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Sábado 15 de Julio de 2006
 
 
 
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  Pioneros antiguos y pioneros modernos
 
 

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Luis Raúl Sánchez vive en Neuquén capital hace 33 años. Llegó en 1973 para instalar en la capital la primera fábrica de pintura de la Patagonia. El y su esposa, Mirta Arens, se consideran pioneros modernos. Herederos del espíritu de sus ancestros, inmigrantes europeos que llegaron a la Argentina durante el amanecer del siglo XIX, se afincaron en la Patagonia porque vieron que aquí estaba el futuro.

Luis guarda amorosamente objetos, documentos y recuerdos familiares. Ellos han sido faros en la senda que le marcó el destino. Con ellos despliega la historia de su vida, que es la de su extensa familia en el tiempo.

Comienza su relato por la familia materna, por su bisabuelo. Vicenzo Cacciola llegó a la Argentina con 68 años, su mujer Teresa D'Agostino y su hijo Francesco, entonces de 26 años. Provenientes de Sicilia, estuvieron tres años en este país desde 1903 hasta 1906, cuando volvieron a Italia. Tres años más tarde, en 1909, Francesco regresó y su pasaporte agregó otro sello, que estampó su ingreso a la Argentina con su esposa María Venera Currenti. Esta vez vino sólo con pasajes de ida. Aquí nacieron sus cinco hijos: Emilia, Vicente, Adela, Chichina y Arturo y, cuando estaba naciendo el sexto hijo, María murió. Fue en el año 1919. Francesco, viudo, continuó con la crianza de sus hijos. La familia Cacciola vivía en Ingeniero White cuando esta localidad se llamaba Nueva Liverpool. Francesco trabajaba en los muelles, era capataz de los silos y realizaba oficios varios, como el de zapatero.

Ocho años después de enviudar, en 1927, Francesco decidió contraer nupcias otra vez. Una joven partió de Sicilia para desposarse con él. Viajaba con una dama de compañía y toda su blanquería (ajuar). Al llegar a las costas de Brasil, el barco en el que viajaba el Principessa Mafalda tuvo un accidente. Explotaron las calderas y en las costas de Brasil la embarcación se hundió. Todavía se escuchan historias de sobrevivientes de aquella tragedia que enlutó a varios países, pues en la panza de aquel barco viajaban inmigrantes de distintas nacionalidades.

Los que pudieron llegar a la costa relataron el rescate dramático de mujeres y niños. Una de estas mujeres contó cómo la prometida de Francesco había salvado a una familia. Una historia digna de una novela. Ella había subido a un bote y vio cómo una mujer y sus hijos sedespedían del padre de familia que no podía embarcar con ellos, pues mujeres y niños tenían prioridad. Desgarrada del dolor al ver aquella escena, cedió su lugar en el bote a aquel hombre. Quería que esa familia siguiese unida. Se tiró al agua. No sobrevivió.

Otra vez, Francesco volvía a quedar solo. Emilia Cacciola, la mayor de sus hijas, con apenas 14 años, asumió el rol materno y ayudó en la crianza de sus hermanos menores. Emilia, la madre de Luis quien narra esta historia permaneció con su familia hasta su casamiento, unos años más tarde. En un viaje casual conoció a quien sería su esposo, Marcelino Sánchez Hernández, español.

 

DE JORNALERO A FERROVIARIO

 

En la Cartera de Identidad de Marcelino quedó plasmada la fecha de su ingreso a la Argentina: noviembre de 1925. Llegó solo. Tenía 19 años. De profesión, jornalero.

