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Sábado 05 de Agosto de 2006
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  Nelo Nori, pionero en el transporte regional

Anello Juan Nori se estableció en General Roca en 1932.

Junto a su primo, inauguró la primera empresa de transporte urbano.

La empresa quedó en manos de Nelo y fue rebautizada “La Balsa”.

 
 

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A veces son los nietos y no los hijos los que reconstruyen la historia familiar. Movidos por el afecto a sus abuelos guardan fotos, documentos, recuerdos y hasta los secretos de su estirpe. Esa pausa generacional les devuelve un relato más sereno, casi anecdótico, aun cuando las emociones los cruzan de lado a lado.

Este es el caso de la familia Nori. Son los nietos de Nelo, los que toman las riendas del relato
Anello Juan Nori (Nelo) nació en Bahía Blanca en 1914, poco meses antes sus padres se habían radicado en esa ciudad. Ellos venían de Italia, de la región Ascoli Piceno, huyendo como tantos del hambre y de la guerra. Se establecieron en las afueras de Bahía, en un territorio que llamaban Nueva Roma. Allí había un importante asentamiento de inmigrantes italianos. La mayoría de los cuales tenía quintas que abastecían de verduras a toda la región.


 La familia Nori vivía allí, frente a la casa de la familia Mozzoni. Ambas familias terminarían radicándose en Roca unidas por el afecto, ya que tres hermanos Nori se casaron con tres hermanas Mozzoni.


Nelo, a diferencia de sus ancestros agricultores, se dedicó a la mecánica, oficio que hizo propio siendo muy joven. Cuando apenas tenía 16 o 17 años, un inglés lo contrató de chofer para que lo acompañara en su auto hasta Bariloche. Por aquella fecha, los años 30, hacer ese trayecto requería de audacia y de un mecánico a bordo, ya que el viaje tomaba casi un mes. Había que vadear ríos, abrir y cerrar tranqueras, reparar cubiertas, parar de tanto en tanto para no recalentar el auto, etc. Y las dificultades no comenzaban más allá de la Confluencia, sino a pocos kilómetro de Bahía Blanca, en Médanos. Contaba Nelo que en este punto bajaban a limpiar el camino, lleno de médanos de verdad. Era muy normal que la gente se enterrara en esas moles de arena y requerían de palas y sogas para salir.


Pero aquel viaje no sólo sería inolvidable por el sabor de aventura que dejó en el paladar de Nelo. Fue entonces que se enteró de la existencia del Alto Valle, un sitio que abría interesantes perspectivas. La crisis del 30 se hacía sentir hasta en estos confines. Y un lugar en pleno despegue como el que vio en esta zona, ofrecía una oportunidad más que interesante.


Nelo regresó a Bahía pero ya para hacer sus valijas y probar suerte aquí. “En medio –relata su nieto Pablo Nori– ocurrió algo interesante. Un primo, un empresario radicado en Bahía, Angel Nori, se enteró de sus planes y le ofreció poner una empresa de colectivos acá”. Nelo aceptó.


Fue la primera empresa de transporte público de Roca y la bautizaron “El Valle”. Angel y Nelo Nori se establecieron en Roca. Nelo tenía apenas 18 años. “Mi abuelo –cuenta Leo Nori– vino con lo puesto. Para arrancar de cero. Claro que tenía un oficio y toda una vida por delante”. Nelo ya estaba de novio con Elvira Mozzoni, con quien mantuvo un noviazgo a la distancia durante 8 años. Se casaron en 1940 y, con el tiempo, la familia de ella también fue radicándose en Roca.


La familia Nori era una familia numerosa y Nelo, el mayor de varios hermanos. Por fuerza de la tradición, el mayor de la familia muchas veces marcaba el rumbo del resto. Nelo era muy trabajador y disciplinado. Y al poco tiempo de llegar a Roca, pudo comprar una casa y trajo a sus padres y a varios hermanos a vivir aquí.


