| Desde aquel pequeño vivero de Paso Peñalva han pasado más de 85 años, edad que la empresa comparte con la historia de la fruticultura valletana. Cuando Los Alamos SA celebró sus cincuenta años de vida, se estimaba que había dado vida nada más ni nada menos que al 90% de los frutales que se habían plantado en la zona. Luego de cinco décadas de trabajo intenso, el prestigioso emprendimiento atravesó las fronteras. Entonces comenzaron a llegar pedidos de países limítrofes que, por intermedio de sus gobiernos, solicitaban la exportación de plantas hacia sus zonas productivas. Un dato muy ilustrativo fue publicado por este diario en 1970: "El embarque, en una sola partida de ciento sesenta y un mil plantas de manzanos, capaz de cubrir con ellas una extensión de mil cien hectáreas, fueron adquiridas al vivero de la familia Rosauer por el gobierno del Estado de Sao Pablo (Brasil), hecho no superado por vivero alguno en América Latina". Para esta fecha la producción del vivero era de un millón quinientas mil plantas frutales y quinientas mil plantas de rosales, que también eran solicitadas tanto como los frutales. Treinta y cinco años después de aquel embarque registrado por la prensa local, el vivero se extiende a lo largo de 600 hectáreas, donde crecen plantas frutales y rosales. Anualmente se producen alrededor de dos millones de plantas. El vivero más importante de la región ha entregado, a lo largo de su extensa vida, unas 80 millones de plantas. Posee 27 representaciones de hibridadores y viveros, más de 70 variedades patentadas y más de 200 en experimentación. A lo largo de un centenar de Historias de Vida de productores que aparecieron en estas páginas, la figura de don Juan Rosauer se coló en los relatos de sus protagonistas. Cuando apareció en el recuerdo, las palabras se cargaban de elogios y de agradecimiento. Los chacareros, muchos de ellos extranjeros y a veces inexpertos, encontraron en él un excelente consejero. Al desmonte de cientos y cientos de hectáreas de estos inmigrantes que llegaban a poblar el Valle, seguía una cálida charla con el viverista, quien explicaba con paciencia y recomendaba con tino. Otro dato que registran es su espíritu generoso. Rosauer vendía los frutales a los jóvenes productores y esperaba su retribución recién cuando esas plantas dieran sus frutos. Era paciente cuando las inclemencias del tiempo terminaban con la producción de la temporada o cuando la economía argentina burlaba el bolsillo de los honrados. No es un dato menor en estas pequeñas historias de los trabajadores de este Valle. Del mismo modo hablan cientos de personas que acompañan a los Rosauer como colaboradores. Tres generaciones de una misma familia trabajan con ellos en el vivero y en sus restantes emprendimientos. Ellos también han sido fieles transmisores de las enseñanzas de este pionero. El recuerdo también se extiende a otro miembro de la familia, Rodolfo Ernesto Rosauer, el hermano mayor de Juan, quien también haría su propia y tupida biografía. Rodolfo, uno de los fundadores de Pomona, fue un ingeniero de renombre y además, un amante de esta región. Aquí, en la Norpatagonia, tuvo propiedades; trabajó (fue gobernador de la provincia de Neuquén durante el período 1966- 1970 ) y sembró sueños. Luego de su gestión en Neuquén, donó un campo de su propiedad a la provincia (Parque Provincial Epulauquen). Como ingeniero trabajó en una importante empresa constructora, que cuenta, entre sus obras, las dos construcciones del Hotel Llao Llao, el Hotel Provincial de Mar del Plata, entre otros. | 
