezaran a vivir este nuevo país. Un espacio de transición entre el pasado y el futuro. Allí se encontraban con otros inmigrantes que les trasmitían sus experiencias, hacían fiestas y se reunían a cantar, costumbre muy italiana. “En mi tierra cantábamos mucho en coros. En casa, cuando terminábamos de comer, cantábamos. El primer tiempo fue pura nostalgia. Extrañábamos muchísimo. Nos pasábamos buscando revistas, diarios y música en italiano. Escuchábamos radio para aprender el castellano; me acuerdo de algunas novelas como ‘La rubia Mirella’”.
Poco tiempo después de su arribo, Giovanna consiguió su primer empleo en la fábrica textil AMAT, que era de unos catalanes que confeccionaban telas de algodón. “Yo quería entrar a la Firestone pero no tomaban menores de 18 años. Estuve allí hasta 1955, cuando mi hermana que estaba en Inglaterra me llamó. Estuve viviendo allá 4 años. Durante ese tiempo aprendí inglés y trabajé en la fábrica donde hacían el hilado que mandaban a la Firestone. Durante este período volví dos veces a Italia, pero tuve que regresar a la Argentina porque operaron a mamá. Mi plan era regresar a Inglaterra, pero durante mi visita conocí a mi marido y me quedé”.
Aquí comenzó otra etapa en su vida. El tiempo de escribir su propia biografía.
Federico Carlos Siciliano, el marido de Giovanna, trabajaba en Monte Grande, pero había pasado su infancia en Zapala.
Sus padres, Carlos Siciliano Marinari e Isolina Gómez, eran docentes y se habían conocido en Esquel, donde ambos daban clases. “En un momento –cuenta Giovanna– nombraron a mi suegro director de la escuela Nº 1 de Zapala y se mudaron allí. Fue entonces que forjó amistad con el ministro Estévez y, gracias a esa relación, años más tarde mi marido consiguió un trabajo aquí”.
 Giovanna y Federico se casaron en Monte Grande y pronto decidieron mudarse a Neuquén, a la localidad de Plaza Huincul. Allí pusieron una confitería. Estuvieron unos pocos años, aprendieron un oficio y progresaron. Pero en 1975 se mudaron a Chos Malal.

En el norte neuquino

“Mi marido fue nombrado guardafauna de la zona norte y yo empecé a dar clases de inglés. “Me llamaron en una escuela de doble escolaridad para dar inglés, pero como en Italia había hecho sólo la primaria, decidí hacer libre mi secundaria en un Bachillerato para adultos de Zapala. Me recibí y después hice el profesorado en Chos Malal. Con mi quinto hijo en brazos me recibí y comencé a dar clases de inglés en una secundaria. ¡Estaba tan orgullosa con mi título!.. Había descubierto mi vocación a los 48 años”.
 La familia Siciliano-Benetton llegó a Chos Malal con 4 hijos (Federico Adrián, Laura, Leonardo, Andrés) y allí nació el quinto hijo del matrimonio, Aldo. La primera casa que tuvieron quedaba a unos kilómetros del pueblo. Era la chacra agrozootécnica de la provincia. Sus hijos adoraban este lugar. El invierno era bravo, no había gas, ni buenos caminos, pero esto no les quitó el disfrute. Allí estuvieron una temporada, hasta que consiguieron una casa en el pueblo.
“En Chos Malal –recuerda– estuvimos muy bien. A mi marido le gustaba mucho su trabajo de guardafauna. Andaba por el campo con los animales y además inspeccionaban todos los boliches y almacenes del lugar donde tenía que controlar que la mercadería estuviese en buen estado. Pena que tuvimos que irnos; en un momento trasladaron a mi marido a Neuquén, a la oficina de Bosques. Fue un gran cambio para todos; finalmente nos adaptamos a la ciudad, a sus comodidades. Un tiempo después de mudarnos, mi marido enfermó y murió. Esto fue en 1992, tenía 55 años…”.
En Neuquén, Giovanna siguió adelante con su familia y con sus alumnos. Cuando llegó de Chos Malal trabajó en varias escuelas hasta que decidió rendir para titularizar en primaria. “Gané el cargo y me nombraron en la escuela 132, acá cerca de casa, donde me jubilé”.
Luego de jubilarse, Giovanna hizo un impasse en su vida. Viajó (ver recuadro), estuvo en Italia, visitó a su familia dispersa por el mundo y volvió a Neuquén. Retomaba el hilo de modo distinto. Haciendo de su vocación un hobby y continuó dando clases de apoyo a chicos en la biblioteca “Escritores Neuquinos”. Allí en su barrio.

