"¿Qué es ser inmigrante?... Pues estar agradecido a la tierra que te vio nacer, pero sobre todo a la que te dio de comer. Tengo 24 años de español y 54 de argentino. Puedo decir que ya tengo dos patrias...". Así comienza su relato Lucas Larrubia. Un hombre tan vital como generoso a la hora de atravesar sus recuerdos. Llegó de España en 1956. Aprendió el oficio de chacarero. Trabajó duro. Fue optimista. Ayudó a los suyos y luego transmitió su saber a otros. Lucas Larrubia Martínez nació en noviembre de 1928 en El Royo, provincia de Soria. Llegó solo a la Argentina. Tenía 24 años. En España dejó a su padre y hermanos. En esta orilla lo esperaba un tío. Cuenta que su infancia fue corta, hasta los 13 años, cuando terminó la escuela. Luego, se lo llevó el campo. Tenía que ayudar a la familia. Eran tiempos difíciles. Durante su infancia, su continente estaba en guerra y su país, ensangrentado. "Mi padre era el alcalde del pueblo, no pasamos grandes penurias aunque se vivía para subsistir, para tener el alimento. Eramos cuatro hijos varones y una mujer. Vivíamos con la abuela Estefanía. En la mesa sumábamos ocho cada día. Eramos agricultores y teníamos ganado en pequeña escala. Cuando vino la Guerra Civil, en 1936, se complicaron más las cosas, pues nos pusieron a ración. La cosecha la escondíamos. Había inspectores que si la encontraban te denunciaban. En realidad uno debía declarar lo que producía para que ellos se lo llevaran. Por eso la gente escondía la cosecha en algún pozo o en un pajar. Había que llevar a moler el trigo por las noches. Todo a escondidas". Cuenta Lucas que todas las familias de su pueblo tenían algún inmigrante en la Argentina. Durante décadas, el barco fue el único pasaporte valedero para muchos españoles. El camino a lo posible. En los relatos de inmigrantes que escuchó en su infancia, la Argentina se imponía y, desde entonces, alojó la posibilidad de migrar. "Aquí tenía parientes. Dos tíos y una tía de las familias Angulo y Martínez Brieva. A ellos los trajo un hermano de mi abuela, don Gregorio Brieva, el fundador de La Iberoamericana. Ese tío era soltero pero tenía 5 sobrinos en España, a quienes fue trayendo. Primero vino Nicolás, luego Fabián y por último, Leonor. En España quedó mi madre y una tía. Leonor se casó con Félix Angulo. Así empezaron los Martínez Brieva en este país. Mi tío Nicolás se casó con Estanislada Belaunzarán. Ellos me trajeron a mí". Pero todavía falta mucho tiempo para su desembarco en Argentina. Y Lucas quiere hablar de su juventud. Fueron 24 años en España advierte y los primeros años de la vida son fundamentales. "Hay algo que me quedó grabado para siempre y fue la buena forma de administrarse que tenía mi pueblo. Allí había un médico. La gente se enfermaba poco y para que éste pudiese vivir dignamente se le daba casa gratis, leña en abundancia y cada vecino le pagaba una cuota fija al año; igual que a la señorita de la farmacia. También había una cooperativa de agricultores. Pagábamos una cuota por año por cada vaca y, si se nos moría un animal, se nos daba el dinero para comprarla al día siguiente. Esto es un buen ejemplo de cooperativismo que propuse aquí cuando estuve de secretario en la Cámara de Agricultura de Cervantes, aunque sin éxito". Cuenta Larrubia que en su casa todos trabajaron, pero se siente afortunado porque, además, pudieron estudiar. "En mi juventud hice carbón, fui pastor y tuve otros oficios... Pero quería otra vida. Mi hermano mayor se había ido a estudiar para maestro, mi hermana se había casado y los menores resolvieron seguir en la casa paterna. En nuestra tierra no había porvenir. Seguir con la vida que hacía mi padre no tenía sentido. Creo que hubo dos hechos que me ayudaron a tomar una decisión sobre mi futuro: la muerte de mi madre y la llegada de una carta". Lucas tenía 18 años cuando su madre murió. Poco tiempo después de esta dolorosa pérdida llegó una carta desde Argentina. Era de su tío Nicolás Martínez Brieva. "Resolví contestarle. Le pedí que me pagara un pasaje para venir a la Argentina a visitarlos. A vuelta de correo, mi tío me pidió mis datos personales para sacarme el pasaje. ¡Y así lo hizo! Pero bueno, por una cosa o por otra, mi viaje a la Argentina se demoró 6 años. Cuando recibí aquella misiva, ya empezaba el servicio militar. Estuve dos años en la mili. Me hizo bien salir de mi pueblo. Pasé una mili muy buena. Era cabo escribiente. Y si no hubiese venido a la Argentina, hubiese seguido la carrera militar". Finalmente, en 1952, llegó el momento de partir. "El 2 de diciembre salí de la casa paterna rumbo a Bilbao. Hice trámites y el 12 el barco levantó anclas. Y ahí quedaba España... quién sabe hasta cuándo...". El viaje fue muy malo. Estaban todos amontonados en la bodega del Vapor Entre Ríos, un viejo carguero. Comían carne congelada y pastas, alimentos que Lucas no estaba acostumbrado a comer. "Lo único que valía la pena eran las manzanas afirma. Supe en el barco que eran manzanas de Río Negro porque vi los cajones. Lo recuerdo y aún me emociono...". El 30 de diciembre, Lucas llegó a Buenos Aires. El no conocía a sus tíos y ellos no lo conocían a él. Habían intercambiado fotos y Lucas le había comunicado a su tío que al bajar del barco se pondría una boina de vasco. Claro que entonces no imaginó que habría unos 500 pasajeros que llevaban boina. "Yo empecé a gritar ¡Tío Nicolás ! ¡Tío Nicolás ! y nada (risas). Pero el destino me la hizo fácil. Fui el segundo pasajero en poner sus pies en suelo argentino y vi en la punta de la escalera del barco a un joven. Lo encontré parecido a mi hermano mayor. Me acerqué y le pregunté si no conocía a Nicolás Martínez. 