Fukuko y Osamu viven en Puente Cero, entre Cervantes y General Roca. Allí están hace casi 50 años. Llegaron al Valle invitados por un paisano. Compraron 4 hectáreas que se confundían con el monte. Querían hacer manzanas. Cuando llegaron, la chacra era el fin. Más allá de la alameda, la bardas y la meseta. Implacables. Sedientas y amenazantes. La tierra era difícil y el crecimiento de los frutales muy lento. Esperaron haciendo verduras y, poco a poco, fueron pintando esa geografía áspera con flores. La familia trabaja intensamente en primavera, pero hacen una pausa y, mates de por medio, cuentan su historia. Tan peculiar como apasionante. Fukuko Sasaki nació en Japón, en la localidad de Sendai, provincia de Miyagui. Su padre, Shoen Sasaki, tenía a cargo de un templo (jinja). El era un "kannushi", un monje sintoísta. El templo que estaba a su cuidado se llamaba y aún hoy se llama "Sakurano me" (brote de cerezo). Cuenta la tradición que un día llegó a descansar a ese lugar un emperador que tenía un bastón de madera de cerezo que al tomar contacto con la tierra del templo, brotó. Shoen era budista, pero cuando era joven fue adoptado por el matrimonio que vivía en aquel templo y no tenía descendencia. Shoen se convirtió al credo sintoísta y heredo el título de kannushi. Durante años y según dicta la religión más extendida del Japón él cuidó del templo y asistió a las familias que requirieron de sus servicios. Normalmente, el kannushi es llamado para purificar, bendecir o sanar bienes y personas. Pasaron los años y Shoen se casó con Shitoyo, una maestra de idioma que también se había especializado en corte de kimonos. Ellos eran del mismo pueblo. Allí vivieron y tuvieron sus primeros hijos. Fukuko, quien reconstruye esta historia, nació en aquel templo el 3 de diciembre de 1934. No mucho tiempo después, un presentimiento de Shoen cambió el destino de la familia para siempre. En 1936 decidió sacar a su familia del Japón porque sintió que algo malo sucedería y toda la familia embarcó con rumbo a Sudamérica. Desde fines del siglo XIX, miles de japoneses habían migrado con destinos diversos, entre ellos Hawaii ( y desde allí a EE.UU.), Perú, Brasil y Paraguay. Muchos inmigrantes que arribaron a este último país, debido a las dificultades que tuvieron (aislamiento, enfermedades como malaria, el impacto de la Segunda Guerra y la migración de familiares) fueron "bajando" hacia la Argentina. Y en esta aventura se embarcaron los padres de Fukuko, quizá sin demasiados conocimientos de su lugar de destino: el corazón del Paraguay. En 1936 nacía la primera colonia japonesa en el Paraguay, la Colonia Agrícola La Colmena, que estaba en la selva, hacia el interior del país, a unos 150 kilómetros de Asunción, y el acceso allí era muy difícil. La producción salía en carros tirados con bueyes, cuando podía salir por esos caminos tenebrosos. El gobierno japonés colaboró con los colonos, ayudando a comprarles la tierra (11.000 hectáreas), a levantar la escuela, una sala de atención sanitaria y viviendas. Los inmigrantes se dedicaron fundamentalmente al cultivo del algodón y, en menor escala, cítricos, arroz y caña de azúcar. El padre de Fukuko hasta ese momento de su vida había vivido una intensa vida religiosa, de modo que desconocía totalmente los saberes agrícolas. Al poco tiempo de llegar a la colonia se enfermó. El brutal cambio de vida acusaba su impacto. Pero pese a las enormes dificultades que le presentó el nuevo mundo, siguió adelante, se recuperó y toda la familia se sumó a los requerimientos de este exótico escenario de vida. La familia se terminó de conformar en este país: el matrimonio tuvo ocho hijos, seis mujeres y dos varones, y adoptó uno más. Fukuko recuerda que en su casa del Paraguay había símbolos religiosos y su padre celebraba de modo íntimo sus ancestrales rituales. Shoen, pese a los cambios y la distancia, siguió siendo un hombre religioso. Cuenta su hija que en La Colmena habían intentado construir la escuela varias veces, pero la obra una y otra vez se derrumbaba. Entonces su padre fue solicitado por la comunidad. Ella lo vio vestirse con su atuendo religioso para iniciar un ritual. Bendijo la construcción y la escuela