Hubo de todo ayer en Avellaneda. Hubo tribunas repletas. Fervor y mucho color. También hubo cargadas xenófobas y banderas hirientes. Y lamentablemente hubo peleas, tiros y heridos entre hinchas de Boca y la Policía (ver aparte). Hubo todo eso. Lo que no hubo nunca fue fútbol entre Independiente y Boca.
Rojos y Xeneizes jugaron noventa minutos malos, sin figuras ni goles. Lo poco que se vio tuvo lugar en la etapa inicial porque la segunda mitad fue directamente imposible de sostener.
En la mejor jugada colectiva de la etapa, Independiente estuvo cerca del gol a los 20, con una pared entre Hernán Fredes y Andrés Silvera, y remate del volante por el medio, que Lucchetti salvó con un pie.
Pasada la mitad del período se afirmó Independiente en la mitad de la cancha, debido a que Chávez se borró y Battaglia quedó con mucho espacio para cubrir, en una zona en la que convergían Tuzzio, Fredes y Mancuello. En los últimos 10 minutos, el Rojo perdió prolijidad en el traslado, el juego se hizo enredado y ya no hubo llegadas a las áreas.
El segundo tiempo fue peor que el primero porque ni Independiente ni Boca tuvieron coordinación en sus movimientos ofensivos. El dueño de casa marcó diferencia en cuanto a la posesión de la pelota, pero de poco le sirvió porque siempre terminó chocando, facilitando la acción de los defensores adversarios, y con sus delanteros muy aislados de sus compañeros, porque Martínez (ingresó al comenzar la parte final por el lesionado Mancuello), fracasó en la función de armado.
A los 29 minutos, Jesús Méndez, de flojísimo desempeño, se ganó su segunda amonestación y dejo a Boca con diez jugadores, con lo cual se acentuó el dominio territorial de Independiente, pero con la misma inoperancia de antes.