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Sábado 11 de Noviembre de 2006
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA: PRIMERA PARTE
  Juan Rosauer, el apasionado amante de rosas y frutales

Robert Rosauer y Hedwig Klein llegaron al país a fines del siglo XIX.
Compraron tierras en Valle Medio, donde nació el vivero ‘Los Alamos’.
En 1920, Juan E. Rosauer dio vida allí a una empresa que hizo historia.

 
 

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Robert Rosauer y su mujer, Hedwig Klein, llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX. Dejaban el Imperio Austrohúngaro que se precipitaba en su descomposición. Ellos, como tantos, huían de las guerras provocadas por la decadencia de las dinastías europeas.  
Todos los hermanos Rosauer migraron por tal motivo: Moritz se fue a los Estados Unidos, Ida a Alemania, Stephanie, Leo y Robert partieron hacia la Argentina.
Los Rosauer, austríacos de habla alemana, eran cerveceros por tradición, pero la generación que nació con el siglo hizo su propia biografía.
Robert, instalado en Argentina, encontró otra pasión en su vida: la filatelia. Buenos Aires, una ciudad cosmopolita que crecía como pocas y con la mirada puesta en el mundo, era un buen lugar para desarrollar esta actividad.
Robert se dedicó un tiempo a hacer tarjetas postales de Argentina, mientras viajaba continuamente a Europa por sus estampillas. “Todos sus contactos los tenía allá. Le apasionaba lo que hacía, dedicaba su mejor energía a aquellos intercambios. Era muy sociable y, en el fondo, un filántropo”, lo describe su nieta Martha.
El matrimonio Rosauer Klein tuvo en Buenos Aires a sus tres hijos, Carmen, Rodolfo y Juan Erich, de los que sobrevivieron sólo los varones. Rodolfo nació en 1899 y Juan Erich, en 1901. Vivían en una casa situada en Avenida de Mayo cuando aún era posible ver por la ventana cómo ordeñaban las vacas, mientras los clientes esperaban por su leche fresca.
A poco de radicarse en Argentina, Robert Rosauer adquirió tierras en Chaco y en la Patagonia pero, por motivos que desconocen sus descendientes, éste resolvió concentrar sus inversiones en el sur. En esta región adquirió tierras en la zona de Las Lagunas (norte de Neuquén), sobre la margen norte y sur del río Negro, cerca de Paso Peñalva y sobre la margen sur del río Colorado, donde la familia se radicó una temporada.
Robert y su mujer bautizaron este último campo “La Moravia”, como se denominaba la región de Austria donde habían crecido. Allí, se dedicaron a la cría de ganado ovino y lanar.
El matrimonio vivió temporadas en Buenos Aires y en el campo, hasta que el río se salió de madre y les trastocó sus sueños. Fue con la gran creciente del Colorado de 1915. El río se llevó el ganado y la casa. Pero no fue la única crecida que padecieron, aunque sí la más grave. En la familia recuerdan tres de envergadura. El número es preciso, pues es exactamente el número de veces que Hedwig, la mujer de Robert, rastrilló los alrededores de su casa para rescatar sus cubiertos de plata. De aquella catástrofe histórica se salvaron de milagro.
Entre 1915 y 1916 los Rosauer se mudaron a Paso Peñalva, que años más tarde (en 1933) Rodolfo Rosauer llamaría con el nombre de una diosa griega, Pomona.
En tanto, los hijos del matrimonio Rosauer seguían sus estudios en la Capital. El mayor estudiaba Ingeniería Civil y Juan cursaba en la Escuela de Agronomía Santa Catalina de Llavallol, escuela salesiana en la que obtuvo su título de perito agrónomo.
En 1918 y con 17 años, Juan dejó Buenos Aires definitivamente y vino a trabajar al campo del río Colorado.
Pero el destino todavía no lo detendría en la Patagonia. Habían pasado sólo unos meses cuando, en un arreo de animales desde el Colorado a Paso Peñalva, el joven contrajo tuberculosis. En aquella época no existía medicamento alguno para tratar la enfermedad, excepto llevar al enfermo a zonas cuyo clima favorecía la cura. Así, Juan partió rumbo a La Rioja. Dos largos años estuvo en Chilecito para su restablecimiento. Un tiempo extenso para una personalidad inquieta que encontró cause haciendo experiencias nuevas. Con ayuda de su padre, intentó sin éxito extraer mercurio de las minas riojanas. Pero la minería no lo convenció y decidió retornar a sus campos de la Patagonia.

