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Sábado 18 de Noviembre de 2006
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA: SEGUNDA PARTE
  El legado de don Juan Rosauer

El 1940, Rosauer mudó su vivero a Cipolletti, donde fijó su residencia. Sus gemas viajaron por todo el Valle y se multiplicaron por millones. Sus hijos continuaron la empresa y mantienen su espíritu de excelencia.

 
 

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En momentos en que la fruticultura se expandía con toda su fuerza en el Territorio de Río Negro, Juan E. Rosauer decidió mudarse desde el Valle Medio al Alto Valle.

 

En 20 años, Rosauer ya había consolidado su empresa. Durante este tiempo, su vivero había ganado prestigio y ya estaba entre los mejores del país.

En 1940 adquirió sus primeras 20 hectáreas en Cipolletti y se radicó en esta localidad. Don Juan estaba convencido de que el polo de desarrollo de la fruticultura estaba aquí y, además, su vivero requería de suelos vírgenes. De modo que se instaló en Cipolletti y, con el tiempo, adquirió nuevas chacras en los alrededores para expandir la actividad.

Aquel año, 1940, el año del gran cambio en su vida, murió su padre, don Roberto y fue en Cipolletti no mucho tiempo después de su arribo que conoció a quien sería su mujer, Irene Toschi.

El padre de ella, Luis Toschi, tenía chacras y un almacén de ramos generales donde Juan Rosauer se abastecía. Irene, una de las hijas de este italiano, era una joven enérgica y cuando conoció a su consorte tenía 19 años, 20 menos que él.

Se casaron en 1941 y pronto llegaron sus tres hijos: Martha, Juan Roberto Luis y Juan Erich. Tuvieron un matrimonio muy unido y, según sus hijos, el éxito de la empresa también radica en este sólido y amoroso vínculo: \\"Don Juan Rosauer jamás hubiese sido quien fue sin la presencia de su mujer, quien lo acompañó en todo momento y trabajó a la par de él siempre. Siguiéndolo en los días de heladas, en los calores abrasadores del verano, en sus desvelos. A los diez años de casados papá tuvo un infarto. Fue un reto difícil para él. Mi padre era un apasionado de su trabajo y no estaba dispuesto a cambiar el rumbo de su actividad por su dolencia. De modo que se repuso y siguió adelante. Pero aquello fue duro para mi madre, que vivía atemorizada porque papá no paraba nunca, era incansable. Indudablemente esa circunstancia los unió más. Ella era como su sombra\\".

Los hijos de Juan e Irene pasaron sus primeros años de vida en Cipolletti, compartiendo con sus padres aquel mundo esforzado, donde el trabajo subordinaba toda otra actividad familiar. \\"Sólo dos veces salimos de vacaciones recuerda Martha. Cuando éramos muy chicos nuestros padres nos llevaron a conocer Buenos Aires y, años después, Bariloche. Pasamos nuestra infancia juntos y cuando comenzamos la secundaria nos enviaron pupilos a Buenos Aires. Aun así, mantuvimos estrechos lazos y cuando culminamos nuestros estudios volvimos para trabajar en la empresa familiar\\".

En tanto, la empresa seguía creciendo y cada cambio imponía su propio desafío. Luego de una década en Cipolletti, fue necesario volver a cambiar los suelos. En 1950, Rosauer compró chacras en Villa Regina. El vivero de Cipolletti fue desmantelado y se loteó aquella chacra para convertirse en barrio (hoy Barrio Rosauer).

Aun así, Juan Rosauer decidió mantener las oficinas comerciales y la administración de la empresa en esta localidad, donde fijó su residencia permanente.

En 1950 Rosauer vendió el campo de Paso Peñalva a la familia Franco de Cipolletti. Enton-ces, las plantas de \\"Los Alamos\\" se vendían en todo el país y ganaban fama en el exterior.

La década del \\'50 transcurrió en Villa Regina. Martha, la hija mayor de Rosauer, se convirtió en la principal colaboradora de su padre y lo haría a lo largo de 10 años. Martha se radicó temporariamente en esta localidad, mientras sus hermanos continuaban sus estudios en Buenos Aires. En tanto, sus padres iban y venían en camioneta desde Cipolletti a Regina casi a diario.

En este tiempo llegaron algunas comodidades que facilitaron el trabajo a la distancia. La ruta 22 fue asfaltada y ya había mejores transportes y comunicaciones. Pese a ello, Juan Rosauer nunca se mantuvo ausente de su empresa, especialmente en el íntimo mundo de sus plantas. Amaba su actividad. Permanecía en su vivero largas horas durante todos los días del año.

Siempre abocado a la producción, encontró excelentes colaboradores (como Ernesto Marti Reta, quien lo acompañó fielmente durante años) que lo liberaban del manejo financiero de su empresa y le permitieron encausar su energía en aquello que le fascinaba: sus plantas.

Al llegar a 1960, la empresa ya era lo suficientemente fuerte como para adquirir un número importante de hectáreas, indispensables para hacer las rotaciones de suelo sin mover sus instalaciones a distancias tan lejanas. Así, el vivero se mudó a Campo Grande, donde se encuentra desde entonces.

La empresa adquirió sus primeras 300 hectáreas en aquel lugar por entonces totalmente virgen y desierto. Por aquella fecha, también compró tierras en este lugar un amigo de la familia Rosauer, Roberto Gasparri, quien inició su gran establecimiento muy cerca de la propiedad de don Juan.

La siguiente década volvió a tener la mística pionera: \\"Cuando fuimos a Campo Grande relata Martha fue como volver a empezar. Cuando llegamos sólo había tierra y agua. La nada... Construimos las instalaciones por tercera vez y, poco a poco, fueron llegando algunas comodidades como el teléfono\\".

Los 70 llegarían con nuevas actividades para la familia. Como era lógico, se sumó a la producción frutícola. En 1974 inauguró su

propio frigorífico y empaque. Esta nueva tarea no le era ajena a la familia, aun cuando tomaría otro vuelo a partir de esta fecha. Ya en 1950 Rosauer había participado de la fundación del primer frigorífico de su ciudad, el Frigorífico Cipolletti, junto a los Gasparri, los Mohr, los Toschi, Bassi y otros.

En tanto, los hijos de Juan E. Rosauer fueron sumando responsabilidades en la empresa familiar.

Don Juan trabajó hasta que sus fuerzas se lo permitieron. Durante su retiro escribía prolijas recomendaciones a sus hijos, los orientaba con su experiencia y consejo y, en la medida de sus posibilidades, participaba de las decisiones trascendentes de la empresa. \\"Como a todo pionero agrega su hija no le debe haber sido fácil envejecer. Aun así, guardó espacio para disfrutar los últimos años. Estaba con sus nietos y pasaba las tardes jugando al truco con su esposa. Era un apasionado del truco y así lo encontró la muerte un día, con las cartas en la mano\\".

Juan Erich Rosauer murió el 26 de junio de 1986 en Cipolletti, dejando en manos de sus descendientes el vivero más importante de la Patagonia y uno de los más importantes de Sudamérica.

 

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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