Dos corazones

En tanto, sus hijos crecieron. Su única hija, Laura, se casó y se quedó a vivir en el norte neuquino. Hoy vive en Aluminé, es directora de una escuela rural y tiene 6 hijos. Leonardo y Andrés viven en Neuquén. Su hijo Federico, el mayor, es licenciado en Geografía y vive en España. Aldo, el menor, está en Italia.
“Ellos hicieron el camino de vuelta –afirma Giovanna– volvieron a migrar… Aldo hizo un curso de restauración de muebles en Verona, conoció a una chica de Trento y se quedaron a vivir allá. Ahora trabaja en forma particular pero estuvo muchos años en una empresa que hacían restauraciones en iglesias, trabajos importantes…
“Actualmente uno de mis nietos –tengo 9– está viviendo también en Italia, donde hace un curso de Gastronomía de la zona de Calabria, de la zona de donde era mi suegro. Parece mentira, ellos repiten nuestra historia. Aun así, después de tantos años, seguimos viviendo un poco acá y un poco allá. Ya somos un poco de todas partes… Ahora visito Italia y me espera un hijo allá. Pero así es la vida de los inmigrantes. Yo vivo acá y me siento muy italiana, pero voy a Italia y me siento extraña, extranjera. Terminamos teniendo dos corazones”.

Recuerdos de la Guerra

Cuando quedó viuda, Giovanna comenzó a viajar. En estos últimos años, volvió con frecuencia a Europa, donde ahora la esperan sus hijos. Entre tantas, guarda una anécdota de una de sus últimas visitas a su pueblo: “Volvía a mi pueblo de Italia con mi hermana Elsa, la que vive en Buenos Aires. En este viaje fuimos a la municipalidad a pedir información y allí nos enteramos de que había estado allí un soldado. Ese soldado era un escocés que mandó una foto al pueblo, una foto que tomó cuando entraron los americanos a mi pueblo. Veo la foto ¡y era el soldado que yo había visto a mis 15 años!
“Lo recordaba perfectamente. Nuestra casa estaba justo en la entrada del pueblo, sobre la ruta, la ruta que va a Padua. Me acuerdo que ese día paró un tanque del que salió un muchachito rubio, jovencito y empezó a hablar por radio. Minutos más tarde llegó un avión, nos asustamos, pero nos dimos cuenta de que eran aviones aliados. Entonces fuimos todos a mirar. Luego, los tanques fueron al centro del pueblo, donde estaban los alemanes que se habían rendido.
 “Cuando este soldado mandó las fotos que ilustraban en ese momento al pueblo de Mirano, lo invitaron a participar de las celebraciones que recordaban el fin de la guerra. Cuando supe esta historia se me ocurrió pedir en el municipio el teléfono de este soldado. Lo llamé. Era escocés y durante la guerra estuvo en un batallón inglés. Prometí visitarlo en un viaje que tenía planeado, para ver a mi hermana, a Gran Bretaña. Fui, mi cuñado inglés lo llamó por teléfono y nos encontramos con él… Hablamos de aquel momento, le conté que yo recordaba cuando llegó a la ciudad para liberarla... ¡Cómo me iba a olvidar! Habíamos estado tan mal y mucho más cuando los italianos se dieron vuelta y teníamos a los soldados alemanes en nuestros pueblos, malísimos con nosotros.
“Nosotros no lo pasamos tan mal porque vivíamos en zona de chacras, pero en los pueblos y ciudades fue horroroso. Los venecianos se comieron todos los gatos… No se conseguía sal, la gente iba a buscar agua al mar, la hervía en una ollas hasta que se consumía toda y usaban la sal que quedaba en el fondo. Mucha gente de las ciudades salía al campo a vender joyas, por lo general estaban mejor los que tenían chacra. No se podía salir a pescar mar adentro porque no había nafta para los botes…
“El soldado aquel guardaba una libretita negra, era su diario de la guerra. Estaba anotado el día y hora en que habían entrado a Mirano. Me contó que tenía 22 años cuando fue y yo le conté que recordaba cuando el tanque abrió su tapa, él salió y llegaron los americanos repartiendo caramelos”.

 

   
SUSANA YAPPERT
sy@patagonia.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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