ya no volvió a caerse. Desde entonces, su esposa pudo trabajar allí como maestra de idioma japonés, tal como era su deseo. Así recuerda Fukuko su infancia en el Paraguay: "En la colonia éramos todos japoneses, apenas había algunos empleados paraguayos. Allí hablábamos nuestra lengua y preservamos nuestras costumbres. Aun así, todo era nuevo para nosotros... el clima, el cultivo del algodón, los animales y los peligros de la selva... Cuando mis padres llegaron a ese lugar yo estaba por cumplir tres años, por eso mis recuerdos son de unos años después. Pero ellos me contaron los comienzos. Decían que cuando llegamos tuvieron que desmontar, sacar árboles inmensos para dejar la tierra virgen". No mucho tiempo después de que la familia Sasaki se estableciera en Paraguay, se confirmaron los malos presentimientos de Shoen: Japón entró en guerra. El impacto de la Segunda Guerra se esparció por el mundo y llegó hasta esta lejana colonia de inmigrantes. En 1941, el gobierno paraguayo declaró la ruptura de las relaciones internacionales con los países del Eje. Como consecuencia de ello, se suspendió la ayuda del Japón a los colonos y se cortó la inmigración. Además, los colonos que vivían allí fueron tratados como extranjeros en país enemigo. La Colmena (al igual que las colonias de alemanes) fueron declaradas "zona de internación" y decretado el cierre de sus escuelas, clubes y asociaciones . En Japón, los Sasaki habían dejado a los suyos y mantuvieron una relación epistolar con ellos durante un tiempo. Fukuko cuenta que después de la Segunda Guerra Mundial ayudaron a su familia, especialmente enviándoles azúcar, imposible de conseguir en el Japón. También recuerda claramente el sufrimiento de sus padres. "Ellos extrañaban todo, sufrieron mucho. Nosotros no, éramos chicos, nos adaptamos mejor. Papá siempre quiso volver a Japón, pero no pudo hacerlo... Los dos murieron en Argentina sin poder volver". En Paraguay, la familia Sasaki estuvo 15 años. Luego se mudaron a la Argentina. Una de las hermanas de Fukuko se había casado con un floricultor y se habían establecido en la provincia de Buenos Aires. En 1951 ella trajo a toda su familia a la Argentina. Y cuando llegaron extrañaron a los amigos de la colonia; sumaron otras nostalgias porque habían tendido lazos de afecto. Después de todo, allí habían hecho una extensa familia cultural, un microclima afectivo en un extraño país, en un extraño paisaje. Aquí comenzaron una nueva etapa. "Nos establecimos en General Pacheco, en El Talar relata Fukuko. En la zona había algunos japoneses y, cerca, un club japonés". Fukuko cuenta que, al llegar, los empleó su cuñado y según los años le dictan cree que, pese a todo, "sus padres hicieron bien en venir a la Argentina, porque sus hermanos menores pudieron estudiar. Uno de ellos, que trabajaba en el Banco de Tokio en Bueno Aires, estudió en la Universidad de Buenos Aires y el hermano menor trabajó en el Consulado de Japón. Los demás aprendimos el oficio de fruticultores". Fukuko tenía 17 años cuando llegó a Pacheco. Poco después de su arribo conoció a Osamu Hayashi en Escobar. Los presentó un familiar. El era de origen japonés, de la isla de Hokkaido, en el norte del Japón. Osamu tenía a su hermana mayor en Argentina. Ella se había casado con un floricultor japonés y le enviaron "la llamada". La familia Hayashi era de tradición agrícola. En Hokkaido se dedicaban y se dedican aún al cultivo de la cebolla. Osamu llegó a Buenos Aires en 1951. Tenía 18 años. Hayashi se dedicó a la floricultura hasta que un amigo le habló de la Patagonia. Este trabajaba cerca de Puente Cero (entre Cervantes y Roca), en una chacra que estaba en manos de una congregación religiosa que levantaba allí la capilla de Las Angustias. "Este amigo nos convenció de venir. Nos dijo que aquí había posibilidades de tener tierras y de cultivar. Para nosotros eso era muy bueno, porque en Buenos Aires trabajábamos con la familia y queríamos independizarnos. Allá vivíamos todos juntos y era muy difícil progresar. Mi marido vino primero. Compró 4 hectáreas. Era campo bruto. La idea era hacer manzanas, pero no era fácil en esta tierra. Nos gastamos los ahorros intentando. Cuando llegamos, tuvimos