Cuando Robert Kubica salió indemne de un grave accidente en el GP de Canadá en 2007, muchos en la católica Polonia y en el Vaticano creyeron ver la mano divina de su compatriota Juan Pablo II. Kubica lleva en su casco las siglas del Papa polaco fallecido en 2005. El Vaticano, deseoso de acelerar la beatificación del ex pontífice, para lo que es necesario comprobar tres milagros, anunció entonces que investigaría el asunto.
En otra sintonía estuvo su padre Artur, quien dijo que Robert "es un tipo muy duro y no un ´playboy´", tras la primera victoria del nene en la F-1.
Kubica no tiene la ambición de Alonso, ni el magnetismo de Hamilton, ni la simpatía de Vettel ni el "glamour" de Nico Rosberg. Se le considera como uno de los mejores, pero carece del gancho mediático, lo que quizás le ha impedido a sus 26 años dar el salto a una escudería grande. Es un loco de la velocidad y le pasan cosas como las de ayer.