| Moni Sarti es Margarita Teresa Villadeamigo. Artista plástica radicada en Valle Medio hace 50 años. Ella es porteña, hija y nieta de artistas, pero por esas cosas de la vida se enamoró de Víctor Sarti, propietario de un campo en Chimpay, y se mudó a esta zona para siempre. Moni tiene su taller en la Biblioteca de Choele Choel. Allí hay varias de sus obras, fragmentos de sus mundos. Entre los libros, los caballetes y el horno de cerámica hizo un nido. Un nido que la abraza a su origen, que la devuelve a sus raíces. Moni es hija de Aída Scarpini y Raúl Villadeamigo. Y nieta de uno de los clown más famosos de la Argentina, José Scarpini. Nombres todos escritos en nuestra historia del circo, del circo criollo, el que dio origen al teatro nacional. Los padres de Moni se conocieron en el circo, quizá el Circo Facio o el Podestá. Ella era alambrista, contorsionista y él prestidigitador, maestro de pista, actor, guitarrero, cantor. Aída Scarpini había nacido en ese ámbito. Su papá era un clown famoso, el mismo que inmortalizó Ernesto Sábato en sus libros. Scarpini, recuerda Moni, era un apellido de artistas. El primo de su papá fue, junto a Caldarella, el que compuso un tango que marcó toda una época: "Canaro en París". Pero fue José Scarpini el que introdujo a su familia en el mundo circense, en el circo de su tiempo, el circo criollo. Entonces relata Moni los artistas empezaban la función en la pista y luego hacían obras de teatro. Su padre, Raúl Villadeamigo, en cambio, no tenía antecedentes artísticos en su familia. Era hijo de Francisco Villadeamigo, un boticario o médico que había hecho la Expedición al Desierto acompañando al general Roca. "De modo que no tenía antecedentes circenses. A mamá la conoció en el circo. Mi papá trabajó mucho la zarzuela, por eso usaba el pelo largo. Los demás usaban peluca y él tenía esa melena formidable... Por eso cuando me preguntan por mi profesión yo contesto que lo mío es una pasión heredada", afirma esta mujer simple, de voz tan clara como su mirada. Todos eran porteños, muy porteños. El abuelo Scarpini había nacido en Italia, pero era muy pequeño cuando comenzó su vida en este país y descubrió el arte de divertir. "Un día mi abuelo levantó de la calle un enano que estaba limpiando vidrios y lo integró a su familia. Mis abuelos tuvieron tres hijas, la menor nació durante una gira en el Brasil. Habían salido en carretas en un largo viaje que duró tres años. La abuela no trabajaba en el circo pero colaboraba para poder ir de giras y mantener la familia unida. Las hijas del matrimonio formaban parte de la familia circense. Aída, madre de Moni, trabajó durante su infancia junto a su padre y luego en teatro y cine. Participó en 150 películas. Las primeras décadas del siglo, nacieron grandes artistas, muchos de los cuales daban sus primeros pasos en el circo. El circo era un mundo. Un escenario en sí mismo. "En el circo hacían de todo y todo podía ocurrir. Contaban mis padres que una noche hicieron una velada especial y vino a cantar Gardel. Ese día Gardel tenía un solo acompañante entonces mi papá lo acompañó con su guitarra. Una noche inolvidable". La infancia de Moni fue una infancia tan feliz como peculiar. Para narrarla, apela a cientos de fotos increíbles y a un diario de su madre en el que guardó ilustraciones, poemas y dedicatorias afectuosas de sus amigos. Transitan las hojas, Quinquela Martín, Joaquín Gómez Baz (el autor de Barrio Gris), Luis Sandrini y todos los que participaban en las peñas de la casa del gran artista plástico de La Boca (ver recuadro). "Mi mamá era genial. Era divertida... iba todos los domingos a la casa de Quinquela. Un día cuando iba para allá se encontró en el colectivo con la tripulación de un submarino japonés que iba a La Boca. Mi mamá iba a lo de Quinquela y les dijo: 