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Viernes 30 de Junio de 2006
 
 
 
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  HISTORIA DE VIDA
  La familia Pomina: entre las ciencias y los frutales

Fue director del Hospital Regional veinte años y un apasionado por la fruticultura.

Sus hijos continuaron las huellas marcadas por estos pioneros.

 
 

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Celiar Pablo Pomina nació el 12 de diciembre de 1900 en una casona porteña situada en Medrano y Rivadavia. Su madre fue María Bimbollino y su padre Pablo Pomina, quien se desempeñó como contador público toda su vida. Tuvieron cuatro hijos: Mira, Lía, Celiar Pablo y un niño que murió muy pequeño como consecuencia del sarampión. Cuando Celiar tenía 14 años, perdió a su hermana mayor y él contrajo tuberculosis. Desesperados, sus padres lo enviaron con unos tíos a Mendoza, para que el buen clima ayudara a su restablecimiento. No tuvo secuelas de la enfermedad, pero años más tarde y quizá marcado por estas experiencias familiares, Celiar ingresó en la carrera de medicina.

Pero el amor por esta profesión había comenzado tiempo antes. En su infancia. Celiar tenía un tío materno que había estudiado medicina aunque no había podido recibirse. El niño, impresionado con su figura, desde pequeño decía que quería hacer lo mismo que su tío Tomás. En su afán, forjó una tierna amistad con el médico de su familia. Celiar vivía en una casa enorme y un extenso patio con árboles y animales. En el corral, tenía un petiso con el que acompañaba al doctor a hacer sus visitas. El médico iba en carro y Celiar lo secundaba en su caballito.

Años más tarde, en junio de 1927, Celiar se recibió de médico. Pocos días después, el día 20, se casó con Victoria Díaz y el 21 de junio partieron rumbo a la Patagonia donde ejercería su profesión. Su destino: Allen, un pequeño pueblo situado en el remoto Territorio de Río Negro. En esta localidad habría entonces unos 500 habitantes y sus pobladores habían solicitado a las autoridades nacionales que enviaran un médico. Pomina, quien por aquellos días estrenaba su título se enteró y se presentó al cargo. Fue aceptado.

Llegaron a Allen el 22 de junio. Una nevisca les dio el abrazo de bienvenida. Los esperaba en la estación del ferrocarril un vecino, Salvador Auday. Bajaron del tren y, pocas horas más tarde, decidieron comprar pasajes de regreso a Buenos Aires. Relata la hija mayor de Celiar y de Victoria: "Era la primera vez que mamá salía de la Capital e indudablemente imaginaron que Allen sería otra cosa". Pero el destino torció el rumbo de sus deseos. Aquel día bajaron del tren y se alojan en el Hotel España, frente a la estación. Dejaron sus cosas y cruzaron la calle para comprar los boletos de regreso. Pero no había pasajes hasta el próximo tren, que pasaba una semana más tarde.

En el ínterin, algunos vecinos se acercaron a visitar a Pomina con el firme propósito de convencerlo de que se quedara un tiempo más en el sur. Y, mientras éste esperaba el tren de regreso a Constitución, le desarmaron sus planes. Le hablaron de las bondades del lugar y de sueños desmesurados que se concretarían en este remoto paraje que por entonces denominaban pomposamente la "California Argentina".

El impacto para el matrimonio al llegar al Valle debe haber sido enorme. Ambos eran personas de ciudad, acostumbrados a ciertas comodidades. Aquí no había calefacción, ni transportes; el clima era riguroso y estaban muy lejos de sus familiares. De modo que la decisión no fue fácil y pesó la decisión de Victoria, quien desde entonces fue su compañera inseparable.

Victoria Díaz era española. Había nacido en Madrid el 5 de abril de 1907 y 14 años más tarde había llegado a la Argentina con sus padres y un hermano. Los aires bélicos que soplaban en Europa los habían decidido a migrar. Ya en Buenos Aires su padre instaló un comercio. Victoria aún no tenía 20 años cuando tomó un tranvía en el que viajaba Celiar. El se le acercó, hablaron gentilmente y desde entonces estuvieron juntos. Toda una vida juntos. Pomina era entonces un estudiante avanzado de medicina y escribía poemas. Poco tiempo después, aquellos viajeros ocasionales se casaron. Claro que en aquel viaje en tranvía no imaginaron que iniciaban un itinerario que duraría toda la vida. Pero los caminos sueles ser misteriosos. Poco después, otras vías los conducirían a un nuevo horizonte.