Marcelino era el mayor de diez hermanos. Su familia era de la provincia de Avila, de una aldea llamada Carpio Medianero. Cuando apenas era un mozo, para ayudar a los suyos, pasaba parte del tiempo en Madrid (a 150 km de su pueblo), donde trabajaba en fondas y en un transporte escolar que llevaba alumnos a las Escuelas Pías. En el verano volvía a su aldea para trabajar en la cosecha. Pero allí volvía a ser consciente de su realidad. Vivía en un mundo cuasi feudal. En su pueblo su familia no tenía tierras, éstas pertenecían a gente adinerada y a la Iglesia. Según les contó Marcelino a sus hijos, los dueños de la tierra llevaban a sus campesinos al Africa para que trabajaran sus minas. Allá tenían que trabajar en la extracción de minerales y pelear contra los moros. "Eran prácticamente esclavos afirma Luis. Los tenían unos 10 años atrapados en ese sistema y cuando regresaban eran como viejitos". Cuando Marcelino cumplió 18 años tenía que hacer el servicio militar en Melilla, ciudad autónoma española situada en el norte de Africa. Fue entonces que un primo le advirtió que si iba para allí le esperaba ese destino: "Vete de aquí le dijo. Si te llevan a Melilla, morirás o te dejarán allá peleando contra los moros y cuidando las minas...". Entonces, Marcelino, no dudó y prefirió cruzar el Atlántico. Lo despidió su madre, Antonia Hernández, con una hogaza de pan, un trozo de jamón y un beso en la frente.

Salió de España, bajó en Buenos Aires y terminó en Bahía Blanca. Sus descendientes creen que fue allí por consejo de otro español. Lo cierto es que a los pocos días de llegar ya tenía empleo. Fue contratado como peón de ferrocarril en la compañía de trenes de los ingleses. Marcelino siempre contaba a sus hijos que por entonces tenía ideas comunistas y en una oportunidad apoyó una huelga de sus compañeros y fue castigado. Pagó su desobediencia trabajando una temporada en Neuquén. Recuerda que en aquel tiempo, en el año 1930, la capital del Neuquén era un pequeño poblado y que él iba con sus amigos a un boliche que llamaban el "Vómito negro". Poco tiempo después de cumplir con su peculiar castigo en la Confluencia, volvió a residir en Ingeniero White. Y fue en aquellos días que conoció a quien sería su mujer. Marcelino estaba trabajando en Ayacucho. Fue a un baile y vio a Emilia, quien paseaba por esa localidad. Descubrieron no sólo que ambos eran de Ingeniero White sino que ¡vivían a una cuadra de distancia! Luego de un tiempo de noviazgo, decidieron casarse. Siguieron viviendo en Ingeniero White y llegaron sus dos hijos: Luis Raúl y Nelson .

PIONEROS DE AYER Y DE HOY

Luis remueve los recuerdos y aparece franca la emoción. Su infancia fue una infancia austera y feliz. Recuerda a su padre como un trabajador honrado. Recuerda permanente su ejemplo, su amor por la familia, su solidaridad con el prójimo y su alegría de vivir. Marcelino era un ser optimista. Y su optimismo, como una luz que irradiaba. También aparece el recuerdo de Emilia, su madre, una mujer abnegada y muy protectora. "Pese a su austeridad afirma Luis ellos jamás dudaron de que nos darían lo mejor, que nosotros tendríamos un futuro. Mi padre siempre nos decía que no nos iba a legar su herramienta de trabajo que era la máquina que agujereaba los boletos de tren. Nos prometió que nos iba a dar estudios. Y así lo hizo. Llegamos a la Universidad. Mi hermano se recibió de abogado y yo de químico industrial".

Marcelino se jubiló de ferroviario. Trabajó gran parte de su vida en la compañía de los ingleses. Los valoraba, decía que daban un excelente servicio. Luego de la nacionalización de los trenes, el mismo decayó y Marcelino se hizo antiperonista. Su hijo cree que pesaron otras valoraciones a la hora de sus preferencias políticas locales. De hecho, durante la Guerra Civil Española, Marcelino estuvo con los republicanos.

"Papá nos contó que en un momento se hizo ciudadano argentino porque tenía miedo de que a los contreras los echaran del país. Quería proteger a su familia.Y si tenía que volver a España no la iba a pasar bien porque allá estaba Franco. A mí me puso Luis en honor a un tío que durante la Guerra Civil murió defendiendo Madrid como republicano. En este sentido siempre fue muy coherente. Pero sus ideas políticas no contaban a la hora de hablar de Argentina. Papá siempre estuvo muy agradecido a este país, era mucho más argentino que muchos argentinos y nos enseñó a amar esta tierra".