EL PRIMER VIVERO EN
PASO PEÑALVA

En 1920, Juan comenzó otro emprendimiento que lo anclaría definitivamente en este sur. En Paso Peñalva montó su primer vivero de plantas. Así recuerda su hija aquellos comienzos: “Mi padre le alquiló a mi abuelo una parte de campo. Allí ocupó unas pocas hectáreas para hacer su vivero. Su tierra estaba sobre la costa del río Negro, en la margen sur, y con riego mecánico comenzó con su empresita: un vivero de frutales. Pero, entonces, ésta no era su única actividad. También tenía colmenas, hacía plantas ornamentales, cultivaba frambuesas y hacía dulces que luego vendía a los alemanes que vivían en Capital Federal. Pero entre todas sus actividades había una que adoraba. Papá era un enamorado de las rosas. En un momento se le ocurrió regalarle rosales a las esposas de sus clientes. Así, con ese gesto, comenzó a multiplicarlas y a cada cliente que le compraba frutales le obsequiaba rosas que se esparcieron, en sus inicios, por todo Río Negro y Neuquén. Con el tiempo, papá anexó el cultivo de rosas a su vivero hasta hacerse conocido en todo el país por ellas...”, relata Martha.
Pero volvamos a la década del ’20. Cuentan que un viejo poblador de Valcheta pasó frente al vivero de Rosauer y se interesó por sus plantas. Con aquel hombre hizo su primera venta importante.
Pero su suerte cambiaría definitivamente unos meses más tarde, cuando en un viaje en tren de Buenos Aires hacia el sur, Juan Rosauer conoció a Sir Montague Eddy, nada menos que el gerente del Ferrocarril del Sud, quien –al tanto de sus conocimientos– le pidió que hiciese un vivero de plantas frutales en vista al proyecto de desarrollo de la fruticultura que la empresa inglesa impulsaba para esta zona.
Así recordaría aquel encuentro el mismo Juan Rosauer: “Transcurría el año 1921. La empresa del Ferrocarril Sud contaba con poco transporte de carga y con idea de incrementarlo, y con gran visión de futuro, pensó en fomentar el desarrollo de la fruticultura teniendo en cuenta la calidad de la tierra y la facilidad del riego en la región. Comenzó entonces la importación de plantas que distribuyó a precios de fomento. En este período la empresa me encargó la multiplicación masiva de frutales, entregándome las yemas de distintas variedades de manzanas y perales. Fue así como se propagaron más de 40 variedades que lamentablemente no tuvieron aceptación comercial o no prosperaron debidamente. Todavía muchos chacareros de esa época recuerdan con pena haber tenido que arrancar montes completos en plena producción...”.
“Yo traje en 1923 de Australia, por intermedio del señor William Phillip, más de 140 variedades que experimenté en Choele Choel y hoy (se refiere a la década del ’60), de toda esta colección no quedan más de 8 o 10 variedades que se adaptaron a nuestra zona”.
Este fue el comienzo de la empresa familiar que ya celebró 85 años de existencia.
El joven Juan Rosauer puso toda su energía en el despegue. Su vitalidad desmesurada, sumada a su rigor alemán y su laboriosidad, le permitieron en pocos años consolidar su emprendimiento.
Durante casi dos décadas multiplicó plantas en la zona de Pomona y las comercializó en el Valle y a lo largo y ancho de todo el país.
No pasó demasiado tiempo desde su fundación cuando comenzaron a llegar premios para el vivero. Una importante colección de medallas que conserva la familia dan cuenta de la excelente calidad de las plantas que nacían en el vivero bautizado “Los Alamos”.
En tanto, don Roberto ya estaba completamente integrado a la vida local y participaba de todos los proyectos que tenían como objeto el progreso. Por esta fecha formaba parte de Directorio del Banco de Río Negro y Neuquén, integraba la Cámara de Agricultura, Industria y Comercio, la Sociedad Rural, entre otras instituciones.

EN CIPOLLETTI

En momentos en que la fruticultura se expandía con toda su fuerza, Juan Rosauer decidió comprar una propiedad en Cipolletti (fotos). En 1940 adquirió las primeras 20 hectáreas y se radicó en esta localidad.
Los motivos de la elección del lugar fueron dos: Rosauer consideraba que el polo de desarrollo de la fruticultura estaba acá y, por sobre todo, su actividad requería permanentemente de suelos nuevos.
Instaló su vivero en aquellas primeras hectáreas y compró chacras en los alrededores para expandir la actividad.
Aquel año, 1940, sería recordado especialmente en el almanaque vital de Juan Rosauer. Porque ese año murió su padre y fue en Cipolletti, poco tiempo después de su arribo, que conoció a quien sería su inseparable esposa, Irene Toschi. (Continúa el sábado 18 de noviembre).

 

   
SUSANA YAPPERT
sy@Patagonia.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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