Los temores, al llegar al sur, no fueron menores, pero sopesaron el desafío y se arriesgaron. Hacía muy poco tiempo que Allen era sede del primer Hospital Común Regional de la Norpatagonia (ver Historia de Acá) y la población requería de un médico. El titular del mismo era el doctor Juan Arizabalo y Pomina fue nombrado médico ad honórem de esa institución. Dos años más tarde obtuvo la designación de médico de sala. En julio de 1931 le asignaron el cargo de médico interno; en 1934 fue nombrado jefe interino del hospital y un año más tarde se convirtió en su director, cargo que mantuvo a lo largo de 20 años.

Cuenta su hijo menor: "Papá era clínico y cirujano, se dedicó a ambas especialidades. En el hospital de Allen hasta sacaba muelas. Cuando no estaba en el hospital atendía en su consultorio, que estaba en casa del doctor Velazco. Velazco era un médico español que no podía ejercer porque no había revalidado su título y se priorizaba a los médicos locales. Por este motivo Velazco se mudó muchos años a Huergo, donde no había médico y podía ejercer su profesión, y le alquiló la propiedad a mis padres mientras ellos construían la casa en la que vivieron toda su vida".

 

LOS PORTEÑOS PRIMERO

Poco a poco, el matrimonio Pomina se fue adaptando a esta nueva geografía. Poco a poco, se sumaron a la gran obra colonizadora. Pronto llegaron los hijos. Exactamente a un año de radicarse en Allen llegó Lidia María (Guegué), luego Alcides Celiar (Buby) y, en 1932, Aníbal Celiar (Yang). Ahora son ellos los que reconstruyen aquel pueblo que nacía. El tiempo fundacional. "La primera escuela a la que asistí relata Guegué estaba en Fernández Oro. Luego fui a la escuela 80 de Allen para hacer segundo y tercer grado. Esta era la educación elemental. Luego, si los padres podían, aspiraban a que sus hijos continuaran estudios en otras localidades. En aquel tiempo aquí no había escuela secundaria. De modo que a nosotros nos enviaron pupilos a Buenos Aires, donde residían nuestros abuelos. Aun así, mis padres procuraron poner su granito de arena para que la educación en Allen se extendiera a todos. Mamá fue tesorera de la Comisión que edificó la escuela 80, escuela a la que asistí dos años, cuando era de adobe puro. Papá, por su parte, fue presidente de la primera cooperadora escolar de la Escuela Nº 23 y representante del Consejo Nacional de Educación".

El segundo hijo del matrimonio Pomina, Buby, desde muy pequeño mostró su inclinación por las ciencias. Pasaba horas haciendo experimentos mientras sus hermanos jugaban en el ancho pueblo. Sus hermanos lo recuerdan estudioso y concentrado, muy diferente a ellos, más afectos a las aventuras de las siestas, las cabalgatas con los amigos, los paseos en bicicleta que hacían junto a su padre y en los que participaba el párroco del pueblo y los veranos en familia y en la chacra.

La vida transcurría mientras el pueblo crecía. El Hospital Regional vivía su tiempo de apogeo. Durante la gestión del Dr. Pomina, el hospital anexó, a los servicios existentes, una sala modelo para

tuberculosos, consultorios externos, una farmacia, un laboratorio y la sala de radiología. Paralelamente, fundó las salas de primeros auxilios de Catriel, Mencué, Neuquén, Cipolletti, promovió la creación de hospitales en Roca, Villa Regina y Cipolletti y brindó su asesoramiento para la puesta en marcha del hospital de Bariloche.

Pomina atendía en un amplio radio que llegaba hasta la capital de Neuquén y parajes rurales que lo requerían en emergencias. "Cuando no estaba el puente relata Guegué papá cruzaba a Neuquén en balsa, pero cuando el río estaba crecido, pasaba caminando sobre las vías del ferrocarril. Como sufría de vértigo, tenía que ir con un acompañante para que lo ayudara a cruzar. Este iba caminando adelante y papá caminaba sosteniéndose de sus hombros".

Sus hijos recuerdan a Celiar Pomina totalmente abocado a su profesión. Pasaba gran parte del día dedicado a sus enfermos. Si no estaba en el hospital, atendía en su consultorio o partía de urgencia a distintos puntos del Valle. Al evocarlo, aparecen miles de anécdotas: "Una vez atendió un parto en una chacra alumbrándose con las luces de su auto"; "En una ocasión, fue mamá quien tuvo que atender a una parturienta, pues papá no pudo llegar para el alumbramiento"; "La operadora del pueblo (había una sola operadora de teléfonos) normalmente era la única persona que sabía dónde estaba papá. A ella solíamos recurrir para ubicarlo".

Durante el peronismo, afirman, Pomina se resistió a obedecer órdenes arbitrarias como utilizar la ambulancia en situaciones que estaban injustificadas. Se negó a firmar el carnet de afiliación y a usar el luto tras la muerte de Eva Duarte, situaciones que le acarrearon problemas y lo forzaron a renunciar, dimisiones que nunca le fueron aceptadas. En 1956, Pomina se retiró de la Dirección del hospital para acogerse a la jubilación y siguió ejerciendo la medicina de modo privado.