El cambio fue muy positivo para él. En pocos años, Nelo logró un lugar en su nueva comunidad. Le fue muy bien. Fue uno de los primeros mecánicos del lugar, junto con Gómez, Staffiso y algún otro. El oficio de mecánico era por entonces muy artesanal. “Como aquí no había repuestos –explica Pablo– los fabricaban. En el taller del abuelo hasta vulcanizaban cubiertas cuando éstas escaseaban, sobre todo en tiempos de la Segunda Guerra. Si bien no había muchos autos, los que circulaban requerían con frecuencia de un mecánico y reparaban todo tipo de transportes y máquinas”.


Nelo trabajó simultáneamente en la empresita de colectivos y como mecánico. La mitad del tiempo se calzaba la gorra de chofer y la otra mitad andaba en la fosa. Los primeros colectivos requerían de mantenimiento constante. Adentro tenían el piso de madera y los pintaban a pincel. Nelo contaba que el primer trabajo que le dio a uno de sus hermanos, de 16 años, fue pintar los colectivos a pincel, adentro y afuera.
Por aquellos años, el servicio de transporte público era muy importante. “Cumplía un servicio esencial ya que pocos vecinos tenían auto y el pueblo crecía y crecía. “Era un servicio social con todas las letras –afirma Pablo Nori–. El servicio que inauguró mi abuelo tenía un recorrido fundamental: iba al cementerio, al Colegio San Miguel, seguía a Cuatro Galpones, al paraje La Sarita y llegaba hasta la balsa del Paso Córdoba. A veces cruzaba el río. Por allí había varios pobladores que viajaban y les hacían pedidos. Hacía personalmente el servicio. Todavía hay gente que lo recuerda al nonno. Al contrario de lo que se cree, el colectivo no sólo llevaba pasajeros. Las últimas filas no tenían asientos y llevaban cargas o las bicicletas”.


“Contaba el abuelo que levantaba pedidos por la chacras y luego los llevaba a los comercios –sigue el relato otro de sus nietos, Leo–. Armaban el pedido y volvía con las compras. Era un mundo basado en la confianza, la gente a veces hacía compras para el año y el colectivo se encargaba del transporte de las mercaderías. El abuelo iba chacra por chacra. También contaba que a veces pasaba por una chacra y lo invitaban con algo rico, entonces bajaba –sólo o con algún pasajero– para compartir un buen rato con los chacareros….”.


En un momento, Angel Nori decidió irse de Roca y Nelo quedó con la mitad del capital, dos colectivos. “Con esos dos colectivos empezó su propia empresa. Rebautizó su flota, le puso ‘La Sarita’ y un par de años más tarde decidió cambiarle el nombre por ‘La Balsa’”. Para entonces la empresa había crecido, ya contaba con 4 ó 5 colectivos para hacer su servicio urbano. La base estaba al lado del Edificio Rucapel. Los colectivos se guardaban en un galpón y muy cerca de allí vivían los Nori. “Arrancar esos colectivos era toda una odisea –relata Pablo–. Había un colectivo que no fallaba nunca. Primero arrancaban el que funcionaba a nafta y con ese arrancaban los otros, a gasoil, uno por uno. Salían en caravana y no volvían hasta la noche. Durante años, el nonno se levantó a las 5 de la mañana. Muy de madrugada iba a arrancar los vehículos y después largaba el servicio que a veces se extendía hasta altas horas de la noche, porque muchas veces el colectivo era contratado para llevar gente a alguna fiesta en otras localidades”.


Aun así, Nelo reservaba tiempo para su familia y para sus amigos. Era Socio del Círculo Católico de Obreros y asiduo visitante del Club Italia Unida. Allí tenía sus compañeros de bochas y truco, dos actividades que nunca abandonó. “Era bochófilo empedernido” y “truquero a morir”, afirman sus nietos.


“Los nonnos vivían en España y Moreno y su casa siempre tenía visitas. Esa casa era el centro de reuniones familiares, bajo la parra de patio se hacían todas las celebraciones. Normalmente la mesa estaba tendida para una docena de comensales. Ellos conservaron su cultura itálica. La nonna hacía todos los domingos la polenta en la tabla, una tabla que seguramente vino de Italia y que conservaron siempre. Al igual que el palo que usaban para prepararla… Conservaron algunas recetas y el dialecto, aunque esto del idioma de los padres era algo muy íntimo pues trataban de no hablarlo y se fue perdiendo, aunque insultaban siempre en lengua materna (risas)”.


