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Sábado 21 de Octubre de 2006
 
 
 
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  “Trinidad”: una chacra con más de un siglo de historia
Trinidad García tiene 93 años y vive en la misma chacra y en la misma casa que la vieron nacer.Su padre, Basilio García, compró estas tierras a una compañía inglesa un poco antes de 1900. Hoy, son sus nietos y bisnietos los que manejan la propiedad que vio crecer alfalfa, vid y frutales.
 
 

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Esta chacra podría contar la historia de Alto Valle. Una historia exitosa en la experiencia de una familia que ya lleva cinco generaciones allí. Los bisnietos del pionero Basilio García son hoy quienes la trabajan.
Cuenta Trinidad, la hija menor de García, que su padre compró esa tierra a una compañía inglesa en 1900. Al laborioso desmonte siguió un manto verde y extenso de alfalfa. Luego llegó la vid y, al promediar el siglo, el monte se pobló de frutales.
Trinidad García nació en esa propiedad hace 93 años. Con gusto, cuenta la historia de su familia mientas toma unos mates. Su acento castizo devela su sangre: “Nací aquí, no soy española, pero mis padres lo eran y de ellos aprendí su modo de hablar”.
Trinidad García, doña Trinidad, nació el martes 13 de marzo de 1913 en esta chacra situada en Guerrico. Su padre, Basilio García –español de León– había llegado a esta zona antes de que el siglo XX echara a andar. Su hija no tiene una fecha exacta de su arribo, pero recuerda que su padre contaba que había estado durante la gran inundación que hizo desaparecer el Fuerte General Roca.
 García, en España, era profesor universitario de Lengua y Literatura. Pero a los 23 años el mundo es para conquistarlo y Basilio decidió migrar. “Cuando le preguntaban por qué había venido a la Argentina –relata su hija–, él decía que había escuchado que las universidades argentinas pagaban más que las de España. Eso lo decidió a marcharse. Vino solo. El primer trabajo que consiguió mi padre fue en la sastrería de Manuel Alvarez, que decían que era una de las sastrerías más importantes del país, la que vestía a los presidentes. Papá conocía a Manuel Alvarez de España y –al mismo tiempo– Manuel Alvarez era amigo de Pedro Luro, quien influyó para que papá se viniera al sur. Un día Luro estaba de visita en Buenos Aires y fue allí que conoció a mi papá y lo contrató como profesor de sus hijos. Tiempo después, el mismo Luro lo recomendó a papá para ser administrador en la estancia de un amigo suyo de apellido Fernández Soteras”.
Basilio García aceptó el ofrecimiento de radicarse en la Patagonia. La estancia estaba en Picún Leufú y se llamaba Cabo Alarcón. Allí estuvo 10 años. Administró el campo y puso un comercio de ramos generales. “En esos años –relata Trinidad– papá se casó con una chica de apellido Prieto que conoció en el Valle. Con ella vivió en la estancia y tuvo cuatro hijos, pero en el último parto murió”.
La propiedad que administraba García era una estancia grande y tomaban gente permanentemente. Así llegaron los hermanos Nicanor y Domingo Fernández como puesteros, y ellos fueron quienes le contaron a Basilio que estaban vendiendo tierras en el Alto Valle.
 “Mi padre –cuenta Trinidad– le compró 200 hectáreas a una compañía inglesa. Esto fue antes del 1900”.
Por es fecha, el Valle era una perfecta utopía. La llegada del ferrocarril y los incipientes estudios que revelaban la feracidad de la tierra eran de los pocos indicios que los pioneros tenían para aferrarse a sus sueños. García, que hacía casi 10 años que habitaba estas inmensidades, intuyó que aquí latía el progreso y decidió radicarse en la zona. “Cuando adquirió esta propiedad –relata doña Trinidad–, esto era todo médano”. Pero pronto ese paisaje cambió. Al desmonte siguió la siembra y en 1904 levantó su casa, que es la misma casa en la que hoy viven sus descendientes.