Pasaron los años, Marcelino se jubiló y disfrutaba de sus tardes con su mujer y sus nietos, cuando su hijo Luis le comunicó que tenía un nuevo desafío. Luis, había hecho carrera dentro de su profesión, pero quería independizarse. Primero se desempeñó en un frigorífico, luego en la Planta de Agua Corriente de Bahía y después en una fábrica de pintura, donde llegó a ser subdirector.

En el año 1967, Luis había conocido en Bahía Blanca a Mirta Mabel Arens, su esposa y madre de sus cuatro hijos: Luis Alejandro (hoy casado con Alicia Bonelli y padre de tres hijos: Julieta, Agustín y Santiago), Erika, Marina y Florencia.

Cuando habían nacido los primeros tres hijos del matrimonio, Luis se enteró leyendo una revista "Siete Días" que en Neuquén había 1.700 industrias y 40.000 personas. Pensó durante unos días y consultó a su mujer. Quería poner su propia fábrica de pintura en Neuquén. De hecho, si lo hacía, sería la primera en toda la Patagonia. Su compañera aceptó el desafío. "Hicimos todo juntos. Siempre tomamos las decisiones los dos. Fuimos una suerte de pioneros modernos. De algún modo, nosotros también dejamos todo y apostamos a nuestra suerte", resume Mirta.

Cuando Luis le comunicó a su padre que vendía todo para poner su propia fábrica en Neuquén, su padre le dijo: "Yo no voy a dejar solo a mi cachorro. Te acompaño". Luis guarda este gesto entre sus más tiernos recuerdos. Salieron los dos, padre e hijo, en un Renault 4L para comenzar a dar forma a un sueño. Su padre, volvía a Neuquén después de 40 años. Estuvieron unos días mirando lugares donde establecerse, haciendo papeles y durmiendo los dos en el 4L.

Luis ya había dado el gran salto. Consiguió un lote en el Parque Industrial de Neuquén, donde levantaría la fábrica y su casa. Recuerda Luis de aquel tiempo: "Esa fue mi bohemia. Era el año 73, yo tenía 38 años y creía que podía hacer mi fábrica solo. Cuando llegamos con mi familia estuvimos un tiempo en una casa precaria, apenas unas habitaciones, con piso de tierra en el comedor, sin luz, ni comodidades. Pero con mucho esfuerzo y en poco tiempo empezamos a progresar. Vendía pintura desde Neuquén a Tierra del Fuego. Al principio iba a hacer las compras a Buenos Aires en tren, con pasaje de segunda. Luego pasé a primera y creo que a los pocos años ya me estaba yendo en avión".

"Cuento esta anécdota no sólo para que se sepa que el negocio fue bueno, sino porque el progresar hizo que cumpliera algunos sueños que tenía guardados. Uno de ellos, el primero, es el que voy a contar: en uno de esos primeros viajes en avión, fui a sacar el pasaje y vi que había una promoción para ir a España. Un pasaje en cuotas ida y vuelta. No había nada que deseara más en el mundo que regalarle a papá su regreso a España. Nunca más había vuelto. Tenía entonces 75 años y todavía vivían hermanos que él había tenido en el regazo antes de venir a América. Le regalé el pasaje e hicimos una vaca con mi hermano para que papá pudiese estar allá varios meses. Yo había cumplido un sueño y papá cumpliría el suyo, que era volver a su tierra antes de morir".

Viajó solo. Llegó a Madrid, paseó por las fondas en las que había trabajado hacía más de 50 años y, horas más tarde, siguió para su pueblo. Cuando se dibujó su aldea en el camino, Marcelino comenzó a gritar: "¡Soy Marcelino Sánchez Hernández! ¡He vuelto!". Las campanas de la Iglesia comenzaron a sonar y salió todo su pueblo a abrazarlo.

   

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar

   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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