que emparejar y hacer acequias. Era todo arena. Un día hacíamos la acequia y al otro día el viento la tapaba. Primero trabajamos en la capilla de Las Angustias y vivíamos cerca de acá, veníamos a trabajar acá en bicicleta. Así fue hasta que pudimos construir algo. Trabajamos los dos. No podíamos contratar personal. Las primeras plantas que plantamos fueron un fracaso. Plantábamos y apenas veíamos crecer unas ramitas...". Los inicios fueron duros. Estaban solos y haciendo una actividad nueva. Pero fueron aprendiendo, adaptándose. A medida que la zona se poblaba iban haciendo amigos entre sus vecinos, quienes valoran la generosidad y disposición de los Hayashi. Y mientras amansaban la geografía y esperaban que las plantas dieran frutos, hicieron dos actividades: cultivaron verduras y trabajaron en otras chacras cosechando manzanas. "En un momento sigue Fukuko alquilamos una tierra para hacer tomates. Ibamos en carro tirado por caballos. Yo estaba embarazada... Fue mucho esfuerzo para mí y tuvimos que pedir ayuda. En esa época logramos una mejora y tuvimos nuestros tres hijos: Daniel Alfredo, Marcelo Mario y Laura Adelaida". En tanto, la chacra iba tomando forma. El matrimonio trabajó sin descanso y poco a poco empezaron a cambiar los colores terracota del lugar por colores intensos. En algunos años Fukuko y Osamu mostraron a este mundo árido las flores, sus flores. "Llegamos pensando en hacer manzanas. Tuvimos dificultades. La tierra no era muy buena. Por eso hicimos verduras, pero nos dimos cuenta de que muchos hacían verduras y pensamos que teníamos que hacer otra cosa. Como nosotros sabíamos de floricultura, fuimos pasando de las verduras a las flores". "Ahora vendemos flores a particulares y a viveros. Viene gente de Bariloche a comprar. Como nosotros no hacemos las flores en invernáculos, son plantas fuertes, aclimatadas. Me gusta hacer flores. Aunque no tenemos descanso. Si bien la primavera es la época más ardua, durante el resto del año seguimos trabajando, hacemos flores de invierno, almácigos y preparamos las bolsitas para plantar...". Actualmente hacen esta actividad el matrimonio y su hijo mayor, Daniel. Entre los tres se reparten las tareas. Cuenta Laura, (hija) cómo se dividieron las actividades. "Las tareas que requieren mayor delicadeza, como la siembra de las semillas y la actividad en los almácigos, corresponden a mamá. El riego y el cuidado de las flores en el campo, lo hacen papá y mi hermano, quien también se encarga del reparto, la comercialización y la chacra". Hace un poco más de 15 años, la familia retomó su sueño de hacer manzanas y adquirió una chacra. "Tenemos otra chacra en Mainqué relata Fukuko. La compramos con la ayuda del gobierno del Japón. Son 7 hectáreas de peras y manzanas. La compramos plantada y al principio tuvimos algunas dificultades. Una de las primeras cosechas la vendimos a un galpón que quebró. Mala suerte. Antes había más galpones, uno podía ofrecer más.... Ahora hay pocos". Fukuko no recuerda la fecha exacta, pero cree que un tiempo antes de adquirir esta chacra las cosas estuvieron difíciles para la familia. Tanto que Osamu se fue una temporada a trabajar a Japón. Estuvo allí unos cinco meses, pero no pudo adaptarse. Su mundo había cambiado demasiado y decidió regresar. Cree que, pese a todos los retos que este lugar les impuso, lo elegiría porque aquí hace lo que le gusta y aquí están sus hijos y sus nietos. Los hijos del matrimonio crecieron entre plantas y flores, pero dos de ellos decidieron hacer otros caminos. Estudiaron en Roca y luego se mudaron a La Plata para sus estudios universitarios. Laura se casó con Guillermo Zukerán, hijo de japoneses que se establecieron en Roca más o menos por la misma fecha que su familia. Guillermo y Laura tienen dos hijos, Eric y Alex El segundo de sus hijos, Marcelo, es ingeniero electrónico y vive en Buenos Aires. El también se casó con una hija de japoneses y tuvieron un hijo, Matías, que hoy tiene 16 años. El hijo mayor, Daniel, vive en la chacra con ellos. Comenzó la carrera de ingeniero mecánico pero decidió perpetuar la tradición familiar que lo liga a las flores y ahora a la fruticultura. SUSANA YAPPERT sy@patagonia.com.ar |