Antes de llegar al Valle, Basilio había quedado viudo. Como sus hijos eran muy pequeños (el mayor tenía 4 años y la menor tenía días de vida), los llevó a Bahía Blanca, porque García tenía allí una hermana que –pese a tener sus 9 hijos– le ayudó con la crianza de los suyos.
 “Cuando mi papá se radicó acá, lo primero que sembró fue alfalfa y tuvo una máquina trilladora que era solicitada desde Fernández Oro hasta Huergo –relata Trinidad–. Papá le vendía pasto al Ejército y vendía semillas de alfalfa, como hacían tantos en esa época. Le fue muy bien y, como a los 10 años de estar acá, papá hizo familia otra vez. La conoció a mi madre”.
Felisa Valencia, su madre, también era española. En Argentina Felisa tenía un hermano, Manuel, que trabajaba en las fincas de la familia Arizu en Mendoza. Manuel invitó a su hermana a pasar una temporada con él en Cuyo cuando ella enviudó. En España, Felisa dejó a su único hijo al cuidado de una hermana.
Cuando se iniciaba la década del ’10, el valle se poblaba mientras se hacían importantes y exitosos ensayos en vitivinicultura. Es por ese motivo que Manuel Valencia mantenía contacto con esta zona. De hecho, fue contratado por Patricio Piñeiro Sorondo para que le pusiera en marcha su primera bodega, el Barón de Río Negro. Así fue que Manuel comenzó a pasar temporadas aquí. Fue en alguno de sus viajes al Alto Valle que conoció a Basilio García. “Y pasó que en uno de eso viajes mi tío trajo a mi madre, organizaron una cena en casa de Piñeiro Sorondo y lo invitaron a papá. Allí se conocieron mis padres que, dos o tres meses después de ese encuentro, se casaron. Esto fue en 1910. Se casaron en Allen y después de la boda fueron a buscar a los hijos de papá que estaban en Bahía. Mamá los crió como si fueran propios. Ellos eran Santiago, Antonio, Casimira y Aurora. También se sumó a la familia Sebastián, el hijo de mamá que había quedado en España. El vino con unos 12 años y trabajó en la chacra con mi padre. Sebastián era el mayor. Luego, cuando cumplió 20, se compró una chacra en Cinco Saltos. Y luego vine yo, la única hija del segundo matrimonio de papá. Nací en esta chacra, en esta casa”.
Poco a poco, y a medida que pasaba el furor de la alfalfa, García fue plantando viñedos y levantó una bodega. “Me acuerdo que venían enólogos de Bahía Blanca; uno de ellos fue Biló, quien se instaló en esta chacra con su esposa y sus dos primeros hijos. Trabajó muchos años en la bodega, hasta que compró la suya y se fue a vivir a Allen”.
Con el tiempo, García fue comprando otras chacras y se sumó a la familia de fruticultores. En realidad a la familia de viñateros, pues fue a mediados de siglo –y ya con Trinidad y su esposo a cargo– que esta chacra volvió a transformarse, cambiando sus viñedos por perales y manzanos.
La infancia de Trinidad García trascurrió entre los muchos habitantes de su pequeño mundo rural y un internado de monjas. Guarda buenos recuerdos de estos años, aun cuando sus anécdotas se intercalan con otros sabores. “Mi infancia vivió el tiempo de los bandoleros. Muy cerca de mi chacra había un boliche que fue atacado por bandoleros que terminaron con la vida de su propietario, Pepe Laplace y la de su sobrina, una hija pequeña de Hermenegildo González. En aquel atraco –del que hablaron décadas los lugareños– también hirieron a la madre de Laplace”. Trinidad presume que el asesino fue Elmes. Aunque no está segura, pues andaban muchos bandoleros por la zona en aquellas primeras décadas del siglo. Uno de sus hermanos, de hecho, fue herido por el propio Bairoletto.
La vida en Allen en la década del ’10 se reducía a la producción. Llegaban tímidamente los primeros pobladores y el agua se extendía por las acequias que aparecían con ellos. La gente que vivía en las chacras tenía su mundo en sus predios.