'Yo voy para allá y les voy a presentar al pintor más famoso de la Argentina'. ¡Y se apareció en lo de Quinquela con toda la tripulación (risas). Así de loca era la vida de ellos... Mi papá también era un ser muy especial. Era un caballero de la noche. Un bohemio. Se vestía con pantalón fantasía, corbata voladora, saco negro y chambergo. Cuando era muy joven, abrazó el anarquismo. La primera canción que me enseñaron cuando era chica fue el himno anarquista. Papá se dedicó a la actividad sindical toda su vida. Durante el peronismo tuvo una fuerte actuación sindical. Fundó la Asociación de Artistas de Circo y Variedades 'Argentistas'. Esta Asociación nació en una mesa del Bar El Modelo, donde se daban cita los artistas de circo. Papá trabajó muchísimo por esta causa. Hacía socio honorario a todo el mundo, hasta asoció a Perón, con quien arreglaron la jubilación para los artistas. Luego me enteré de que fue jefe de redacción de la Revista Talía, una revista muy importante de arte. Y entre sus papeles encontré un carnet de electricista firmado por Jorge Newbery. ¡Insólito!". El circo fue dando paso al teatro y al cine. Y la llegada de los hijos trajo un ancla para esta familia de itinerantes. "Mamá estaba embarazada de mí cuando la llamaron para actuar en una ópera en el Colón, titulada 'La novia vendida' . Hacía una escena de una alambrista. Fue la última vez que pisó el alambre, tenía un embarazo de 6 meses". "Nací yo, después mi hermano y 10 años más tarde el menor. Después de que nacimos, mamá se dedicó a hacer cine. Su primera actuación fue en 'Cada hogar es un mundo', de César Amadori. Vivíamos en Buenos Aires, en Corrientes y Montevideo, frente al Teatro Astral. Allí viví varios años, hasta que mis abuelas (abuela y bisabuela materna) decidieron llevarme a su casa, porque estábamos toda la tarde solos pues mamá trabajaba y papá dormía de día porque vivía de noche. Papá era mucho mayor que mamá y ella estaba loca de amor por él. Me acuerdo que papá llegaba a la mañana, con el diario 'El Mundo' y bizcochos de grasa. Mamá lo esperaba con mate y le leía todo el diario de punta a punta. Después nos despertaban, nos llevaban a su cama y papá tocaba la guitarra, cantaba, recitaba poesías y nos enseñaba a modular, a hablar claro". "Mis recuerdos de la infancia son muchos y muy lindos. Nuestra niñez estuvo llena de luz. ¡Eramos tan libres!... Todo Buenos Aires era nuestro. Vagábamos por el barrio todo el día. Ibamos con mi hermano Roberto al Hotel Savoy, nos habíamos hecho amigos del peluquero y éste nos dejaba entrar a unos juegos que había en el subsuelo del hotel. Ibamos al Teatro Apolo, al Teatro Japonés, a los cines, a los teatros y a una escuela que estaba en Cangallo y Callao. Nos conocía todo el mundo y entrábamos a todos los espectáculos gratis". Su vida continuó entre este espacio y la casa de sus abuelas, en Córdoba y Esmeralda. "En el espejo de aquella casa me vi crecer, tomé la comunión, me vi vestida de novia, a esa casa fui con mis hijos recién nacidos. Esa era una casa de mujeres, un mundo de mujeres, mis tías viudas y mis abuelas vivían allí. Eran muy divertidas y sociables... Tuvimos una infancia austera pero feliz, nada estaba prohibido. Eramos creativos a partir de no tener. Cuando yo tenía 10 años nació Daniel, mi hermano menor. Mis dos hermanos estudiaron música. Y yo me decidí por la plástica, estudié un poco en La Plata y Bellas Artes en Belgrano y en el Pueyrredón". En un momento me fui a estudiar a La Plata. Ibamos un montón de estudiantes en tren. En uno de esos viajes conocí a Víctor Sarti, que estudiaba Agronomía allá. Yo tendría como 15 años, me maquillaba y por eso parecía mayor. Un día alguien me pidió mi teléfono, yo se lo di y Víctor, que estaba sentado atrás, lo anotó. Me llamó. Pero a mí no me dejaban salir