UNA NUEVA PASION, LA CHACRA

En 1935 los Pomina, como tantos pioneros, decidieron invertir en fruticultura. "Salvador Auday convenció a mis padres de comprar una propiedad que vendía Piñeiro Sorondo. Auday, entonces apoderado de la familia Piñeiro Sorondo, le decía que la actividad tenía mucho futuro. Y, desde que eligieron este lugar para vivir se contagiaron del amor a la tierra que tenían los pioneros. Compraron la primera chacra. En 1939, compraron otra que estaba al lado de la primera. Papá era amigo de Hans Flügel y éste conocía a otro alemán que vendía su propiedad porque partía para la guerra. Era una chacra de 40 hectáreas, todo alfalfa. Luego, en 1942, compraron unas hectáreas más a Piñeiro Sorondo. Esta última era toda de viña, ahora tenemos sólo frutales. A mis padres les encantaba la chacra y, cuando papá se retiró del hospital, estas plantaciones fueron su solaz".

Victoria solía vendimiar. Cada propiedad tenía sus chacareros pero ella estaba siempre atenta a sus chacras y cuando llegaba la cosecha y veía que la cosa iba lenta, ayudaba. Pomina administraba el dinero y ella las órdenes. Evidentemente era muy enérgica. Una mujer de carácter. Ella fue la que se hizo cargo de las chacras, las manejó durante años. Día a día.

Victoria fue pionera en el uso de un producto para combatir la carpocapsa. Ella había visto en una revista científica que le enviaba la firma Bayer a su marido que había un remedio que se usaba para erradicar una plaga que azotaba a las plantaciones de tabaco. Se le ocurrió que bien podía ser utilizada aquí para combatir la carpocapsa. Consultó con el ingeniero Tuduri y pidieron la droga. Curaban una vez por mes y en un año eliminaron la carpocapsa. Fue la primera cura efectuada con ese remedio en la región.

Celiar Pomina, de alma inquieta, sumó otras actividades en beneficio de su comunidad. Fue socio fundador del Rotary Club, integró el Directorio del Banco de Río Negro y Neuquén y fue presidente de la Cooperativa Frutivinícola Millacó, institución que nació en la localidad por iniciativa de 80 productores con el objeto de defender sus intereses.

Celiar Pablo Pomina falleció en 1982 y, 17 años más tarde, su esposa Victoria.

En tanto, sus hijos, bosquejaban de sus propias biografías. Guegué comenzó el profesorado de Historia, Buby ingresó en la Facultad de Medicina y Yang en la de Agronomía. Todos, de algún modo, siguieron las huellas de sus padres. Guegué se casó con Pancho Darquier y tuvieron dos hijos: Juan María y José María, quienes les dieron 7 nietos. Buby se casó con Leah Holland. Y Yang con Magdalena Bizotto. Guegué se radicó en el Valle y estuvo siempre vinculada a la fruticultura, al igual que Yang, quien se hizo cargo de los establecimientos familiares. Buby se recibió de médico y partió a los EE. UU. para hacer su especialización en Neurocirugía. Pero en 1960, y para evitar ir a la guerra de Corea, volvió a la Argentina. Había traído instrumental de vanguardia, aun así no le allanaron el camino sus colegas y, ante la insistencia de sus pares americanos, decidió regresar a los EE. UU. donde ejerció hasta jubilarse. En dos oportunidades fue nombrado, en aquel país, "Médico del Año". A su brillante carrera profesional adosó la docencia. Fue profesor en la Universidad de Medicina de New York, donde también integró el tribunal que juzga a los médicos por mala praxis.

Yang, luego de una larga temporada en Buenos Aires, decidió radicarse en Allen para hacer aquello que anhelaba: administrar las chacras. "Fui un tiempo a la facultad relata pero me di cuenta de que la misma estaba orientada a las actividades que se desarrollaban en la Pampa Húmeda, de modo que planteé a mis padres que quería quedarme en Allen para ocuparme de las chacras. Esto fue en 1951. Mi mamá no se resignaba a que dejara los estudios, entonces me impuso un régimen muy duro para desalentarme. Me levantaba a las 6 de la mañana y me mandaba en bicicleta a la chacra para que hiciera trabajos de peón. Pero no aflojé". Finalmente, el deseo de Yang venció a sus padres, quienes aceptaron que el menor de la familia había heredado no sólo el don de mando sino también la pasión que sintieron por la fruticultura. Yang estaba encantado con la actividad y sus padres depositaron en él su confianza. Desde entonces, y honrando a sus ancestros, está abocado a la fruticultura.

 

 

 

   

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar

   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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