“Pese a tantas carencias que tenía el Valle entonces, mamá y papá vivía muy bien aquí. Ella no sintió nostalgias de España. Ninguno de los dos, puesto que jamás pensaron en volver...”.
“Teníamos de vecinos a los Fernández Carro. Eran los vecinos más cercanos. Mis padres y ellos eran muy amigos. Como no había teléfonos, usaban una corneta para llamarse (risas)”.
“Otra cosa que hacíamos en aquellos años era ir los domingos a almorzar a Allen al restaurante de Antonio Alonso. Ibamos hasta el pueblo en auto y nos encontrábamos con otras familias, como los Cuestas de Cipolletti, con don Patricio y doña Catalina Piñeiro Sorondo, con los Ramasco y otros”.
“Recuerdo que cuando terminábamos de almorzar, ponían una tela sobre una pared y empezaba el cine. También íbamos a ver partidos de fútbol. Jugaban Alem Progresista y el Club Chacareros Unidos. La cancha estaba frente a la telefónica; allí atendía Ramona Gancedo, quien fue la telefonista del pueblo durante años. También me acuerdo que íbamos de compras al negocio de José González, uno de los primeros negocios de ramos generales de Allen”.
García, debido a las carencias y distancias difíciles de surcar, contrató a un matrimonio de maestros de Bahía para que se instalaran en la chacra y dieran educación a sus hijos. Su hija menor –quien relata esta historia– fue la única que asistió a un colegio. Estuvo pupila en el colegio María Auxiliadora de Roca, donde se recibió de maestra de Corte y Confección.
“Estuve pupila de los 9 a los 15 años. Cuando salí del colegio me quedé a vivir un tiempo en Roca. Puse un taller de Costura con cuatro amigas del colegio. Yo tendría 17 años. Mi mamá se mudó conmigo y mi papá iba y venía de la chacra. En el taller me fue muy bien. Me especialicé en hacer vestidos de novias. Durante un tiempo me dediqué exclusivamente a eso. Me acuerdo del vestido que le hice a Laura Riskin que se casó con Mutchinick, tenía como 300 puntillas valencianas y tul de ilusión...”.
Fue durante su temporada en Roca que Trinidad conoció a Juan Alba. El era tonelero en la Cooperativa Valle Fértil. En el año ’40 se casaron y unos años más tarde llegaron sus hijos: Mirta Selva y Juan Carlos.
“Cuando Mirta tenía tres años nos vinimos a vivir a la chacra. En Roca estábamos bien, pero papá, en su lecho de enfermo, me pidió que cuidara su chacra, que le prometiera que nunca la vendería. Papá murió poco después. Tenía 84 años. Y yo cumplí mi promesa. Dejé la costura y con mi marido nos dedicamos a la chacra. Mi mamá vino con nosotros y sobrevivió muchos años a mi papá. Me quedé acá y con el tiempo le fui comprando las chacras a mis hermanos. Mientras papá vivió siempre tuvo viña, luego empezamos con frutales”.
La vida de esta familia siguió su curso. Los hijos de Juan y de Trinidad con el tiempo fueron los que tomaron la posta en la chacra.
Mirta se casó con Enrique Lorente y tuvo 5 hijos, mientras que su hermano lo hizo con María del Carmen Martínez y tuvo tres hijos. La familia se completa hoy con siete bisnietos de Trinidad. Casi todos los descendientes de Basilio están vinculados a la producción. Actualmente dos nietos de Trinidad están al frente de la chacra.
Cuando Trinidad pudo desentenderse un poco de sus responsabilidades, viajó a España. Quería conocer el país de sus padres.
A su regreso, la familia decidió hacer una nueva inversión para seguir creciendo y –ya hace unos 20 años– sumaron a la producción el frío. Adquirieron el frigorífico Guerrico, reconvirtieron, entrenaron a los más jóvenes para sumarse a la actividad.
Trinidad narra su vida con calma. Ya no toma decisiones en la empresa familiar. Confía plenamente en sus hijos y sus nietos. Ellos hacen. Y en su hacer, renuevan su compromiso.

 

   
SUSANA YAPPERT
sy@patagonia.com.ar
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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