sola con un chico mayor, así que me acompañó una amiga y el 20 de febrero de 1950 salimos por primera vez. Estuvimos 5 años de novios y nos casamos". Ese día Moni inició otra etapa de su vida. De la ciudad se encaminó al mismísimo campo. El destino le tenía preparado todo un aprendizaje. La familia Sarti tenía un campo entre Chelforó y Chimpay, donde vivirían muchos años. Antes de llegar allí, el matrimonio pasó tres años en Roca porque Sarti trabajaba en Sanidad Vegetal. "Cuando llegué a Roca fue mi primer shock. Mis abuelas me habían preparado el ajuar, ropa maravillosa bordadas por monjas y qué se yo qué más... Cuando llegué a Roca ¡el agua venía por las acequias y yo nunca había visto una cocina económica!". El cambio fue duro y Roca nada más que una escala. Luego seguiría una larga temporada en el campo. En aquel campo, unas mil hectáreas, la familia Sarti tenían hacienda y alfalfa. Moni vivió allí con sus suegros y allí crecieron sus tres hijos, Yiyí, Enrique y Marina. Redimida por la poesía y la literatura, Moni transitó sus primeros años en un medio radicalmente distinto al que la había visto crecer. En el campo su vida cambió completamente. Eran otras las rutinas; el orden, casi religioso y el trabajo rudo. No había luz eléctrica, lavaban pisos y el arte se practicaba casi en secreto. Sufrió, pero se adaptó. "Aprendí de mi suegra todo lo que no había aprendido en mi vida en lo que se refiere al mundo doméstico. Era muy joven y durante un tiempo pensé que hasta entonces había vivido equivocada. Que la vida era otra cosa a la locura que yo había vivido en mi infancia, llena de bohemios trasnochados. Luego me di cuenta que ambos mundos son legítimos y que yo no había estado tan extraviada". "En el campo estuvimos muchos años. Me pasé dos años sin salir de la casa. Iba hasta la tranquera. Era lo más lejos que iba. Pasé mucho tiempo sin ver gente. Esto fue muy difícil, yo soy como los mosquitos, me encanta la gente". Pero con los años llegó el equilibrio entre esos mundos tan distantes. Nació en sus manos. Cuando sus suegros murieron, el campo se dividió entre sus descendientes y sus hijos empezaron la escuela. Principio y fin de otra etapa. "Nos fuimos a vivir a Chelforó. Era el paraíso. Teníamos cine tres veces por semana, pileta de natación, canchas de tenis, se hacía una vida social muy linda. Tuve buenos amigos que aún conservo. Después fuimos a Regina, lo primero que hice al llegar fue asociarme a la biblioteca, anoté a Marina en danzas y a Yiyí en teatro. Terminaron el secundario y partimos para Buenos Aires". En Regina Moni comenzó a hacer esculturas con Juan Sánchez y a dar clases de dibujo en la Escuela Municipal de Arte. Este tiempo sería muy sanador, de reencuentros. Volvió a Buenos Aires una temporada y a sus estudios de cerámica, escultura y dibujo. "Estuve 2 años, pero volví al campo porque allá estaba Víctor solo. Mis chicos quedaron con mamá. Y cuando estaba en el campo vinieron a buscarme de Chimpay y Choele para cubrir un cargo en la Escuela de Artes. Acepté este último ofrecimiento". "Víctor nunca dejó de estar vinculado con el campo. El amaba ese lugar, amaba su trabajo, aun cuando todo se puso difícil en la actividad. Murió en el 2001 y aún hoy conservamos esa propiedad". En Choele, Moni se reencontró con el arte de modo distinto. Maduro. A su producción sumó la docencia. Trabajó en el Instituto de Formación Docente y en su amada Escuela de Arte de Choele Choel. También en lo hizo en Beltrán y Darwin. En esta localidad nacieron sus obras y sus cinco nietos. Y aquí se reencontró con sus raíces, con su sangre de artista. Con el tiempo, reelaboró su legado familiar en una nueva geografía que la tiene como alambrista de la vida, prestidigitadora de su día a día, poeta y creativa. SUSANA YAPPERT sy@patagonia.com.ar |