'Pues, sí', me dijo. 'Soy su sobrino Pedro'. ¡Era mi primo! Había acompañado a mis tíos a buscarme". Recorrió Buenos Aires. Estaba encantado. La primera sorpresa que tuvo al llegar fue ver, por primera vez en su vida, un televisor blanco y negro. La segunda, ver cómo gastaba dinero la gente en fuegos artificiales. Después de unos días, Lucas subió al tren que lo trajo a Roca. "Miraba por la ventanilla. Veía todo lejos, todo grande. 26 horas de viaje. Aquí había lugar para todos, pensé entonces...". Cuando llegó, conoció a su familia y su tío Fabián le consiguió empleo en la ferretería de Benito Kaspin. "Me presenté y el patrón me llevó a su oficina para hacerme las preguntas de rigor. Luego me mandó atrás del mostrador y me indicó cómo atender a los clientes". Allí pasó sus cuatro primeros años. "Conocí a mucha gente, especialmente españoles como a los Parra, a los García, a los López y a mi futura suegra. Un día me la volví a encontrar en un colectivo. Iba con su hija, Josefa Muñoz. Habían ido a comprar una máquina de coser a la Colonia Rusa. Nos saludamos. Josefa me gustó y pronto iniciamos nuestro noviazgo". Durante un tiempo, Lucas vivió en lo de su tío Nicolás. "Estaba contento en esta casa y mis tíos también, puesto que no tenían hijos. Gracias a aquella hospitalidad, durante 18 meses mandé la mitad de mi sueldo a España. Ganaba 500 pesos y mandaba 250 . Con ese dinero mi padre compró una segadora de trigo, la segunda que tuvo el pueblo". Lucas volvió a ver a su padre cinco años después de su llegada al país. En 1959. El viajó con un hijo. Estuvieron 8 meses y el hermano de Lucas se quedó en Argentina. Ya en su país, don Larrubia convenció a su hija y a su yerno de venir a vivir aquí. Mientras trabajó con Kaspin, Lucas asistió a una escuela nocturna para aprender contabilidad. Esto duró hasta que, caído Perón, cerraron la escuela para adultos. Luego, Lucas sumó otra actividad, la de mercachifle. Con una jardinera prestada, salían con su socio Comolai a vender mercaderías por las chacras. "Ibamos los sábados. Se ganaba muy bien". Pero, a pesar de la prosperidad obtenida, Lucas Larrubia tenía otro deseo. Cuatro años en la zona fueron suficientes para contagiarle la curiosidad por la fruticultura y decidió hacerse chacarero. Empezó en una propiedad de su tío que estaba entre Cervantes y Mainqué. "La chacra había sido de La Iberoamericana pero, cuando mi tío se retiró de la sociedad, se quedó con ella. Estaba abandonada. En 1956 decidí recuperarla. La trabajé casi 50 años". "Don Benito me aconsejaba que no fuera a la chacra, siempre me contaba lo mal que le había ido a su familia en la Colonia Rusa, donde una vez hubo una pedrea tal que le mató hasta las gallinas. Pero yo tenía la idea fija. Quería probar cómo era la actividad. Me fui a vivir allá. Las instalaciones eran muy precarias, pero fui mejorándolas. Me acompañó mi cuñado, Enrique Muñoz". "¡Nadie sabe lo que he luchado yo en esa chacra! afirma. La hicimos toda. Había que trabajar a puro caballo y eran 31 hectáreas. Plantamos tomates, mejoramos la viña y cuando compré la propiedad, planté peras, manzanas y duraznos. Le vendía a Comai". Cuando Lucas se mudó a la chacra ya estaba de novio. Su novia quería casarse en primavera, pero él la convenció de hacerlo antes. La fiesta fue el 23 de junio del 56. Siempre le estará agradecido a su mujer por haberlo acompañado. Los comienzos fueron realmente duros. Sin luz, ni gas, sin caminos ni vehículo. Unos años más tarde, en 1961, llegó de España su hermana Pepa con su familia. Fueron a vivir a aquella chacra. Allí hicieron una pequeña comunidad. Durante años compartieron todo. Trabajaron siempre juntos. Se ayudaron, hicieron una sociedad. Y pudieron salir adelante, fortalecidos. Lucas y Josefa tuvieron tres hijos: Gerardo, Fernando y Eduardo. Estos les dieron cinco nietos (Agustina Sol, Lucas Valentín, Antonio, Facundo y Sofía). Lucas se propuso trabajar hasta los 75 años y así lo hizo. Luego, alquiló la chacra y, por fin, pudo descansar. Tras 25 años en el país, volvió a España. Fue una emoción grande pero supo entonces que tenía dos patrias. Aun así, siempre se mantuvo cerca de sus tradiciones. Es socio honorario de la Sociedad Española, donde renueva su afecto por su tierra y celebra su destino. SUSANA YAPPERT sy@patagonia.com.ar |