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Sábado 02 de Diciembre de 2006
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  \"Mis chacras son como mi obra de arte\"

Franco Dalla Pria llegó a Roca en 1949; tenía 19 años y encontró aquí una tierra de paz.

Aprendió el oficio de chapista e ideó una empresa para traer a su familia de Italia.

Once años después de llegar a la Argentina descubrió su pasión, la fruticultura

 
 

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Franco Dalla Pria nació en Italia, en la provincia de Padua. Llegó a la Argentina con 19 años. Hacía exactamente un año que esperaba un pasaje para este nuevo continente. La posguerra europea había impulsado la última gran oleada inmigratoria hacia este país. En el puerto local lo esperaba un hermano de su padre que vivía en la provincia de Buenos Aires. Llegó el 5 de julio de 1949. Hizo trámites en la capital y partió en tren hacia el sur. Aquí en Roca vivía su primo Bruno Dalla Pria.

"Con este lugar tuve como un amor a primera vista cuenta por eso no sufrí casi nada. Me tocaba hacer punta, preparar algo para traer a mi familia que habían quedado en Italia. Llegué con una maleta cargada de sueño y en poco tiempo pude empezar a concretarlos. El primero, traer a los míos, que tras los horrores de la guerra, buscaban una tierra de paz...".

Ya en el Valle, Franco aprendió el oficio de chapista. Durante 38 años trabajó en su taller. Pero éste no fue su único empleo. Cuando cumplió 30 años, compró su primera chacra. Su amor por la tierra había nacido en Italia en tiempos de la Segunda Guerra y continuó aquí durante toda su vida.

Desandar la biografía de Franco no es cosa simple ni que pueda resumirse en pocos párrafos. Parte de su infancia transcurrió en Italia y el resto en Etiopía (ver recuadro). Cuando tenía 7 años, en 1937, toda su familia se mudó a la capital de Abisinia, Addis Abeba. Su padre, Giulio Dalla Pria, hacía tiempo que estaba allí, había sido enviado por el ejército italiano durante la campaña de conquista de ese país llevada a cabo por Mussolini. Tras la ocupación, Giulio decidió radicarse en el lugar como comerciante y llevó a su esposa, Caterina Scarmoncín, y a sus dos hijos: Franco y Vilma. En Etiopía nacieron dos hijas más, Anna y Gianna, esta última en 1942.       

Cuando Gianna tenía pocos meses, sobrevino la ocupación inglesa del lugar y repatriaron a la esposa y a los hijos de Giulio; él fue hecho prisionero y confinado a un campo de concentración en Kenia en el que estuvo por cinco largos años.

"La Cruz Roja hizo nuestros trámites de regreso a Italia relata Franco. Salimos por tren y luego embarcamos. Partimos por el Cabo de Buena Esperanza, 42 días de navegación para regresar a Italia. En Africa estábamos muy bien y la con

tienda arruinó todo... Mi madre se las arregló sola esos años. Cuando regresamos, teníamos nuestra casa alquilada. La recuperamos, el municipio nos ayudó a ubicar a los inquilinos en otro sitio. En esa propiedad teníamos una media hectárea de tierra, un pequeño predio, en el que planté mis primeros frutales: manzanas, perales, duraznos y ciruelas. Durante esos años de ausencia de mi padre, sembramos de todo, aprendimos a vivir, a ser ingeniosos para poder subsistir. Cuando papá regresó estaba desecho, traumado por la experiencia que le había tocado pasar. Pero siguió adelante. Dos años después de su regreso a Italia, me vine a Argentina pensando en abrir camino... Mi preocupación era encontrar algo para que mi padre estuviera bien".

Y así lo hizo. Luego de unos meses de estar en la zona, Franco se dio cuenta de que aquí no hacían prendas tejidas y se le ocurrió que su familia podía montar una fábrica familiar para confeccionarlas. Le contó a su papá, quien compró una máquina de tejer y dos pasajes para la Argentina, uno para él y otro para su hija Vilma. Enseguida comenzaron a llegar pedidos. Giulio se entusiasmó porque vio que su emprendimiento tenía futuro. Volvió a Italia, vendió sus propiedades y trajo al resto de su familia.