Vivieron carencias, se acostumbraron a vivir muy austeramente pero era gente de un gran corazón. La nonna –la describen– “era la nonna del pan con manteca y azúcar y del tazón de leche tibia cuando volvíamos de la escuela. Hacía de todo. Remendaba toda la ropa y la hacían durar años. Ambos hacían conservas y disfrutaban guardándolas. El abuelo, por ejemplo, fumaba toscano y pipa. Cuando quedaba la parte final del toscano, la picaba con un cuchillo para fumarlo en la pipa. Sus cuchillos tenían el filo gastado de tantas afiladas... ¡Y las latitas de clavos! Encontraban clavos torcidos y los enderezaban... Con poco hacían de todo. Aun así la comida era sagrada, nos llenaban de comida a toda hora. Las comilonas eran la excusa para estar juntos”, afirma Leo. “Tuvimos la fortuna de tener a nuestro cuatro abuelos, los Nori y los Salicioni, que fueron muy amigos entre ellos y un ejemplo para nosotros. Quizá uno de los recuerdos más gratos que conservamos son las vacaciones que pasamos todos juntos en Las Grutas. Realmente los disfrutamos”, relata Gustavo Nori.


Muy cerca de la casa de los Nori estaba el Club del Progreso. El hijo de Nelo le contaba a sus hijos que por calle España corría una acequia y cuando no existían las heladeras la usaban para enfriar algunas cosas. Con ese agua –contaban entonces– llenaban la pileta del club y los aljibes de la gente del barrio. Años más tarde, Nelo trabajó en el club y lo hizo hasta jubilarse. Era el club de su barrio y allí tenía buenos amigos.


Nelo era sufrido, aparentemente duro, poco demostrativo. Nunca le escucharon una queja. Disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida, de sus nietos, a quienes llevaba a caminar por el pueblo. Disfrutaba de una buena mesa y de sus novelas de cowboys. Muy noble y familiero, trabajó siempre pensando en ayudar a los suyos. Siempre atento a las necesidades de su gran familia, Nelo llevó adelante su empresa a fuerza de trabajo y más trabajo a lo largo de 34 años. Pero “el mundo cambiaba más rápido de lo que él imaginaba y no lo advirtió –explica Pablo–. En un momento tendría que haber incorporado más gente, innovado, haber hecho cambios, pero no lo hizo. No pudo o no quiso. Quería funcionar en 1960 como lo había hecho en 1930 y todo había cambiado. Finalmente en 1966 liquidó su empresa. Uno de sus empleados, Castillo, se quedó con un colectivo y siguió con ‘La Balsa’”.


Un poco por la actividad y mucho más por su personalidad, Nelo tuvo montones de amigos. “La gente lo estimaba porque era buenazo y generoso. Cuántas veces abrí yo la puerta de su casa y era algún conocido que le traía un regalo por alguna gauchada que el nonno le había hecho…”.


El matrimonio Nori tuvo dos hijos: Juan “Panchi” Nori y Haideé. “Panchi” se casó con Alicia Salicioni y tuvieron 4 hijos: Gustavo, Pablo, Fernando y Leo; Haideé se casó con Arturo Fotti, también tuvieron 4 hijos y se establecieron en Bahía.


“Panchi” Nori no eligió el oficio de su padre, andariego por profesión. Fue martillero público y según sus hijos “un tipo espectacular, forjado con los mismos valores de solidaridad y nobleza que sus padres”. Ambos muy reservados, de mundos interiores y una felicidad simple. Compañeros. Se ayudaron siempre hasta el final.


Elvira Mozzoni murió en 1996 y Nelo comenzó a apagarse lentamente. Un año más tarde murió él, ya instalado como pionero de la historia lugareña.

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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