Cuando Hannelore perdió a su marido, una amiga Elizabeth de Bolliger le pidió que trabajara con ella. Era la dueña de la Maison Suisse, la única casa de té que había en la zona (en Plottier). Allí Lory trabajó muchos años. Y allí también empezó otra etapa en su vida. En el año 70 volvió por primera vez a su país, 24 años después de haber partido. "Viajé cuando se vendió la chacra. Fui 10 veces más a visitar a mamá. Mi padre y mi hermano ya no estaban. Cuando mamá cumplió 90 años llevé a mi hija mayor...". En medio de alguno de aquellos viajes, Hannelore se reencontró con Bruno Keller. Se conocían de los encuentros de los suizos del Valle. Una tarde, Bruno fue a la Maison Suisse. El también era viudo y solía ir a Plottier a visitar amigos. En aquella oportunidad, Bruno tomó un té con strudel y ofreció a Hannelore llevarla a casa. Con el tiempo iniciaron una relación y, años más tarde, decidieron vivir juntos en su chacra de Guerrico. Bruno y Hannelore vivieron allí unos 10 años y permanecieron juntos 23 años. Cuando las hijas de Hannelore se casaron y llegaron sus siete nietos, ella todos los días tomaba el colectivo hasta Cipolletti para visitarlos. Con el tiempo, el trajín de la vida se fue apaciguando y llegaron sus cinco bisnietos. Aun así, la cultura de los idos los acercó. Su familia inventó una pequeña familia germano helvética, con quienes mantuvieron lazos de afecto a través del tiempo. La colectividad suiza era una colectividad pequeña pero muy, muy alegre. Durante las primeras décadas del siglo, llegaron al Alto Valle inmigrantes de diverso origen. Los suizos llegaron en menor número y estaban todos repartidos por el Valle. En Plottier se situó la agrupación más numerosa. Entre los suizos de Plottier estaban los Bachmann (hoy Centro Recreativo La Araucaria), los Bolliger (la Maison Suisse), los Haenggi (Campo el Chacal), los Peter (Valentina). Hannelore cuenta que sus suegros tenían vecinos alemanes y el único suizo que vivía cerca era Uhler. Casi todos sus amigos tenían chacra y, por cierto, una cultura común. Al abrigo de los encuentros étnicos trataron de preservar su idioma, su música, sus recetas. "Nos reuníamos para el 1 de agosto, día de nuestra independencia, para Navidad, Año Nuevo y los cumpleaños... Eran fiestas muy alegres, hasta teníamos una orquesta (foto). Mi marido, Beny Hoffmann, tocaba el acordeón a piano, Bruno Müller el clarinete, Schiesser tocaba el bajo y Hans Schatzmann tocaba el acordeón. También nos reuníamos los domingos. Venían siempre Rohr, Bachmann, Albert Haenggi, Bolliger, entre otros; venían a jugar a las cartas y a las bochas". Las mujeres de estas colectividades tejieron fuertes vínculos entre sí. Hannelore menciona a dos de sus amigas, Aline de Schiesser (quien procedía de la misma región que ella ) y a la Sra. de Stokebrand, su vecina y casi una segunda madre de sus hijas. Esta familiaridad permitió que conservaran algunas costumbres. "En nuestra chacra carneábamos siempre. Hacíamos jamones y hasta teníamos un ahumadero. También era común entre los suizos que desecaran frutas. Los Bolliger tenían un secadero enorme. Fueron pioneros en hacer frutas secas. También conservas, especialmente dulces. Algunos hacían chocolates, como los suizos de Bariloche que hicieron la Abuela Goye". En general, todos tenían parques impecablemente cuidados y cultivaban muchas flores. Hannelore cuenta que en su casa hablaban suizo y alemán y que no habló fluidamente el español hasta que trabajó en la Maison Suisse. Recuerda que les ayudó en el aprendizaje de la lengua la radio. Escuchaban radioteatro ("Bairoletto" y "La familia Falcón") para perfeccionar su pronunciación, y enseñaron a sus hijos el idioma de sus padres. Hannelore hoy vive en Neuquén. Siente que sus sueños se cumplieron. "Soñaba con tener una familia grande y con vivir cerca de las bardas... Lo logré. Además estoy conforme con todo lo que me tocó vivir. Luego de unos años aquí, supe que ya no hubiese estado a gusto en mi país, cuando regresaba me daba cuenta de que eran muy rígidos los suizos y que acá me sentía más libre". |