"Con esa primera máquina de tejer nació 'Arrayán', la fábrica de tejidos que tuvo mi familia durante muchos años. Cuando llegaron mis padres y hermanas ya les había hecho una casa con un crédito del Hipotecario. Se instalaron y les fue muy bien, tanto que no sufrieron el cambio. En Italia que

daron los malos recuerdos... Mi padre no quiso volver nunca más a Italia. Mi madre sí y yo también. Hace poco viajé con mi hija. Nos reencontramos con una tía y con todos mis primos, fue muy emotivo".

Franco siguió con su taller y su familia, con la fábrica. Disciplinado y ahorrativo, en poco tiempo hizo un capital con el cual inició un nuevo emprendimiento, una chacra. En 1961 compró su primera parcela. "Estaba en Cervantes relata hacia la costa. Me encantaba la idea de tener una tierra, de incursionar en la actividad

frutícola. Esa chacra la planté con mis propias manos. Pedí consejo a los que sabían y empecé. Planté todo manzana. En ese tiempo decían que había que tener unas 100 plantas por hectárea y que tenía que esperar como 20 años para que empezara a dar... A mí no me convencía mucho ese sistema y, cuando entró en producción, la vendí y compré otra chacra. Esto fue en 1981. Hice una sociedad con un hermano de mi esposa, Antonio Garrido. Al principio trabajamos una chacra que era de la familia de mi señora, pero siempre con idea de ampliarnos. Compramos 20 hectáreas a los Romagnoli, luego otra chacra en Godoy. Con el tiempo compré la parte a mi cuñado y seguimos creciendo".

Todas las chacras que adquirió la familia fueron emparejadas, planificadas y plantadas por Franco. Esto lo llena de orgullo. Siente que sus chacras son sus obras de arte.

Cuando Franco adquirió su primera chacra, ya estaba casado con María Celia Garrido. Ella vivía muy cerca de su taller, Franco la vio y supo quecon esa mujer se casaría. Siete meses más tarde del primer encuentro fue la boda. "El 1 de marzo cumplimos 49 años de casados y tuvimos tres hijos: Alejandra, que está en Santa Fe, es farmacéutica y tiene dos hijas: María Mercedes y María Julia; Alberto, que tiene dos hijos: Agostina y Giuliano; y Eduardo, quien nos dio el último regalo, la cuarta nieta, Caterina...".

Cuando Franco habla de su familia, lo hace con emoción. Dice sentirse un afortunado porque sus hijos hace más de 15 años decidieron acompañarlo en su pasión por la fruticultura.

"El mayor trabajó un tiempo de su profesión, es bioquímico, pero decidió trabajar en la chacra. Años más tarde se sumó Eduardo. Tuve suerte y tengo una gran satisfacción de estar con ellos en esto. Yo soy un enamorado de la chacra y evidentemente les contagié ese amor a mis hijos. Hace 10 años empezamos a hacer fruta orgánica, eso implica hacer un seguimiento constante y minucioso del monte porque no podemos curar. Son mis hijos los que están en el día a día, hoy ellos manejan todo. Trabajamos bien juntos porque siempre les tuve mucha confianza y tenemos la misma mentalidad. Somos muy innovadores y tratamos de estar en la vanguardia. De salir de lo tradicional. Este fue uno de los motivos que nos llevó a hacer fruta orgánica...".

Y hubo otra motivación: conocían a una persona que no podía consumir fruta porque si tenía contacto con fruta que tenía pesticidas y químicos hacía reacciones alérgicas. Esa persona es María Celia, esposa de Franco.

Ella no sólo se convirtió en la mejor promotora de este tipo de producción, sino en la compañera ideal de este amante de la producción. Ligada a la fruticultura desde que nació, acompañó a su esposo en sus emprendimientos y perpetuó la tradición a través de sus hijos. Pero su familia amerita otra historia, por su riqueza y su trascendencia en la principal actividad económica regional.

Franco se siente feliz, en paz con la vida. Cree que éste es un premio por haber hecho todo con responsabilidad y cariño. "Tanto en el taller como en la chacra obré así. Siempre intenté hacer las cosas lo mejor que pude y siempre fui esclavo de mi palabra empeñada. Creo, además, que hay algo muy importante: uno tiene que ser un poco audaz para emprender un camino distinto al común. Hacer lo que todos hacen es fácil... Además en esta actividad, para tener éxito, uno tiene que ser abierto, saber que uno aprende todos los días, que no tiene sentido ser conservador... Mis hijos comparten esta idea; eso me indica que les he dejado un buen legado...".

 

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar

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Diario Río Negro.
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